Limpieza por la palabra de Cristo (II)
¿De qué tenían que ser limpiados los discípulos? Ellos vinieron a Jesús con su propia forma de pensar y de ser.
05 DE ABRIL DE 2023 · 09:00
“Mas vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (J.15.3)
En la anterior exposición resaltamos la relación que hay entre las palabras del Señor Jesús relativas a la limpieza que él llevó a cabo por medio de su palabra en sus discípulos. Limpieza anunciada de antemano por el profeta Ezequiel que, junto con el profeta Jeremías anunciaron el Nuevo Pacto en la persona de Jesús.
¿Y de qué tenían que ser limpiados los discípulos? Ellos vinieron a Jesús con su propia forma de pensar y de ser; su identidad forjada desde la niñez; sus ideas políticas; su forma de ver la vida y a las personas; sus propios sentimientos nacionalistas excluyentes que les hacían ver a los de afuera de su nación con cierto desprecio; su visión de la mujer, de los niños, del Mesías que había de venir y de tantas otras muchas cosas… Exactamente igual que nos pasó y nos pasa a nosotros, con las lógicas diferencias propias del tiempo y de las diferentes culturas. Pero la limpieza que el Señor haría en ellos sería tan profunda que les cambiaría radicalmente, desde adentro hacia afuera. Así lo expresó también el profeta Ezequiel:
“Os daré un corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne”. (Ezq.36.26)
La metáfora usada por el profeta, casi que se explica por sí sola. Un corazón de piedra es un corazón duro¸ insensible; duro para entender las cosas que pertenecen a Dios y a su reino; duro para comprender, para amar y para perdonar. Un corazón duro es egoísta, egocéntrico, individualista, racista, sexista y muchas cosas más. Un corazón duro es igual al corazón que teníamos antes de conocer a Cristo; y eso aunque no hubiera expresado todo lo que puede esconder el corazón humano. Como bien dijo el profeta Jeremías: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer.17.9) No hay mucha diferencia, salvo que, por la gracia de Dios lleguemos a participar de su obra transformadora, por medio de su palabra y el poder de su Espíritu. Pero llegados a este punto, veamos algunos aspectos esenciales en los cuales fueron cambiados los discípulos de Jesús.
En primer lugar los discípulos del Señor fueron “limpiados” de su orgullo nacionalista y su espíritu violento.
El sentimiento nacionalista surgió en el pueblo de Israel por saberse el “pueblo elegido de Dios”. Esa realidad en vez de llenarlo de humildad le llenó de orgullo, creyendo que por haber sido elegido por Dios con ciertos propósitos, que eso les daba derecho a considerarse mejores que los demás pueblos, a los cuales depreciaban, llamándoles “perros gentiles”.
Ese espíritu nacionalista-excluyente también les llevó a fraguar unas relaciones de permanente enemistad hacia sus vecinos samaritanos. Tal desprecio, fue expresado, sin contemplaciones, por dos de sus discípulos, con deseos y palabras de destrucción contra la población de una aldea samaritana, por no querer prestar hospitalidad al Señor Jesús y sus discípulos. Fue Juan y Jacobo quienes pidieron al Jesús: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?”. Pero Jesús les sorprendió y corrigió, con énfasis, diciéndoles:
“Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a las almas de los hombres, sino para que sean salvas” (Luc.9.51-56).
Más tarde, una vez que experimentaron las palabras de Jesús: “Mas vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” y fueron cambiados sus corazones, su odio y desprecio desapareció y llegaron a ser instrumentos de paz y de concordia, por medio del Evangelio. Ellos pasaron por encima de la enemistad ancestral que tenían con los samaritanos, y les llevaron las buenas nuevas del evangelio, el cual fue recibido “con gran gozo” en aquella ciudad (Hch.8.4.17). Posteriormente, vemos en el libro de Hechos de los Apóstoles cómo la Iglesia de Cristo predicó las buenas nuevas del “Evangelio de la paz” tanto a judíos como a gentiles dado que habían entendido que, “Dios no hace acepción de personas” (Hch.10.34; 11.19-20; Rom.2.11) y que “todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Hech.2.21; Ro.10.13). Al final, el resultado de la obra de Dios por medio del Evangelio de Jesús, siempre ha redundado en la formación de un solo pueblo, una sola familia: “la familia de Dios” (Ef.2.14-19). Ésta está muy por encima de las divisiones que causamos los hombres, dado que sus lazos son lazos muy superiores a los que atan a los reinos de este mundo.
