Una aproximación al problema de la violencia ordenada por Dios en el Antiguo Testamento (IV)

¿No nos valdrá más la pena seguir leyendo el Antiguo Testamento como Jesús lo hacía, y seguir desarrollando esa capacidad de sacar de entre la violencia del pasado las lecciones para el perdón?

07 DE ABRIL DE 2024 · 19:30

Jesús come con pecadores y recaudadores de impuestos. / <a target="_blank" href="https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Jesus_Christ#/media/File:Jesus_eats_with_sinners_and_tax_collectors.png">Alexandre Vida</a>, Wikimedia Commons.,
Jesús come con pecadores y recaudadores de impuestos. / Alexandre Vida, Wikimedia Commons.

c) ¿Cómo abordó Jesús el tema de la violencia del Antiguo Testamento? 

La pregunta también es: ¿Por qué Jesús le da un giro aparentemente opuesto al mensaje de juicio implacable del Antiguo Testamento, tornándolo en un mensaje de misericordia y perdón incondicional? ¿Es realmente así? Y de ser así, ¿se contradice el mensaje del Nuevo Testamento con el del Antiguo? ¿Es incompatible el Jehová-Yahvé del Antiguo Testamento con el Abba-Padre del Nuevo? 

Si Dios no desmonta la estructura social del momento, sino que nos habla des- de ella, ¿había cambiado en algo la violencia que ejercían las sociedades en el siglo primero para que Jesús hablara ahora de paz y convivencia? No mucho, ¡aparte de que ya no se practicaban sacrificios humanos! Pero además ahora existían en este mundo los vehículos idóneos para difundir ese mensaje a todas las naciones y las edades futuras: el enramado de calzadas romanas y la difusión de la cultura y la lengua griega. 

Sin embargo, el mensaje de paz y de hermandad de los pueblos era tan extraño para entonces como mil años antes. Por tanto, que Jesús se dedicara a proclamar este mensaje no es porque fuera a ser popular o bien recibido. Todo lo contrario, era un mensaje inéditoextravagante, incluso subversivo. Sólo podía provenir de una fuente sobrenatural. 

Jesús se levanta sobre los fundamentos del Antiguo Testamento y las reivindica- ciones de sus profetas, para proclamar lo que estos ya vislumbraron y anunciaron: la voluntad de traer la paz y la misericordia de Dios a todos los pueblos. Jesús viene a re- velar al Padre, la esencia de ese Yahvé, que en el antiguo pacto se manifestaba sobre todo en los nubarrones de la tormenta, entre rayos y truenos (Sal 77:17-18), para inaugurar “la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que la Aurora [el sol naciente] nos visita desde lo alto” (Lc 1:78). Esta vez con la imagen de un cielo sereno, lleno de esperanza y buenas nuevas para la humanidad. 

Hasta el punto de que el nuevo “pueblo”, bajo las enseñanzas de su maestro, va a perdurar, no por la guerra, sino promoviendo la paz, aun a costa de sacrificios personales nunca vistos. El cristiano primitivo estaba dispuesto a morir para no matar (por ejemplo: San Jorge, Georgios de Nicomedia, oficial romano que al negarse a ejecutar a cristianos y confesarse cristiano es ejecutado en el 303 d.C.). Y quien promovía todo esto según Jesús es el Padre celestial del Antiguo y Nuevo Testamento. ¿Pero cómo? 

A través de una revelación progresiva, en la que, partiendo de una imagen más rudimentaria de Dios donde sobresalen sus atributos como creador, soberano y juez de las naciones, que está obligado a castigar toda maldad porque “Yahvé es lento para la ira, y grande en poder, pero no tendrá por inocente al culpable” (Nahum 1:3), paralelamente va desvelando, como quien deshoja las capas de una cebolla, su ser más íntimo como “Padre de misericordias” (Ex 34:6; Miq 7:18; cf. 2Co 1:3). Pero alguien dirá: ¿Cómo puede cambiar tanto el fundamento del mensaje? Si en la escuela primaria nos enseñan que 1+1=2, en la universidad, por más complejas y elaboradas que sean las fórmulas, no nos enseñan algo diferente. Pero es que esto es exactamente lo que suce- de con la revelación bíblica. Ya que el mensaje invariable tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento es que Dios es “Bueno ...para con todos; y sus misericordias sobre todas sus obras”(Sal 145:9; cf. Jon 4:11). 

