Cristianismo y medio ambiente, una visión integradora
Al orientar el desarrollo de una forma materialista y codiciosa, el ser humano ha ido generando daños e impactos que resienten el planeta y del que todas las especies, incluida la humana, son víctimas.
26 DE FEBRERO DE 2017 · 15:00
“He aquí que yo establezco mi pacto con vosotros y con vuestros descendientes después de vosotros; y con todo ser viviente que está con vosotros; aves, animales y toda bestia de la tierra que está con vosotros, desde todos los que salieron del arca hasta todo animal de la tierra.
Estableceré mi pacto con vosotros y no exterminaré ya más toda carne con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.
Y dijo Dios: esta es la señal que establezco entre mí y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros por siglos perpetuos; mi arco he puesto sobre las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes.
Y me acordaré del pacto mío, que hay entre mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne. Estará el arco en las nubes, y lo veré, y me acordaré del pacto perpetuo entre Dios y todo ser viviente, con toda carne que hay sobre la tierra.
Dijo, pues, Dios a Noé: esta es la señal del pacto que he establecido entre mí y toda carne que está sobre la tierra.”
Este trozo del libro del Génesis (9, 9-17), revela que tras el diluvio, Dios establece un pacto no sólo con la humanidad sino con toda la Creación. Una creación que se había revelado como “muy buena”, y dentro de la cual el ser humano comienza a dar sus primeros pasos. Una creación en la que también se piensa, a la hora de proporcionar el descanso a la tierra cultivable (Lv. 25), el reposo de los animales (Ex.23) y el cuidado de los árboles (Dt.20).
La naturaleza está presente con frecuencia en la Escritura. Dios, después de crear al hombre, lo dejó en el jardín del Edén para que lo cuidase y labrase (Gn. 2- 15). El nombre del primer ser humano (Adam) tiene la misma raíz hebrea que la palabra suelo (Adamah), lo que lleva a considerarlo como parte de la misma tierra que habita. El mismo sentido tienen los términos “homo” y “humus”, lo que curiosamente coincide con la intuición de las religiones indígenas: no es la tierra la que pertenece al hombre, sino el hombre a la tierra, señalaba el indio Seattle, jefe de la tribu Dewamish, en su memorable carta al presidente de los Estados Unidos, Frankin Pearce, en 1854. En síntesis, al ser humano le acompaña siempre una doble polaridad: la que le recuerda su pertenencia a la tierra y el universo, y su filiación divina, que constituirá lo más profundo y definitorio de su ser.
Más adelante, los profetas (Isaías, Jonás, Joel) resaltan la naturaleza junto a la misericordia y la justicia. Sin embargo, el ser humano, al orientar el desarrollo de una forma materialista y codiciosa ha ido generando daños e impactos que resienten el planeta y del que todas las especies, incluida la humana, son víctimas.
La concentración de dióxido de carbono ha superado en 2016 las 400 partes por millón. Quizás esta cifra no nos revele nada, pero hay que señalar que nunca en la historia de la humanidad se había alcanzado, por lo que, desde ahora entramos en un escenario inédito. Este producto, uno de los principales gases de efecto invernadero, y el cambio climático que de ellos se deriva, traerá condiciones meteorológicas más hostiles (lluvias torrenciales, tornados, huracanes, olas de calor…) para toda la biosfera. Y éste es sólo uno de los efectos más visibles: la subida del nivel del mar, la fusión de los glaciares, desplazamiento de muchos seres vivos, daños económicos y sociales…, no resultarán problemas menores.
Al igual que el ser humano, el resto de las especies también sufrirán el cambio climático y presentarán dificultades de adaptación: hoy se habla ya de la sexta extinción masiva, como consecuencia de nuestro modelo de crecimiento. Conocemos apenas dos millones de especies de las posibles 10 millones que pueblan el planeta, y muchas están desapareciendo sin haberse conocido. Además del valor que pueden encerrar para nosotros, como alimento o medicina, cada una de ellas es un milagro de la evolución, un patrimonio genético único que no debemos permitirnos el lujo de perder. Es, ciertamente, dramática la desaparición de tantos organismos que comparten la vida con nosotros y para los que éste es también su único planeta. La pérdida o destrucción de hábitats, las especies invasoras, el comercio ilegal…, junto con el cambio climático, son algunas de las causas de este alarmante declive.
