Predicación para el siglo XXI (XII)

El estudio – que no sólo la lectura - de la Biblia es un elemento esencial de la vida cristiana. De ese estudio se derivó, por ejemplo, que, durante siglos, el número de judíos y protestantes que estaban alfabetizados fuera siempre muy superior al de católicos y ortodoxos. Las razones eran obvias. Mientras que judíos y protestantes sustentaban su vida espiritual en los textos que leían, memorizaban e intentaban inc"/>

Leer y estudiar la Biblia

Predicación para el siglo XXI (XII)

El estudio – que no sólo la lectura - de la Biblia es un elemento esencial de la vida cristiana. De ese estudio se derivó, por ejemplo, que, durante siglos, el número de judíos y protestantes que estaban alfabetizados fuera siempre muy superior al de católicos y ortodoxos. Las razones eran obvias. Mientras que judíos y protestantes sustentaban su vida espiritual en los textos que leían, memorizaban e intentaban inc

06 DE DICIEMBRE DE 2007 · 23:00

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Para unos, la alfabetización era una necesidad espiritual; para otros, era una necesidad meramente humana. Sin embargo, las consecuencias de esa diferencia no sólo fueron educativas. En realidad, marcan una visión espiritual muy distinta, la de los que creen que la Revelación escrita es una vía cotidiana de diálogo y aprendizaje y la de los que consideran que ésta puede verse superada e incluso sustituida por otro tipo de comportamientos. La Biblia es tajante en cuanto a la necesidad de un estudio diario. No deja de ser significativo que cuando Moisés desaparece, Dios insta a su sucesor Josué a vivir a diario de acuerdo con las Escrituras, unas Escrituras que debe leer y meditar varias veces al día: “Solamente esfuérzate y se muy valiente para ocuparte de actuar conforme a la ley que mi siervo Moisés te mandó. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que prosperes en todo lo que lleves a cabo. Nunca debe apartarse de tu boca este libro de la ley, sino que, por el contrario, de día y de noche, meditarás en él, para que lo guardes y actúes de acuerdo con lo que se halla escrito en él; porque entonces lograrás que tu camino prospere y todo te saldrá bien” (Josué 1:7-8). Ese apego –entiéndase estudio y meditación- a la Palabra debía ser además una conducta familiar y no algo limitado al lugar de culto o a los especialistas. En Deuteronomio 6, tras resumir la fe de Israel en algunas frases, Moisés indica: “Y estas palabras que yo te ordeno estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas andando por el camino, y cuando te acuestes, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:6-7). Seguramente, algunas personas confían más para su futuro en determinadas políticas humanas, en determinados programas sociales y en determinadas ideologías que en otras circunstancias. En un no creyente semejante ceguera no es sorprendente. Resulta, sin embargo, patética en alguien que conoce – o debería conocer – la Biblia y es que debería llevarnos a reflexión el hecho de que Dios vincula la prosperidad personal y familiar con la relación cotidiana con las Escrituras. En la época de Jesús y de los primeros cristianos no existían las concordancias, los diccionarios bíblicos o las ediciones de las Escrituras que pudieran guardarse en casa o llevar en el bolsillo. Sin embargo, esas dificultades objetivas fueron vencidas por la convicción de que la Palabra debía ser estudiada, meditada y digerida a diario hasta tal punto que era común conocer de memoria porciones considerables de la Biblia. No distinta debería ser nuestra conducta si es que tenemos intención, entre otras cosas, de comunicar el Evangelio a otros. Ahora permítaseme –soy un impertinente y, como el resto de mis pecados, no lo oculto– formular algunas preguntas a mis lectores:
  • ¿Cuántas veces al día lee y medita las Escrituras?
  • ¿Cuántas veces al día hace extensible esas acciones a sus hijos?
  • ¿Cuántas veces al año lee la Biblia completa?
  • ¿Cuántas doctrinas fundamentales – Trinidad, justificación por la fe, segunda venida de Cristo… - podría apoyar con algún texto bíblico si fuera necesario?
  • ¿De cuántos libros de la Biblia podría realizar un resumen siquiera aproximado aquí y ahora? y
  • ¿Cuántos pasajes de la Biblia podría citar para dar consuelo, ofrecimiento de perdón o perspectivas de esperanzas a una persona que lo necesitara?
Y ahora permítaseme llevar mi impertinencia un paso más allá y formular alguna pregunta más:
  • ¿Cuántas horas al día dedica a ver la televisión? (no entro en la información manipulada ni en la cosmovisión anticristiana que ésta ofrece por regla general).
  • ¿Cuántas horas al día pasan sus hijos ante un receptor de televisión?
  • ¿Cuántas veces al año ha apagado el televisor para leer la Biblia?
  • ¿Cuántos personajillos del mundo televisivo –ya sabe, esas que cuentan cómo se han ido a la cama con un torero o desvelan las supuestas intimidades de una cantante– podría identificar si viera su foto aquí y ahora? y
  • ¿Cuántos episodios de la vida y milagros de estos seres dignos de una profunda compasión podría mencionar en una hora?
Que cada uno – llevándose la mano al corazón y delante de Dios – responda y saque las consecuencias. La semana que viene, Dios mediante, seguiré refiriéndome al estudio de la Biblia. Continuará
Artículos anteriores de esta serie:
1¿Qué Evangelio debemos predicar?
2Hay y habrá justicia
3El juicio de Dios
4El amor que salva
5Perdidos y salvados
6La nueva vida
7La consumación de los tiempos
8Agradar a Dios, no a los hombres
9Valentía
10Tener o no tener temor de Dios
11El conocimiento de la Biblia

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - La voz - Leer y estudiar la Biblia