Pero igualmente Jesús nos enseña sobre el juicio y la ira venidera: “¡ay de las que estén encinta, y de las que críen en aquellos días! porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo” (Lc 21:23). Y en sus parábolas del rey que se ausenta por un tiempo y luego regresa súbitamente nos dice: “a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y matadlos delante de mí” (Lc 19:27). O en la parábola de los arrendatarios que malversan su viña y matan al heredero, ratificó el dictamen de “los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo”cuando “ellos le dijeron: A los malos destruirá sin misericordia, y su viña arrendará a otros labradores que le paguen el fruto a su tiempo” (Mt 21:23, 41-43). 

La Biblia en su totalidad revela a un único Dios de carácter inmutable, que es a la vez justo y misericordioso, con derecho a castigar y a perdonar. Sin embargo, imbuidos por el espíritu y cosmología de su época los antiguos podían tener una imagen de Dios más severa, precaria o incompleta. Por medio de Jesús la imagen se completa y las percepciones erróneas se corrigen, pues en él el carácter de Dios se da a conocer en su manifestación plena y perfecta (cf. Jn 1:17-18). Y el énfasis de su mensaje no recae sobre el castigo, sino sobre el perdón. ¡Pero no por ello deja de advertir sobre el castigo! 

Y por eso hace una lectura renovada del Antiguo Testamento y sus episodios violentos. Por ejemplo, cuando una aldea de Samaria no quiso alojar a Jesús y a los su- yos, Jacobo y Juan profundamente indignados le propusieron a Jesús que hiciera descender fuego del cielo para que los consumiera, como había hecho 900 años atrás el profeta Elías. Porque los discípulos, agitados por el sentido que le daban al Antiguo Testamento pensaban que esto es lo que merecían los “infieles” samaritanos, igual que los idólatras en tiempos de Elías. Pero Jesús “volviéndose, los reprendió1 y dijo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois, porque el Hijo del Hombre no ha venido para destruir las almas de los hombres, sino para salvarlas” (Lc 9:55-56). ¡Así es como Jesús aborda el tema de la violencia del AT, buscando la salvación de las personas! (cf. Jn 3:17) 

Y en Lucas 13:1-5 Jesús nos dice enfáticamente que, si algún colectivo ha sufrido una calamidad natural o una agresión, no ha sido así por estar recibiendo un castigo de Dios por ser ellos peores que los demás. Sino que la enseñanza de estas tragedias es que ¡todos necesitamos arrepentirnos! 

Según Jesús, ¿qué es “la ira de Dios” y en que consiste Su “venganza” o “castigo”? ¿Es un “revanchismo”, una “represalia”, una “satisfacción rencorosa”? ¿O es una “retribución”, es decir, una “consecuencia” merecida de nuestras acciones, “la cosecha de lo que sembramos”, como el “culatazo” de una escopeta al dispararla? “No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis, seréis juzgados; y con la medida con que midáis, se os medirá” (Mt 7:1-2; Lc 6:37-38). ¡Lo que sabemos por él es que incluso la “ira” de Dios es amorosa, misericordiosa y justa! 

Vemos como Jesús se abre paso esclareciendo la imagen precaria e incompleta, incluso distorsionada que tenían los antiguos acerca de Dios. Así, por ejemplo, reinterpreta ciertos mandamientos antiguos en el Sermón del Monte (Mt 5–7). Y al hacerlo es interesante su fórmula “oísteis que fue dicho... pero yo os digo...” Jesús no dice “oísteis que Dios dijo” o “habéis leído lo que está escrito” (cuando en otras ocasiones sí usó estas fórmulas). ¿Nos está sugiriendo algo? Es decir, ¿fueron los antiguos o fue Dios quien dijo, por ejemplo, “no matarás” en el decálogo? Evidentemente fue Dios, pero... 

