Sobre “la sana doctrina”
Si lo es realmente, la sana doctrina habrá de manifestarse siempre en una vida tanto de santidad como de amor hacia el prójimo.
03 DE JUNIO DE 2022 · 12:55
La expresión “sana doctrina” se ha usado mucho a lo largo de los años. Su uso, ha estado y está asociado más a contextos donde los que la usan pretenden, de esa manera, dos cosas: Una “nosotros somos los que tenemos las ‘sana doctrina”; la otra, tener seguridad ante el error doctrinal real o supuesto, a juicio de quien usa tal designación.
La designación “sana doctrina” es del apóstol Pablo y la usa en las llamadas Epístolas Pastorales. También usaba otros términos sinónimos, como: “sanas palabras del Señor Jesucristo” o: “sanas palabras” (1ªT.1.10; 2ª T.4.3; Tito 2.1; 1ªTi.1.13; 6.3); “glorioso evangelio” (1ªTi.1.11); “misterio de la fe” (1ª Ti.3.9); “palabra de verdad” (2ªTi.2.15); “buena doctrina” (1ªTi.4.6); “la verdad” (1ªTi. 4.3; 2ªTi.2.18-25; 3.7-8; 4.4; Tito 1.14); “palabras de la fe…” (1ªTi.4.6); “el buen depósito” (2ªTi.1.14); “la Palabra de Dios…”; “su palabra” o: “la palabra” (2ªTi.2.9; 4.2; Tito 1.3; 2.5)
La más importante de todas las designaciones anotadas es la que reconoce a lo que el apóstol había recibido y así trasmitía, como “la Palabra de Dios”. Así no cabe duda acerca de la naturaleza de todas las demás designaciones que serían sinónimas de esta principal. El apóstol Pablo se refiere a la palabra de Dios que le fue encomendada “por medio de la predicación… por mandato de Dios nuestro Salvador” (Tito 1.3) ya que, a los apóstoles se les encargó “la administración de los misterios divinos” (1ªCo.4.1-2) al igual que a Israel, en otro tiempo, “les había sido confiada la palabra de Dios” (Ro.3.1- 2)
Así pues, por medio de la predicación los apóstoles daban a conocer el “glorioso evangelio” que también constituía “el misterio de la fe” y que, procediendo de Dios mismo, por medio de Jesucristo, no podía ser otra cosa que “la palabra de verdad” (Juan 17.17,19; Ef.1.13; 1ªTi.4.3; 2ªTi.2.15). Sería bueno, entonces, tomar nota de estas observaciones en el texto bíblico, pues nada podríamos concluir con certeza si no fuera porque esa “Palabra de Dios” que les fue dada por medio de Jesucristo a los Apóstoles, incluido el apóstol Pablo, quedase registrada en las Escrituras del Nuevo Testamento, tanto para aquellos creyentes como para la posteridad.
La gran tensión
Ahora bien, cuando leemos las cartas pastorales, algo que percibimos es una gran tensión entre los siervos de Dios y los que no lo eran, los falsos maestros. Eso es algo que el apóstol Pablo ya anticipó en sus últimas palabras que dio al grupo pastoral de la iglesia de Efeso, cuando se despidió de ellos (Hech.20.28-30). Pero luego, también apreciamos un vivo contraste entre la verdad, por una parte, y el error doctrinal por otra.
Es en ese contexto que el apóstol Pablo describe aquello que está enturbiando tanto la claridad de la verdad tal y como había sido enseñada, como la relación dentro de las comunidades cristianas. Esas cosas, él las califica de varias maneras: “doctrinas diferentes” (1ªTi.1.3); “fábulas y genealogías interminables” (1ªTi.1.4); “vana palabrería” (1ªTi.1.6)¸“fábulas profanas y de viejas” (1ªTi.4.7); “profanas y vanas palabrerías” (2ªTi.2.16) así como, “fábulas judaicas” (Tito 1.14) etc. también hace alusión a afirmaciones al respecto de que “la resurrección ya sucedió” (2ªTi.2.18); y a lo que él calificaba “la falsamente llamada ciencia” (1ªTi.6.20).
