La declaración universal del apóstol Pablo, en clave de salvación (4)

La salvación, si no transforma aquí y ahora, si no sana y restaura, no lo es en absoluto.

04 DE MAYO DE 2022 · 19:30

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En esta cuarta consideración sobre la declaración universal del apóstol Pablo, consideraremos la siguiente: “Ya no hay varón ni mujer”. (Gál. 3.28)

No nos cabe duda de que la separación entre el hombre y la mujer, el muro levantado ha sido el más alto, más profundo, más duro, más amplio y el más duradero que todos los demás muros levantados entre los seres humanos. Solo habría que echar un vistazo a las declaraciones de los hombres más reconocidos de la humanidad, a lo largo de toda la Historia. Y muchos de los llamados santos “Padres de la Iglesia” contribuyeron de forma nefasta a perpetuar, cuando no a ahondar más, en esa profunda división.i Pero todas las declaraciones hechas han sido las distintas formas de expresar lo que ha habido en el corazón del hombre, en todos los aspectos y en todos los terrenos en los cuales se relacionó con con la muj, siempre en condiciones de superioridad.

Esa realidad nos lleva a plantearnos nuevamente que el hecho de la salvación no les alcanzó a las mujeres tal y cómo, sin duda, estuvo en el propósito divino. Sí, en cuanto a que las mujeres serían igualmente salvadas “para la eternidad”, pero no se beneficiaron de lo que podría haber sido una aplicación del concepto “salvación” a efectos de transformación de las estructuras injustas de la sociedad en general y el trato consecuente en el matrimonio en particular. La salvación si no transforma aquí ahora, si no sana y restaura no lo es en absoluto. En este caso, esas limitaciones han causado un gran perjuicio, frustración, desaliento y dolor a millones de mujeres a lo largo de la Historia.

 

Génesis 3.16. ¿Mandamiento divino o la consecuencia del pecado?

Y a la mujer dijo (Dios): Multiplicaré en gran manera los dolores de tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Gén.3.16)

Al considerar las palabras de este texto, “Tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”, muchos han interpretado el mismo en el sentido de que la mujer quedaría sujeta al marido por imposición divina. Otros, sin embargo, la han interpretado como una consecuencia del pecado, como por ejemplo los dolores del parto y las condiciones adversas del hombre en relación con el trabajo y su medio (Gén.3.18-19) pero no como la voluntad de Dios en la relación hombre-mujer.

La primera interpretación es la más generalizada entre los evangélicos “conservadores”. Al respecto, Francis A. Schaeffer escribió:

“Con respecto a la relación con su marido, Dios dice: ‘Y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti’. Esta sola afirmación acaba con cualquier democracia pura (..) Más bien Dios estructura la relación primaria del hombre: la relación hombre – mujer. En un mundo caído (...) es necesaria la estructura para que haya orden. Dios mismo la impone aquí en la relación humana básica. Se da forma, sin la cual la libertad sería un caos”ii (Los énfasis son míos)

Esta posición que admite que el orden de autoridad fue impuesto por Dios, tendría su base en un contexto más amplio, al considerar lo escrito por el apóstol Pablo en 1ªCo.11.1.16; Ef.5.22-26 y 1ªTi.2.11-15, respectivamente. Textos que no se pueden ignorar y que, en su debido contexto, o tendrían otra intepretación de la que se ha dado tradicionalmente o habria que admitir que refuerzan la interpretación de Schaefferiii

En relación con la segunda intepretación que afirma que Dios no estaría imponiendo una cadena de autoridad, sino que sería la consecuencia del pecado, está el siguiente autor, que afirma:

“En primer lugar, se debe comprender que las sentencias son el resultado de una ofensa. No representan normas, ni prescriben de qué manera debe ser la realidad en el futuro: son meramente descriptivas de una situación específica. Por lo tanto, el castigo que cae sobre la mujer no representa lo que Dios quiere para ella (...) El Nuevo Testamento apoya esta premisa, afirmando que en Cristo todos los seres humanos son iguales (Gá. 3.28). Esta esperanza (...) plantea un desafío a la comunidad creyente de no aceptar la realidad cultural como norma. En sociedades extremadamente machistas, por ejemplo, es imperativo hacer una revisión de ciertas costumbres y creencias a la luz de la proclamación de Génesis.”iv

