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Seymour y Parham

Séptimo artículo de esta serie sobre las iglesias "Pentecostales" escrita por el historiador Mario Escobar Golderos.

04 DE FEBRERO DE 2006 · 23:00

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Origen y creencias del movimiento pentecostal (VII)

Los hombres confundimos muchas veces nuestras propias intenciones con las de Dios. Los más altos principios se ven asfixiados por las ambiciones personales. Tolkien en su libro El Señor de los Anillos lo describe mejor que nadie. En una de las últimas escenas de la primera parte del libro, Frodo, el hobbit protagonista, se enfrenta con la ambición de Boromir, uno de los reyes humanos que le ayudan. Su conversación no puede ser más elocuente: ¿Por qué eres tan poco amable – dijo Boromir -... Necesito tu anillo, ahora lo sabes...- ¡Vamos, vamos mi querido amigo! –dijo Boromir con su voz más endulzada-. ¿Por qué no librarte de él? ¿Por qué no librarte de tus dudas y tus miedos? Puedes echarme la culpa, si quieres. Puedes decir que yo era demasiado fuerte y te lo quité. ¡Pues soy demasiado fuerte para ti, mediano (1) . Boromir nos representa, en cierta medida, a todos nosotros. Nuestro ego muchas veces se interpone en la forma en la que hacemos las cosas y en la imagen que tenemos de las personas. “Nosotros poseemos la razón, las cosas hechas a nuestra manera son las acertadas”. El apóstol Pablo nos advierte de que las rencillas nacen porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?(2). La Historia de la Iglesia está llena de esta carnalidad, en la que, de una manera demasiado ligera, se clasifica a otros cristianos según la visión particular del Evangelio que tenga cada uno. William J. Seymour, el Profeta de Pentecostés, calificado como “el gritón sin letras, que impone sus interpretaciones a gritos(3)” nos recuerda, salvando las distancias cronológicas y culturales, a la visión que tenía el Sanedrín en libro de Hechos cuando dice: Entonces viendo el denuedo de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras, se maravillaban y les reconocían que habían estado con Jesús(4). Los “vulgares” apóstoles, ninguno de ellos perteneciente a la clase alta de su época ni a la intelectualidad, levantaban al pueblo con sus enseñanzas heterodoxas. Llevando detrás suyo esa legión de “pobres, analfabetos o de poca preparación académica, carentes de conocimiento bíblico...que aceptan sin discernir todo lo que les den envuelto en sentimiento y aparente espiritualidad (5)”, que siempre ha sido el grueso del Pueblo de Dios, porque el propio apóstol Pablo lo reconoce al describir en 1ª de Corintios capitulo 1º versículos 26 al 31, el tipo de personas que se acerca al Evangelio y que, a pesar de su escaso conocimiento, son recibidos por Dios. SEYMOUR Y PARHAM La calle Azusa se convirtió en poco tiempo en uno de los centros de difusión del Evangelio más notorio de la ciudad de Los Ángeles. Sus cultos eran muy animados, la mayoría de la congregación era afro-americana y expresaba de una forma notoria su efusividad. Los cultos, en algunas ocasiones, duraban diez o doce horas. En ocasiones los predicadores eran interrumpidos por la congregación, si está percibía que el mensaje no estaba respaldado por el Espíritu Santo. En este sentido se hizo famosa la “Madre Jones” una devota feligresa, que se ponía en pie cada vez que pensaba que el sermón no estaba siendo ungido. Muy pronto la iglesia se llenó de gente de todas las clases. El pastor John G. Lake decía de las predicaciones de Seymour: Tenía el vocabulario más disparatado. Pero quisiera decirles que había médicos, abogados y profesores, escuchando las cosas maravillosas que brotaban de sus labios. No fue lo que decía en palabras, sino lo que decía de su espíritu a mi corazón, lo que me mostró que había más de Dios en ese hombre, que en cualquiera que yo hubiera conocido hasta ese momento. Era Dios en él quien atraía a la gente(6). En 1906 Seymour comenzó la publicación del boletín La fe apostólica