¿Cuáles fueron las
primeras herejías en la Hispania romana?
A finales del siglo III las cosas estaban cambiando en el Imperio. La decadencia económica, los gravosos impuestos y la presión de los pueblos bárbaros habían producido el fenómeno de la ruralización de la sociedad.
La sucesión continua de emperadores y el caos de la administración no ayudaba a paliar la situación. A mediados del siglo Decio había intentado unir de nuevo al Imperio y para ello había utilizado a los cristianos como chivo expiatorio. La persecución pondría a prueba la fuerza del Cristianismo en Hispania.
Dos obispos muy importantes, Basílides de Astorga y Marcial de Mérida, cuyas diócesis se encontraban entre las más cristianizadas de la Península Ibérica, intentaron esquivar la muerte sometiéndose a las nuevas leyes del imperio.
Al parecer pidieron a las autoridades civiles el
libelo (1), de esta manera se salvaban de la persecución pero sucumbían ante las exigencias romanas de practicar la idolatría.
La división en las filas cristianas no se hizo esperar, pero también supuso una especie de selección natural, en la que lo más fuertes permanecieron dentro del seno de la Iglesia, mientras que el resto se separó de ella.
Se llamó a los apóstatas
libeláticos. Dos de los más conocidos fueron los obispos anteriormente mencionados, pero estos no se limitaron a comprar su libertad y simular el culto a los dioses. Basílides hizo culto público pagano, enterró a sus hijos en cementerios situados en lugares profanos y renegó de la fe. Marcial blasfemó de Cristo e hizo actos similares. La iglesia sustituyó a estos hombres por dos nuevos obispos.
Tras la persecución muchos quisieron volver a la fe cristiana y San Cipriano de Cartago ordenó rebautizar a todos los apóstatas. Los dos obispos renegados intentaron recuperar su sedes, pero el obispo de Roma ordenó que Felix y Sabino conservaran su dignidad episcopal.
En el año 276, bajo el consulado de Aureliano y Tito Antonio Marcelino, en la zona de la actual Sevilla, se había extendido una
herejía en contra de la encarnación de Jesús. Al parecer el origen del conflicto había surgido cuando una
falsa decreta (2) del papa Eutiquiano, supuestamente dirigida al obispo Juan, en la que defendía la idea de la no encarnación de Jesucristo. Las iglesias de la Bética desecharon el falso documento y condenaron la enseñanza.
A principios del siglo IV, tras superar las persecuciones, la fortaleza de la Iglesia en España era evidente. El Concilio Iliberatiano, el primero celebrado en Hispania y del que hablaremos próximamente, era la muestra de esa vitalidad y fuerza.
(1) Era un documento de fidelidad al emperador que atestiguaba que el poseedor había realizado las ofrendas oportunas a los dioses.
(2) La decretal es una carta mediante la cual el papa , en respuesta a una petición, dicta una regla ya sea en materia de disciplina o canónica.