El poder transformador de las minorías disidentes
No estamos locos, no somos ilusos, sabemos en lo que creemos y no nos importa si estamos en minoría o no, si tenemos poder o no: seremos fieles a nuestras convicciones hasta el fin.
12 DE MAYO DE 2025 · 13:25

Dt 26.5: “Un arameo a punto de perecer fue mi padre, él cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa”
La Alianza Evangélica Italiana y la Española tenemos una relación especial desde hace años; nos vinculan lazos de afecto, pero además compartimos formas de entender las cosas y posicionamientos. A veces no es fácil defender nuestros posicionamientos, porque no somos Alianzas Nacionales que tengan mucho poder institucional.
Compartimos además como evangélicos una posición de grupo minoritario en nuestros países; llevamos siglos siendo disidentes, tanto frente a lo que en España se denomina nacional-catolicismo como frente al laicismo dogmático.
Es normal, por tanto, que nos comprendamos bien, nos apoyemos y mantengamos una relación de especial cariño mutuo.
Las dos Alianzas tenemos a veces la convicción de que lo más difícil de sostener y defender no es lo complicado, sino lo más obvio, lo evidente. Y más complicado es hacerlo sin ser grandes ni tener muchos recursos. Pero nos reafirmamos con seguridad en nuestra posición porque estamos convencidos de que el Señor nos quiere ahí dando testimonio seamos grandes o pequeños.
Mi mensaje se inserta en este contexto: Dios usa lo pequeño para grandes transformaciones y con frecuencia usa a los disidentes para cumplir sus propósitos. No hay lugar para sentirnos intimidados o desanimados.
Somos pocos y pequeños
La nación de Israel fue el instrumento usado por Dios para dar a conocer su mensaje a la humanidad. ¿Y cómo surgió esa nación? ¿Fue el resultado de un proceso de masas, de la conquista del poder por una mayoría sólida, del establecimiento de una potencia internacional, de un imperio?
“Un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa”, dice Dt 26.5 y Heb 11.12 dice: “A partir de una sola persona (y una persona que ya no tenía capacidad física) surgieron tantos descendientes como estrellas hay en el cielo y tan incontables como arenas hay en la orilla del mar.”
Un emigrante, salido de Ur de los Caldeos detrás de una utopía. Abraham dejó todo su proyecto de vida por una esperanza. Pudiendo vivir en su tierra, habitó en tiendas de campaña toda su vida, y realmente nunca llegó poseer ni el trozo de tierra que ocupaban sus pies. Esteban dice que “no le entregó de herencia en esta tierra ni tan siquiera el trocito de la pisada de un pie y le prometió entregársela en completa posesión a él y a su descendencia que le sucedería, en un momento en el que él no tenía hijo.” (Hch 7.5).
Toda la vida prendido de una promesa, confiado en que su descendencia sería como las estrellas del cielo, los años fueron pasando y llegó a viejo sin tener hijo. ¿Yo sería fácil levantar los ojos al cielo y perguntarle a Dios “¿A dónde vamos, Señor, qué vas a sacar de mí? ¿Qué grandes proyectos vas a cumplir en mí? ¿Qué tierras voy a habitar, si no tengo ni un trozo de tierra propio? ¿Qué descendencia voy a sembrar por la tierra, si con tantos años ni un hijo pude tener aún? Con estas limitaciones definitivas, sin tierra ni hijo, ¿cómo me vas a hacer instrumento de bendición para todas las naciones? Y mira alrededor, ¿Llegaremos a algo en medio de este entorno tan hostil? ¿Qué poder tengo para enfrentarme a él?”. “A partir de una sola persona (y una persona que ya no tenía capacidad física) surgieron tantos descendientes como estrellas hay en el cielo”.
Dios mueve la historia usando a las minorías, a los pobres, muchas veces aislados y por muchos desconocidos. Eso somos la Alianza Evangélica Italiana y la Española.
Somos disidentes
Además, la Alianza Evangélica Italiana y la Española a veces aparecemos como disidentes.
Y no es tan complicado ser disidente cuando tienes un cierto poder, pero cuando eres pequeño y tienes poco poder, la presión puede ser complicada de llevar, mucho más cuando ves que otros que piensan semejante a ti, deciden callar por no pasar por la molestia de enfrentarse. La tentación entonces surge: “¿Y para qué voy a hacer confrontación por esto? ¿Y voy a conseguir algo? ¿Y no me señalarán como revoltoso indisciplinado?”
También es fácil pensar: “Seguro que llevo razón, pero las cosas son como son y ¿se pueden realmente conseguir cambios si no tienes medios y capacidad real de decidir? ¿Y no estaré siendo un iluso? ¿Y me vale realmente la pena? ¿No se vive mejor tranquilo? ¿No tengo más cosas de las que ocuparme?”
Mostrarte como disidente supone tener que pagar un precio; el primero, perder el poco poder de influencia que podrías tener, y el segundo, perder imagen. ¿Vale la pena?
“Hay que ser realistas. No puedes conseguir cambios si eres pequeño, si no tienes poder”, es el consejo que muchos te darán, y apelarán al realismo y al pragmatismo.
Cuando el pueblo de Israel llegó a las puertas de Canaán, Moisés mandó a doce expertos a explorar aquella tierra y hacerle un informe; de ese informe dependía el destino de toda una nación, la de Israel.
Diez de ellos, una evidente mayoría, dieron un informe que a todos les pareció realista: “éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así lees me los parecía a ellos” y concluyeron: “No podremos subir contra aquel pueblo, porque eres más fuerte que nosotros.” (Nm 13.33 y 31).
