El espíritu de conciliación comenzó en Jerusalén

La iglesia en Jerusalén reconoció que Revelación y Reconciliación no son exclusivas de los judíos; también incluye a los gentiles. La unidad es obra de Jesucristo y lleva el sello del Espíritu Santo.

21 DE AGOSTO DE 2016 · 21:00

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En la segunda parte de este artículo hicimos un análisis de la reunión que los discípulos mantenían en el ‘aposento alto’, tras la partida de Jesús (01). En su soberana sabiduría Dios tenía prefijado el lugar, día, hora y demás detalles para hacer de la venida del Espíritu Santo un hecho histórico indubitable. Afirmamos que esa asamblea fue posible gracias a la iniciativa divina, no a iniciativa humana alguna. Solo en el cielo era posible conciliar la venida del Espíritu Santo a la Tierra. Lucas registra en el libro de los Hechos cuando Jesús les dice a los discípulos:

Yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto(02)

La agenda de aquella reunión tuvo un único asunto: esperar el cumplimiento de la promesa.  No tenían que discutir ni armonizar posiciones - solo esperar - hasta alcanzar el objetivo.

Así, la unidad del grupo estaba asegurada por no tener nada que conciliar. Lucas destaca la unanimidad que reinaba entre ellos al momento de la llegada del Espíritu Santo de la promesa (03).

Finalmente, concluíamos destacando el carácter ecuménico de este hecho sobrenatural. Sin habérselo propuesto, gente venida de todos los rincones del mundo, tuvo oportunidad de oír las maravillas de Dios en su idioma nativo. Estas eran compartidas por personas que no habían estudiado lenguas en ninguna academia y que incluso hablaban con dificultad la suya propia. Pentecostés resultó del perfecto plan que Dios llevó a cabo sin contradicción, pues Su propósito es que los seguidores de Jesucristo estén empoderados para ser Sus testigos en todo el mundo (04).

Tercera Parte

Tras la primera e inspirada prédica de Pedro siguió la conversión masiva de los que escucharon y se arrepintieron de sus pecados por obra del Espíritu. Este hecho generó una verdadera revolución en Jerusalén que Lucas resume así:

“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos. (05)

Esto provocó celos y envidia en la jerarquía religiosa que veía cómo se les iba de las manos una feligresía valiosa. La persecución no tardaría en llegar como respuesta y con ella la muerte de los primeros creyentes. Cuando Esteban era apedreado, su ropa fue puesta al cuidado de un joven fariseo oriundo de Tarso, de nombre Saulo (06).

Este joven se convertiría en un flagelo de los creyentes hasta que, finalmente,  el Señor glorificado se le apareció camino a Damasco y transformó completamente su vida (07)

El concilio de Jerusalén

Después de su bautismo y especial preparación Pablo comenzó su ministerio en Damasco y Arabia hasta que Bernabé lo presenta a los demás Apóstoles en Jerusalén (08). Ya aceptado como compañero en la evangelización, Pablo permanece un breve tiempo en Antioquía, durante el cual arriban algunos judaizantes predicando la necesidad de la circuncisión para salvarse (09) por lo que desencadenaron un conflicto no menor con Pablo y Bernabé. Así las cosas, la iglesia en Antioquía envió a Pablo, Bernabé y a algunos otros a Jerusalén para consultar a los apóstoles y ancianos. (10)  

Esta decisión revela que la obra de extensión del Camino aún estaba bajo la autoridad de los Apóstoles que residían en Jerusalén. Sin embargo, el NT desvela que las iglesias que fueron establecidas por el ministerio misionero de Pablo en distintas ciudades de Asia operaban según la autoridad conferida por la propia asamblea de creyentes bajo la dirección del Espíritu Santo. La decisión del luego denominado ‘Concilio de Jerusalén’ contribuyó enormemente a afianzar esta conducta en las iglesias locales a partir del año 51.

Este es un hecho de suma importancia pues refiere a la separación de los de la fe en Jesucristo de los que mantenían el ritual judío y las prácticas de la ley Mosaica.

Luego de que Pablo y Pedro expusieran sus opiniones y testimonios ante el Concilio de ancianos reunidos en Jerusalén, tomó la palabra Jacobo, a quien también se le conoce en español como Santiago, quien era hermano de Jesús. Sus palabras iban a tener mucho peso, ya que él tenía un importante liderazgo en la iglesia en Jerusalén.