Su último ejemplo del “habéis oído, pero yo os digo” es especialmente llamativo, porque la primera cláusula de lo que el pueblo había oído – “amarás a tu prójimo” – aparece en el texto del Antiguo Testamento, pero la segunda – “aborrecerás a tu enemigo” – no. Y Jesús compara lo escrito, con la forma en que el texto se percibía. Los intérpretes debían pensar: si debes amar al prójimo por inofensivo, también deberías aborrecer al enemigo por ser una amenaza. En su forma de expresarse Jesús parece dar a entender que estos mandamientos, aunque sí fueron dados por Dios, reflejan a su vez el entendimiento con el que los distorsionaba la percepción general. Transformándolos en “dichos” y en “tradiciones de hombres” (cf. Mt 15:3 y 6; Mr 7:8, 9, 13). 

Con ello Jesús ¿acaso nos está dando a entender lo que más arriba tratamos de argumentar? A saber: que muchos mandamientos atribuidos literalmente a Dios en el Antiguo Testamento, aunque son ciertamente divinos, no dejan de estar expresados en lenguaje y esquemas mentales humanos, y por tanto filtrados por la cosmología de quienes los registraron en la Biblia o expresados para la mentalidad del momento. Y luego añadiendo “pero yo os digo”, ¿no eleva la forma precaria en la que se percibían esos mandamientos a su nivel de perfección con su nueva formulación? Con ello no quiero decir que si por ejemplo antes se prohibía adulterar ahora él lo permite, ni mucho menos. Nos dice que el adulterio, más allá de que se cometa corporalmente, tiene un origen más siniestro, se gesta y consuma ya en el corazón, surge de las pasiones descontroladas. 

De hecho, Jesús desarrolla lo que en un sentido ya había iniciado el libro del profeta Isaías siglos atrás cuando, por ejemplo, reformula algunos mandamientos de Dios que prohibían la inclusión de los extranjeros o los eunucos en el templo o entre los miembros de su pueblo. Isaías ahora les da un lugar en el templo y un estatus nuevo entre el pueblo, ¡esta vez incluso superior a la de los propios hijos e hijas de Israel! (cf. Is 56:3-5). Isaías, seguramente sin pretenderlo, hace su propio “oísteis que fue di- cho, más yo os digo”. Es decir, aquí vemos a Dios desvelando su voluntad última yliberadora, entresacándola de mandamientos primitivos restrictivos dados anteriormente por Él mismo (cf. Nm 18:4 y Dt 23:1). De ello, ¡podemos y debemos entender que estos mandamientos en estado primitivo no expresaban la forma definitiva de Sus verdaderos designios! 

Jesús no reniega del Antiguo Testamento, sino que enraíza en él tanto su mensaje como su identidad mesiánica. Para extraer de él la esencia del mensaje divino. Porque el anhelo de un mundo no violento expresado sin ninguna duda en el evangelio, hecha sus raíces en las promesas claras del antiguo pacto acerca de una era mesiánica no violenta: “...corregirá a naciones poderosas; forjarán ellas sus espadas en azadones, y sus lanzas en podaderas. No blandirá más la espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Miq. 4:3). 

En este proceso, pueden observarse tres etapas progresivas en el AT: 

1)  Participación en la violencia (durante el asentamiento en la tierra prometida), 

2)  Desenmascaramiento o denuncia de la violencia por los profetas (a partir del proceso de degradación espiritual que sufre la etapa de los reinos) y 

3)  El anuncio profético de la no violencia futura (por parte de los profetas inmediatamente previos, contemporáneos y posteriores al exilio babilónico). 

Al que hemos de añadir una cuarta etapa ya definitiva: 

4)  Superación de la violencia (el NT y sus bienaventuranzas para los pacificadores). 

De ahí el crudo retrato que en sus inicios hace el Antiguo Testamento con tanta sangre, propiciando a continuación un cambio profundo de diseño para la sociedad. En los salmos y en los profetas, si las manos del oferente están “manchadas de sangre” por la maldad, la injusticia, la discriminación, etc. los sacrificios son denunciados como algo que a Dios le repugna (Pr 15:8; 21:27; Is 1:11-15; 59:2-3; Am 5:21; etc.). 

