C. S. Lewis y ‘El Planeta Narnia’

Sus libros de apologética han convencido a muchas personas de la verdad de la fe cristiana, pero su imaginativa prosa ha demostrado también un poder liberador, que nos hace esperar un mundo mejor.

15 DE NOVIEMBRE DE 2022 · 09:30

En los últimos años Lewis parece haber sido descubierto en círculos católicos españoles.,
En los últimos años Lewis parece haber sido descubierto en círculos católicos españoles.

Este año es el 75 aniversario de Las Crónicas de Narnia. Los cuentos que escribió el escritor británico C. S. Lewis (1898-1963) y Disney empezó a llevar al cine, contienen un mundo de fantasía que ha seducido a varias generaciones de lectores. La editorial de la Fundación Universitaria San Pablo (CEU) ha traducido ahora el libro de la Universidad de Oxford que publicó Michael Ward en 2008, El Planeta Narnia: Los siete cielos en la imaginación de C. S. Lewis (Madrid, 2022).

Según el filósofo español Julián Marías, Lewis es “uno de los autores más inteligentes que ha producido Inglaterra, con las virtudes del país y sin sus defectos”. El director neozelandés Andrew Adamson decía por eso, al presentar la primera película, que “en algunos países iba a necesitar un esfuerzo extra para que el público se familiarice con unos personajes y unas situaciones que en el mundo anglosajón son ya muy populares”. Ya que aunque en los últimos años Lewis parece haber sido descubierto en círculos católicos españoles –¡hasta el punto de considerarlo uno de los suyos!, aunque nunca dejó de ser anglicano– la verdad es que en España era casi un desconocido, aparte de las continuas referencias a su amistad con J. R. R. Tolkien –que le llevó a la fe cristiana, ¡aunque no le gustaba nada Narnia! –. 

Algunos conocían a Lewis por la tragedia de la muerte de su esposa, que cuenta la película Tierras de penumbra. Esta historia fue una obra de teatro luego hecha película para televisión por un director evangélico, Norman Stone, con Joss Ackland y Claire Bloom, que emitió en su día la segunda cadena de TVE. La versión más conocida es una hecha para el cine por Richard Attenborough, en que Lewis es interpretado por Anthony Hopkins y su esposa es Debra Winger. Nos presenta el drama del breve matrimonio de Lewis con una poetisa judía comunista norteamericana llamada Joy Davidman, que se convirtió al cristianismo cuando estaba casada con un alcoholizado guionista de Hollywood, autor de El callejón de las almas perdidas. El dolor por su muerte, víctima del cáncer, poco después de su boda, llevó a Lewis a escribir un extraño libro bajo seudónimo, que todavía reedita Anagrama: Una pena observada –traducido por Carmen Martín Gaite, cuando su hija moría también de cáncer–. 

C. S. Lewis y ‘El Planeta Narnia’

La editorial de la Fundación Universitaria San Pablo (CEU) ha traducido ahora el libro de la Universidad de Oxford que publicó Michael Ward en 2008.

El resto de la obra de Lewis está todavía bajo el legado de una sociedad, cuyo albacea era un ministro episcopal norteamericano que fue secretario de Lewis, pero luego se convirtió al catolicismo-romano. Walter Hooper es un personaje algo oscuro, que ha sido acusado de manipular la obra de Lewis por especialistas como Kathryn Lindskoog, que creía que él había escrito algunos de sus libros publicados póstumamente. Ella llegó a ser vetada por ello, impidiéndola seguir sus investigaciones, al prohibirla continuar consultando sus papeles, que están todavía bajo el férreo control de esta sociedad.

Lo cierto es que católicos-romanos, como Hooper, han pretendido incluso la canonización de Lewis por el Vaticano, argumentando cosas tan absurdas como que su matrimonio nunca había sido consumado e incluso comparando a Juan Pablo II con Aslan. Ya que su boda con una divorciada no solo rompió su relación con Tolkien, sino con toda la tradición anglo-católica, que rechaza el divorcio –más cercana a Lewis que la rama evangélica de la Iglesia Anglicana, con la que apenas tuvo contacto, aunque no se identificó formalmente con ninguna de ellas–.