Son solo dos ejemplos de la crisis ambiental por la que atravesamos. ¿Cómo se ha llegado hasta ella? Señalemos tres razones. Primeramente, el modelo de crecimiento económico, esto es, el modelo capitalista para quien naturaleza y seres humanos somos mercancía. Según ha ido introduciendo la sociedad de consumo –uno de sus últimos rostros- la demanda de recursos (y la generación de residuos), apoyada por una publicidad permanente, ha sido feroz, generando un evidente desequilibrio en nuestras relaciones con el medio.
En segundo lugar, la modernidad, que al centrar sus ejes en la razón y el progreso, abrió la historia al modo prometeico de dominación, colocando al hombre sobre la cima de la pirámide natural, que quedaba plenamente a su servicio. La posterior postmodernidad, al vaciar la sociedad de ideales, se enfocó en el disfrute de lo inmediato, por lo general material, con lo que la naturaleza tampoco salió muy bien parada.
Finalmente, hay que señalar la pasividad ciudadana, que tardó en tomar conciencia del riesgo que se avecinaba. Y entre ellos, destacamos de manera especial a los creyentes.
Sorprende que los cristianos no se pusieran a la cabeza en la defensa de los valores naturales. Tal vez porque las escrituras se han presentado de forma antropocéntrica, y por tanto, parcial; quizás porque algunas voces señalaban que primero estaban los problemas humanos y luego los demás; o, simplemente, que los rasgos ideológicos y económicos antes señalados se colaron también en las iglesias, en donde la cultura del poder y el capital no encontraron resistencia.
Mientras otras confesiones, especialmente las orientales, señalaban el valor de la compasión hacia todas las criaturas, el cristianismo –en general- se mostró indiferente ante el daño animal: ¿qué ha dicho de los espectáculos crueles, de la cautividad, de la experimentación…? ¿Qué voz cristiana se ha alzado, por ejemplo, contra el toro de la Vega, parece que ya felizmente suprimido? Y siendo España un país mayoritariamente católico, ¿qué dice la Jerarquía de todas esas fiestas en las que se maltratan animales –como las corridas de toros- muchas de ellas coincidentes con la celebración de fiestas patronales, en las que hay santos o vírgenes de por medio? ¿Ningún católico ha sido capaz de decir “No en mi nombre” ante espectáculos taurinos celebrados bajo el amparo de alguna festividad religiosa?
Afortunadamente, algo está cambiando. La reivindicación ambiental es uno de los signos de los tiempos actuales que requiere una respuesta urgente: la evolución de los impactos es exponencial, preocupando más el tiempo tan corto en el que están transcurriendo que los propios problemas en sí. Y en esta tarea están confluyendo personas de buena voluntad, entre las que los cristianos también están presentes. Algunos de ellos, como Chico Mendes o Dorothy Stang en Brasil, o Berta Cáceres en Honduras han pagado con su vida su compromiso ambiental que, necesariamente, lo era también con la justicia. Pero como ellos, entre 2010 y 2015, 753 personas han sido asesinadas por defender las causas ambientales, apostando por un compromiso al que hoy todos estamos llamados.
Comentaba Eduardo Galeano que Dios había olvidado el mandamiento undécimo: Amarás la naturaleza, porque eres parte de ella. La observación es muy atinada: el ser humano ha sido formado a imagen y semejanza de Dios, es espiritual, pero también nacido de la tierra y las estrellas, fruto del tronco evolutivo que interrelaciona todo el entramado de la vida. Conviene que no lo olvidemos, es un antídoto contra la supremacía y el orgullo, y nos acerca humildemente a la vida compartida. El médico y teólogo protestante Albert Schweitzer, preguntándose por su identidad, respondía: Soy una vida que desea vivir en medio de otras vidas que también desean vivir. No difiere mucho esta visión de las que nos ofrecen las tradiciones nativas, muy cercanas a la tierra y sus valores.
En esta línea, tenemos que avanzar en el respeto y reverencia por la vida. Hasta que la compasión del ser humano no abarque a todas las criaturas, afirmaba de nuevo Schweitzer, el ser humano no alcanzará la paz. Si descubrimos la naturaleza como fuente de admiración, asombro y misterio, también debemos acompañarla de respeto y gratitud por todo lo encontrado.
