La política como idolatría
Si confiamos en “los príncipes de este mundo”, nuestra bondad e ideales, cometeremos el error de creer haber encontrado en alguien una integridad que no hay en ningún ser humano.
12 DE NOVIEMBRE DE 2024 · 10:17
No deja de sorprenderte la necedad con la que los cristianos confían en el político que dice que va a defender la vida y la moral. Hace falta ser realmente ingenuo para pensar que una figura política, que es al fin y al cabo lo que votas en unas elecciones presidencialistas, representa algo más que un icono cultural. No tienen ni sus partidos detrás. No son más que títeres que responden a oscuros intereses, que van desde el complejo industrial militar a los poderes económicos en conflicto que mueven este mundo, a los que poco importa tu vida y tus creencias.
Es notorio que el sistema norteamericano es particularmente presidencialista, lo que no significa que el presidente tenga poder para hacer cualquier cosa. La mayor parte de sus promesas se quedan estancadas en los extraños mecanismos de alianzas que mueven el Congreso y el Senado, donde lo que menos cuenta es la ideología. Es el poder, lo que está en juego. Si en algún estado parece haber algún cambio, como ocurrió en el caso del aborto, basta pasar al siguiente estado para que todo siga igual. La cultura norteamericana ve la política como el arte de la actuación, dijo Arthur Miller en una conferencia, poco antes de su muerte.
Su reflejo en el cine
El cine norteamericano ha tenido siempre una extraordinaria capacidad para mostrar la realidad humana que hay detrás de la política estadounidense. Podríamos hablar de muchas películas, desde El político (All The Kings´Men 1949) a Reagan(2024), pero vamos a tomar una clara muestra del glamour de Hollywood como la de George Clooney en la tradición liberal del cineasta comprometido en su cuarta película como director, Los idus de marzo (2011). En ella nos muestra los entresijos de la política norteamericana, desde la independencia que caracterizó al Nuevo Hollywood, que aparece a finales de los 60. Toma como protagonista a un “demócrata”, igual que Robert Redford en El candidato (1972) o Martin Sheen en la serie de El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006).
El personaje de Los idus de marzo es un gobernador de Pennsylvania con el encanto de JFK o Clinton –pelo canoso, impecablemente peinado, sonrisa dentífrica y una pose calculadamente desinhibida–. “No soy cristiano. No soy ateo. No soy judío. No soy musulmán. Mi religión, en lo que yo creo, se llama la Constitución de los Estados Unidos” –dice Clooney en las primeras palabras de la película–. El gobernador Mike Morris es el prototipo de la América liberal. Su asesor –Ryan Gosling, el verdadero protagonista de esta historia– sabe que, si el candidato no se asocia con ninguna religión en especial, puede ganar el favor de cualquier grupo religioso, en general; pero entiende que todos tenemos que creer en algo, aunque no sea más que la Constitución, ¡o “hacer grande América”!
El consejero Meyers es también ambicioso y carismático, pero tiene un idealismo del que carece su jefe –el asesor principal, magistralmente interpretado por el ya tristemente fallecido Philip Seymour Hoffman–. El personaje de Gosling cree en la integridad y capacidad del candidato, para dirigir una de las grandes potencias del mundo. En un momento de apasionada lealtad, dice: “Haría o diría cualquier cosa, si creyera en ello”. Como se pueden imaginar, esta es la historia de una decepción. Meyers descubre que su ídolo tiene pies de barro –como dice la conocida expresión bíblica, basada en la visión del profeta Daniel 2:31-35–.
Historia de una decepción
Como el joven afroamericano, que interpreta Adrian Lester en Primary Colors (1998), de Mike Nichols, el personaje de Gosling acaba decepcionado. Lo interesante de estas historias es que te muestran todo un proceso de corrupción, que va más allá de la pérdida de la primera inocencia. En ese sentido Los idus de marzo, más que un thriller político, es un relato sobre la traición moral y el deterioro de los ideales.
Basada en una obra de teatro llamada Farragut North, la película fue nominada al Oscar como mejor guion original, ya que es muy diferente a la pieza de Beau Willimon, que trabajó para el senador demócrata de Nueva York. En ella no hay candidato, ni escándalo alguno –como tampoco en El candidato (1972) de Michael Ritchie–. Muchos relacionan la película de Redford con Los idus de marzo por la pasión que tiene Clooney por el cine de los 70 –en navidades regala a sus amigos paquetes con centenares de películas de esa época–, aunque el personaje de Clooney es mucho más cínico que el de Redford.
