El sueño de Springsteen
Toda su obra es una búsqueda de redención. Por eso, dice el músico, “he intentado leer la Biblia un tiempo”.
02 DE MAYO DE 2023 · 09:00
El Jefe (The Boss) ha comenzado su gira europea en Barcelona con una fuerza que no se veía en sus últimos conciertos. No sé si será la presencia de Obama, Spielberg o Tom Hanks, pero las más de cien mil personas que llenaron los dos días el recinto del Estadio Olímpico continuaron el idilio que mantiene Bruce Springsteen con la capital catalana desde 1981. Algunos recordamos todavía aquellas tres horas en el Palacio de Deportes de Montjuïc, que por novecientas pesetas –menos de seis euros actuales–, se dio con una entrega de una intensidad sólo comparable con la que todavía muestra a sus 73 años.
A los europeos Springsteen nos lleva toda la vida contando la otra cara del sueño americano. Nacido en una familia trabajadora en 1949 –su padre era conductor de camiones y su madre, secretaria–, al mudarse de Long Branch a Freehold, le llevaron a la escuela parroquial de Santa Rosa de Lima. Acaba la enseñanza secundaria en 1967, pero abandona la universidad en el primer semestre para dedicarse a la música. Había formado parte de grupos desde que tenía quince años, pero entonces empezó a recorrer el país con el último de ellos, Steel Mill.
El Jefe nunca dejó Nueva Jersey en su cabeza. Su primer disco toma el paseo marítimo de Asbury Park como símbolo. Lo que un día fue un próspero centro turístico, estaba en los años 70 en plena decadencia. El paro alcanza al 30% de la población y los enfrentamientos raciales entre bandas llevan a toda una serie de disturbios. Este es el trasfondo del álbum, para el que compone primero las letras y luego la música, con un piano de segunda mano en un salón de belleza abandonado. Sus textos poéticos están llenos de ira adolescente por una juventud perdida en la guerra del Vietnam y la violencia urbana. Una parece extensión de la otra, en la canción que se titula Perdidos en el Diluvio.
Bruce no pasó el examen físico para ir a Nam en 1969, pero perdió al batería de su grupo The Castiles. “Y los que regresaron, no volvieron a ser los mismos” –dice en una entrevista con Rolling Stone–. En Nueva York descubrirá que “es difícil ser un santo en la ciudad” –con el nombre de otro de sus temas–. En ella, “el diablo aparece como Jesús, entre el vapor de las calles” de la Gran Manzana. La seducción del dinero y el poder, sólo se puede conseguir sacrificando la honestidad y la integridad.
Un corazón hambriento
Desde Nacido para correr (Born To Run, 1975) –un álbum que él describe como “religioso, aunque divertido” –, sus canciones nos presentan la mediocridad de la vida rural de la América profunda, llena de sueños rotos. En ese cuadro gris hay, sin embargo, una pasión por trascender las circunstancias, que le hacen sentirse insatisfecho, rodeado de muerte, dolor y temor. Su huida en la oscuridad nace de la convicción interna de que hemos sido hechos para la gloria. Eso que Agustín también comprendió, cuando descubrió que “el hombre ha sido hecho por Dios, y su corazón está siempre inquieto, hasta encontrar descanso en Él”. Por eso “todos tenemos un corazón hambriento” –dice Springsteen–, “un hambre que no podemos resistir” (Hungry Heart).
En su disco del año 1978, Bruce habla sobre La oscuridad al borde de la ciudad (Darkness On The Edge of Town). Describe nuestro mundo como “tierras malas”, sobre las que escupe, como un lugar de exilio lejos del Paraíso. En Adán levantó un Caín nos da la razón. Hemos heredado los errores de nuestros antepasados: “En la Biblia Caín mató a Abel / y fue expulsado al este del Edén / Naces a esta vida pagando / por los pecados que otro hizo en el pasado”. No sabe cómo salir de ahí, y romper ese círculo de pecado. A veces parece cuestión de voluntad, otras, es como si uno tuviera un sueño, y lo que nos falta es fuerzas para seguirlo. Lo que está claro es que “tenemos que salir de este lugar / aunque sea la última cosa que hagamos / tenemos que salir de este lugar / porque, chica, tiene que haber una vida mejor para mí y para ti”. La fe de sus personajes contrasta con la realidad oscura de su corazón.
