Las Sagradas Escrituras y el testimonio divino

La Biblia es el relato del testimonio de Dios que tomó la iniciativa en relación con la creación, la revelación, la salvación y la restauración de todas las cosas.

17 DE MAYO DE 2023 · 09:00

Imagen de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/fotos/qls4Edt9UbE#:~:text=Foto%20de-,Jannis%20N%C3%B6bauer,-en%20Unsplash">Jannis Nöbauer</a>, Unsplash.,
Imagen de Jannis Nöbauer, Unsplash.

En las Sagradas Escrituras el ser humano no es el primero en nada, sino en pecados, rebeldías, errores y tropiezos mil. El primero en todo es Dios. Lo fue en la creación: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra…” (Gén.1.1). También fue el primero en relación con la Revelación: “Dios habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo…” (Hb.1.1-3). También Dios fue el primero en tomar la iniciativa en cuanto a enviar a su Hijo mediante la encarnación del “Verbo”, con miras a una revelación completa y definitiva, con propósitos de redención y de vida eterna para los seres humanos. (J.1.1,14,18; 3.16). De ahí que el primer y más importante tema de las Escrituras sea el Señor Jesús, de acuerdo al testimonio que dio él mismo: “Ellas son las que dan testimonio de mí” (J. 5.39)

Así que leamos donde leamos en las Escrituras, nos encontraremos con el hecho de Dios hablando una y muchas veces, de diferentes formas y a lo largo del tiempo a los hombres, quedando el depósito de toda la revelación dada en el A Testamento en manos del pueblo de Israel, con la finalidad de que administrase ese gran tesoro que era y que sigue siendo “la Palabra de Dios”/”sus oráculos” (Mt.4.4-9; Ro.3.1-2). Pero de igual manera podemos decir acerca del Nuevo Testamento que recoge todo lo concerniente al Nuevo Pacto, relacionado con la Persona y la obra del Señor Jesucristo.  

Por tanto no acabo de ver ni aceptar la afirmación que hacen algunos teólogos de que la Biblia es “el relato de las experiencias de encuentros de los hombres con Dios”. Aunque en parte, eso es cierto, es mejor verlo acorde a la luz de los hechos; y los hechos son bastante tozudos: que Dios fue el que tomó la iniciativa para darse a conocer y revelarse a los hombres. Y si Dios no hubiera propiciado esos encuentros, no hubiera habido ningún testimonio que dar. Esto es indiscutible.

Afirmarlo de la primera forma es priorizar la experiencia de los seres humanos por encima de las iniciativas divinas. De esa manera, más que hablar o escribir la palabra de Dios, habrían escrito de acuerdo a la interpretación que hicieron de sus propias experiencias sobre Dios y lo que supuestamente él les habló. No es lo mismo decir: “Así dijo Yawéh” que decir: “Así digo/o escribo yo según lo que he experimentado”. Así que cuando recibimos el testimonio de las Escrituras acerca del que tomó la iniciativa en todo lo relacionado con la creación, la revelación, la salvación y la restauración de todas las cosas, no tenemos más remedio que acercarnos a las Escrituras, recibiéndolas no como el testimonio de los hombres respecto de Dios, sino el testimonio de Dios respecto de sí mismo y de los asuntos esenciales de la vida: la terrenal y la celestial. Y esto, a través de los hombres que lo recibieron y lo vivieron en primera persona y según “el Espíritu de Cristo que estaba en ellos” (1P.1.11). Una cosa no quita la otra; pero el orden es diferente. Por eso el Apóstol Juan escribió:

Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada y la hemos visto, y testificamos y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos…” (1ªJuan 1:1-4)

Y luego, añadió: 

Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo” (1ªJuan 5:9-12; Las cursivas son mías)

Tal testimonio divino ha quedado registrado en las Escrituras del A. Testamento, pero también, y de forma completa y definitiva en el N. Testamento, de tal manera que el creer ese testimonio lleva a la Vida, mientras que el negarlo, a la perdición eterna (J.20-30-31) 

Entonces, en conclusión,  la Biblia es el relato del testimonio de Dios que tomó la iniciativa en relación con la creación, la revelación, la salvación y la restauración de todas las cosas. Testimonio recibido, experimentado y transmitido por “los Santos hombres de Dios que fueron inspirados (impulsados, llevados…) por el Espíritu Santo” (2ªPedro 2:20-21) y comisionados por Dios mismo, con propósitos universales de bendición y salvación por medio de su Hijo Jesucristo. 

De la otra forma no estaríamos siendo fieles a la verdad; y la verdad en este caso, es que en relación con la creación, la revelación, la salvación y la restauración de todas las cosas, el ser humano no tomó la iniciativa en nada. ¡Fue Dios! Dicho de otra manera: cuando el apóstol Juan dijo: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida…” (1Juan 1:1-3) eso fue posible porque el Verbo de vida se dejó ver y tocar; se dejó contemplar y palpar y se dejó oír hablando palabras de vida eterna; además luego dejó al Espíritu Santo para capacitar a sus testigos a fin de que comunicaran con fidelidad la Verdad (con mayúsculas) a la humanidad engañada, a oscuras y perdida respecto del sentido y el propósito de la vida (Ver, Juan 14,15-17,26; 16.13-15). De otra forma solo hubiéramos tenido “testimonios”, “historias” y/o leyendas apenas dignas de confianza en las cuales creer. Pero eso no fue ni es así, gracias a aquel que tomó la iniciativa en todo y que en todo interviene, y según su Providencia y poder ordena todas las cosas que se ha propuesto a fin de que se cumplan debidamente.  ¡A su nombre sea la gloria! 

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