Las consecuencias de rechazar la “Sana Doctrina”
Evidentemente en su contexto no es difícil saber a qué se estaba refiriendo el apóstol Pablo. Pero explicarlas aquí, llevaría más tiempo. Lo importante aquí es que al no seguir lo que entonces se consideraba como “la sana doctrina” eso producía (¡y produce!) efectos devastadores en los creyentes. La conclusión a la cual llega el apóstol, es que lo que atenta contra “la sana doctrina” viene en palabras cuyo mensaje, “trastorna la fe algunos…” (2ªTi.2.18), lo que lleva al “desvío de la verdad” y “de la fe” (2Ti.2.17; 1ªTi.6.21). Lógicamente, el proceso sigue llegando a trastornar “casas enteras” y divisiones en las iglesias, con consecuencias fatales entre las familias (Tito, 1.11; 3.10-11).
De igual manera, las falsas doctrinas afectan a la santidad de la vida en alguna forma, según la concepción divina –no la nuestra- (2ªTi.2.16) y a desertar del amor al prójimo (2ªTi.1.15; 4.10,16). De ahí el énfasis del apóstol Pablo, tanto en el tema de la santidad (2.19; 1ªTi.4.12; Tito, 2.7,14), como en el de las buenas obras; lo cual se manifiesta en el cuidado de las viudas, representativas de los miembros más débiles y desasistidos de aquellas sociedades, además de otros “casos de necesidad” (1ªTi.6.18; 2ªTi.2.21; Tito 2.7,14; 3.1,8,14). Por tanto, “la sana doctrina”, si lo es realmente, habrá de manifestarse siempre en una vida tanto de santidad como de amor hacia el prójimo.
Estas consideraciones nos deberían llevar a pensar en la importancia que tiene el conocer lo que es “la sana doctrina”, dado que tan fatales consecuencias tienen en la vida el ignorarla o tenerla en menos. Por otra parte si lo que llamamos “iglesia”, como la comunidad que el Señor Jesucristo fundó, tiene sentido de ser y de vivir con un propósito en este mundo, entonces no se pueden minusvalorar las enseñanzas que su fundador nos dejó para nuestro mejor conocimiento.
Razones del rechazo hacia la expresión: “sana doctrina”
Sin embargo y a pesar de que el Señor y sus apóstoles hablaron claro al respecto (lo cual no implica que no haya cosas difíciles de entender) lo cierto es que, por varias razones, al hablar hoy de la “sana doctrina” en un contexto más o menos diverso de “evangélicos”, ¡ni se te ocurra mencionarlo! En seguida te interpelarán, preguntándote: “¿Cuál sana doctrina, la tuya?”. Y si dijeras: “No, la que encontramos en la Biblia”, te mirarán con cierta ironía e incredulidad, y te dirán que, finalmente, “lo que está en la Biblia es lo que tú interpretas, pero no lo que otros interpretan”. ¿Entonces?
Por eso, antes de entrar a definir lo que es la “sana doctrina” dentro del contexto donde aparece tal designación, vamos a mencionar las posibles razones del rechazo que producen dichas palabras. Podrían ser las siguientes:
1.- En primer lugar, lo que se ha defendido como “sana doctrina” en muchas denominaciones o grupos, además de las grandes doctrinas del cristianismo, son énfasis añadidos de aspectos doctrinales, secundarios y de prácticas, que nada tienen que ver con lo que en el Nuevo Testamento conocemos como “sana doctrina”.
Alguien escribía esto hace tiempo: “Entra en Google con las palabras ‘sana doctrina’ y verás lo que va a salir allí”. En realidad, no hace falta hacerlo. Uno ya sabe los resultados que van a salir. La “sana doctrina” cada cual la asociará a su denominación, grupo de iglesias, iglesia o escuela o tendencia teológica, etc. Así, los grandes hechos de la Revelación divina que se nos dieron de forma clara, para ir acompañados de bendición, edificación y unidad de la iglesia, han resultado en separaciones, a causa –entre otras- de los muros de carácter teológico que se han levantado ente las iglesias y los hermanos.