Los derechos de Narnia en castellano han sido adquiridos por diversas editoriales a lo largo de los años, algunas de ellas americanas, pero las peores traducciones han sido evangélicas –como la que hizo Caribe en Miami, que era un auténtico atentado a nuestra lengua, acompañado de unos dibujos horrorosos–. Por lo que las mejores siguen siendo ediciones españolas como las de Alfaguara, que aunque cambió al principio las ilustraciones originales, las recuperó al final, como hace la versión de Destino, que se publica ahora en una lujosa edición encuadernada en tela y con pasta dura. 

La infancia perdida

Lewis recibía cientos de cartas cada semana. Una auténtica pesadilla para el cartero que hacía la ruta a su casa en las afueras de Oxford –que ha sido reconocida como patrimonio histórico y sirve de base a la fundación que lleva su nombre–, donde no había ningún profesor tan conocido como él. Desde que empezó a escribir libros para jóvenes en 1950, tenía mucha correspondencia, no solo con adultos, sino también con chicos, como el que le preguntó que le inspiraba a escribir historias como Narnia: “Realmente no lo sé”, dijo Lewis: “¿Sabe alguien exactamente de dónde viene una idea?”. La respuesta es probablemente que no, pero hay muchas situaciones en su vida que debieron influir en su literatura.

C. S. Lewis y ‘El Planeta Narnia’

Destino publica ahora en una lujosa edición encuadernada en tela y pasta dura, todas las Crónicas en un solo volumen.

El escritor había nacido en una familia acomodada de Belfast (Irlanda del Norte), en 1890. Su padre era procurador, y su madre matemática. Hijos de un ingeniero evangélico galés y un pastor protestante, respectivamente. Por lo que iban regularmente a la iglesia de su abuelo, donde Lewis fue bautizado de niño como Clive Staples, aunque él firmaba siempre con sus iniciales, C y S. Su familia y sus amigos le llamaban Jack, aunque sus padres se referían a él de pequeño como Babbins o Baby, hasta que decidió llamarse Jacksie. Tenía un hermano mayor, Warren, y una niñera irlandesa llamada Lizzie, que les contaba historias maravillosas sobre dioses y criaturas mitológicas. Tal vez Jack pensaba en ella, cuando años después escribió sus relatos sobre Narnia.     

Cuando tenía 7 años, la familia se muda a una nueva casa, que se conoce como La Pequeña Lea, aunque era tan grande, que estaba llena de habitaciones, escaleras y pasillos. La casa existe todavía en Belfast, pero no se puede visitar, ya que es una vivienda privada –¡aunque están hartos de gente llamando a la puerta, que quiere ver la casa! –. Para aquellos dos chicos, llenos de imaginación, aquello era “más una ciudad que una casa”. Su mundo transcurría en aquella casa durante largos días de lluvia. En una de aquellas habitaciones había un gran armario tallado en madera. Había sido construido por su abuelo, de roble macizo. Los niños solían esconderse en él, para escuchar a Jack contar historias de aventuras en la oscuridad. 

Este mueble ropero se encuentra ahora con otros papeles y objetos de Lewis, en la colección del Centro Marion Wade, que tiene la universidad evangélica de Wheaton College (Illinois, EE.UU.) ¡Aunque hay otra institución académica americana que dice también tener el verdadero! Probablemente ése sea el mueble que tenía cuando escribió el libro, mientras que el de Wheaton sea el que tenía de niño, pero luego lo trasladaron a Oxford –¡aunque tampoco he profundizado mucho en su mobiliario! –. Sus relatos venían de libros que llenaban la casa por todas partes. Los que más le gustaban eran de autores como Nesbit o Beatrix Potter. Es entonces cuando empieza a imaginar historias de “animales vestidos”. Así nace el mundo de Boxen, un universo que compartía con su hermano, incluso cuando estuvo separado de él en un internado en Inglaterra. 