Por otra parte, toda esta forma de pensar y proceder era contraria a lo que, en principio, pensaban y sentían los discípulos del Señor. Ellos pensaban que el Mesías que había de venir, vendría para liberarles del yugo romano por medios políticos y militares. Razón por la cual se rebelaban ante la idea de que Jesús, el Mesías, tuviera que ser arrestado, sufrir y ser muerto de parte de las autoridades religiosas y romanas: “Señor… En ninguna manera esto te acontezca…” dijo el apóstol Pedro. (S.Mt.16.22). Tal era el arraigo de esa idea, que cuando Jesús fue arrestado, fue Pedro el que tomó una espada y atacó a uno de la compañía de los que iban a arrestar a Jesús (Mat.21.56-54; J.18.10-11). El comportamiento de Jesús, dejando que le arrestaran para ir hacia el sufrimiento que él mismo había profetizado, no lo entendieron sus discípulos, dado que lo que estaba sucediendo no era lo que ellos esperaban. Ellos estaban confundidos; y si fueron traidores lo fueron a causa de su propia ignorancia. Aún los dos discípulos que iban por el camino hacia Emaús, expresaron la frustración que estaban sufriendo con la crucifixión de “su” Mesías:
“Pero nosotros esperábamos que él (Jesús) era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es el tercer día que esto ha acontecido” (Lc.24.21)
Entonces, será después de la resurrección de Jesús que sus discípulos comprenderán que el reino de Dios no se impone por medio de la violencia y de las armas, como tantos lo han entendido a lo largo de los siglos, sino por medio de la predicación del Evangelio, “en debilidad y temor y mucho temblor” (1ªCo.2.1-5) dijo el apóstol Pablo:
“Porque aunque –Cristo- fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios. También nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios…” (2Co.13.4)
Pero algo que vemos en este primer punto, es que después de siglos de “cristianismo” sufrimos el mismo problema. Hoy tenemos otros nacionalismos; pero muy a menudo defendidos por “cristianos” con la misma actitud de desprecio, rechazo, oposición y odio hacia otros, que han dado lugar a conflictos permanentes e interminables. Y la gran paradoja es que mientras el Señor Jesús vino para derribar los muros de los nacionalismos excluyentes, hoy todavía se hace más necesaria la predicación del Evangelio, como medio para derribar dichos muros y construir una verdadera paz entre las gentes enemistadas por esa causa. “Gentes” muchas de las cuales se confiesan cristianos, pero que no tienen inconveniente, cuando surge un problema serio de relación entre el Estado y alguna de las comunidades autónomas, en clamar con cierto entusiasmo: “¡A por ellos!” Pero de la otra parte, algunos tampoco se quedan cortos al exclamar con no menos entusiasmo: “¡Vamos a poner al Estado de rodillas!”
Uno piensa y reflexiona si esa es la actitud y el lenguaje del seguidor del Señor Jesucristo. Uno no está seguro si los primeros piensan en que ese “¡A por ellos!” podría implicar la muerte de algunas personas, con las consecuencias, además del dolor causado, de acrecentar y perpetuar el odio muchas décadas más entre los nacionalismos en disputa; mientras que los otros, al contrario de lo que piensan y desean, quizás podrían experimentar ser “puestos de rodillas” por ese Estado al cual ellos quieren “poner de rodillas” con resultados iguales o peores que el de los anteriores.
Los discípulos de Jesús era judíos y como tales, estaban en contra de que el Imperio Romano les dominase, con todo cuanto eso suponía, como ya hemos visto. Sin embargo, de Jesús aprendieron que su llamado no era a luchar contra el Imperio Romano, sino a proclamar el reino de Dios e influir en toda la sociedad de su tiempo con el Evangelio, aunque eso les acarreara persecución, tanto de parte de las autoridades como de parte de la propia sociedad en la cual vivían. Pero toda esa gigantesca tarea no podría haber sido hecha si no hubiera sido porque ellos experimentaron lo que el Señor declaró en la última cena que tuvo con ellos: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (J.15.3)
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