“Y cuando ellos callaron, Jacobo respondió diciendo: Varones hermanos, oídme.  Simón ha contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre.  Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar,  para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre,  Dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos.” (11)

Jacobo dio su opinión inspirado por el Espíritu y las Escrituras. Ellos le hicieron ver que el Señor estaba obrando salvación entre los gentiles.  No sólo eso, sino que reconoció que estaba ocurriendo lo profetizado por el profeta  Amós más de 700 años antes:

En aquel día yo levantaré el tabernáculo caído de David,  y cerraré sus portillos y levantaré sus ruinas, y lo edificaré como en el tiempo pasado; para que aquellos sobre los cuales es invocado mi nombre posean el resto de Edom, y a todas las naciones, dice Jehová que hace esto.” (12)

¿Qué quiere decir con ‘tabernáculo caído de David’?  El profeta Amós vivió cuando las tribus del norte se habían apartado de Judá (aliada con las tribus de Benjamín y Levi).  Según esta interpretación, la profecía apunta a que el reino de Israel será restaurado a la familia de David; pero no sólo reinarán sobre Israel sino también sobre Edom (hoy Jordania) y todas las naciones.  Esto sucederá cuando el Mesías venga y establezca su Reino Milenario. 

Recordemos que, tras estar en manos filisteas, el Arca del Pacto eventualmente regresó a Israel, por obra de Dios; y estuvo oculta por 20 años en la casa de Abinadab (13). Cuando David era rey, él se propuso llevar el Arca a Jerusalén.  Su deseo era construir el Templo para Dios, privilegio que el Señor reservó para su hijo Salomón. 

Ínterin, David levantó una tienda (Hebreo: Sukat David, tabernáculo temporal de David) diferente al Tabernáculo de Moisés.  Lo único que había en ella era el Arca. Cualquiera que deseara adorar a Jehová Dios podía entrar y hacerlo, gentiles creyentes incluidos. El pueblo iba a adorar al Señor allí las 24 horas del día, los siete días de la semana. 

Jacob concluye entonces diciendo:

“Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios,  sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre.  Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo.” (14) 

El resultado de la inspirada exposición de Jacobo no se hizo esperar:

Entonces pareció bien a los apóstoles, y a los ancianos, con toda la iglesia…(15) frase que pone de manifiesto la unidad existente entre la enseñanza de los apóstoles, el compromiso de los ancianos y la activa participación de la comunidad de creyentes. Sin embargo, no debe sacarse de contexto, puesto que se apoya en la Revelación, tal como expresa la carta que se decide escribir a los creyentes en Antioquía:

…Ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros…”. (16)  Esta frase indica que la comunidad de creyentes actúa como concilio bajo la autoridad y dirección del Espíritu Santo.

En síntesis: el ‘Concilio de Jerusalén’ concluyó afirmando que la salvación es por fe, y no por obras, tanto para judíos como para gentiles.  Pero, esto no quiere decir que los creyentes pueden vivir como quieran, pues es claro que Dios espera que su pueblo sea santo como Él es santo.  Pero, para ingresar al Reino de Dios no se requiere de la circuncisión ni el perfecto cumplimiento de la Ley, porque en ese caso nadie entraría. 

Para abrirnos la entrada al Reino Jesús pagó el precio requerido por el Padre. Los creyentes genuinos son los que viven según el orden del Reino.  Entonces, los líderes debían asegurarse de instruir a los gentiles abstenerse de varias cosas que eran comunes en ese tiempo: contaminación con ídolos; inmoralidad sexual; no beber sangre; no comer carne con sangre.

En la próxima entrega analizaremos DM esta cuádruple recomendación dada a los creyentes gentiles. Es bueno recordar como cierre de este artículo la oración elevada a Padre por Jesús a favor de Su iglesia, la cual está siendo contestada por el Padre en todo lugar del planeta:

“La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.

Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.

Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.” (17)  Amén.

 

Notas

Ilustración: reproducción artística de la Jerusalén en los días de Jesús.

http://arquehistoria.com/wp-content/uploads/2010/03/Jerusalen_siglo_primero.jpg

01.  http://protestantedigital.com/magacin/40063/Jesucristo_edifica_Su_iglesia_ecumenica

02.  Lucas 24:49.

03.  Hechos 1:14; 2:1.

04.  Ibíd. 1:8.

05.  Ibíd. 2:44-47.

06.  Ibíd. 7:58.

07.  Ibíd. 8:1-3; 9:1-9

08.  Ibíd. 9:26-28; comparar con Gálatas 1:17-19.

09.  Joseph A. Fitzmyer (1922) sacerdote y biblista jesuita norteamericano en ‘Vida de San Pablo’, pp. 557-558: ‘…muy probablemente conversos con un trasfondo fariseo…’

10.  Según las palabras del propio Pablo, ésta sería su segunda visita a Jerusalén después de su conversión (‘una vez más en catorce años’). En el grupo también iba Tito, según Gálatas 2:1.

11.  Hechos 15:13-18. 

12.  Amós 9:11-12

13.  1ª Samuel 7:1-2.

14.  Hechos 15:19-20. 

15.  Ibíd. 15:22.

16.  Ibíd. 15:28.

17.  Juan 17:22-26.

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