¿Quién salva al pecador?

La iglesia visible de Cristo es mucho más que un conjunto de recursos materiales y humanos que surge de la interpretación de un solo versículo sacado fuera de su contexto.

04 DE OCTUBRE DE 2014 · 21:30

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Resulta sumamente desgastante escuchar o leer, una y otra vez, discusiones que se basan en la equívoca idea de que ‘mi iglesia es la verdadera’. Para muchos cristianos sinceramente convencidos ‘iglesia’ es lo visible y palpable.

Cuando no se enseñan bien los conceptos bíblicos, lo más simple se vuelve complejo y más difícil resulta corregir los errores.

Edificios, mobiliario, equipamiento, programas de actividades, gente que dirige y gente que trabaja ocupando cargos, impartiendo y recibiendo órdenes son los aspectos visibles que contribuyen a generar esa errónea visión de ‘iglesia’.

De allí la costumbre de invitar a los parientes y amigos ‘a concurrir’ a la iglesia con la sana intención de que reciban a Cristo y se sumen a la congregación local.

Aceptando que esa manera de organizarse localmente funcione y que algunas veces contribuya en dar testimonio de Jesucristo, no es esa la idea de iglesia que tenemos en el NT.

Leyendo una y otra vez el evangelio no hay asidero alguno para enseñar que Jesús haya definido a Su iglesia como una propiedad privada en la que eventualmente se le rinda culto al Padre. Tampoco, que la iglesia comenzó a ser visible con Pedro.

Por convencido que esté, resulta impropio afirmar a los cuatro vientos que mi iglesia es la verdadera.

¿EXISTE UNA IGLESIA QUE SALVE?

¿Quién salva al pecador?

La iglesia visible de Cristo es mucho más que un conjunto de recursos materiales y humanos que surge de la interpretación de un solo versículo sacado de su contexto.

Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”1.

Jesús deja bien en claro quién edifica la iglesia, y a quién le pertenece. Con lo importante que resultó la participación de Pedro en el inicio de la iglesia visible, esta no comienza con Pedro sino con toda la congregación de los que esperaban el cumplimiento de la promesa del Señor glorificado.

Pensemos en ese grupo haciendo vigilia, seguramente recordando las inolvidables enseñanzas de quien fuera su Maestro. Entre todas ellas habrán recordado las que refirió mucho después el apóstol Juan:

Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo.

Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho.”2

Lucas dice que “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos”3 (quizás los mismos que eran como 1204) Dios envió al Espíritu Santo. Este hecho cobró tal magnitud que, desde Jerusalén y para iluminar hasta el último rincón del mundo, se encendió la antorcha de la Iglesia que da testimonio de Jesucristo.

La iglesia no es la luz sino la que da testimonio de la luz radiante que vino al mundo en tinieblas5.

Ninguna organización humana, por bien intencionada que sea, puede decir que ha construido un santuario para adorar a Dios puesto que “Dios no habita en casa hecha por manos de hombres.” 6

No obstante, desde antes de la Creación de lo visible e invisible, Dios tenía el propósito de formar algo mucho más real y concreto que un cuerpo místico con los nacidos de nuevo. De lo contrario no hubiese preparado de antemano las buenas obras en las que Él desea que andemos7.

La Iglesia de Cristo es algo tan real para el cristiano, como el testimonio que cada uno de nosotros tenemos del Espíritu Santo de que somos hijos de Dios8. El cristiano vive simultáneamente en dos niveles: el terrenal (como peregrinos) y el espiritual (como nuevas criaturas). Esa vida bi-dimensional no es comprensible al no nacido de nuevo por más que deseemos explicarle; porque “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.”9

Tampoco debiéramos confundir lo que Pablo denomina como “grande misterio”, cuando habla de Cristo y la iglesia10, con la experiencia mística o el misticismo. No hay en todo el Evangelio una sola insinuación sobre que debamos entrar en estados de éxtasis o ‘trance’ espiritual para luego afirmar que eso es lo que el Señor desea y espera de nosotros.

Podemos afirmar – sin temor a equivocarnos - que el hecho de pasar al frente en procesión llorando o presa de fuertes emociones, levantar la mano, rezar una oración, o dejar el nombre en una tarjeta, no es suficiente para ser salvo; también que a nadie salva encender cirios, rezar rosarios, besar imágenes de santos y vírgenes, hacer oraciones por los muertos, cumplir promesas, ayunar y guardar ciertos días.

Los extremos en las prácticas religiosas son la prueba de que el error campea en todas partes.

SOLO JESUCRISTO SALVA

Por la sola Palabra de Dios afirmamos – sin titubeos –que la muerte expiatoria y vicaria de Jesucristo es el único instrumento eficaz provisto por Dios para nuestra salvación. Vayamos pues a ella para afirmar nuestra fe en el único Fiel y Verdadero.

Dios nos hizo llegar su gracia en la persona de su Hijo. “La gracia y la verdad vinieron por Jesucristo”11. “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”12.

La gracia de Dios nos justifica y libra de condenación. “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”13.

La promesa efectuada en la Antigüedad se cumple por la fe. “Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia”14. Solo en Jesucristo, el Hijo de Dios, se cumple el pacto de Dios con Abraham, que obraría luego a través de Isaac.

Por la fe podemos estar firmes todos los días. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” 15

Nuestra vida eterna es garantizada. “… mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.”16

Por Su gracia el Israel de Dios está incluido en Su remanente. “Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia.” 17

Dios es quien reparte de su gracia a los suyos. “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría.”18

Solo la gracia de Dios salva. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.”19 “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído.20 “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación (…) para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.”21

Nadie es mediador de la gracia fuera de Jesucristo. “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”22

El Evangelio de Jesucristo demuestra que no existe una sola iglesia visible que pueda ostentar la exclusividad de la salvación. Dios no necesita de mediadores ni vicarios en la tierra, sino de testigos fieles. El nos envió a Su Hijo para adoptarnos como hijos e hijas23. De la manera que los hijos dan testimonio de quiénes y cómo son sus padres, nosotros damos testimonio de nuestro Padre con nuestras propias vidas.

Quiera el Señor habitar por medio de Su palabra en nuestros corazones, haciendo real la vida eterna en este día y hasta el día de Su esperado regreso.

 

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Notas

1. Mateo 16:18

2. Juan 2:19-22

3. Hechos 2:1

4. Ibíd. 1:15

5. Juan 1:4-9

6. Hechos 17:24

7. Efesios 2:10

8. Romanos 8:16

9. 1ª Corintios 2:14

10. Efesios 5:32

11. Juan 1:17

12. 2° Corintios 8:9

13. Romanos 3:24

14. Ibíd. 4:16

15. Ibíd. 5:1-2

16. Ibíd.5:20

17. Ibíd.11:5-6

18. Ibíd. 12:3 - 6

19. Efesios 2:8,9

20. Gálatas 5:4

21. Tito 2:11; 3:7

22. Hebreos 4:14 -16

23. Gálatas 4:5

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Agentes de cambio - ¿Quién salva al pecador?