Esta interpretación tiene mucho de verdad, sobre todo si se analiza a la luz de lo que sucedió a lo largo de la historia en la relación del hombre con la mujer después de la caída en el pecado. Basta volver la página y ya en el capítulo 4 de Génesis, nos encontramos con Lamec, descendiente de Caín, que “tomó para sí dos mujeres...” (Gén.4.19-22). Todos los esquemas divinos respecto del matrimonio tal y cómo fue concebido en un principiov fueron rotos por el hombre caído. Ya no se trataba solo de que el hombre dominaría a “su mujer”, sino que trataría de dominar a más de una, para hacerlas “suyas”. Y con esa concepción acerca de la mujer, en ocasiones y según sus posiblidades, le llevó a practicar la poligamia y a dominar al género femenino a lo largo de la Historia, en todos los aspectos de la vida: El matrimonial, sexual, familiar, social, jurídico, religioso, etc. La mujer fue considerada un ser inferior en todo, al varón. Algo que incluso en la cultura judía se puso de manifiesto de muchas formasvi Algo que se ponía de manifiesto a través de la siguiente oración: “Te agradezco, Señor, que tú no me has creado mujer”, y las mujeres oraban sumisas: ‘Te agradezco Señor, que tú me has creado conforme a tu voluntad” vii

Pero la última interpretación considerada de la declaración de Génesis 3.16, ha llevado a muchos expertos bíblicos a interpretar la declaración universal del apóstol Pablo de forma absoluta, sin tener en cuenta para nada los pasajes limitadores que condicionarían dicha declaración. Es por esa razón que aquellos expertos acusan a Pablo de desdecirse de sus presupuestos originales a medida que pasaba el tiempo y volverse en un Pablo “más acomodaticio” a la sociedad grecorromana; y por tanto a favor de una posición más tradicional, “esclavista” y “patriarcal”, descalificando así al apóstol Pablo, dado que las cartas posteriores a sus primeros escritos “pintan a un apóstol «aburguesado» que aboga por la esclavitud y la opresión de las mujeres”. Por lo que, “la iglesia debería… rechazar al Pablo «gentrificado» de las cartas pastorales y volver al Pablo original con su programa de cambio social radical”.viii Deducción esta a partir de las exhortaciones apostólicas a la obediencia que los esclavos deben a sus amos y, por otra, a la sumisión total de las esposas a sus maridos y la restricción de las mujeres a los ministerios públicos.ix Esa no es nuestra posición. De otra forma, el ministerio del apóstol Pablo quedaría más que en entredicho.

¿Qué respuesta podemos dar, ante las dos posiciones expuestas?

Los que no estan de acuerdo con la posición de la cadena de autoridad no tendrían ningún problema con los pasajes limitadores de ciertas funciones de la mujer en la iglesia. Sin embargo, quizás sí se podría decir algo acerca de la otra postura “conservadora” la cual no solo interpretan de forma literal los textos aparentemente limitadores ya mencionados, sino que también abogan por una aplicación literal de dichos textos en nuestro propio contexto.

 

“No hay varón ni mujer” en clave de salvación

Lo dicho con respecto a la declaración sobre judíos y griegos por una parte, y esclavos y amos, por otra, sobre la salvación, también debería tener su aplicación en relación con los “varones y mujeres”, yendo más allá de que la salvación sea algo más que una experiencia personal sin que afecte a la raíz de la separación que siempre ha existido entre el varón y la mujer. Al respecto, es interesante el texto traido aquí:

“La sexualidad... en un sentido literal no queda abolida en Cristo en manera alguna (...) No es la sexualidad sino el inmemorial antagonismo entre los sexos; quizá la más profunda y la más sutil de todas las enemistades, lo que queda abolido en Él. En Cristo tanto el hombre como la mujer son redimidos de los viejos conceptos estereotipados que impiden la verdadera relación. Así redimidos, ambos quedan capacitados para convertirse en lo que Dios propuso cuando creó al Hombre a su imagen: un compañerismo de varón y hembra. La restauración de esta verdadera camaradería de los sexos es uno de los modos de despojarse “del viejo hombre con sus hechos y revestirse del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocmiento pleno (Col. 3.10)x (Los énfasis, son míos)

En este párrafo anotado anteriormente hay algunas verdades fundamentales que sería necesario considerar. No son las diferencias entre hombres y mujeres la base de la división sino “el inmemorial antagonismo entre los sexos”. Sin embargo, por la obra redentora de Cristo “la imagen del que los creó” ha venido a ser restaurada al punto de que el varón y la mujer entren en una relación de compañerismo. Esta obra liberadora y restauradora debería haberse visto en las relaciones entre hombres y mujeres, tanto en el matrimonio como en la iglesia y más allá de esos ámbitos, en la sociedad, en la medida de lo posible.

