Otro aspecto a resaltar es que el colportor Thomson promueve una Biblia traducida por Scio de San Miguel pero sin notas doctrinales. Defiende difundir así la obra de Scio bajo el argumento de que una Biblia comentada sería mucho más cara que la vendida por él, en un solo volumen y a precio módico. Y no le faltaba razón a la luz de lo sucedido con la publicación de la Biblia de Scio en España:
La edición se inicia con el primer tomo del Nuevo Testamento el año 1790, consta de diez volúmenes y se concluye en 1793, consta de diez volúmenes y se concluye en 1793. Se tiraron dos mil ejemplares y el precio de cada Biblia (los diez volúmenes) fue de 1,300 reales, que era más de tres veces lo que entonces cobraba al año un maestro de primeras letras, el equivalente de lo que costaban una diez vacas en plena producción, algo más del salario anual de un jornalero. La segunda edición salió algo más barata, 1,008 reales (sin los grabados, que costaban 700 reales más), pero en todo caso carísima y, por tanto, sólo accesible a la nobleza y a personas muy bien acomodadas.
Además del precio elevado de tener que incluir en la Biblia notas explicativas y doctrinales, James Thomson arguye que agregar esos elementos necesariamente repercutiría en desacuerdos sobre cuáles comentarios reproducir como los verdaderos, dados los existentes desacuerdos entre los expertos en los temas bíblicos.
Sobre la validez que hace Thomson de ofrecer las Escrituras sin deuterocanónicos les invitamos a ver el siguiente documento.
PROMOCIÓN Y VENTA DE LA BIBLIA EN QUERÉTARO (1)
El plan que adopté cuando estuve en Guayaquil –dar a conocer nuestras ventas por medio de un aviso impreso– lo he adoptado otra vez aquí. Resultó bien en aquella oportunidad y también ha tenido éxito esta vez, y espero que pase lo mismo en el futuro. En el aviso no menciono solamente los libros que están a la venta, y sus precios, sino también el número exacto de días que la venta va a durar. Esto me permite hacer más en un tiempo dado, y probablemente también lleva a comprar a muchos que de otro modo lo dejarían de un día para otro, hasta que el deseo de comprar una Biblia se hubiera desvanecido. La ciudad en la que me encuentro ahora cuenta, tal como puedo estimarlo aproximativamente por los informes que he recibido, con 25 mil habitantes, y es la capital del estado del mismo nombre. El tiempo fijado para nuestra venta aquí fue de ocho días, y éstos terminaron ayer.
Vuelvo ahora a la entrega de la carta de introducción mencionada más arriba. Me presenté en el convento en la tarde del día de mi llegada. Apenas había traspuesto la puerta más exterior vi a uno de los frailes conversando con alguien, y acercándome a él, le pregunté por la persona a la que estaba dirigida mi carta. Él era justamente la persona por quien yo preguntaba. Me condujo con él escaleras arriba, a través de un largo pasaje, luego otro y, creo, un tercero, y al llegar finalmente a la puerta de su celda fui cortésmente introducido en su habitación. Durante todo este tiempo mi carta de presentación siguió sin ser entregada, y la cortés atención con que fui recibido de inmediato se debió a un aviso previo que, por correo, el fraile de México le había dado a su amigo de aquí, acerca de quién y qué era yo y del momento en que podía llegar a esta ciudad. Después que nos hubimos sentado, entregué mi carta y entramos en conversación. El propósito que me trajo a esta ciudad fue el primer tema que conversamos. Le dije que había venido aquí con amplia provisión de las Sagradas Escrituras, y que era mi intención exponerlas para venderlas a muy bajos precios. Le mostré luego mi aviso impreso, después de tomar su pluma, que estaba frente a mí, y llenar con ella los lugares en blanco, lo leyó, y aprobó su finalidad, y también el plan de distribución propuesto. Entonces le señalé la importancia de las Escrituras, como una luz para iluminar nuestros pasos en este oscuro mundo, y como la única luz que puede guiarnos hasta el cielo. Él asintió plenamente a todo cuanto le dije acerca de este tema y prometió hacer conocer nuestra venta a sus amigos. Después de conversar un poco más acerca de asuntos generales me levanté para irme. Él me acompañó hasta la puerta, y cuando alargué mi mano para estrechar la suya y decirle adiós, me dijo, “No, permítame ir con usted hasta un poco más lejos”. Después de volver por los lugares por donde habíamos entrado, a través de éste, de aquél y el otro pasaje, llegamos a la gran escalera, donde volví a tenderle mi mano para despedirme. “Todavía no”, dijo él: “por favor, le ruego me permita acompañarlo un trecho más”. Yo me resistía a admitir que bajara las escaleras,, pero insistió amablemente en ello y me acompañó hasta la puerta exterior, por la que yo había entrado, y cerca de la cual lo había encontrado. Aquí, después de inclinarnos, hacer reverencias y estrecharnos las manos, y todo sinceramente, creo, por ambas partes, nos despedimos.