Lewis odiaba el colegio, pero sobre todo no aguantaba estar separado de su madre, su “confiada Atlántida”, un gran continente insular de tranquilidad, que iba a sumergirse pronto bajo las olas del mar. Jack se entera a comienzos de 1908 que su madre estaba gravemente enferma. Al acabar el verano murió, cuando él tenía 9 años. Un sentimiento de orfandad embargó a Lewis el resto de su vida. Su recuerdo inspira la angustia de Digory en El sobrino del mago, buscando una curación milagrosa para su madre. Con esa confianza que tiene el niño en Aslan, Jack ruega por la sanidad de su madre. Ora incluso después de que su madre muriera, para que vuelva a la vida, pero su cadáver parece acabar con toda esperanza. Aquel féretro era como un armario cerrado. Lewis no podía entonces imaginar que por detrás había una puerta a un mundo maravilloso.

Al otro lado del armario

Cuando acaba el colegio, Lewis abandona la fe cristiana. Su visión del mundo se hace a partir de entonces totalmente materialista. En 1914 su padre le envía a estudiar con un tutor privado llamado Kirkpatrick. Su influencia está detrás de varios personajes de los libros de Narnia. Él le prepara para la Universidad de Oxford, donde emprende una brillante carrera que dura más de cuarenta años, ya que fue profesor hasta su muerte, en 1963. Solo deja sus estudios, durante la Primera Guerra Mundial, cuando pierde un amigo al que promete cuidar de su madre. Parece que tiene una relación íntima con ella, hasta que se convierte a la fe cristiana por medio de Tolkien.

C. S. Lewis y ‘El Planeta Narnia’

Tolkien llevó a Lewis a la fe cristiana, aunque no le gustaba nada Narnia.

Lewis tuvo tanta amistad con Tolkien, que fue el primero en leer sus historias sobre la Tierra Media. Los dos enseñaban filología y compartían una misma pasión por el primer poema épico que hubo en lengua inglesa, el Beowulf. Juntos tenían un grupo de amigos llamado los Inklings, que se reunía en varias tabernas de la ciudad. Tolkien se había convertido en católico-romano por influencia de su madre, que sufrió mucho a causa de su fe y murió también enferma. Pero Lewis seguía siendo todavía ateo, hasta que una noche de 1931 se convirtió en “el más reticente converso de toda Inglaterra”.

Lewis pensaba, como muchos hoy, que las similitudes del cristianismo con la mitología, lo hacía simplemente una historia más de ficción, que no podía ser realidad. Pero descubre con Tolkien que “el meollo del cristianismo es un mito que es también una realidad”. Porque “el antiguo mito del dios que muere, sin cesar de ser un mito, desciende del cielo de las leyendas y de la imaginación hasta la tierra de la historia”. Ya que “sucede en una fecha y lugar concretos”.  Para Lewis, como para Tolkien, todos los relatos apuntan hacia un momento en el mundo en que el “mito” se convirtió en realidad.  

¿Ficción o realidad?

El año 60 Lewis le escribe una carta a una niña llamada Patricia, que está ahora grabada detrás del armario que sirve de monumento a Lewis, delante de una biblioteca de Belfast, en Irlanda del Norte. Le dice: “No estoy haciendo exactamente una representación mediante símbolos de la verdadera historia del cristianismo, sino que más bien me digo: ‘supongamos que existiera un mundo como Narnia, que necesitara ser salvado y que el Hijo de Dios (o del ‘Gran Emperador allende los mares’) hubiera ido a redimirlo, igual que vino a redimirnos a nosotros’ ¿Cómo habría sucedido en aquel mundo?”

1. Con la creación de Narnia, el Hijo de Dios crea “un” mundo (que nos es concretamente el nuestro).

2. Jades, al coger la manzana, comete un acto de desobediencia, el mismo pecado que Adán. No obstante, este episodio no desempeña, en la vida de Jades, la misma función que realizó en la vida de Adán. Ella “ya” había pecado (y mucho) antes de comerse la manzana.

3. Con la Mesa de Piedra pretendía recordar una de las Tablas de la Ley de Moisés.

4. La Pasión y Resurrección de Aslan equivalen a la Pasión y Resurrección que, presumiblemente, habría tenido Jesucristo en “aquel” mundo. Son similares a las de este nuestro mundo, pero no son exactamente iguales.

C. S. Lewis y ‘El Planeta Narnia’

C. S. Lewis repetidamente negó que las historias de Narnia fueran alegorías.

5. Edmund, al igual que Judas, es un traidor y un soplón. Sin embargo, a diferencia de aquél, Edmund se arrepiente y es perdonado (como, sin ninguna duda, Judas habría sido perdonado si se hubiera arrepentido).

