Congreso de Edimburgo e intrusos latinoamericanos

Los expertos a menudo se equivocan. Sus análisis les llevan a tomar decisiones que la realidad se ocupa en hacer añicos. Hace cien años representantes de iglesias y organismos misioneros preponderantemente europeos y norteamericanos concluyeron que América Latina (y España) no eran territorios donde el protestantismo debiera realizar actividades con el fin de asentarse en los países considerados partes integrantes del catolicismo romano.

05 DE JUNIO DE 2010 · 22:00

,
En 1910, en Edimburgo, Escocia, se realizó la Conferencia Misionera Mundial. El punto de la reunión era discutir acerca de la evangelización del mundo. Asistieron aproximadamente 1,200 delegados, representando una amplia variedad de iglesias y organizaciones cristianas (excepto la Católica romana). Participaron en la Conferencia alrededor de 160 directivas de agencias misioneras, entre ellas cuarenta y seis británicas, sesenta estadunidenses, doce de Australia, Asia y África del Sur (Cross y Livingstone, 1997:530; Alberto Rembao, 1939:20). De los 1215 delegados oficiales, 509 eran británicos, 491 norteamericanos, 169 de Europa continental, 27 de las colonias blancas de Sudáfrica y Australasia, 19 del mundo no occidental, 18 de ellos de Asia. No “hubo ahí representante alguno de la importante presencia misionera norteamericana en América Latina” (Brian Stanley, 2009:13), mucho menos un latinoamericano de nacimiento. Las iglesias protestantes europeas, las más grandes y establecidas como confesiones oficiales, vetaron al Continente latinoamericano como lugar para hacer obra misionera.(1) Argumentaban que estas tierras ya habían sido cristianizadas por la Iglesia católica romana, y que los esfuerzos propagadores debían enfocarse hacia África, Asia y Oceanía (Deiros, 1992:663). Tomás Gutiérrez comenta que
…este dictamen no agradó a las sociedades misioneras que ya tenían un trabajo arduo y complejo en América Latina(2) esto propició que algunos delegados se reunieran aparte para convocar un congreso en América Latina. Robert Speer, secretario de la Junta de Misiones en el Extranjero de la Iglesia Presbiteriana en Estados Unidos (1891-1937) y asistente al Congreso de Edimburgo, fundó en 1913, el Comité de Cooperación para América Latina (CCLA)(3) que llegó a ser la entidad patrocinadora de los congresos evangélicos hasta 1961 (1995:36).
En la decisión que adopta la mayoría en Edimburgo, de acuerdo con Alberto Rembao (1895-1962), uno de los principales intelectuales de las primeras generaciones de evangélicos en el Continente, prevalece la óptica de la “derecha anglicana” en el sentido de respetar territorio que es “propiedad” de otra confesión:
Se trata de una historia que se remonta a las guerras de religión de 1618-1648 y a los resultados eclesiásticos de la paz de Westfalia. De Westfalia en adelante, las iglesias evangélicas de Europa, por un lado, y la Iglesia católicorromana por el otro, adoptaron una especie de modus vivendi tácito: un común acuerdo de respetarse mutuamente en sus respectivas jurisdicciones. Interpretando, se puede decir que el cristianismo evangélico europeo le reconoció a la Iglesia de Roma cierto territorio espiritual, y viceversa. Se trataba de forma desarrollada del famoso principio de cuius regio eius religio… Empero, la controversia de Edimburgo, que fuera en principio de corte netamente europeo, extendió sus consecuencias a través del Atlántico y vino a tener repercusiones latinoamericanas, por cuanto el punto de vista de la derecha anglicana –lógico en tierras de Europa a la luz de Westfalia- prevaleció en Edimburgo hasta el grado de declararse, por parte de los europeos, que las tierras de la América Latina no eran tierras a evangelizar, porque eran cristianas, por el hecho de ser católicorromanas. Huelga decir que el malentendido procedía de la falsedad de una premisa: la de que dichas tierras eran católicorromanas, que no lo son ni aún hoy día (Rembao, 1939:27-29).
