La carretera de la muerte (3)

Valle de la Luna
a 10 km. de La Paz, Bolivia
12 de noviembre

Llegado el momento de regresar de la muerte, echamos vistazos contemplativos a las grietas purulentas de ramas e hinojo que se abren al adentrarnos en el valle de la Luna."/>

El valle de la Luna

La carretera de la muerte (3)

Valle de la Luna
a 10 km. de La Paz, Bolivia
12 de noviembre

Llegado el momento de regresar de la muerte, echamos vistazos contemplativos a las grietas purulentas de ramas e hinojo que se abren al adentrarnos en el valle de la Luna.

02 DE MAYO DE 2009 · 22:00

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Los hombres junto al abismo extraviamos la mirada por la superficie de esas rocas dispuestas de un modo que el ser humano jamás podría haber diseñado. La montaña que vemos está hecha de arcilla, con lo que viento y siglos han ido limando bordes y fisuras, chimeneas, órganos de tubo, esqueletos de dinosaurio tumbados al sol, esculturas contemporáneas y jardín de clavos perfilados. Bajamos de la furgoneta y estiramos las piernas. Nos adentramos en el planeta de los simios, en silencio reverencial. En ciertas zonas se han dispuesto barandillas y pasarelas para los turistas. Pido un deseo que se cumple. Dejamos atrás las barandillas y descendemos por unas escaleras naturales hasta lo que parece un campo de piedras altas, cónicas, las cuales, por efecto de la luz, despiden sombras alargadas como agujas, dando al campo una sensación de un peligro que en realidad no está. Rodeamos promontorios y una roca gigante con fosas nasales en las que podríamos caber cualquiera de nosotros. No tiene nada de laberíntico, sin embargo, no dejo de mirar atrás y buscar referencias con formas de animales o instrumentos musicales en las peñas, con ese temor, esa conmoción que precede a todo lo grande, todo lo sublime, todo lo eterno, pero caminando por un lugar que nos recuerda que esto no es el paraíso, a pesar de la belleza invasora. He pasado la noche con mi mente jugando con palabras que por la mañana transitan, adultas y orgullosas, por sí solas, en el camino del olvido. Muchas tienen que ver con este valle. De hecho, para que sean algo un día, también habrá que dejar al tiempo hacer su trabajo. Porque hoy significan poco, a pesar de su sonido, a veces furioso.
 
Ulrich me mira y ve esa expresión que debe ser una mezcla entre asombro y recelo ante lo desconocido, junto a esa incredulidad artificial, esa capacidad que uno desarrolla de ir describiendo y asimilando mentalmente, de un modo exagerado y consciente, lo que tiene delante, aunque ya lo esté viendo y no tenga más que abandonarse a ello. El instinto de asignar a las rocas formas de animales e instrumentos musicales, creando referencias para no perderse, un miedo que esta tarde no sucederá, pero cuya amenaza sí se extiende por un instante. O por varios instantes. - Impresiona, ¿eh? – oigo la voz de Ulrich, que parece proceder de una de las pequeñas columnas de arcilla, ésta con forma extravagante de saxofón. - Sí. - Tienes que ver el valle de las ánimas. Está un poco lejos, pero si tienes ganas de verlo, podemos ir mañana. Después te llevaré a La Paz, y ahí nos separamos, porque dentro de dos días debo regresar al trabajo. - Gracias. - Si esto te impacta, el otro valle no lo olvidarás jamás. Estiro todo lo que puedo esa expectativa de situarme en la antesala de algo mucho mayor; incluso la intensifico mientras estoy sentado en la cama, escribiendo estas líneas, recordando el paseo de hoy por ese campo de abandonados rascacielos para hormigas. Tardaré un poco más de lo acostumbrado en dormirme, y aun con las luces apagadas, algo en mi interior estará moviéndose a gran velocidad, produciendo su propia luz invisible, incandescente. Es lo que pasa cuando el día siguiente promete ser grande.
Artículos anteriores de esta serie:
 1Carretera de la muerte 
 2Hay que regresar al sur 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tierras - El valle de la Luna