La cruz es la respuesta final de Dios a la violencia y al mal. Dios acepta sufrir la violencia aniquiladora de la humanidad y del mal, para extirparlo de raíz, esta vez anulando al cananeo que hay dentro de cada uno de nosotros, ¡estando dispuesto a morir por él y así librarnos de su influencia dañina! Porque en su voluntad última Dios está dispuesto a ser ajusticiado antes que ajusticiar: “Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros ...cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rom 5:8 y 10). ¡Nos libera del enemigo interior muriendo por él! 

La violencia se desmantela gracias al sacrificio de la Cruz y la aspersión del amor de Dios en los corazones (Rom 5:1 y 5). Sin embargo, algunos objetan que Jesús expulsó violentamente a los mercaderes del templo (Mt 21:12-13; Jn 2:14-17). Pero nadie salió herido, mas que en su orgullo. Fue un escrache contra el establishment. Resultó una situación violenta, pero no de violencia. Y es que el amor no puede callar y ser cómplice de la injusticia (1Co 13:6). No actúa por despecho, ni defiende el derecho propio, ¡reacciona a quienes trafican con lo más sagrado! No nos equivoquemos. En pro de un mensaje de amor a ultranza, no podemos despojar a Jesús de su autoridad y legitimidad para denunciar y punir la injusticia. 

Finalizo esta reflexión con la sección llamada “La lectura samaritana de Jesús” de mi libro Releyendo las Escrituras con Jesús.2 Precisamente porque la parábola de “El buen samaritano”, que representa el alegato cumbre de la bondad hacia “el contrario”, se inspira en la lectura de un pasaje del Antiguo Testamento cargado de violencia: 2a de Crónicas 28:8-15. Jesús aprovecha este relato para nosotros oscuro, para presentarnos a alguien de una cultura percibida entonces como enemiga en el papel del que supera toda clase de odio (Lc 10:29-37): 

En la parábola del buen samaritano encontramos fácilmente ecos del libro de 2a de Crónicas 28:8-15. Allí vemos a unos samaritanos que dejaron libres a los judíos que habían sido diezmados en la batalla, alimentándolos, vistiéndolos, ungiéndolos y enviándolos a sus hogares en Jericó montados en asnos, tal como el samaritano hace con el herido de la parábola. De este pasaje podemos aprender mucho de la manera que tiene Jesús de leer las Escrituras. 

El capítulo entero (2Cr. 28) está lleno de atrocidades y violencia, algo que muchas veces escandaliza al lector novel del Antiguo Testamento. ¡Y no es para menos! El relato bíblico enfatiza que Dios está detrás de las escenas de guerra, bien promoviéndolas, bien consintiéndolas. Entonces la pregunta es: ¿son compatibles estas enseñanzas con las de un Dios de amor y de misericordia? La mejor respuesta a esta paradoja nos la da Jesús con su lectura. ¡Él en vez de trabarse en las escenas de violencia, destaca la misericordia inducida por Dios y mostrada por los samaritanos! 

Con ello nos proporciona un esbozo de respuesta: hay que resaltar las situaciones donde triunfa la misericordia, por encima de toda aparente injusticia y brutalidad que podamos encontrar en los relatos bíblicos. La misericordia es universal e imperecedera. La violencia, la venganza, la guerra son mezquinas y destructivas. Pero ¿hay una explicación para tales situaciones? Esto nos obliga a intentar entender el trasfondo histórico de dichos acontecimientos.

Israel debía sobrevivir y preservarse de contaminación entre pueblos de mar- cada crueldad, inducida sobre todo por sus cultos idólatras. En este caso Acaz, rey de Judá, había sucumbido a la práctica de los sacrificios humanos, ¡quemando en sacrificio a sus propios hijos! (2 Cr. 28:3) ¡Un crimen contra la humanidad! Es por ello que “Yahvé su Dios, lo entregó en manos del rey de los sirios” (2 Cr. 28:5). El castigo es una medida disuasoria, proporcional a la atrocidad del crimen. Tan grande es la magnitud del delito, que el nombre del valle donde se ofrecían tales sacrificios fue usado por Jesús para darle nombre al infierno: gehenna (i.e. “valle de Hinnom”). Nombre que adquirió en tiempos del rey Josías, quien transformó este “valle” en el vertedero de Jerusalén, como medida para impedir de una vez por todas los sacrificios que allí se hacían (2 R. 23:10). 

