John Stott: gracias, maestro

A los noventa años continúa su fructífero ministerio de enseñanza de la Palabra.

14 DE MAYO DE 2011 · 22:00

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Hace unas semanas John Stott cumplió nueve décadas de vida. Aunque ya está retirado del ministerio público, su labor docente sigue trascendiendo gracias a los muchos libros que ha escrito, y que tienen miles de lectores alrededor del orbe. En abril del 2007, Stott anunció que se retiraba de su intensa labor pública. Sin embargo en la agenda conservó el cumplimiento de un compromiso más: predicar en julio de ese año en la anual Convención de Keswick, en Cumbria, Inglaterra. Es necesario recordar que la primera Convención de Keswick se realizó en 1875, bajo el lema “Promoción de una santidad práctica”. Desde entonces el evento anual ha sido importante para la comunidad evangélica inglesa. La exposición bíblica de John Stott dada en la Convención de Keswick del 2007 la podemos leer en un libro de su autoría publicado el año pasado. La obra lleva por título The Radical Disciple. Some Neglected Aspects of Our Calling (InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois). En el capítulo 2, “Chistlikeness” (a semejanza de Cristo), el experimentado expositor bíblico hace un ejercicio magistral para llamarnos a seguir el ejemplo de Cristo, porque en ello está el corazón de ser un auténtico cristiano. Empieza por decirnos que el llamado a ser semejantes a Cristo tiene una base escrituraria amplia, no se fundamenta en un texto aislado. De la amplia gama neotestamentaria sobre el tema que desarrolla, Stott elige tres textos que reproduzco íntegramente como los traduce la Nueva Versión Internacional: Romanos 8:29 Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 2 Corintios 3:18 Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu. 1 Juan 3:2 Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Comenta que los textos indican tres perspectivas (pasada, presente y futura) que apuntan a una misma dirección: el propósito eterno de Dios (hemos sido predestinados); el propósito histórico de Dios (estamos cambiando, transformados por el Espíritu Santo); y el propósito final de Dios (seremos como él). Los tres propósitos apuntan hacia la misma meta que nos llama a ser semejantes a Cristo, porque, apunta Stott, la semejanza de Cristo es el propósito de Dios para su pueblo. Una vez establecido lo anterior, el autor se ocupa de ilustrar el llamado de Dios para su pueblo (ser semejantes a Cristo), con varios ejemplos del Nuevo Testamento. Pero antes subraya que su ejercicio se enmarca por una declaración general: “el que afirma que permanece en él, debe vivir como [Jesús] vivió” (1 Juan 2:6). Debemos ser como Cristo en su encarnación. La encarnación de Cristo es única, y de ello queda constancia en Filipenses 2:5-8, sin embargo, subraya Stott, nos sirve de modelo para que nosotros nos encarnemos en la situación sociohistórica que nos toca vivir. No más cristianos fugados del mundo, sino discípulos y discípulas que toman en serio el desafío de ser embajadores del Señor en el tiempo y las circunstancias que les rodean. Debemos ser como Cristo en su servicio. La de Jesús fue una vida de servicio, y él estableció que servir es una marca ineludible para sus seguidores. John Stott nos invita a ir con él a la escena del aposento alto, donde Jesús pasó la última noche con sus discípulos. El Maestro se ciñe una toalla y vierte agua en un lebrillo. Lava y seca los pies de sus discípulos, tarea propia de los sirvientes. Después de haber dramatizado su enseñanza, Jesús la resume con las siguientes palabras: “Pues si yo, el Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Juan 13:14-15). Hay que servir y no tiranizar a los demás. Debemos ser como Cristo en su amor. El apóstol Pablo escribió: “Lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios” (Efesios 5:2). Stott observa que el texto paulino es un llamado para obedecer el mandamiento de tener una conducta caracterizada por el amor. La expresión de que se entregó por nosotros nos urge a ser como Cristo en su muerte, “amar con el amor del Calvario”. Pablo está “urgiéndonos para ser como el Cristo de la encarnación, el Cristo del lavado de pies y el Cristo de la cruz. Todos estos eventos en la vida de Cristo indican claramente lo que significa ser semejantes a Cristo en la práctica. Por ejemplo, en este mismo capítulo Pablo urge a los esposos a amar a sus esposas como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Debemos ser como Cristo en su paciente resistencia. John Stott apunta que cada capítulo de la Primera Carta de Pedro contiene alusiones a la disposición que debemos tener los cristianos a sufrir por Cristo. El trasfondo de la epístola es el comienzo de la persecución contra los creyentes. Hemos sido llamados a padecer por causa del nombre de Jesús, y en esto tenemos su ejemplo para que sigamos sus pisadas: “Para esto fueron llamados, porque Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus pasos” (1 Pedro 2:21). El llamado para ser semejante a Cristo en el sufrimiento injusto es crecientemente relevante, nos recuerda Stott, en tanto se incrementa la persecución contra los cristianos en muchas culturas hoy. Debemos ser como Cristo en la misión. “Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo” (Juan 17:18); y “Como el Padre me envío a mí, así yo los envío a ustedes” (Juan 20:21), son palabras de Jesús que nos comprometen con un tipo de misión despojada de todo afán de conquista. Así como Jesús entró a nuestro mundo, apunta Stott, nosotros debemos entra a los mundos de otras personas. La nuestra tiene que ser una misión encarnacional, con la disposición mental, emocional y espiritual para identificarnos con las necesidades y expectativas de las personas. La semejanza a Cristo es un reto ético y misionológico que debe dominar el horizonte de discípulos y discípulas preocupados por entender y practicar las enseñanzas del Señor y Maestro. ¿Pero cómo hacerlo? ¿Tenemos recursos para esa suprema misión? Sí tenemos, y Stott lo ilustra con unas líneas, casi poéticas, de William Temple: No está bien que me den una obra como Hamlet o el Rey Lear, y que me digan que escriba una obra como esa. Shakespeare pudo hacerlo; yo no puedo. Y no es bueno mostrarme una vida como la vida de Jesús y que me digan que viva una vida como esa. Jesús pudo hacerlo; yo no puedo. Pero si el genio de Shakespeare pudiese venir y viviera en mí, entonces yo podría escribir obras como las suyas. Y si el Espíritu de Jesús pudiese venir y vivir en mí, entonces yo podría vivir una vida como la suya. Sí, como afirma John Stott, “el propósito de Dios es hacernos como Cristo, y el medio de Dios para ello es llenarnos con su Santo Espíritu”. En las páginas finales del libro The Radical Disciple, en las que se despide de sus lectores porque ya no escribirá más obras para ser publicadas, John Stott, nos encomia a seguir leyendo en los formatos impresos actuales y/o en los que traiga el futuro de la imprenta digital. Pero los libros, cualquiera que sea su formato, nos asegura, “nunca serán reemplazados”. Con sabiduría nos deja estas palabras. “Permítanme urgirlos a seguir leyendo, y animen a sus familiares y amigos a hacer lo mismo. Porque la lectura es un medio de gracia poco practicado”. Desde la casa de retiro donde vive, y bajo la que escribió su libro final (de una muy larga lista de su autoría), el College of St. Barnabas, John Stott sigue llevando gracia y bendición a quienes leemos sus libros. A sus noventa años, enfermo y con limitadas capacidades físicas, se cumple en él la promesa del Señor, de la que escribió el apóstol Pablo agobiado por condiciones muy adversas: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).

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