Jesús y el trabajo

Tercer artículo de una serie sobre la teología del trabajo de Jaume Llenas

23 DE SEPTIEMBRE DE 2006 · 22:00

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Teología del trabajo (III)

La pedagogía de Dios está montada sobre enseñar a través del ejemplo de hombres y mujeres de Dios. En la Biblia hay mucho más de contar historias, que de hacer especulación teológica abstracta. Incluso Pablo, al que consideramos el teólogo de referencia en la Biblia cuenta tres veces su testimonio en el libro de los hechos, y todas sus cartas concluyen con citas a vidas concretas de sus colaboradores y de miembros de las iglesias a las que escribe. Muchas de esas figuras bíblicas, dejadas como ejemplo de lo que implica la vida con Dios, no eran profesionales de la religión. La Biblia habla de y habla a personas que desarrollan sus respectivos ministerios en el contexto de su trabajo diario. Os ruego que consideréis la perspectiva de los patriarcas. Mirad la vida de Abraham, su vida de fe no consiste en múltiples deberes religiosos, en determinadas ceremonias que deben ser hechas de formas predeterminadas, de asistencia a templos o santuarios, etc. Es la presencia de Dios manifestándose a un pastor nómada. Dios conduciendo la vida de una persona en su trabajo diario. Esa es la misma experiencia de Isaac y de Jacob, y de tantos otros personajes bíblicos. La mayoría de los creyentes no fueron invitados a dejar sus puestos de trabajo diarios para seguir a Dios. La mayoría de directrices que podemos sacar de la Biblia para afrontar los dilemas en los que nos movemos en nuestros días vienen de la forma en la que los afrontaron José, Daniel, Nehemías, Ester y muchos otros. Todos estos personajes descritos fueron altos funcionarios en entornos agresivamente antijudíos. Ellos tuvieron que aprender a ser representantes de Dios y miembros de una minoría religiosa en el contexto en el que los dioses falsos eran adorados, donde los valores del Dios Altísimo eran ignorados y contra los que se luchaba activamente. Su cosmovisión era completamente distinta de la que mantenía los poderes a los que servían y a los que mantenía el entorno de sus consiervos. ¿No os parece que este es el contexto en el que nos movemos la mayoría de nosotros en el día de hoy? Desde luego que no somos los primeros que han tenido que enfrentar este problema. La Biblia no da pie a esa separación entre lo sagrado y lo secular, si en algo fueron ejemplo estos creyentes es sobre cómo integraron esos dos mundos en uno sólo, como vivieron como siervos de Dios en un entorno secular, como sacralizaron su trabajo y lo convirtieron en un elemento a través del cual Dios podía realizar sus propósitos. JESÚS Y EL TRABAJO Como en todos los contextos, Jesús es también en este nuestra figura de referencia. La primera cosa que quisiera señalar es su forma de enseñar. Frecuentemente nosotros, los maestros de la Biblia preferimos irnos a aspectos más abstractos de la fe. Preferimos aquello que consideramos espiritual, aquello que tiene una apariencia de ser más celestial, dejando aquello que afecta a la vida diaria como aspectos menos dignos de mención. Muy a menudo nosotros contribuimos a ese abismo que se hace en las vidas de los creyentes entre lo sagrado y lo secular. Sin embargo en la enseñanza de Jesús eso no existía. Jesús enseñaba las grandes verdades del evangelio a través de historias de cada día. La mayoría de ellas era tomada de ejemplos de las actividades diarias de la gente, de los entornos de su trabajo. La mayoría de historias tenían que ver con la siembra, con la pesca y con la ganadería, historias de lo que la gente vivía cada día. Al enseñar estamos olvidando enseñar a través de historias como Jesús hacía, con ello contribuimos a que muchos no se sientan identificados y no puedan conectar lo sagrado y lo secular. Pero es que Jesús nos enseña una tremenda verdad a través de la historia de su vida. La vida de Jesús habla tanto a través de sus palabras como a través de sus silencios. La mayor parte de la vida adulta de Jesús la dedicó a trabajar, de hecho su ministerio público abarca un período como de tres años, el resto de su ministerio, el ministerio privado duró desde los 12 a los 30 años. Ese fue el período más largo de su ministerio, 18 años de ministerio privado. Yo no puedo pensar que el hijo de Dios, Dios hecho carne, pasara 18 años de su vida sin ministrar al ser humano, es imposible. Por alguna razón prefirió pasar la mayor parte de su vida en la tierra en esta clase de ministerio, a través de su trabajo diario, y así servir a Dios y dejarnos un ejemplo esencial para nosotros. Especialmente si tenemos en cuenta la claridad de sus ideas cuando nos deja su último testimonio antes de los 30 años, su frase es: en los negocios de mi padre me es preciso estar. Yo creo que esos 18 años estuvo en los negocios de su padre. Él nunca perdió esa perspectiva, y esos años de ministerio privado a través de su trabajo nos hablan tanto como los tres años de su ministerio público. ¿Cómo debía ser el trabajo de Jesús? ¿Cuáles debían ser sus conversaciones? ¿Cómo debía ser su trato con clientes y proveedores? Desde luego que tenía un concepto de la justicia y del mercado muy estructurado, porque al inicio de su ministerio hecha a los mercaderes del templo, acusándoles de haber convertido el templo de Dios en una cueva de ladrones. De Jesús y del resto de los escritores del Nuevo Testamento podemos sacar algunas enseñanzas:
  • Todo trabajo es de valor y lleno de significado. Nuestro entorno juzga el trabajo por el estatus que el entorno social le confiere y no por otros valores que el evangelio juzga como el servicio a la sociedad que conlleva, o por su sacrificio. Pensad por un momento en la diferencia que existe entre la forma de juzgar el mundo el trabajo de un trabajador de recogida de basuras y la que se le da desde la perspectiva bíblica, o el trabajo del hogar desde una y desde otra perspectiva.
  • No hay jerarquía de tareas en la economía de Dios. Todo trabajo hecho con fidelidad conlleva dificultad. No es más duro para mí hacer mi trabajo que para otra persona, ni menos tampoco. No hay tareas sencillas cuando se hacen de una forma cristiana, sólo hay tareas que pueden ser hechas fielmente o de modo irregular, con alegría o con resentimiento.
  • El trabajo es parte de nuestro llamamiento, pero no la suma total del mismo. Nuestra tarea es vivir para la gloria de Dios, ese es el objetivo de nuestras vidas. Esto puede parecer muy teórico pero se trata de enfocar nuestras vidas en todo aquello que hace sonreír a Dios y apartarnos de aquello que lo entristece. Eso debe ser realizado en todas las esferas de la vida. En el lugar en el que Dios nos ha puesto. No hay mejores lugares que otros. Dios nos llama a buscar primeramente el reino de Dios y su justicia perfecta. El trabajo no es ni más ni menos importante que otras cosas, simplemente se trata de vivir como cristiano donde Dios me colocó. Normalmente consideramos a Pablo como un obrero bivocacional, porque trabajaba en la obra y en el trabajo secular, haciendo tiendas, sin embargo, Pablo se consideraba a sí mismo como un obrero monovocacional porque integraba el trabajo diario entre todos los aspectos que forman el reino de Dios.
  • Tenemos que encontrar formas de conectar nuestro trabajo con nuestro llamamiento a seguir a Jesús. Colosenses 1:10 dice: para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, dando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios. Lo que este versículo quiere enseñarnos es que a medida que vamos aprendiendo más y más cómo Dios trabaja, nosotros aprenderemos cómo hacer nuestro trabajo.
  • La pereza no es coherente con el llamamiento cristiano.
Para terminar esta primera parte de esta serie en la que trato la perspectiva bíblica debemos decir que es como si hubiera una tensión en la forma en la que las Escrituras tratan el tema del trabajo. Como si coexistieran en las Escrituras dos mensajes. Por un lado el trabajo es una expresión de nuestro llamamiento a seguir a Cristo. Pero por otro lado hay un aviso a los discípulos a no permitir que el trabajo se convierta en un ídolo, en algo que termine por ocupar toda nuestra vida sustituyendo a Dios. El trabajo no debe ser un fin en sí mismo, pero tampoco puede ser puesto a un lado en una vida de discipulado. Los cristianos en cada generación tienen que discernir estos dos extremos. Sólo en la medida en que aprendemos a trabajar con Dios en su tarea creadora y sustentadora tendremos el equilibrio que Dios nos propone en la Biblia. En palabras del salmista, en el salmo 127: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los edificadores.” Termino con una oración de Richard Foster:
El día de hoy me ha dejado exhausto, Señor. Paro por unos momentos y me pregunto: Esta la firma de Dios sobre el ajetreo del día? O he salido disparado, ansiosamente tratando de resolver los problemas que no me pertenecían? Santo Espíritu de Dios, muéstrame: Cómo trabajar relajadamente Cómo hacer cada tarea como una ofrenda de fe Cómo ver las interrupciones como puertas para el servicio Cómo ver a cada persona como mi profesor en las cosas eternas En el nombre de aquel que siempre ha trabajado sin prisas. Amén.
El domingo próximo iniciaremos la aplicación práctica a la vida del creyente de los principios bíblicos que he expuesto. Puede escuchar una entrevista sobre este mismo tema a Jaume Llenas AQUÍ (audio, 4 Mb)
Artículos anteriores de esta serie:
1Dios, hombre y trabajo
2El trabajo: de Génesis a Apocalipsis

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