En las consideraciones de los que manifestaron su desacuerdo con el resolutivo de Edimburgo, estaba la convicción de que América Latina necesitaba seguir recibiendo el mensaje evangélico que ya se había hecho presente desde varias décadas atrás en distintos países hispanoparlantes. En la difusión de ese mensaje las agencias misioneras llevaban invertido un considerable monto de recursos económicos, capacitado y enviado personas que habían obtenido resultados modestos pero prometedores. Para cuando se estaba realizando el Congreso de Edimburgo ya existían, en México, 700 templos protestantes. La población evangélica, entre miembros y adherentes, rondaba los 70 mil. La primera gran tarea de los disidentes de Edimburgo que constituyeron el Comité de Cooperación para América Latina, fue convocar a una reunión con las juntas misioneras que estaban desarrollando actividades en México y otros países. El cónclave se llevó al cabo en Cincinnati, Ohio, (30 de junio-1º de julio de 1914), y surgió el Plan que lleva el nombre de la ciudad norteamericana donde se efectuaron las deliberaciones. Las conclusiones pueden resumirse de la siguiente manera: 1) Dividir el territorio mexicano entre las distintas misiones, para evitar la duplicación de esfuerzos y lograr la más pronta evangelización del país. 2) Consolidar las escuelas normales auspiciadas por las misiones y establecer una escuela primaria en cada congregación. 3) Establecer un seminario teológico unido. 4) Establecer una casa de publicaciones y un periódico. 5) Sugerir que el nombre oficial de las iglesias protestantes fuera “Iglesia Evangélica de México”, con el agregado de la denominación entre paréntesis (Huegel, 1995:90). Para el caso mexicano poco después de la consumación de la Independencia, septiembre de 1821, pequeñas fuerzas intelectuales y sociales internas inician el debate sobre la posibilidad de que en el país tuvieran cabida los creyentes protestantes y sus organismos. En el libro de nuestra autoría que está en proceso editorial (James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830), nos ocupamos de documentar el ambiente político y socio cultural favorable a los esfuerzos del colportor enviado al país por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Es cierto que Thomson debió enfrentar al autoritarismo clerical católico que obstaculizó por todos los medios a su alcance la distribución de la Biblia. Pero también es verdad que el personaje fue protegido por quienes se oponían a que México siguiese monopolizado religiosamente por el catolicismo romano. En la nación azteca durante el segundo tercio del siglo XIX se fueron incubando condiciones crecientemente favorables para el desarrollo de confesiones distintas al catolicismo. Para cuando llegan al país misioneros extranjeros enviados por diversas denominaciones protestantes, de forma notable a partir de 1872, en algunas regiones del país ya existían congregaciones evangélicas lideradas por nacionales. Éstas sirven de facilitadoras para los recién llegados, quienes, para su sorpresa, no encuentran un desierto sino terrenos previamente fertilizados por creyentes nacionales que con sus pocos recursos habían realizado tareas de evangelización, discipulado y establecimiento de lugares de culto. Todo esto casi cinco décadas antes de que en el Congreso de Edimburgo tomaran la decisión de que América Latina debía quedar fuera del trabajo misionero protestante. Una forma de ver el arraigo del protestantismo en los países latinoamericanos es hacer el recuento de quienes estuvieron dispuestos a resistir los hostigamientos y persecuciones a causa de su nueva fe. No se ha prestado suficiente atención a los perseguidos y asesinados nacionales víctimas de la intolerancia, mientras, por otro lado, se ha sobre dimensionado el trabajo de los misioneros extranjeros a grados que lo realizado por sencillos creyentes nacionales queda invisibilizado. En relación con lo anterior los datos duros que aporta Hans-Jürgen Prien esclarecen que “a pesar de las mencionadas emociones antiprotestantes y de las ocasionales provocaciones protestantes, en las que a menudo resulta difícil decir si ya no eran –ellas mismas– reacciones a hostilidades antecedentes por parte católica, no por ello se llega a explicar satisfactoriamente (mucho menos a justificar) el volumen, sin par en la América Latina del siglo XIX, de actos de violencia contra los protestantes que se cometieron en México. El número de los mártires protestantes se eleva a 59, entre los que vale la pena advertir sólo un extranjero. Se trata, pues, de protestantes mexicanos, victimados por católicos mexicanos. En efecto, el peso fuerte de la labor misionera evangélica descansaba desde fechas tempranas sobre los hombros de los mexicanos, de manera que en 1892, del total de 689 colaboradores que trabajaban en México, 512 eran mexicanos” (pp. 774-775). Frente al caudal de persecuciones padecidas en el siglo XIX cabe conceptualizar a éstas