Sin embargo no ha sido así. ¿Por qué? Pues el hombre ha estado más interesado en “su autoridad” sobre la mujer, por aquello de que “el marido es cabeza de la mujer” (Ef.5.23-24) que en mostrar el amor de Cristo y tener aquella disposición a vivir una relación de “compañerismo” tanto en el matrimonio como en la Iglesia. No obstante, se ha presumido e insistido en que “esa” es la forma en la cual el marido debe amar a su esposa: Siendo su cabeza-autoridad sobre ella. Y eso aunque la esposa en muchas ocasiones, lo que ha vivido y vive es frustración y decepción; y con cierto disimulo, el hecho de haber perdido toda la ilusión respecto de aquello que podría haber sido pero que nunca llegó a ser, porque no se lo permitieron; ni en su matrimonio ni en la iglesia. Algo realmente triste.

 

¿Qué concepto de autoridad tenemos?

John Stott reconocía que el orden de autoridad lo impuso el Creador y fue afirmado en el Nuevo Testamento por los apóstoles del Señor, como sabemos por los pasajes de todos conocidos. Pero a la luz de cómo se han aplicado en el pueblo cristiano, uno se pregunta ¿qué es lo que ha fallado y aún está fallando, en muchos casos? Aun reconociendo dicha cadena de autoridad, creo que el concepto que se tiene en muchos casos de la misma es mundano; aquel que apetecían sus discípulos y que condenó Jesús:

“Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas autoridad. Pero entre vosotros no será así, sino que el quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, será vuestro siervo” (Mrc.10.42-44)

Así, aquellos discípulos del Señor que estaban pensando en ocupar los principales cargos en el reino de Dios para “mandar”, fueron enseñados sobre el carácter de la verdadera autoridad que implica servicio y sacrifico hasta la muerte, siguiendo el ejemplo de Jesús. Pero alguien preguntará ¿Qué tiene esto que ver con el matrimonio?. Pues, todo. Fue el apóstol Pablo el que habló de que “el marido es cabeza de la mujer” resaltando a continuación que esa “autoridad” debe de expresarla en términos de amor servicial y sacrifical por la esposa. Entonces, es el ejemplo de Cristo lavando los pies a sus discípulos (su iglesia) pero es también el ejemplo de Jesús dando su vida por su Iglesia. El mencionado John Stott, dijo al respecto:

“Su autoridad -la del esposo- expresa cuidado más que control, responsabilidad más que gobierno. Esta verdad se ve apoyada por la adición sorprendente de las palabras “y él es su Salvador” La cabeza del cuerpo es el salvador del cuerpo: la característica de su autoridad no es el señorío sino la salvación”xi

Ese “cuidado” y “amor servicial” debería formar parte del compañerismo entre los esposos, de tal manera que aunque cada uno tenga designado un rol (sin que eso signifique, necesariamente, algo impuesto y negativo) el otro debería tener siempre la disposición para ayudar a su cónyuge cuando sea necesario, en vez de quedar impasible frente a la carga del otro. Eso forma parte también del proceso práctico de la “salvación” en la vida de los cónyuges. Salvación de mi egoismo, de creer que por haber cumplido con “mi responsabilidad” lo que atañe a las cargas que lleva mi cónyuge no entra dentro de esa misma responsabilidad. Eso es también, comunión = compañerismo.

