Al comentar los diversos ejemplos de científicos, tanto protestantes como católicos, que se han aportado previamente,
Manuel pregunta “¿Era su labor investigadora un producto natural de su fe y su cosmovisión, o no había una necesaria relación entre ellas?” Creo que es una pregunta acertada. ¿Hasta qué punto la actividad científica de una persona se relaciona con otras áreas de su vida y, específicamente, con su fe? Precisamente ese es uno de los grandes problemas para rastrear la influencia del cristianismo (o de cualquier otro conjunto de ideas) en la ciencia. La respuesta es difícil, en algunos casos hay datos muy claros, en otros casos indicios o sospechas, y también hay casos en los que no hay ningún dato. No todos los científicos han sido explícitos a la hora de discutir la relación entre su fe y su ciencia.
En cualquier caso,
ya he indicado en mi anterior artículo una serie de puntos que generalmente los historiadores de la ciencia han señalado como claves en la relación protestantismo/ciencia.(4) Esto es importante, incluso si no encontramos referencia a ello en todos y cada uno de los científicos protestantes.
¿Y en el campo católico? No he visto ahí estudios equivalentes de las ideas específicas que impulsaron a los católicos a hacer ciencia.
En realidad, la actividad científica de los intelectuales católicos del siglo XVI o XVII no era algo novedoso, ya desde el siglo XI existían universidades y allí se cultivaban actividades científicas como la astronomía, la física (más bien de tipo filosófico, ¡claro!), las matemáticas, etc.
Con el paso de los siglos, esas ideas fueron evolucionando e incorporando un mejor conocimiento de la antigua ciencia griega, así como novedades más recientes del mundo musulmán o de los propios científicos europeos. Copérnico estudió en esas universidades (en Italia) y Galileo fue tanto estudiante como profesor en la universidad de Pisa. Algunas ideas, como la que Manuel atribuye al protestantismo de que “toda la creación está bajo la soberanía de Dios y, por lo tanto, merece ser estudiada” eran ampliamente aceptadas en las universidades medievales. Es más, antes de estudiar teología se obligaba a los estudiantes medievales a pasar por unos amplios estudios que incluían desde la filosofía a la astronomía y desde la matemática a la teoría musical (¡ojalá que los seminarios y facultades teológicas, tanto católicos como protestantes, de hoy día tuviesen un programa de estudios igual de amplio!).
Si quisiéramos ser más específicos sobre las ideas de ciencia y fe de autores católicos como Copérnico y Galileo, podemos consultar sus libros sobre ello: el Tratado sobre la Sagrada Escritura y el movimiento de la tierra de Rheticus, el único discípulo de Copérnico, en el que se habla de las ideas de su “maestro”; así como la Carta a Cristina de Lorena de Galileo. El primero es muy difícil de conseguir, y sólo existe en latín e inglés(5); pero el segundo es de fácil acceso en castellano(6). Allí veremos cómo ambos hacen referencias a temas como la idea de los
“dos libros” (el libro de la revelación de Dios en la Biblia y el de la obra de Dios en la creación), la idea de la
“acomodación” (que el Espíritu Santo se revela en la Biblia usando las ideas científicas de cada época, aunque sean científicamente erróneas, y por eso puede hablar de la tierra como plana e inmóvil), etc. Lo curioso es que
estas ideas se suelen basar en referencias a Padres de la Iglesia (especialmente Agustín de Hipona), y que eran también compartidas por los protestantes (especialmente en las obras de Calvino, de ahí tal vez la apertura de los calvinistas de los siglos XVI y XVII a la ciencia). En cualquier caso, no todos los científicos teóricamente “católicos” o “protestantes” tenían un entusiasmo igual por su fe, ni todos tenían interés en relacionar fe y ciencia, o se preocupaban mucho por esa relación… ¡igual que hoy día!
Y pasando a un segundo tema,
¿hago una autocrítica exagerada en mis dos artículos anteriores? Tal vez; en cualquier caso, a mí me interesan demasiado la ciencia y la historia de la ciencia como para reducirlas a herramientas apologéticas. Yo me dedico a la ciencia todos los días, y leo historia de la ciencia por afición también todos los días. Por eso no puedo mantener algo de cara a la iglesia que se contradice con lo que todos los días tengo delante de mis ojos. Ese es mi problema. No puedo asociar al catolicismo con el oscurantismo y luego profundizar sin más en los científicos medievales de Oxford o París del siglo XIV o leer a Copérnico o Galileo (todos ellos católicos). Igualmente reaccionaría con disgusto si alguien asociara el catolicismo con todo lo bueno de la ciencia y menospreciara las contribuciones protestantes o asociara de alguna manera todo lo mejor del protestantismo al catolicismo (como por ejemplo hacía Duhem o su más reciente discípulo Stanley L. Jaki).
