El enigma que se alojaba bajo la piel: la poesía de Leopoldo Cervantes-Ortiz

"Ruidos y sombras" de Leopoldo Cervantes-Ortiz representa un recorrido intenso por los vericuetos del erotismo, la poesía y la fe. Una reseña de Julia Santibáñez.

08 DE OCTUBRE DE 2015 · 20:50

Detalle de la portada del libro. ,Ruidos y sombras, lepoldo cervantes-ortiz
Detalle de la portada del libro.

Originario de Oaxaca, México, Leopoldo Cervantes-Ortiz lleva más de 30 años sentando palabras sobre las rodillas. Acariciándolas. Amándolas. A veces, insoportándolas y queriendo matarlas, porque no responden como deberían. Se rebelan. Son vulgares, groseras. Pero a la semana siguiente, vuelta a seducirlas. Es el oficio de escribir, ese que es como una droga, en el que uno empieza “por puro placer” y acaba “organizando la vida como los drogadictos, en torno al vicio”, diría el portugués Antonio Lobo Antunes.

Cervantes-Ortiz es uno de esos a los que la poesía envenenó en algún momento y ahora vive enviciado por imágenes, metáforas y ritmos a los que quiere, también, seducir. Por fortuna, en ese intento surgen versos. Recientemente Cervantes-Ortiz dio a conocer Ruidos y sombras. Antología poética 1981-2013, publicado por la editorial chilena Hebel, libro en el que da constancia de varias décadas de trabajo lírico, en este caso, como poeta, pero no hay que olvidar que Leopoldo es también (re)conocido como antologador. En especial me he bebido más de una vez Sendos placeres. Poemas para leer y acariciar (Editorial Planeta), compilado por él y por José Manuel Mateo.

Publicado cuando el autor era muy joven, su primer libro de poesía se tituló Asombros (1981) y el nombre fue exacto, porque a partir de ahí, la pluma de Cervantes-Ortiz fue recogiendo por el camino desconciertos, fascinaciones. Y es que si bien las tres constantes en su quehacer literario son el erotismo, la fe religiosa y la poesía misma, también lo es la sorpresa cotidiana con la que aborda cada una de ellas en libros de libros de títulos tan sugerentes como Vocación de semilla, Informe confidencial/ Mitomanías, Lecciones de vida y muerte, Navegación del fuego, Segunda fe, Desprendimientos, Tiempo y ser, entre otros.

El primer eje es, para mi gusto, el más sólido en su quehacer literario. El escritor cuece el erotismo a fuego lento, lo depura en el cuerpo de la amada y la vuelve entonces epicentro, gozne del mundo. En varios momentos celebra la fantasía, sede del juego sensorial:

[…] El cuello de la mujer

es el lugar de su perpetua desnudez

donde la luz se concentra para llamar al corazón

para obligar a las ansias a salir del sueño

porque el beso nace con el perfume de la piel.

Mientras, en otros versos se concentra en la sensación del cuerpo amado:

Me instalo en tu beso

con una sed antigua

que se renueva cada vez

que se estimula

cuando tus labios

son el centro de todo

 

me instalo en tu vida

con una timidez remota

con un temor interior

de visitar lo desconocido

donde la existencia

afirma su carácter.

Y, ya habiendo concretado el acto sexual, sigue llenándose de palabras la boca, para tratar de decirse en el pasmo de ese cuerpo que, desde que se unió con otro, ya no le pertenece de igual forma, como cuando traduce a Affonso Romano de Sant’Anna:

¿Qué hacer entre un orgasmo y otro

cuando se abre un intervalo

sin tu cuerpo?

 

¿Dónde estoy cuando no estoy

incluido en tu gozo?

¿Soy todo exilio?

 

¿Qué imperfecta forma de ser es ésa

cuando me aparto de ti?

 

¿Qué neutra forma toco

cuando no toco tus senos y tus muslos

no recojo el soplo de la vida de tu boca?

 

¿Qué hacer entre un poema y otro

mirando la cama, la hoja fría?

En ese diálogo con la mujer, consigo mismo y con su propio deseo, el poeta va moldeando un discurso hecho de instantáneas gozosas, en la línea del Cantar de los Cantares bíblico. Porque el autor, licenciado y maestro en Teología, hunde sus raíces de vida en la fe cristiana, misma a la que en varios poemas hace hablar e incluso le responde desde su lugar en la Tierra. En un poema frontal, la voz poética menciona la “inabarcable soledad” de Dios, la “blanca inmensidad que lo atosiga”, que lanza sus “puentes callados” y sus “gestos de loco” que logran “quitarnos el sueño y los sueños/ se llenan de su nombre impronunciado”. Y asimismo la vertiente existencial se transparenta en un breve poema como “Mediodía de la vida”, de apenas dos versos:

¿llegas solo

o hay que salir a conquistarte?

En tercer lugar, el autor aborda el propio oficio poético, la música que flota en el ambiente, en perpetua espera: “Late el verso/ ?en espera de su turno/? para venir al viento a la palabra […] sólo falta el poeta”. Pero el poema escapa a los límites de la página en blanco y encarna en el deseo, cerrando así el círculo virtuoso:

Atravesar la vida para llegar al verso

vaciar en el instante

la escasa eternidad que se percibe

Sacar el jugo al día

para beberlo en una imagen

en una calle poblada de besos

de amantes que provocan envidia

al paso de los puritanos.

En suma, Ruidos y sombras representa un recorrido intenso por los vericuetos del erotismo, la poesía y la fe, que los simplistas consideran esferas ajenas o, incluso antitéticas, pero que en la pluma de Leopoldo Cervantes-Ortiz se muestran como caras complementarias de un mismo enigma cotidiano: el que el poeta lleva preso bajo la epidermis. Ese que lo empuja a sentar palabras sobre las rodillas. Acariciarlas. Amarlas.

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