La pendiente de la pirámide permite comprobar el estado de salud de la población que se estudia. Si la base es ancha y se va estrechando progresivamente hacia la cúpula, se estaría ante una población joven con suficientes elementos humanos para poder realizar la necesaria sustitución generacional en el futuro. Mientras que si, por el contrario, la pirámide presenta una base estrecha que se va ensanchando a medida que aumenta la edad de las personas, se trataría de una población envejecida que carecería del relevo juvenil suficiente. De manera general, las pirámides de población correspondientes a los países en desarrollo suelen presentar una base ancha muy diferente a la que poseen las naciones desarrolladas, con un fundamento estrecho debido a la disminución del número de nacimientos.
Si en las naciones no industrializadas el problema demográfico viene planteado por la superpoblación, en el mundo occidental las pirámides de edad revelan una profunda crisis de fecundidad. La mayoría de los matrimonios limitan el número de hijos como consecuencia de múltiples factores. Posiblemente la mejora del nivel económico ha elevado también los niveles de las aspiraciones personales y familiares. Esto hace que los niños se vean como inconvenientes que impiden o limitan la posibilidad de satisfacción de tantos deseos como fomenta la sociedad de consumo.
En un mundo que valora preferentemente la libertad y la autorrealización individual, los hijos pueden suponer una disminución de independencia, una renuncia temporal a determinada manera de vivir o, sobre todo en el caso de la mujer, una pérdida de la continuidad profesional con las inevitables repercusiones económicas o, incluso, anímicas. Es indudable que asumir la paternidad o maternidad implica aceptar una gran responsabilidad hacia el nuevo ser que viene al mundo. Estar dispuesto a cuidarlo, mantenerlo y educarlo hasta que se convierta en un adulto independiente. Si a esto se añade el futuro incierto, el crecimiento del paro juvenil, las dificultades para encontrar vivienda y emanciparse del hogar paterno, así como el sentimiento de superpoblación en algunas naciones, la sensibilidad medioambiental, el miedo a los conflictos armados e incluso el incremento del materialismo, resulta que se genera una tendencia colectiva reductora de la natalidad.
Ciertos demógrafos han señalado las sobrecogedoras consecuencias que la disminución de la natalidad puede tener para el mundo desarrollado. Actualmente existe en Occidente un déficit del orden de 80 millones de niños, mientras que la edad promedio de la población en el mundo industrial supera los 50 años. Si hoy la Seguridad Social tiene ya serios problemas de financiación ¿cómo se las arreglará cuando la población mayor de 65 años sea el doble que en la actualidad? ¿Tendrá el Estado que aumentar las cotizaciones de los trabajadores? ¿Se verá obligado a recortar las prestaciones? ¿Se eliminará la edad obligatoria de jubilación para continuar cotizando el máximo tiempo posible, como sugieren ya los gobiernos europeos? ¿Será capaz la minoría joven de pagar los subsidios de tantos mayores?
Es muy posible que la industria occidental continúe funcionando con mano de obra venida de otros países en desarrollo. Si en Europa y Norteamérica sigue disminuyendo la población juvenil en edad laboral, probablemente este vacío se llenará con ayuda humana procedente de países subdesarrollados. ¿Cómo reaccionarán los autóctonos ante semejante inmigración de personas con culturas, religiones y costumbres diferentes? Si los actuales comportamientos reproductivos se mantienen, en el año 2080 la población europea habrá envejecido y contará sólo con 150 millones de habitantes. Frente a ella se hallarán sus inmediatos vecinos: 245 millones de magrebíes y 120 millones de turcos con gran mayoría de jóvenes. ¿Es deseable tal situación? ¿Sería conveniente cambiar los comportamientos con el fin de evitar que tales perspectivas lleguen a ser reales?
¿Qué se puede hacer para solucionar el actual desequilibrio demográfico mundial? Si en la mayoría de los países en desarrollo, el control de la natalidad mediante métodos anticonceptivos adecuados parece una medida aceptable contra la superpoblación, en el mundo industrializado conviene por el contrario fomentar la natalidad. Para conseguir este segundo objetivo se han propuesto algunas medidas de orden económico con el fin de compensar a las familias que decidieran tener más hijos. Se deberían solucionar los problemas profesionales y financieros de aquellas mujeres que quisieran ser madres. No se trata de que el Estado imponga a las familias el número de hijos que deben tener, sino que haga lo posible por facilitar las cosas a quienes desean constituir familias numerosas. Es verdad que todo esto requeriría mucho dinero. Pero no es menos cierto que si no se toman serias medidas, el desequilibrio demográfico puede acabar con la existencia del ser humano.
Un claro ejemplo de lo que convendría evitar a toda costa en los países superpoblados, lo proporciona la historia reciente de China. Una cosa es informar acerca de los métodos contraceptivos y facilitárselos a la población para que los utilice correctamente y otra, bien distinta, sancionar mediante reducciones del sueldo a aquellas parejas que tengan más de dos hijos u obsequiar con unas vacaciones pagadas a quienes se someten al aborto o la esterilización. A partir de 1970, Mao y sus sucesores procuraron, por medio de tales tácticas, poner en práctica una política antinatalista. Se limitaron a reducir la población a través de la consigna de contraer matrimonio después de los 25 años de edad y tener un solo hijo. ¿Cuáles han sido las consecuencias de este intervencionismo demográfico? Algunos expertos anuncian ya que durante el siglo XXI China se convertirá en el país pobre con más ancianos del mundo. En la inmensa república asiática la población envejece mucho más rápidamente que en cualquier otro país de la Tierra, debido en parte a la política de un único hijo.
También conviene tener presente las posibles disminuciones de la población a causa de las enfermedades mortales que, a pesar de los notables avances médicos, todavía subsisten. En este sentido, la ONU ha previsto que en el año 2050 el número de habitantes del planeta será de 8.900 millones. Es decir, 400 millones menos de los estimados inicialmente. El motivo de tal error de cálculo ha sido la propagación del SIDA. Durante el año 1997 el SIDA mató a 2,3 millones de personas, entre adultos y niños, mientras que 30 millones más fueron infectados por el virus. Al parecer, el 10% de la población de algunos países africanos, como Botswana, Kenia, Malawi, Mozambique o Namibia, está infectada. Otro informe de la ONU de 1998 afirma que la tasa de fecundidad decae en todas las regiones del mundo, incluso en Africa, con una natalidad media de 2,7 nacimientos por mujer, frente a los 5 nacimientos que se daban en los años cincuenta. Y a la vez el número de octogenarios, nonagenarios y centenarios crece rápidamente.
De cualquier manera, todo parece indicar que el crecimiento de la población mundial irá haciéndose cada vez más lento, ya que muchos de los países actualmente en desarrollo no pueden sustentar al creciente número de sus habitantes. Este proceso puede verse activado por el desarrollo económico-tecnológico o la planificación familiar, pero también por las enfermedades, el hambre o las guerras que suelen ser consecuencia del fracaso de las economías nacionales.
La próxima semana: Biblia y política demográfica