Una lección para los discípulos

La incredulidad no constituye oferta de vida para nadie. Combatir todo este ideario es el gigantesco trabajo que aguarda a los discípulos de Jesús. 

09 DE ENERO DE 2022 · 14:00

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Foto de Jasper Van Lommel en Unsplash.

“Y saliendo aquellos espíritus inmundos, entraron en los cerdos, los cuales eran como dos mil; y el hato se precipitó en el mar por un despeñadero, y en el mar se ahogaron”.

(Marcos 5:13)

 

Jesús ha conducido a sus discípulos hasta esta región para impartirles otra lección relacionada con su poder. Se ha demostrado a los ojos de sus seguidores como poderoso sobre el viento y el mar, ahora mostrará su poder sobre toda una legión de demonios. Y lo hará como en los dos casos anteriores, con pleno dominio de la situación, sin esfuerzos físicos ni psíquicos, por medio de su sola palabra y sin que manifieste la más mínima señal de sentirse amenazado.

Los discípulos van a adquirir en este caso una serie de importantes conocimientos que les van a prestar una inestimable ayuda en su posterior labor misionera, en Israel primero y más allá de sus fronteras poco tiempo después. Vamos a ver, pues, lo que aprendieron los discípulos en este caso.

El diablo y los demonios son una realidad

Esta realidad se hace más dolorosa fuera del marco geográfico de acción de la palabra de Dios, hoy diríamos fuera del campo de influencia del evangelio. El endemoniado judío que encontramos en Marcos 1:23 se encontraba en pleno territorio de Israel. Así, participaba todavía de la vida social y religiosa de su ciudad, pues le encontramos en la sinagoga durante un culto a Dios. Sin embargo, del endemoniado de nuestro texto se nos dice por  tres veces que su hogar estaba en los sepulcros, fuera de toda vida social.

Los demonios todavía tienen su espacio allí donde la palabra de Dios es predicada y vivida, pero en el mundo pagano, donde esta divina palabra aun no ha sido proclamada, los demonios constituyen legión y su poder destructor es más grande aún.

Los discípulos tienen que saber a qué o a quiénes se van a enfrentar cuando salgan de las fronteras de Israel. Tienen que saber que les aguarda unos enemigos espirituales poderosos y malvados en extremo, enemigos de Dios y de los hombres.

Se mantienen unidos entre ellos

Fue un espíritu inmundo el que habló al principio con Jesús, pero después se reveló que eran legión los que poseían al endemoniado. Esto apunta a la idea de que los espíritus están ordenados en jerarquías, conforme a rango, y que se sujetan unos a otros. 

En Efesios 6:12 se nos habla de ellos como “principados”, “potestades” y “gobernadores”. En Colosenses 2:15 vuelven a aparecer los “principados y las potestades”.  Estas denominaciones dan a entender que en las esferas de los espíritus inmundos existe toda una organización de maldad regida por rangos, y que los espíritus individuales se sujetan a sus tenebrosos jefes, como se aprecia en el caso del endemoniado gergeseno. De modo que, en ocasiones nos encontraremos luchando espiritualmente contra grupos de espíritus y no contra entes individuales de maldad. Este conocimiento debe hacernos precavidos.

Conducen a los poseídos a la impureza, la marginación y la autodestrucción

El evangelista Lucas (8:27) nos dice que el endemoniado gergeseno “hacía mucho tiempo que no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros”. En nuestro mundo, la ropa cumple una función protectora. Las personas se visten por pudor. El pudor es un medio de defensa.  Los demonios habían despojado al hombre de esa protección, desproveyéndolo del sentido de la vergüenza y conduciéndolo, sin pudor y sin ropa, a la condición de los animales.

Rebajado a la condición de animal, el endemoniado fue llevado a vivir en los sepulcros. Otra señal de impureza y marginación. ¿Quién querría tener contacto con alguien que tiene su casa en tan tétrico lugar? ¿Quién estaría dispuesto a invitar a su casa a alguien que duerme cada día donde yacieron cadáveres y huesos de muertos? Esta idea produce repulsión. Obviamente la marginación social del endemoniado era total y absoluta.

Y por si lo indicado fuera poco, el evangelista Marcos nos dice que nuestro hombre solía herirse con piedras. Esto nos recuerda que el diablo y la muerte están directamente asociados. Dios conduce al ser humano a la vida. En cambio, el diablo lleva a todos a la muerte y a la nada. En esta inclinación hacia la autodestrucción se puede comprobar el odio mortal que los demonios sienten hacia Dios y hacia el hombre. El diablo es enemigo mortal de la vida.

Conducen a la muerte incluso a los animales poseídos por ellos mismos

¿Condujeron intencionadamente los demonios a la manada de cerdos al agua para ahogarlos? Si esta fue su intención desde el principio, no estaría en armonía con su ruego a Jesús de que “no los enviase fuera de aquella región”. Por ello, muy bien podríamos suponer que los cerdos se precipitaron al mar y se ahogaron allí por sorpresa y en contra de la voluntad de los demonios. Sabemos que los cerdos pueden nadar intuitivamente a estilo “perrito”. Pero éstos se ahogaron, lo que habla de la profunda alteración que provocaron en su cerebro los espíritus inmundos. Y es que, los demonios provocan la muerte aun sin que se lo hayan propuesto a primera vista.

