Bosé y Séptimo de Caballería

Miguel Bosé es uno de esos personajes ambiguos en la cultura hispana. De entrada, alguien que se considere algo alternativo nunca admitirá que algunos de sus temas han calado en su interior, ya que Bosé es un personaje popular.

26 DE MARZO DE 2010 · 23:00

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Sí, pero (siempre aparece un pero) tampoco forma parte de ese star system tan castizo y dado al petardeo o la ostentación en la prensa rosa, por lo que cualquier persona habituada a seguir la vida de Bisbal, de la saga Iglesias, de Massiel, de Pantojas, Jurados y demás tonadilleras, tampoco se sentirá muy a gusto con un personaje que siempre ha huido del papel couché. Es decir, ¿puedo decir públicamente que algunas canciones de Bosé me gustan? ¿puedo tener la osadía de confesar que algunos de sus cambios de imagen, rozando el plagio / homenaje a David Bowie, me parecen mucho más interesantes que la discografía completa de Ana Belén? Evidentemente, reniego (por el hecho de ser un chico) de su primera etapa, a finales de los 70, encarada a alimentar el fenómeno fan junto a engendros como los Pecos (¡esas voces, que parecían los Bee Gees con sobredosis de helio!), pero la reconversión posterior tuvo su qué, culminada hace unos años con un álbum, Velvetina, que flirteaba con la música electrónica y el trip hop con dignidad. Uno de los capítulos que mejor supo enfocar Bosé fue el de recuperar, a finales de los años 90 (entre 1997 y 1999), un estilo de programa de televisión musical heredero de los grandes espacios que sembraron nuestra televisión pública de música popular durante los 80 (ver el artículo de la semana pasada: De Aplauso a Rockopop). Así, el hijo del torero y la actriz (algo que no jugaba a su favor para huir de la voraz prensa rosa) se plantó en nuestros hogares con Séptimo de caballería, basado en un cierto intimismo, en entrevistas cercanas, en un tratamiento de la música más que correcto y, lo mejor, en las actuaciones en directo, algunas de las cuales eran (y hoy siguen siendo) impensables en cualquier televisión española. En mi mente tengo algunos flashes imborrables de ese programa, como las actuaciones de una comedida y oscura (pero brillante) Madonna y la de unos pletóricos R.E.M., o una entrevista que Bosé hizo a Mick Jagger en París (la única que ese año concedió a un medio español), aunque por el programa desfiló un elenco que ríete de los especiales del estilo Múrcia qué hermosa eres (nada en contra de Múrcia, pero sí de esos bodrios televisivos). Revisando imágenes de Séptimo de Caballería (rebautizado al cabo de un tiempo por El séptimo) en la web de RTVE (todo un hallazgo) he recuperado algunas de esas entrevistas, algunos de esos oasis en una época en que las privadas ya campaban a sus anchas (y no precisamente esparciendo calidad, sino algo peor y más maloliente). No todas las participaciones en ese espacio (con una vocación muy “ecléctica”) eran de mi gusto (que para eso es mío) con nombres como Sergio Dalma, Ana Belén o Rosario Mohedano (hoy carne fresca para la prensa rosa), pero fue todo un lujo ver en directo a gente desde Madonna (que enlazó, pletórica, dos temas de su buen Ray of light) hasta R.E.M. (con su gran hit Losing my religión, pero también con dos perlas intimistas, crudas y preciosas como Daysleeper y At my most beautiful, pura piel de gallina) y Jennifer Paige (¡ese Crush!), pasando por Alanis Morissette, Mikel Erentxun (con el Don’t let me down de los Beatles, hasta encontré bueno a Carlos Goñi de los Revolver, que hizo dúo con el fundador de Duncan Dhu), Álvaro Urquijo o Manolo García, entre un largo etcétera de esos que acabarían pareciendo un listín telefónico. En el tema de las entrevistas, recuerdo haber leído varias críticas hacia un Bosé al que acusaban de cierto peloteo y hasta de mantener conversaciones demasiado triviales. Lo del peloteo, pase (al fin y al cabo, había un cierto gremialismo en el tema), pero lo que es trivial es ver, hoy día, como los supuestos programas musicales (sí, vuelvo a Operación Triunfo, espacio, que, curiosamente, lanzó a la fama la misma RTVE antes de caer en las garras privadas) acaban siendo una retahíla de tópicos sobre lo de sacar lo mejor de uno mismo, tú puedes mejorar esa coreografía con doble voltereta final, los nervios, los lloros, los grupos de amigos que sacan una sábana con tu nombre en la plaza del pueblo, las broncas y ese interminable listado de ñoñerías. Si se trata de eso, me quedo con la “trivialidad” del Bosé que habló con Bunbury sobre su abuelo rojo y bailarín de tangos. O con La Unión sobre el momento en que un grupo deja de ser el moderno del patio para ser un clásico. O con Erentxun sobre su pánico confeso a enfrentarse a las letras de las canciones. O con Madonna sobre el adiós, la fe, la maternidad, el arte cubista, el juicio público o el amor. O con Jagger sobre Stevie Wonder y el jazz clásico. O con Manolo García sobre la necesidad de tomarse unas vacaciones de sí mismo, un consejo que debería seguir más de un programador televisivo. Mientras, nos conformaremos con el oasis Sputnik y Radio 3 y seguiremos intentado, en La 2 claro, matar al pianista.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Intermedios TV - Bosé y Séptimo de Caballería