El bueno, el malo y el feo

Si no recuerdo mal, con El bueno, el malo y el feo la película que data de 1966 que dirigió Sergio Leone y que protagonizaron Clint Eastwood («el bueno»), Lee Van Cleef («el malo») y Eli Wallack («el feo») se inauguró la época de los western italianos y cuyas características, entre otras, era la sobrecogedora resonancia de los disparos y claro, una fotografía impresionante tanto en los primeros planos (close up) como en la panorámica.

07 DE JUNIO DE 2008 · 22:00

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Cada uno de los integrantes de este trío de aventureros hace a la historia su propio aporte, lo que magistralmente unido, entrelazado y balanceado, da forma a un filme que sin mucho esfuerzo adquirió categoría de inmortal. (No me he podido resistir a la tentación de pedir prestado a YouTube un trozo de la introducción de la película, que puede escucharse aquí.) Se me ha ocurrido relacionar esta historia visual con el personaje de quien quiero escribir hoy: el editor. Cualquiera diría que no hay ninguna relación entre una cosa y otra. Pero si en realidad no la hubiere, yo procuraré que la haya. Porque el editor, en el mundo de la producción literaria (para no hablar de otros terrenos del arte) para algunos parece resumir en él las tres características de los personajes de Sergio Leone. Es así como con demasiada frecuencia nos encontramos, en el quehacer rutinario de ALEC, con caras largas, rostros sombríos y reacciones hoscas de escritores principiantes que se sienten ofendidos cuando se les corrige. Para ellos, el bueno no es el bueno sino el malo… y, por ende, el feo. Tres en uno. Es verdad que a nadie le gusta que le corrijan. Y este prurito, tan difundido en toda actividad humana, es especialmente cierto cuando se trata de escribir. Hace poco, un mentor de ALEC, después de sufrir leyendo lo que uno de nuestros aprendices de autores había escrito, concluyó con esta cita: «Fray Luis de León dijo: “Lo que natura non da, Salamanca non presta”»; es decir, o se tiene talento, o no se tiene. O, como me agregaba el mentor a que hago referencia: «Quizás tenga talento, pero para otra cosa, no para escribir». Por esto es que en ALEC insistimos tanto en la función del editor. Un buen editor, dentro del estilo de trabajo que nosotros aplicamos, es un socio, un amigo, un compañero, un aliado. Y en calidad de tal trabaja en el manuscrito para dejarlo brillante y lustroso, publicable y leíble. Lo que ocurre entre el autor y el editor generalmente es un secreto que no se comparte con nadie. Solo ellos saben lo que cada uno aportó para que el producto terminara siendo apreciable. Cosa diferente es cuando el editor, cumpliendo funciones encargadas por una casa editorial «mete sus manos» en un manuscrito sin que exista un vínculo entre él y el autor; en tal caso, aquel actúa prescindiendo de ese elemento fraternal que es tan importante en el contexto de nuestra Asociación, que trabaja en la formación de escritores cristianos. En mi propia experiencia, no hay decepción, tristeza y vergüenza más grande que cuando vuelvo a leer algo que escribí y que apareció publicado en alguna parte me encuentro con tantos errores de sintaxis, tantas ideas expresadas en una forma pueril, tantas cosas susceptibles de haber sido mejor descritas que termino deseando que nadie lo haya leído. Por el otro lado, cuando vuelvo a leer algo que escribí y que fue publicado y por más que lo leo más me satisface, quisiera que todo el mundo lo hubiese podido leer. Esta semana, a raíz de ciertas elucubraciones que hemos venido haciendo en nuestra clase de Biblia en la iglesia en relación con los ángeles, he vuelto a leer el clásico de Billy Graham Los ángeles: agentes secretos de Dios. Para los efectos de enriquecer este artículo, me he detenido en el prefacio, que incluye los agradecimientos del autor a quienes le ayudaron a que su manuscrito alcanzara la categoría de publicable. Dice, por ejemplo: «En cuanto a escribirlo, pulirlo y revisarlo, me siento en deuda con Ralph Williams, quien me ayudó en la investigación para la elaboración del manuscrito original; al doctor Harold Lindsell… quien repasó el manuscrito original y me ofreció valiosas sugerencias; al señor Paul Fromer, profesor de Wheaton College, quien me ayudó en cuanto a contenido, estilo y organización. A mi fiel personal de Montreat que lo mecanografió, lo pasó en limpio, lo leyó y me señaló detalles que podía mejorar». Decir «escribir, pulirlo y revisarlo; ofrecer sugerencias y ayudar en cuanto a contenido, estilo y organización del material como asimismo señalar detalles» es hacer referencia, ni más ni menos, que al trabajo de edición. Y manifestarlo, en la forma en que el Dr. Graham lo hace no es poca cosa porque, además de decirlo, lo agradece. En nuestra Escuela para Escritores recientemente efectuada en EXPOLIT 2008 dictó algunas charlas la autora Hada María Morales. Hada María tiene mucho que decir en cuanto a escribir, promover y compartir lo que desde hace unos cuantos años viene produciendo. Oírla es aprender mucho sobre su carrera meteórica como autora. Varias editoriales la han hecho una proveedora permanente de manuscritos. Y ella va y viene de conferencia en conferencia, de exposición en exposición, de entrevista en entrevista. La detienen en la calle para hablarle de lo bien que hacen sus libros. Es ya una invitada oficial en un programa de televisión que se produce en Miami por uno de los canales hispanos. Hada María es toda una triunfadora. Pero ella nunca se olvida de su editor. Y cuando se trata de reconocer su trabajo y el aporte que éste hace a la gran acogida que tienen sus libros, no escatima elogios. Su editor es nuestro amigo, hermano y colaborador de ALEC, Nahúm Sáez, de Nueva York. Lo identificamos con orgullo porque es de los nuestros y se lo merece. Las personas que no conocen las interioridades del mundo editorial ignoran que cualquier manuscrito por perfecto que el autor crea que está cuando sale de sus manos, debe ser trabajado por un editor antes de ver la luz pública. Pero los que sí saben y reconocen la ayuda que reciben de este profesional, no dudan en agradecer y ponderar su aporte. Clint Eastwood, el bueno, termina derrotando al malo y con el segundo disparo hace que caiga exactamente dentro de la fosa donde habría de quedar para siempre de no tratarse de una película. Y en cuanto al feo, antes de abandonarlo después de dejarlo «con la soga al cuello» y apenas equilibrándose sobre una frágil estaca, le dice: «Como en los viejos tiempos: la mitad para mí y la mitad para ti». Y desde la distancia, dispara el último tiro que resuena en todo el ámbito y con el cual rompe la cuerda que amenaza con llevarse también a la otra vida al pobre Wallack. El bueno, en el caso de este film, es bueno. Y generoso. El editor también es bueno. Y más que bueno, es generoso. Un amigo generoso. Aunque no se llame Clint Eastwood.

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