Al saqueo y matanza en Judá por parte de los sirios, más tarde se añade el rey de Israel (2 Cr. 28:5). Es en este punto, en el que Dios censura la crueldad de los israelitas a través de profeta Oded y los conmina al arrepentimiento (2 Cr. 28:9-11). Algunos de los israelitas reaccionan y deciden liberar a los cautivos judíos traídos a Samaria, curándolos, vistiéndolos y montándolos sobre asnos para que regresen a su tierra. ¡Así se convierten en los samaritanos que inspiraron la parábola de Jesús! 

De la lectura que hace Jesús podemos deducir algunas lecciones y aprender a leer el Antiguo Testamento con Él, quien antepone la misericordia al juicio, el perdón al castigo, la piedad a la violencia, y la reconciliación a la venganza. No es que Dios no tenga el derecho de juzgar, condenar y castigar. Sino que éste no es su propósito esencial ni final. ¡La manera de leer de Jesús es poner la gracia divina en primer plano y relegar la ley del talión al olvido! ¿Seremos capaces de leer como Él? 

Conclusión:

Jesús nos da su llave maestra para ayudarnos a nosotros a leer el Antiguo Testamento. No trabándonos en las escenas de violencia en las que interviene Dios, sino captando la misericordia que muestra ese mismo Dios en los mismos pasajes, y enseñándonos a entresacar de las Escrituras las enseñanzas que hoy nos inspiren a amar incondicionalmente a Dios y al prójimo.

Parece que para él los pasajes duros del Antiguo Testamento eran revelación en estado precario (a las que no debemos aferrarnos a ciegas), mientras que los episodios de misericordia eran revelación en estado definitivo (los que debemos practicar a ul- tranza). Pero paradójicamente, gracias al mensaje de perdón y reconciliación que Jesús encuentra en el Antiguo Testamento la sociedad occidental y con ella el consenso de las naciones ha acabado asumiendo esos mismos criterios de humanismo por los que hoy se cuestiona la aportación y valor ético del texto antiguo. Sorprendente, ¿no? 

¿No nos valdrá más la pena seguir leyendo el Antiguo Testamento como Jesús lo hacía, y seguir desarrollando esa capacidad de sacar de entre la violencia del pasado las lecciones para el perdón, la aceptación mutua y la mano tendida al desvalido que ponemos en valor en nuestros días? Ese perdón, esa misericordia y ese pacifismo que deja a la violencia de ayer y hoy sin fuerza ni argumentos. 

¿Seremos capaces de darnos cuenta de que ese Dios, que aparece implacable a la hora de castigar, en todo caso ha sida más drástico y se ha extralimitado aún más para perdonar? ¡Ha estado dispuesto a encarnarse para luego inmolarse! Y lo ha hecho para sembrar una vida de calidad divina en todos los que la acojan. 

Haciéndonos eco de algunas Escrituras para parafrasear la conclusión: 

El amor superará todas las maldades”3 (Pr 10:12; cf. 1P 4:8) “Donde abundó la maldad, sobreabundó la gracia” (cf. Rom 5:20) “Vence con el bien el mal” (Rom 12:20-21; cf. Pr 25:21-22). 

 

Notas

1 Las palabras a partir de aquí, es decir la frase atribuida a Jesús, no aparecen en Nestlé-Aland. 

2 Carlos Madrigal Mir, Releyendo las Escrituras con JesúsAMM, 2016, pág. 27-28. 

3En las citas, donde dice “maldad” en el texto original dice “transgresión” o “pecado”, que también puede entenderse como el germen de todas las causas que han llenado la historia de destrucción y muerte.

 

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