El pasado 20 de noviembre el Consejo de Ministros aprobó la constitución de una Comisión para el Centenario de Miguel Hernández. Días después, el director general del Libro, Rogelio Blanco, avisó: “Va a ser un tsunami cultural. Quien se empeñe en poner palos en la rueda, fracasará”.
Las ciudades de Orihuela, Elche y Alicante se están repartiendo las celebraciones. Destaca el Congreso Internacional Miguel Hernández que tendrá lugar en Orihuela del 26 al 30 de octubre bajo el lema “Dejadme la esperanza”. Una exposición de fotografías, manuscritos, testimonios gráficos y sonoros que recrean el universo del poeta podrá ser contemplada entre octubre y noviembre en la Biblioteca Nacional de Madrid y en diciembre en el Centro de Congresos de Elche.
Las Ediciones de la madrileña Residencia de Estudiantes han confiado al catedrático José Carlos Rovira una biografía ilustrada que incluirá fotos, reproducción de manuscritos, cuadros y otros materiales de memoralibia. José Luis Ferris ha publicado en “Temas de hoy” una revisión de su libro “Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta”. El profesor emérito de la Universidad de Aix-en-Provence, en Francia, ha escrito otra biografía no exenta de polémica titulada “El oficio de poeta. Miguel Hernández” (Editorial Aguilar). Martín señala a la Iglesia católica “como la culpable del asesinato del poeta”, lo que para nadie es un secreto. En tono de humor –así quiero verlo- Eutimio Martín afirma que “Miguel Hernández no fue un angelical, sino un pícaro”.
El 26 de marzo último el ministro de Justicia recibió en su despacho a la nuera y a la nieta de Miguel Hernández. Les hizo entrega de una Declaración en la que constataba que “el poeta Miguel Hernández ingresó injustamente en prisión y fue condenado a muerte en virtud de una sentencia dictada sin las debidas garantías por el ilegítimo Consejo de Guerra”. Las mujeres pidieron al ministro que la Fiscalía General del Estado solicite al Tribunal Supremo la nulidad de la sentencia a muerte. “Nos gustaría que el centenario del nacimiento acabara sin esa losa tan grande que pesa sobre Miguel Hernández”, confesó la nuera del poeta, Lucía Izquierdo.
A estos tributos se une la importante aportación de Editorial Espasa Calpe, con nuevas ediciones revisadas de los tres tomos de la Obra Completa de Miguel Hernández -6.061 páginas en total- publicada por vez primera en 1992.
En la conmemoración del centenario no podía faltar nuestro maestro de la canción, el cantautor Juan Manuel Serrat. En 1971 Serrat ultimó un disco con letras del poeta asesinado por dejadez, que nos ha venido deleitando desde entonces. Muchos españoles descubrieron a Miguel Hernández en las canciones de Serrat.
Ahora, casi cuarenta años después, un Serrat de 67 años vuelve a cantar al poeta de Orihuela, que lo desaparecieron de este mundo estando tuberculoso, amargado, hambriento, desencantado de todo, traicionado por amigos, ignorado por quienes habrían podido ayudarle. El nuevo disco de Serrat, que fue puesto a la venta el pasado 27 de marzo, lleva por título “Hijo de la luz y de la sombra”. Está compuesto por 13 poemas, seleccionados de la abundante producción del mal llamado cabrero-poeta.
Al disco de Serrat se añaden las letras de todos los poemas musicalizados, lo que eleva su valor e importancia. Una de las trece canciones del disco más escuchadas estos días en las emisoras de radio es la balada “Las abarcas desiertas”:
Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería..
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tubo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.