Y la mejor manera de garantizar el equilibrio entre desarrollo y medio ambiente, lo hallamos en modelos sostenibles donde los límites marquen el tope de nuestras actividades. Algunos autores hablan de decrecimiento como una forma de asegurar un desarrollo armonioso para toda la humanidad, y no sólo de la privilegiada minoría que, empobreciendo a tantos pueblos, ha logrado vivir en la opulencia. La sencillez está en la raíz del mensaje cristiano y así lo recordaba el reformador Juan Calvino: la Tierra le fue dada al hombre con esta condición: que se ocupara de su cultivo… la custodia del huerto fue dada a Adán a fin de mostrar que el poseer las cosas que Dios ha puesto en nuestras manos tiene como condición que nos contentemos con un uso moderado y frugal de ellas para cuidar de lo que queda. Que cada ser humano se considere mayordomo de Dios. El espíritu de sencillez y moderación es una propuesta liberadora y necesaria en el terreno personal y comunitario, y lo encontramos en la base de todas las tradiciones espirituales.
La Reforma Protestante, de la que en 2017 celebramos su quinto centenario, fue de por sí una apuesta por la autenticidad y el ser, punto de partida obligado para alcanzar modelos de vida sencilla y sostenible. Frente al materialismo y la ostentación de la Iglesia romana, se propuso una vuelta a lo esencial, a las raíces. La austeridad acompañará a los reformadores, así como su atención al presente, a la responsabilidad, al deber aquí y ahora: aun si supiera que el mundo se fuera a terminar mañana, yo hoy plantaría mi manzano (Martín Lutero).
Ser sencillos como las palomas, es una recomendación de Jesús, que nos invitaba a confiar y vivir cada momento: cada día tiene su propio afán (Mt.6, 34). Y frente a la tentación de poseer y acumular, ofrece el ejemplo de pájaros y lirios (Mt.6, 28 – 33). Pero su toma de partido, no ofrece lugar a dudas: no acumular tesoros en la Tierra, donde la polilla los corroe y los ladrones los roban; atesoradlos más bien en el cielo…, porque donde está tu riqueza, allí estará también tu corazón (Mt.6, 19 – 21).Toda la vida del Maestro, desde su respuesta a las tentaciones iniciales (Mt.4), se fundamenta en el Ser, único eje desde el que puede abordarse responsablemente la vida.
Al final, la naturaleza será también redimida, porque como expresa el apóstol Pablo en su Carta a los Romanos (8, 18 – 24), la creación sufre dolores de parto y espera también su liberación, lo que coloca nuestros destinos (seres humanos y naturaleza) paralelos hasta llegar a alcanzar la fraternidad universal:
En aquel día saldrá un brote del tronco de Jesé, un retoño brotará de sus raíces… Habitará el lobo junto al cordero, la pantera se echará junto al cabrito, el ternero y el leoncillo comerán juntos y un pequeño cuidará de ellos. La vaca pastará con el oso, sus crías se echarán juntas; el león comerá paja, como el buey, el niño de pecho jugará junto al escondite de la culebra, el recién destetado meterá la mano en la cueva de la serpiente. Nadie hará el mal ni causará daño alguno en todo mi monte santo, porque del conocimiento del Señor está llena la tierra como las aguas cubren el mar (Is.11, 1 – 10).
En la segunda y última parte de este artículo veremos dos documentos recientes que han abordado el tema ecológico desde el ámbito cristiano: la Encíclica Laudato Si, en la Iglesia católica, y la Confesión de Accra, en la Iglesia reformada.
Referencias:
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ALIANZA MUNDIAL DE IGLESIAS REFORMADAS. Confesión de Accra. Ghana, 2004.
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ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE EDUCACIÓN AMBIENTAL. Relatos de Ética ambiental. Madrid, 2016.
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CHUVIECO, E.; BURGHI, M.: Siguiendo la Laudato Si. Sugerencia para la conversión ecológica de las parroquias católicas. Ensayos de Ética ambiental. Alcalá de Henares (Madrid), 2016.
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FRANCISCO: Laudato Si. Sobre el cuidado de la casa común. Edibesa, Madrid, 2015.
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LEAKEY, R; LEWIN, R. La sexta extinción. El futuro de la vida y la humanidad. Tusquets Editores. Barcelona, 1997.
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VELÁZQUEZ DE CASTRO, F.: Cómo introducir la educación ambiental en la escuela y la sociedad. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2016.
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VELÁZQUEZ DE CASTRO, F: La contaminación en España. Efectos del ozono y del cambio climático. Editorial Club Universitario, Alicante, 2012.
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