6. Efectivamente, en los “confines” del mundo de Narnia, Aslan empieza a mostrarse más parecido a Cristo, tal y como lo conocemos en “este” mundo. De ahí el “Cordero” y de ahí el almuerzo, como al final del Evangelio de San Juan. ¿No dice Él: “Se os ha permitido conocerme en ‘este’ mundo (Narnia) para que podáis conocerme mejor cuando regreséis al vuestro?”

7. Y, naturalmente, el mono y el acertijo, justo antes del Juicio Final (en La última batalla), representan la llegada del anticristo antes del fin de nuestro mundo.”

¿Alegoría o suposición?

C. S. Lewis repetidamente negó que las historias de Narnia fueran alegorías. ¿Cómo se entiende entonces lo que escribe a esa niña? Para poder entender lo que Lewis quería decir, tenemos que comprender el origen de estos relatos: “Algunas personas parecen pensar que yo empecé preguntándome cómo podría decir algo sobre el cristianismo a los niños; entonces me fijé en el cuento de hadas como un instrumento… hice una lista de verdades básicas cristianas y forjé alegorías para encarnarlas. Esto es pura alucinación. Yo no podría escribir en modo alguno de esa manera. Todo comenzó con imágenes... Al principio no había nada cristiano sobre ella; este elemento se introdujo por si mismo…”

En otra carta escrita a una clase de escolares americanos, compara los libros de Narnia con el clásico puritano de Bunyan, El Progreso del Peregrino: “Estáis equivocados cuando pensáis que todo en los libros representa algo de este mundo. Las cosas son así en El Progreso del Peregrino, pero yo no escribo de esa manera. Yo no me digo: ‘Vamos a representar a Jesús como realmente es en nuestro mundo, por un León en Narnia’. Yo digo: ‘Supongamos que hubiera una tierra como Narnia y el Hijo de Dios que se hizo hombre en nuestro mundo, se convirtiera en León allí, imaginemos entonces qué ocurriría’. Si pensáis sobre ello, veréis que es algo muy diferente.”

Esta suposición se resiste a llamarla alegoría pero, como dice el profesor de literatura inglesa Ryken, lo que Lewis quiere decir es que él “no pretendía que todo en las historias de Narnia representara una realidad correspondiente en nuestro mundo o (por extensión) en la experiencia o la teología cristiana”. Lo que no excluye la posibilidad de que, como dice en su carta a esa niña, algunas cosas sí que correspondan a esas realidades. Porque, ¿qué es lo que él entiende como alegoría? “Por alegoría me refiero a una composición (sea pictórica o literaria) en la que realidades inmateriales son representadas por objetos físicos… Como si Aslan representara la Deidad inmaterial de la misma manera que el Gigante Desesperación representa –en El Progreso del Peregrino de Bunyan– la Desesperación, como figura alegórica”.

C. S. Lewis y ‘El Planeta Narnia’

Para Lewis, como para Tolkien, todos los relatos apuntan hacia un momento en el mundo real en que el mito se convirtió en realidad.

En otra carta dice: “Mi punto de vista sería que un buen mito (por ejemplo, una historia cuyos diferentes significados variarán con distintos lectores en diferentes épocas) es algo superior a una alegoría (a la que se ha puesto un significado). En una alegoría un hombre puede introducir lo que conoce: en un mito pone lo que no sabe y no podría saber de otra manera.” Las historias de Narnia serían en ese sentido como las parábolas de Jesús, donde no todos los detalles tienen otro significado, más allá de la historia misma. Algunos elementos de sus relatos apuntan a una verdad más profunda, que él descubrió en los Evangelios. Éstos no son solo un relato verdaderamente histórico, si no que contienen una “magia más profunda” que las historias que él había amado desde niño. 

Tras su conversión, Lewis se convierte en uno de los pocos comunicadores cristianos capaces de escribir relatos de ficción, llenos de imágenes trascendentes de Dios, nuestra humanidad y la realidad transfigurada por la luz del Cielo. Sus libros de apologética han convencido a muchas personas de la verdad de la fe cristiana, pero su imaginativa prosa ha demostrado también un poder liberador, que nos hace esperar un mundo mejor…

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