De igual manera, ese “cuidado” por la esposa, debería reconocer en ella dones que el esposo no tiene. Pongamos por caso que él no tiene dotes para liderar y nunca los tendrá, pero ella sí. ¿Debería sentirse minusvalorado por eso? ¡En absoluto! Pero tampoco debería sentir celos porque su esposa tuviera todo aquello que a él le falta. Al contrario, debería ser motivo de reconocimiento y gratitud, porque donde él no llega, ella le complementa. ¡No es cierto que el varón siempre es líder para guiar a la mujer! En muchos casos, es al revés. Y ante esa realidad el esposo tiene una gran responsabilidad para hacer todo lo posible para potenciar los dones de su “compañera”. También eso tiene que ver con la salvación de Cristo que me ha liberado de las raices de ese odioso machismo que tanto daño ha causado a tantas esposas.

Siguiendo en esta línea, muy a menudo se da el caso de que hay un porcetanje de mujeres en las iglesias (¡y en la sociedad!) que tienen capacidad para dirigir, guiar, enseñar, organizar, etc., mucho más que muchos hombres. Esto hace que al referirse al matrimonio tal o cual, de forma natural se mencione primero a la mujer y luego a su esposo. ¿Por qué? Sencillamente porque, en esos casos, la mujeres tienen carácter y dones que los esposos no tienen. Se podría decir que, de forma natural “van delante”, tomando iniciativas que ellos nunca toman ni tomarán, porque no va con su forma de ser ni con sus dones. Son, en parte, como aquel matrimonio al cual se refirió Lucas y en cuya presentación nombró primero a Aquila y Priscila. Sin embargo cuando les conocieron mejor, el nombre de la esposa, Priscila, era mencionado en primer lugar, cuando eso no era la norma ni se veía bien. Ese es un ejemplo de una mujer que tenía dones que el marido no tenía o que quizás los tenían a medias.xii Pero ¿Cómo se han manejado esas diferencias en muchas iglesias, cerradas a que la mujer ejerza algún tipo de liderazgo y por pretender los varones “ser escriturales”? Pues, de una forma desafortunada, al calificar a la mujer de “maría-mandona”, “que gobierna a su marido”, mientras que de él se ha dicho que “es un pelele” ú otros calificativos. Eso, sencillamente, es inprocedente, nefasto y muy dañino.

En esos casos mencionados, podríamos decir que en relacion con la declaración universal de Pablo, “No hay varón ni mujer”, dicha declaración son solamente palabras en bocas de quienes parecen no haber entendido que si Pablo habla de Salvación en ese texto, entonces, debería tener efectos reconcialidores y restauradores en las relaciones entre hombres y mujeres, en el matrimonio, en la iglesia y en la sociedad.

¿Qué papel juega la cultura en todo este asunto?

Esa es una buen pregunta, dado que el contexto cultural de los escritores bíblicos y el nuestro ha supuesto y supone una gran dificultad en la intepretación y, sobre todo en aplicación del texto bíblico.

En primer lugar, en el caso de la primera afirmación “Ya no hay judío ni griego”, los discípulos del Señor tuvieron grandes dificultades para entender y aplicar la verdad de Cristo a un contexto diferente al judío.xiii Como prueba, entre otras, ahí tenemos Hechos 10.23-33. El problema fue de tal magnitud que se necesitó la celebración de un concilio en Jerusalén. (Hech.15) Mucho de todo eso nos habla de las culturas judía y gentil tan diferentes. No obstante, la verdad divina no impone una cultura sobre otra, ni las anula del todo; pero también se ajusta a lo que de ellas puede ser asumible.

En segundo lugar y por otra parte, es muy importante ver cómo el mismo apóstol Pablo respeta la cultura de su tiempo a la hora de no romper con la costumbre del uso del velo por parte de las mujeres; y además, ¡él apóstol usó principios creacionales!xiv Pablo estaba preocupado de no dar ocasión de mal testimonio causado por la mujer cristiana, al expresar su propia libertad en Cristo en asuntos que tenían que ver con la cultura, como el uso del velo. El creyente tenía la rsponsabilidad de “no ser tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios” en tales casos. (1Co.10.32)

En tercer lugar, también vimos cómo el apóstol Pablo y Pedro se cuidaron mucho de denunciar la esclavitud y preocupados más por “adornar la doctrina” con una conducta cristiana consecuente, dieron todas las instrucciones necesarias para servir, soportar e incluso sufrir lo que hiciera falta, con tal de que el testimonio cristiano no sufriera ningún descrédito. Pero aquí el apóstol Pablo también puso como base de este comportamiento, el hecho de la salvación que Dios manifestó en Cristo Jesús (1Ti.6.1-2; Tito.2.8-12). Los esclavos podían disfrutar de la “libertad de Cristo” aun en su situación de esclavitud.