Como he dicho, no tengo problemas con afirmaciones como la de Manuel de que “el protestantismo ha sido un mejor motor de avance científico”; pero eso no quita reconocer el papel positivo que los científicos católicos (u ortodoxos, sería un error ignorar, p. e., a los científicos rusos, aunque éstos se incorporasen con fuerza a la ciencia sólo desde el siglo XIX) han tenido en la historia de la ciencia tanto
antes como
después de la reforma protestante.
Como decía en mis artículos, las cosas NO son tan sencillas. Por eso no puedo aceptar ni las afirmaciones reduccionistas de César Vidal ni otras semejantes de Manuel: “tampoco es sabio ignorar que la apertura de mente, fundamental en la ciencia, ha tenido su sustrato natural en el sistema de pensamiento protestante, y por el contrario, el dogmatismo oscurantista, limitador del avance científico, ha encontrado su natural sustento teológico en la cosmovisión católica tridentina. Negarlo sería poco científico, más exactamente sería ir contra la evidencia histórica.” Bueno, y entonces ¿qué hacemos con los ejemplos concretos de científicos católicos que mencioné en mi artículo anterior? ¿Eran “dogmáticos oscurantistas”?
No podemos transmitir a la ciencia nuestras posturas teológicas, la apertura de mente que necesita la ciencia no es la teológica o la política, sino un tipo muy específico de libertad intelectual que, en ocasiones, ha convivido con sistemas socio-políticos o religiosos que pueden parecernos “oscurantistas”. Podemos estar muy en desacuerdo con Trento (¡y yo lo estoy!); pero eso no quita el que reconozcamos la labor de los científicos católicos del pasado, y de los que trabajan también entre nosotros hoy día. ¡Aunque no compartamos sus ideas teológicas!
La historia real muestra una continua interrelación de ideas, autores, países, iglesias, religiones, etc. Por poner un caso, Manuel menciona como ejemplo de influencia de la fe en la actividad científica, en el caso de los científicos protestantes, a Newton. Lo paradójico es que, como anti-trinitario, el arriano Newton sería rechazado por cualquier iglesia protestante... (y el catolicismo, ¡claro!: tal vez como el anti-trinitario Servet, quemado en efigie en la católica Vienne, y en carne y hueso en la protestante Ginebra), y como científico, muchos se sorprenderán al saber que Newton dedicó una gran cantidad de sus energías a la alquimia y otros temas esotéricos, tanto “científicos” como “bíblicos” (buscar mensajes ocultos en la Biblia, calcular la fecha del fin del mundo, etc). Y, sin embargo, sus ideas sobre la gravitación parecen estar muy relacionadas con sus ideas alquímicas (eso de las fuerzas de atracción y repulsión a distancia...).
No puedo dejar de repetirlo: en la vida real, ¡las cosas NO son tan sencillas!
Por poner un ejemplo, aún más complicado, pero todavía más relevante para las ideas sobre el “nacimiento” de la ciencia moderna, podemos plantearnos el caso de Copérnico.(7) Un astrónomo aficionado católico, al servicio de un poderoso obispo polaco (inicialmente su tío y luego sus sucesores), que pasa más de treinta años imaginando un nuevo “sistema del universo” pero que tiene dudas tanto científicas como filosóficas/teológicas. Y he aquí que nada menos que Melanchton, la mano derecha de Lutero, manda desde la cuna del protestantismo, Wittenberg, a un joven matemático protestante, Rheticus, que recorre Europa para conocer a Copérnico (a pesar de la opinión negativa del propio Melanchton sobre Copérnico, lo que muestra que el reformador era más abierto de lo que uno pudiera sospechar).