que llegó a tener veinte mil suscriptores. Los buenos tiempos dieron lugar a otros más lóbregos. Hubo varios divisiones internas y muchas iglesias de otras denominaciones atacaron la forma agresiva de predicar que tenía Seymour. A esto se unió la errada idea, de que el hablar en lenguas era un medio para evangelizar en países extranjeros. La confusión y el deseo de confirmación en la obra emprendida, llevó a Seymour a llamar a Parham, para que supervisara la iglesia de Azusa. Tras la llegada de Parham a Los Ángeles, muy pronto surgieron las desavenencias entre los dos líderes y Seymour se sintió desanimado. Parham dedicó varios sermones a reprender algunas prácticas y enseñanzas de la iglesia. Seymour, en cambio, esperaba ayuda y comprensión, pero un abismo separaba dos visiones distintas del pentecostalismo. Parham observó horrorizado la “libertad” excesiva en los cultos de la calle Azusa. Él era más partidario de un mover del Espíritu con orden. En la iglesia de Los Ángeles la gente bailaba, gritaba, se sacudía y temblaba. Parham narra su propia experiencia en Azusa: Me apresuré a llegar a Los Ángeles, y para mi completa sorpresa y asombro, encontré que la situación era aún peor de lo que había imaginado...manifestaciones de la carne, control espiritista, personas que practicaban hipnotismo a los que se acercaban al altar para recibir el bautismo, aunque muchos recibían el bautismo real del Espíritu Santo...Al hablar de las diferentes fases de fanatismo que hemos encontrado aquí, lo hago con todo amor y al mismo tiempo, con justicia y firmeza...Encontré influencias hipnóticas, influencia de espíritus familiares, influencias espiritistas, y toda clase de ataques, espasmos, personas que caen en trance...Una palabra sobre el bautismo en el Espíritu Santo. El hecho de hablar en lenguas nunca es producto de ninguna de las prácticas o influencias mencionadas anteriormente...El Espíritu Santo no hace nada que sea antinatural o impropio, y cualquier esfuerzo extraño al cuerpo, la mente o la voz no es obra del Espíritu Santo...El Espíritu Santo nunca nos lleva más allá del autocontrol o el control de los demás(7). La disensión entre Parham y Seymour apuntan a dos visiones distintas de entender el pentecostalismo. Una visión de completa “libertad” en la que todo está permitido y otra, que se paraba a medir y discernir espiritualmente todas las supuestas manifestaciones del Espíritu Santo. En mayo de l908 Seymour se casó con Jennie Evans Moore. En los años siguientes el número de personas que asistían a los cultos comenzó a descender. Seymor dejó la obra de Azusa en manos de varios ancianos y partió para Chicago. En el lugar de Seymour, la iglesia eligió a William H. Durham y la iglesia comenzó a crecer de nuevo. Durham y Seymour tenían ideas diferentes acerca de la pérdida de la salvación, produciéndose al poco tiempo la expulsión de Durham de la iglesia de Azusa y la formación de una nueva congregación, pastoreada por el expulsado. Seymour volvió al pastorado en Los Ángeles, pero la iglesia estaba casi vacía. El 28 de septiembre de 1922 sufrió un repentino ataque al corazón y murió. Su esposa pastoreó la iglesia hasta su desaparición definitiva.
(1) Tolkien, J.R.R., El Señor de los Anillos, Circulo de Lectores, Barcelona, 1990. Páginas 412-413. (2) I Corintios 3: 3. (3) Calificaciones realizadas en su artículo por el señor Manuel de León. (4) Hechos 4: 13 (5) Más perlas tomadas de los artículos de Francisco de León, sobre el tipo de gente que sigue a “analfabetos” como el tal Seymour. (6) Lake, John G., Adventures in God, Harrison House, Tulsa, 1981. Págs 18-19. (7) Palabras citadas en la biografía de Parham escrita por la Sra. de Charles Parham.



Artículos anteriores de esta serie:
De Pentecostés a la Nueva Era
Un abismo entre Pentecostés y Nueva Era
Pentecostalismo, carismatismo y neocarismatismo
Más allá de Topeka (I)
Más allá de Topeka (II)
  6  William J. Seymour  

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Muy Personal - Seymour y Parham