Además de la simple exposición de hechos que hice a los frailes acerca de este tema, como ahora lo refiero,
les proporcioné dos argumentos a favor de una rápida recepción de las biblias compradas aquí: “El conocimiento de las Sagradas Escrituras”, dije, “es tan importante en sí mismo, y tan útil para nuestro bienestar inmediato, constituyendo la única guía para la salvación y la felicidad eterna, que, ya sea que la Biblia llegue a estos países entera o por partes, más grande o, más pequeña, debería ser saludada como una bendición de primera magnitud para el país”. “Me parece extraño”, continué, “que cualquier hombre que profese la religión de Jesucristo y crea que las Sagradas Escrituras son la única fuente de esa religión, ponga obstáculos a la recepción y uso de las biblias enviadas aquí, cuando cada una de las partes de estas biblias es reconocida como canónica, sólo porque hay una carencia de unos pocos libros también considerados canónicos en este país”.(2) “Y es todavía más sorprendente”, dije, “que cualquier sacerdote, cuyo principal deber es enseñar las Sagradas Escrituras y recomendar, como los apóstoles, el estudio constante de estos preciosos escritos, pudiera oponerse al libre uso de las biblias enviadas aquí, a tan bajo precio y tal al alcance de todos”. Hubo un consenso total con respecto a este argumento.
Mi otro argumento fue con respecto al libre uso de las Escrituras sin notas. “Nuestro bendito Salvador”, dije, “nos ha dicho que el Evangelio debe ser predicado en forma especial entre los pobres. Pero aquellos que dicen que las Escrituras no deben ser leídas más que con notas, contradicen en realidad al Salvador”, y dicen, “Dejad que el Evangelio no sea predicado a los pobres, sino solamente a los ricos”. “Este es”, dije, “el resultado verdadero al que llegan con su plan de usar la Biblia solamente con notas, porque el precio de 100 dólares al que es vendida, la pone fácilmente más allá del alcance de los pobres”. “Por lo tanto, continué, “tengamos cuidado de no oponernos al benevolente mandamiento y las órdenes de nuestro Señor Jesucristo”. Este último argumento pareció producir un notable efecto, y pareció conmoverlos como algo nuevo, o como algo que no habían considerado antes con el detalle con que debían haberlo hecho. ¡Que el señor siga estas conversaciones con su bendición, que así su palabra pueda tener libre curso en esta tierra, y que sea glorificado!
Ya he mencionado, creo, todas las circunstancias principales relacionadas con nuestra venta aquí, y señalaremos ahora una circunstancia, aunque no conectada con ello, de mucho peso, sin embargo, para nuestro propósito general. Tuve oportunidad de estar en la oficina del secretario del Congreso hace dos o tres días, y viendo algunos periódicos sobre la mesa, los tomé para mirarlos un momento. Entre ellos estaba El Águila Mexicana,(3) el diario en el cual se ha desarrollado la controversia acerca de las biblias. Al mirar este diario encontré en él un artículo en respuesta al que yo había escrito poco tiempo antes de dejar México. Lo leí cuidadosamente y, mientras daba vueltas al diario en mis manos, pensando cómo respondería a nuestro oponente, me llamó la atención otro artículo acerca de las biblias. Lo leí con no poco interés. Era en defensa nuestra. Contenía un juicio excelente acerca del objeto y las actividades de la Sociedad Bíblica, afirmando la confiabilidad de su reimpresión de la versión de Scío, y recomendando las ventajas derivadas de la lectura de las Escrituras y de recibir los ejemplares que usted envía, no obstante la falta de los libros apócrifos. Este artículo fue extraído de El Observador,(4) una publicación periódica, de la cual el doctor Mora, ya conocido de usted, es uno de los editores y no tengo ninguna duda de que el artículo en cuestión pertenece a su pluma. Considero que este escrito es una respuesta muy buena al artículo de nuestro oponente y fue muy acertadamente colocado en la misma hoja. Así pues, como puede usted ver, si tenemos enemigos, también tenemos amigos, y estos últimos, espero, son más numerosos que los primeros.
(1) Fines de octubre-principios de noviembre de 1827. Sus ventas fueron las siguientes: 125 biblias, 150 nuevos testamentos, 88 de una edición de los cuatro evangelios y 95 de Lucas y Hechos; la suma alcanzó 450 volúmenes.
(2) Los libros deuterocanónicos, cuyas características referimos en el Estudio introductoria, en el apartado “La versión de la Biblia distribuida en nuestras tierras por James Thomson”.
(3) Datos sobre la publicación en el Estudio introductorio, apartado “Personajes que apoyaron las gestiones de Thomson”.
(4) Mismo caso de la nota anterior.