Entonces, podríamos concluir que si los apóstoles respetaron la cultura de su tiempo (cada una con sus señas de identidad, más o menos negativas o incluso injustas) dando las recomendaciones oportunas para no causar un “mal testimonio”, la pregunta que nos hacemos nosotros, aquí y ahora, es si no deberíamos aplicar los mismos principios para no caer en descrédito en algunos asuntos. Es decir, si las costumbres (como el velo) y la condición de la mujer ha cambiado de tal manera que imponer el uso del velo o impedir que una mujer “hable en la congregación” (1Co.14.34) e incluso tenga un ministerio público en la iglesia, en nuestro contexto resulta inaceptable y fuera de lugar, no vemos por qué no aplicar los mismos principios que el apóstol Pablo y Pedro aplicaron en sus días, “para no caer en descrédito” y para que el concepto “salvación” se aplique de manera más amplia a todo el cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. De otra forma lo que estaremos haciendo es trasladar aquellas costumbres y normas a nuestro tiempo.

Por tanto y para concluir con esta serie, la aplicación de la declaración universal del apóstol Pablo no se relaciona solo con la salvación de cara al futuro, sino que sin ser de carácter absoluta, ya que no elimina las diferencias sexuales entre hombres y mujeres, al contrario, las reconoce, debe tener una aplicación en todos los órdenes de la vida. Solo así dicha declaración universal relacionada con la salvación, que es en y por Cristo-Jesús podrá liberar, estimular, edificar y mover, de forma libre el desarrollo de la persona, sea hombre o mujer, hacia un crecimiento que antes no había experimentado.

 

Notas

i Por poner un ejemplo, el conocido Padre de la Iglesia Tertuliano, dijo –más bien, “rugió”- en un sermón, hablando de y a las mujeres: “¿Sabeís... que cada una de vosotras sois una Eva...? Vosotras sois la puerta del diablo, vosotras fuisteis las primeras desertoras de la ley divina, vosotras convencisteis a aquel a quiel el propio diablo era demasiado débil para atacar. ¡Cuán facilmente habéis destruido al hombre, imagen de Dios! A causa de la muerte que habéis traido sobre nosotros, aun el Hijo de Dios tuvo que morir...” (Citado por Jewertt Paul K. El hombre como varón y hembra. 1975)

ii Schaeffer Francis A. (Génesis en el tiempo y en el espacio. 1974)

iii Al respecto, dirigimos al lector a esta misma página de Protestante Digital, en la que en su día publicó algunos artículos míos tratando algunos de estos pasajes expuestos. Entre otros, este:

https://protestantedigital.com/seneca-falls/48088/mujer-y-biblia-un-texto-bastante-discutido

iv Voth Esteban. Comentario Bíblico Hispano Americano. Edt. Caribe, 1992.

v Gén.1.26-28; 2.23-25.

vi No obstante, hay que decir que en el pueblo judío la mujer estaba mucho mejor valorada y considerada que en el paganismo.

vii Citado por Jewett Paul K. “El Hombre como varón y mujer”; 1975. Edt. Caribe.

viii Thielman Frank. Teología del Nuevo Testamento. 2006. P.32

ix Ef.6.5-9; Col.4.22-24; Tito, 2.9-10; Ef.5.21-24; Col.4.18; 1ªCo.14.34; 1ªTi.3.11-15.

x Jewett Paul K. “El Hombre como varón y mujer”; 1975. Edt. Caribe. P. 152.

xiStott John R. W. “La Nueva Humanidad. El mensaje de Efesios”. Edt. Ediciones Certeza. 1987. P.217)

xii Hechos 18.1-2, 26; Ro.16.3; 1Co.16.19.

xiii Y aun en el propio contexto judío, dado que se trataba de la nueva Revelación en Cristo que completaba la que Dios había dado hasta entonces, a través del pueblo de Israel.

xiv Lo cual ha confundido a muchos exégetas a la hora de intepretar y aplicar ese texto en nuesrtra época (1Co.11.2-16)

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