En busca de redención
‘El Boss’ es un hombre de familia. Su vida demuestra en ese sentido que no es esencial al espíritu del rock la permisividad o las drogas. Él trabaja con su mujer y viaja con sus hijos. En cierto modo sigue usando el lenguaje que tenía cuando era monaguillo en su parroquia católica de Nueva Jersey. Como su familia era de origen irlandés e italiano, fue a un colegio de monjas. No era particularmente religioso, pero asumió todo un vocabulario que sigue marcando muchas de sus canciones. Toda su obra de hecho es una búsqueda de redención. Por eso “he intentado leer la Biblia un tiempo”, cuenta Springsteen en una entrevista: “Es fascinante, tiene grandes historias”.
Hay veces, que el cantante incluso suspira por ser limpio, usando la imagen evangélica del río, como tanto un lugar de bautismo, o la frontera final que nos separa de la tierra prometida. Así en Corriendo por la calle dice: “Esta noche mi chica y yo / vamos a ir conduciendo hasta el mar / y lavarnos estos pecados de nuestras manos”. Hay una alienación que le hace sentirse extraño en esta tierra. Y es como si al reconocer esa esclavitud tuviera deseos de huir, pero como ocurre tantas veces desde el origen del rock, son el coche o la guitarra los que se convierten en medios de redención.
“Alguna gente ora –dice Springsteen–, otras personas hacen música”. Y para él, el rock ha cambiado su vida: “fue mi libertador”. Ese encuentro fue en cierto sentido su conversión. “Con nueve años no podía imaginar a nadie que no quisiera ser Elvis Presley”, cuenta en una entrevista en 1983. Hay una historia que repite a menudo en sus conciertos sobre una visita a un cura buscando ayuda para decidir si quería ser abogado o sacerdote. Así Dios le dio un nuevo mandamiento, el undécimo: “Es culpa de Moisés, se asustó después de diez, y bajó de la montaña”. Pero entonces: “¡Tenías que haberlo visto! Hubo un gran espectáculo, truenos, relámpagos, y sólo dijo... ¡sea el rock!”.
Los coches de sus canciones están también sacramentalizados. No son meros medios de transporte, sino medios de gracia. “Juro que he encontrado la llave del universo / en un motor de un viejo coche aparcado”, dice en Crecer, un tema de su disco del año 1973, Greetings from Asbury Park, New Jersey. No es ir en coche, es “tener fe en tu máquina” (Night). Ya no es recorrer las calles, sino “atravesar mansiones de gloria” (Born To Run). Teniendo un coche puedes escoger tu horizonte, canta en la Carretera del trueno: “El Cielo está esperando / bajando por ese camino / oh, oh, ven, toma mi mano / esta noche conduciremos a la tierra prometida”. Es el sueño escapista del personaje de la escritora católica sureña Flannery O´Connor en la novela Sangre sabia: “Cualquiera que tenga un buen coche no necesita justificación”.
¿Qué esperanza tenemos?
Es evidente que la música de Springsteen intenta elevar a la gente, recordarles su dignidad. Pero al final de todo, cuando le quitas su poderoso lenguaje, y bajas el volumen, no queda más que pensamiento positivo. Es “creer en ti mismo”. Dice: “Creo en la esperanza que me puede salvar / creo en la fe / y oro por que alguien me levante / de estas malas tierras” (Badlands). Pero fe, esperanza y oración, no es más que “un sueño”.
Hay, no obstante, momentos emocionantes, en canciones como la Mansión en el monte o La casa de mi padre en Nebraska (1982), donde suena como un auténtico hijo prodigo. Uno se conmueve al escucharle cantar como cae dormido en los brazos de su padre. Pero al despertar, se encuentra que ya no está. Nadie sabe dónde ha ido...
“La casa de mi padre brilla fuerte y luminosa / se levanta como un faro llamándome en la noche / me llama, y estoy tan frío y solo / ilumina esta carretera oscura, donde nuestros pecados quedan sin expiación alguna” (My Father′s House). ¿No hay reconciliación posible? Jesús nos dice que sí. Él se ha entregado por nosotros, abriéndonos el camino al Padre. En su casa hay lugar para todo aquel que confía en Él.
Hay un hogar eterno para todos aquellos que están en el camino, la verdad y la vida (Juan 14). Ningún sueño puede hacernos volver a nacer, pero sí el Espíritu de Dios (Jn. 3). ¡Mira la luz que se levanta sobre estas “malas tierras”! Nos anuncia la tierra prometida, una ciudad sobre un monte. Es la casa del Padre, allí podemos encontrar morada, al final de la noche.
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