Parecía que todo estaba claro y decidido cuando allí levantaron la voz dos de ellos, Josué y Caleb, una clara minoría, y dieron un informe que a muchos les pareció fuera de la realidad, propio de ilusos: “Nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis.” (Nm 14.9).
¿Por qué hablaron? ¿Por qué no se callaron? ¿Tenían alguna posibilidad de convencer a los demás? ¿Era realista mantener una posición tan minoritaria? ¿Valía a pena?
“Entonces toda lana multitud habló de apedrearlos” (Nm 14.10). Todos, por unanimidad. El disidente tiene que contar siempre con el riesgo de pagar un precio por su disidencia: ser apedreado.
La Historia es movida por los disidentes
Aquel día Dios decidió devolver al desierto a toda aquella generación, no les permitió recibir el cumplimiento de la promesa y los tuvo errando durante cuarenta años. Solo después de desaparecer aquella generación, Dios le entregó la tierra prometida a aquel pueblo, y aquel día Josué llegó para liderar la entrada de Israel en Canaán y Caleb para conquistar Jerusalén. La historia de Israel se redimió en Josué y Caleb, en aquellos dos irreductibles afirmados en la fe y en la esperanza, a los que no les importó nada ser minoría, ser disidentes y no tener poder.
Eran verdaderos hijos de Abraham, no ya en la carne, sino específicamente en la fe. “Abraham creyó en esperanza contra esperanza que él llegaría ser padre de muchas naciones de acuerdo con el que le fue dicho: “Así será tu descendencia”” (Ro 4.18). No le importó parecer iluso y utópico, no le importó no tener ni un trozo de tierra, no le importó aguardar toda una vida esperando un hijo hasta llegar a viejo. Abraham, Josué, Caleb, lucharon con convición en esperanza contra esperanza, contra todas las tentaciones a renunciar a la promesa en el nombre del “realismo y el pragmatismo”. No les importó ser minoría, no les importó ser disidentes.
¿Cuántas veces leísteis el discurso de Esteban antes de morir en Hch 7? ¿Sabéis cuál es el meollo de aquel tremendo discurso? Dios mueve con mucha frecuencia la historia no con las mayorías ni con los que tienen la capacidad de decisión, sino con los pequeños, con las minorías, con los disidentes, con no poca frecuencia la historia la mueven los disidentes. Escuchamos así a Esteban:
“Los patriarcas [fijaos con qué intencionalidad Esteban usa el nombre “patriarcas”, los padres de la patria], llenos de celos contra José, lo vendieron para ser llevado a Egipto. Pero lo cierto es que Dios estaba con él” (v. 9); “A este Moisés, del que renegaran diciendo ‘¿Y quién te puso a ti como gobernador y impartidor de justicia?’, a este mismo, Dios lo envió como gobernador y liberador” (v. 35); “Este es el que, en la asamblea del desierto, estuvo en medio entre el ángel que le hablaba en el monte Sinaí y nuestros padres, el que recibió mensajes llenos de vida para darnos a nosotros, el mismo a quien nuestros padres no quisieron obedecer, sino que lo rechazaron” (v. 38-39), y finaliza diciendo con claridad: “¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?” (v. 52). Lo mejor de la historia de Israel lo movieron los disidentes.
Ser disidente es una manera de ser, que no depende de los resultados inmediatos: hemos de estar dispuestos a ser disidentes tanto si no conquistamos lo que buscamos, como si alcanzamos lo que perseguimos. Josué fue un disidente el día que, con Caleb, se enfrentó a la mayoría de exploradores de Canaán, y mostró otra vez su identidad de disidente el día que finalizó la conquista de la tierra; aquel día, contando con el pleno reconocimiento de todo el pueblo, se plantó ante el pueblo y se jugó todo su poder, imagen y prestigio, dispuesto a volver a la disidencia: “Y sí mal los parece servir la Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; sí a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” (Jos 24.15).
La Alianza Evangélica Italiana y la Española no estamos locos, no somos ilusos, sabemos en lo que creemos y no nos importa si estamos en minoría o no, si tenemos poder o no: seremos fieles a nuestras convicciones hasta el fin. Pero no por capricho ni por el gusto de dar batalla, no por orgullo ni empecinamiento en creer que somos superiores a nadie, no, sino porque sabemos qué creemos y por qué lo creemos, pero sobre todo en Quién creemos. Estamos dispuestos a pagar el precio por eso, a entregar todo lo que tenemos, mucho o poco, por eso.
Saliendo Jesús de Jericó, una multitud le seguía. Allí estaba tirado fuera del camino, al margen de la multitud, aislado, un pobre ciego, Bartimeo. Jesús paró a la multitud para atenderlo y escucharle. Cuando Jesús lo curó, Bartimeo se levantó, tiró la capa y le siguió. Su capa era todo lo que tenía en el mundo, la que le cubría del calor del verano y del frío del invierno; aquella capa la tiró a un lado para seguir a Jesús.
Hermanos, no temamos ser pequeños y sin poder, pero tampoco nos aferremos a nuestra capa que nos lleva acompañado por años. Entreguemos todo lo que tenemos al Señor, sea mucho o sea poco, y sigámosle a Él.
No os puedo asegurar que nuestra labor sea reconocida por las mayorías y tenga resultados visibles hoy. No importa; lo que importa es que nuestra labor como minoría será usada por Él, de la manera que Él quiera, para transformar la historia de la Iglesia, la historia de nuestros países, la historia de verdad, la que Él escribe desde el principio de los tiempos. Amén.
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