Como “todo buen político/actor necesita un buen director de escena; o mejor aún, un excelso autor que construya el personaje público, y todavía más, que se encargue de lavar sus trapos sucios con diligencia y disimulo” –que es Meyers, el personaje encarnado por Gosling, tal y como observa Antonio José Navarro–. Ya que, como se suele decir en inglés, todos tienen “esqueletos en el armario”. Y los secretos de Morris pueden costarle su carrera. En eso, la política no es diferente a cualquier otra actividad. Pensemos en la religión, por ejemplo. “Hubo papas que hicieron cosas terribles”, como nos recuerda Clooney.
Traición moral
Como su título indica, Los idus de marzo es una historia sobre la traición, pero va más allá de la corrupción y las mentiras que la sustentan. Puesto que su aprendizaje corre paralelo a la formación de una máscara. Ya que como dice Maquiavelo, “en general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven”. La política se confunde con el arte del espectáculo, todo es cuestión de imagen.
Es cierto que no podemos definir algo por su perversión. Al fin y al cabo, no hay más corrupción en la política que en la iglesia. El poder tiene muchas caras. La distorsión moral está dentro de todo hombre (Romanos 3:10-13). El idealismo nos hace pensar que somos criaturas maravillosas si simplemente seguimos lo que hay en nuestro corazón, cuando la realidad es que la corrupción está dentro de todos nosotros y no hay nada que no seamos capaces de hacer en determinadas circunstancias.
Los idus de marzo nos desafía a pensar de nuevo en lo que creemos, cuáles son nuestros valores, en quién ponemos nuestra confianza y dónde está nuestra esperanza. Jeremías dice: “¡Maldito el hombre que confía en el hombre!” (17:5). El profeta no se refiere sólo a personas en las que ponemos toda nuestra confianza, sino que añade: “¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza!”. Puesto que, en nuestra moral, valores y creencias, podemos vivir confiados en nosotros mismos.
¿En quién podemos confiar?
Si confiamos en “los príncipes de este mundo”, nuestra bondad e ideales, cometeremos el error de Meyers. Él cree haber encontrado en Morris una integridad, que no hay en ningún ser humano. La Biblia dice que hemos sido creados sin fallo alguno, pero al ignorar a Dios, hemos “apartado nuestro corazón del Señor” –como dice Jeremías. Tenemos la confianza en un lugar y una persona equivocada –lo que la Escritura llama dioses, aunque sólo hay un Dios vivo y verdadero–, que tarde o temprano nos van a fallar.
El título de la película hace referencia a la obra de Shakespeare sobre la muerte de César. Según Plutarco, un vidente advirtió al emperador: “¡cuidado con los idus de marzo!”. Cuando le volvió a encontrar en esa fecha, camino del teatro, Julio César bromeó, recordándole que era ya mitad de mes –el día 15, los idus del calendario romano– y nada había pasado. A lo que el vidente contestó: “Los idus ya han llegado, pero todavía no se han ido”. Ese mismo día, a la salida del teatro, el emperador fue asesinado, el año 44 después de Cristo.
Jesucristo es la única persona perfecta que haya existido jamás. Fue “tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado” (Hebreos 4:15). Es el único que nunca nos va a decepcionar. Es más, es el único que nos puede librar por su rectitud en el día del juicio. Cuando sean puestas en evidencia las intenciones de nuestro corazón y todo secreto sea revelado, ¿quién podrá librarnos de la verdad desnuda? “Nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exigen la ley” (Romanos 3:20).
La hora de la verdad
“Todos hemos disfrutado –dice Clooney– de la caída en desgracia de alguien que no nos gusta: lo duro es cuando nos enteramos de que alguien que sí nos agrada, ha hecho lo mismo”. Para él, “eso es algo verdaderamente devastador”. Es entonces que, como Pablo, debemos pensar: “el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga” (1 Corintios10:12).
“Como nadie te atrapa –observa el autor de Los idus de marzo–, vas más allá, pensando que vas a poder seguir manteniéndote incólume hasta que, sin darte cuenta, llegas a un barranco y terminas cayendo en picado”. Ese deslizarse poco a poco no es sólo “resultado de haber estado mucho tiempo en el poder, sin que nadie te diga nada –como piensa Clooney–. Es la tentación a la que todos estamos sometidos.
Aunque tenemos miedo de la oscuridad –al no ver nada–, la luz también puede producir terror, cuando hace evidentes cosas que preferiríamos que permanezcan ocultas. Ya que descubre algo de nosotros y nuestro mundo que no queremos ver y que nadie vea. “Pues todo el que hace lo malo, aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto” (Juan 3:20).
Cristo es la luz que muestra la verdad de nuestra vida, pero Dios no le ha enviado para condenarnos, sino para salvarnos por medio de él (v. 17). Su luz nos libera, cuando descubrimos que “no hay condenación para los que están unidos a Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Es por eso por lo que no debemos rechazar su luz, sino recibir su gracia y su amor, dejando que Cristo brille en nuestra vida.
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