Y ahí, en la católica Polonia, el científico luterano pasa a ser discípulo del científico católico, le ayuda en la consolidación de sus argumentos científicos y también en el problema teológico/filosófico. Y esto último es curioso, juntos escriben a un teólogo protestante alemán: Andreas Osiander, que recomienda tratar las ideas de Copérnico como meras “hipótesis” para así aplacar a los filósofos y teólogos, “solución” que Copérnico y Rheticus rechazaban (pues creían fervientemente en la realidad del movimiento de la tierra). Pues bien, con el apoyo de un obispo (Giese) y un cardenal (von Schonberg) católicos, finalmente Copérnico termina su manuscrito y se lo da a Rheticus, que se lo lleva de vuelta a la Alemania protestante e inicia su impresión. Al tener que cambiar de residencia, finalmente la publicación se termina bajo la supervisión de, nada menos, que el teólogo protestante Osiander, eso sí, incluyendo la dedicatoria de Copérnico al papa Paulo III; pero también un prefacio del propio Osiander (sin autorización de Copérnico) donde expone su “idea” de que el libro es puramente “hipotético”, para enfado de Rheticus y Giese (Copérnico murió a los pocos días sin poder comentar nada). Y como ese prefacio no estaba firmado, muchos creyeron falsamente que era de Copérnico, hasta que medio siglo después el protestante Kepler denunció la autoría de Osiander. ¡Ah!, por cierto, entre las herramientas matemáticas de Copérnico está una muy importante llamada “par de Al-Tusi”, un matemático, astrónomo, químico, biólogo, médico y filósofo musulmán de la Persia del siglo XIII.
Siento haber sido tan prolijo; pero
he querido explicar todos estos detalles para dejar claro que no podemos hablar sin más de protestantes “abiertos” y católicos “oscurantistas”, al menos en lo que a la historia de la ciencia se refiere. Me temo que la realidad histórica de la ciencia es sumamente fluida y compleja. En la vida real los científicos tenemos que buscarnos la vida, y lo normal, tanto hoy como en el siglo XVI, es la colaboración entre científicos (sin mirar sus orígenes “ideológicos”). A poco que se escarbe en la vida de cualquier científico, de cualquier época, se podrán encontrar relaciones con otros científicos de los más variados contextos. ¿Qué podríamos decir de los cristianos y judíos que tradujeron los libros de ciencia (y otros temas) griegos al árabe en Oriente Medio durante los siglos VIII y IX? ¿Y qué de la posterior traducción de los mismos libros entre musulmanes, judíos y católicos al latín en el sur de Italia y de España en los siglos XI-XIII?
Quisiera acabar este artículo con una pregunta de carácter general,
¿Por qué nos preocupa tanto defender la superioridad del protestantismo en la ciencia? ¿Por qué queremos decir a toda costa que el protestantismo fue mejor para ciencia que el catolicismo? Me temo que hay un sospechoso interés apologético ahí de nuestra parte. ¿Y qué si el protestantismo no es “mejor”? ¿Qué nos importa si los mejores científicos han sido o son protestantes, católicos, musulmanes, budistas o ateos? La mayoría de los científicos occidentales se puede decir que son hoy agnósticos y/o ateos, ¿y qué? ¿Hemos de abandonar nuestra fe por ello? Y, por cierto, ¿por qué no mirar la fe de los mejores pintores, economistas, escritores, jardineros, arquitectos, abogados o submarinistas? ¿Por qué fijarnos en la ciencia? Ese ansia por identificarnos con lo mejor de la ciencia no refleja sino un complejo de inferioridad y, en cierta medida, una sumisión a la ciencia, cuya autoridad y cobijo buscamos para asentar… ¿nuestra fe? No debiera ser así, Jesús era un carpintero y sus apóstoles unos humildes pescadores, un cobrador de impuestos, etc., ¿no? ¿Y qué?
El artículo de Manuel finaliza con una pregunta doble, al plantearse si nuestra cultura actual post-cristiana “¿será capaz de mantener una cosmovisión, un sistema de pensamiento coherente y estable? Y esta cosmovisión ¿qué tipo de avance científico va a producir?” Bueno, esta es una pregunta muy interesante que enlaza el futuro con el pasado. La abordaremos en el próximo y último artículo de esta serie.
1) X. Manuel Suárez. Ciencia y cosmovisión: el debate César Vidal / Pablo de Felipe. Protestante Digital 362 (2010)..
2) César Vidal. Protestantismo y revolución científica. Protestante Digital 340 (2010)..
3) Pablo de Felipe. En busca del “origen” de la ciencia. Protestante Digital 360 (2010)..
Pablo de Felipe. Buscando la “huella protestante” en la ciencia. Protestante Digital 361 (2010).
4) Pablo de Felipe. Buscando la “huella protestante” en la ciencia. Protestante Digital 361 (2010)..
5) Hooykaas, R. (1984). G. J. Rheticus´ treatise on Holy Scripture and the motion of the earth. North-Holland Publishing Company, Amsterdam.
6) Galilei, G. (1987). Carta a Cristian de Lorena y otros textos sobre ciencia y religión (edición de Moisés González). Alianza Editorial, Madrid.
7) Pablo de Felipe. El De Revolutionibus de Copérnico: la gestación de un libro que cambió la ciencia y la teología. Historia para el Debate 6 (2001):48-56.