como ejemplos de costosos esfuerzos por enraizar en el país una creencia, la evangélica, conscientemente adoptada. En el tópico la observación de Carlos Monsiváis es certera: “al protestantismo mexicano lo nacionaliza, si el verbo tiene algún sentido en materia religiosa, el número de víctimas o, desde otra perspectiva, de mártires. La historia de las persecuciones es atroz. Y es impresionante el número de templos quemados o lapidados, así como el número de comunidades hostigadas en grados que incluyeron con frecuencia el linchamiento, el número de pastores y feligreses asesinados o abandonados muy mal heridos” (pp. 22-23). Parece que casi es un destino de los latinoamericanos entrar por la parte de atrás de la historia. De forma silenciosa, con graves costos para su integridad, marginados por el main stream en turno, sin el respaldo de quienes tienen poder de decisión en el mapa político, económico, cultural y religioso; se hacen presentes donde no les invitaron. Son intrusos mal vistos por los dueños del festejo. Así sucedió en 1910, entre tanto los planificadores de la misión protestante mundial acordaban mirar hacia otros lados, e ignoraron que la implantación del protestantismo era ya una realidad en curso en América Latina, en el Continente colonizado por España y Portugal los creyentes evangélicos construían cotidianamente sus comunidades de fe. Desde antes de Edimburgo, y sobre todo después, la articulación entre evangélicos nacionales y misioneros extranjeros le fue dando un rostro particular al protestantismo latinoamericano. Es una simplificación extrema presentar la intrincada historia de la expansión de la fe evangélica en nuestras tierras como resultado de los trabajos realizados por misioneros extranjeros. Más bien es fruto del compromiso de los creyentes nacionales (cuya memoria debe ser rescatada), quienes, junto con misioneros extranjeros que desoyeron la decisión del Congreso de Edimburgo, se dieron a la tarea de continuar sembrando una semilla que los expertos de hace cien años dijeron no debía implantarse en las exóticas tierras latinoamericanas. BIBLIOGRAFÍA Cross, F. L. y E. A. Livingstone (coords.), The Oxford Dictionary of The Christian Church, Oxford University Press, New York, 1997 (Third Edition). Bastian, Jean-Pierre, Los disidentes: sociedades protestantes y Revolución en México, 1872-1911, FCE-El Colegio de México, México, 1989. Deiros, Pablo Alberto, Historia del cristianismo en América Latina, Fraternidad Teológica Latinoamericana, Buenos Aires, 1992. Gairdner, W. H. T., Echoes From Edinburgh, 1910. An Account and Interpretation of the World Missionary Conference, Layman´s Missionary Movement, New York, 1910. Gutiérrez, Tomás, “De Panamá a Quito: los congresos evangélicos en América Latina. Iglesia, misión e identidad (1916-1992)”, Boletín Teológico, Fraternidad Teológica Latinoamericana, julio-diciembre de 1995, núm. 59-60, pp. 34-64. Huegel, Juan E., Apóstol de la cruz. La vida y labor misionera de Federico E. Huegel, El Faro-CUPSA-Kyrios-Ediciones Transformación, México, 1995. Mondragón González, Carlos, “Protestantismo, panamericanismo e identidad nacional, 1920-1950”, en Roberto Blancarte (compilador), Cultura e identidad nacional, FCE-CONACULTA, México, 1994, pp. 305-304. Monsiváis, Carlos y Martínez García, Carlos, Protestantismo, diversidad y tolerancia, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, México, 2002. Prien, Hans-Jürgen, La historia del cristianismo en América Latina, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1985. Rembao, Alberto, Mensaje, movimiento y masa, Librería La Aurora, Buenos Aires, 1939. Stanley, Brian, The World Missionary Conference, Edinburgh 1910, Wm. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids/Cambridge, 2009.
1) Los reportes preparatorios de la Conferencia Mundial de Edimburgo constan de nueve volúmenes. Para un resumen e interpretación de lo discutido en la reunión consultar Gairdner, 1910. 2) Para el caso de México, Bastian refiere que “Entre 1872 y 1911, diecisiete sociedades misioneras estadounidenses dieron inicio a sus actividades en México… Las cinco más importantes fueron la Junta Americana de los Comisionados para las Misiones Extranjeras, de la Iglesia Congregacional, y la Sociedad Misionera de la Iglesia Presbiteriana del Norte (de Estados Unidos), que ingresaron en 1872; la Sociedad Misionera de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur (de Estados Unidos) y la Sociedad Misionera de la Iglesia Metodista Episcopal del Norte (de Estados Unidos), que iniciaron sus labores en México en 1873, y, finalmente, la Sociedad Misionera de la Iglesia Presbiteriana (de Estados Unidos), que se estableció en México en 1874” (1989:12-13). 3) Para conocer las vertientes religiosas y culturales del CCAL, sus actividades y personajes que lo encabezaron, ver Mondragón (1994:305-342).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Congreso de Edimburgo e intrusos latinoamericanos