No vamos a mencionar parte de esos énfasis añadidos, que podrían estar en la mente de los lectores. Lo malo es que cuando los que están convencidos de que sus énfasis particulares son basados total, exclusiva y absolutamente en la Palabra de Dios, a “eso”, -junto con lo que es fundamental ya mencionado- le llaman ellos también, “sana doctrina”. Lógicamente eso tiene unas repercusiones negativas en relación con las demás iglesias y miembros del cuerpo de Cristo que, aunque están de acuerdo en lo fundamental, no se suman a aquel credo particular planteado por otros.
2.- En segundo lugar, de lo dicho anteriormente se desprende un uso partidista y exclusivista, que a lo largo de la historia han hecho de las palabras “sana doctrina”, cada confesión particular.
Así de esa manera se indica inplícita o explícitamente que “nosotros somos los que tenemos la sana doctrina y todos los demás, están equivocados.
Al respecto, recuerdo que recién convertido a Jesucristo, había ido a visitar la Iglesia Bautista de nuestra ciudad, pastoreada por nuestro querido amigo Antonio Gómez, de Sevilla, hace años ya con el Señor. Sería el año 1969/70. El predicador ese día era el conocido Santos García Rituerto, también sevillano, que estaba de visita. Recuerdo que él predicó sobre el pasaje del “joven rico”. Lo disfruté mucho, porque además, recitó un precioso poema (él era un buen poeta) relacionado con el texto bíblico. Al salir, le saludé y cuando me preguntó de dónde era, le dije que de otra iglesia de la ciudad. “Pero”, añadí: “Pero nosotros seguimos el modelo del Nuevo Testamento”. Esas palabras llevaban una “carga” de orgullo más grande de lo que yo podía ser consciente. El hermano, me miró (creo que con el amor con el cual miró el Señor al joven rico –Mr. 10.21-) y solamente me dijo: “Hermano, nosotros también seguimos el modelo del Nuevo Testamento”. Casi inmediatamente me di cuenta de que, en alguna manera, había “metido la pata”; pero no sabía hasta qué punto. Pasado algún tiempo, y pensando en aquel encuentro con aquel hermano, de pelo blanco como la nieve, sentí vergüenza por haberle dicho aquello. Yo llevaba la idea que se me había transmitido, de que “nosotros tenemos el verdadero modelo del Nuevo Testamento; pero los demás, no”. Actitudes de ese tipo lo que han hecho a lo largo de los años, es levantar muros entre los miembros del cuerpo de Cristo y sería bueno desarraigarlos de nosotros.
3.- En tercer lugar, la aplicación de lo que muchos han defendido como “sana doctrina” lo han hecho, además, de tal manera que en vez de “sanar” lo que han hecho ha sido herir a los creyentes y dejar huellas profundas en sus corazones, sean miembros de iglesias como también de familias enteras.
La razón de lo expresado más arriba es que ellos han aplicado la supuesta (o real) “sana doctrina” sobre la base de un legalismo que, como todo legalismo, carece de la gracia, la bondad y la sabiduría de Dios. Entonces, en vez de sanar y restaurar vidas -propósito de toda doctrina cristiana- las han dejado heridas casi peores de lo que tenían cuando llegaron a la iglesia. Penoso, pero es así. Aquí, uno no puede dejar de recordar las durísimas palabras que el Señor Jesucristo les dirigió a los escribas y fariseos religiosos. Éstos, creyéndose más santos y más justos que los demás seres humanos, usaban, abusaban y dañaban las almas que estaban bajo su cuidado (Mat. 23)
Para no alargar el tema en esta parte, dejamos para el siguiente escrito la definición de aquellas doctrinas que, a nuestro parecer, podemos encontrar en las llamadas Epístolas Pastorales y a lo cual, sin duda, debe referirse el Apóstol Pablo con ese calificativo de “la sana doctrina”. Y eso será, sin duda, con la ayuda del Señor.
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