Esta historia pretende destacar el poder y la grandeza de Jesús. Por eso, lo primero que resalta nuestro versículo es el poder de los demonios. Este poder es tan terrible, como terrible era el miserable estado de aquel hombre. Estaba obligado a vivir día y noche en su interior con la salvaje furia que había provocado en un instante la muerte de dos mil cerdos. Y, no obstante todo este poder, resalta esta historia que mayor aun es el poder de Jesús que obró la liberación y la salvación de aquel hombre.

El maligno traerá al final  la muerte a todo el que se deja dirigir por él

La visión desoladora de cientos y cientos de cuerpos de cerdos muertos flotando en el lago, muestra de manera gráfica que el diablo “ha sido homicida desde el principio” (Juan 8:44). Y es que, la naturaleza esencial del diablo es la de un pecador, un asesino y un mentiroso. Lo propio del demonio es robar, matar y destruir (Juan 10:10). Y este será el triste final de todos los que le siguen en esta tierra.

La Biblia dice que Dios es amor. La maestra de la Escuela Dominical preguntó a una niña ¿por qué Dios nos ama tanto? Y la respuesta de la niña no pudo ser más sabia. Respondió: “Porque no sabe hacer otra cosa”. Efectivamente, Dios ama porque no sabe hacer otra cosa, porque su naturaleza es amor. Y este amor se advierte en el plan de salvación que ha labrado y realizado a favor del hombre y la mujer. La naturaleza de Dios es amor; por eso ama tanto.

En cambio, la naturaleza del demonio es la muerte. De ahí que la Biblia diga de él que es “homicida desde el principio”, y que ha venido “para hurtar, matar y destruir”. Esto es lo que sabe hacer el diablo. Y no sabe hacer otra cosa. Por eso advertimos a todas las personas que no entren en pacto con el diablo, que se alejen de su presencia, que renuncien al pecado y se vuelvan a Dios por medio de Jesucristo.

Pero Jesús es más fuerte

La historia que nos ocupa muestra que Jesús es más poderoso y más grande que el diablo. Hemos visto a toda una legión de terribles demonios gritando a grandes voces ante Jesús. La cercanía de Jesús les espanta, la visión del Señor les aterroriza, y a su voz tienen que obedecer como las más débiles criaturas.

Esta lección es la que tenían que aprender los discípulos. Nada en toda esta historia fue casualidad. Hacía tan solo un par de horas que los discípulos habían aprendido que Jesús tiene todo poder sobre la naturaleza, sobre el viento y el mar; ahora han aprendido el poder total de Jesús sobre los demonios, y cuando llegue la luz de ese día aprenderán en Capernaúm que Jesús sana las enfermedades incurables para el hombre y su ciencia, como lo experimentará la mujer que padecía de flujo de sangre; y que también tiene poder sobre la muerte, poder para resucitar a los muertos, como hará con la hija de Jairo. Todo este poder lo muestra Jesús por su sola palabra, sin esfuerzo alguno. Este es el poder de Jesús.

Y los discípulos tienen que ser muy conscientes de este poder de su Señor cuando salgan a predicar y sanar por el mundo. En Gérgesa han hecho, de la mano de su Maestro, la primera incursión en tierra de gentiles. Ahora ya saben lo que les aguarda: enfrentamientos con demonios que maltratan a regiones enteras y esclavizan a hombres y mujeres, convirtiéndolos en animales. 

“El Dios de este mundo” no renunciará fácilmente a sus presas y territorios. Pero no hay que temerle. En el nombre de Cristo retrocederá. La salvaje tragedia del paganismo, su terrible miseria, ha sido expuesta ante los discípulos de manera cruda y cruel. El lúgubre y rabioso correr y gritar del endemoniado, potenciado en su horror por la oscuridad de la noche, saliendo de los lugares de la muerte, de las tumbas excavadas en las paredes de los montes, corriendo por la soledad del campo, causándose heridas a sí mismo, y completamente desnudo, es un cuadro terrible. ¿A quién no llenaría de pavor semejante visión?

Pues bien, así es como debemos ver a los pueblos sin Dios, a los paganos, a los que viven al margen del evangelio de Jesucristo. El paganismo es desorden y descomposición de la salud mental del ser humano, ausencia de punto de apoyo y falta de meta, abandono permanente y desgraciado, depravación moral, desfiguración de la imagen del hombre, imperio de los demonios, esclavitud del hombre y entrega al materialismo. Todo esto aparece claramente en la historia del endemoniado gergeseno.

El paganismo, la incredulidad, no constituye oferta de vida para nadie. Su único fin es la muerte sin esperanza. Combatir todo este ideario es el gigantesco trabajo que aguarda a los discípulos de Jesús. El Señor pretende despertar en ellos el amor por estos hombres perdidos y marginados. Aquí radica la razón del diálogo de Jesús con los demonios. Aguda y urgente hay que resaltar la necesidad y la angustia de estos hombres que están maltratados por legiones de demonios. Los corazones de los discípulos deben rebosar de amor por estos hombres. Nunca más debe abandonar a los discípulos esta imagen de angustia y necesidad. Y también debe llenarles el alma y guiarles a una actividad incansable el bello y pacífico cuadro del final, donde el que había estado poseído aparece ahora feliz y en paz, vestido y en su juicio cabal junto a Jesús. Ha encontrado en el Señor su lugar de reposo. Los demonios tienen mucho poder, pero Jesús es más poderoso aún. Él manda a los demonios y éstos le obedecen, porque “él ha aparecido para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8).

Esta es la enseñanza principal de la historia bíblica que nos ocupa: Jesús, la respuesta a todas las necesidades del hombre.

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