Nebo, el monte de los sueños

Texto bíblico: Deuteronomio 32:48-52; 34:1-12.

15 DE JUNIO DE 2012 · 22:00

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GEOGRAFÍA E HISTORIA Inmediatamente antes de su muerte Dios concedió a Moisés una vista panorámica de la tierra prometida desde la cumbre del monte Nebo. Algunos identifican este monte con el Abarim, la cresta más elevada del altiplano transjordano, pero parece más conveniente identificarle con el actual dyebel En-Neba (835 m), situado a 16 kilómetros del extremo norte del Mar Muerto, frente a Jericó, y citado en Deuteronomio 34:1 como una de las cumbres del monte Pisga. Es en este monte Nebo donde Moisés exhala su postrer aliento después de haber contemplado con sus ojos la tierra que había anhelado durante tantos años, tierra de promisión, tierra de libertad. SUEÑOS DEL ALMA Toda persona ha anhelado en alguna ocasión volar hacia un lugar de libertad, desde donde se pueda elevar por encima de las miserias de las relaciones humanas cotidianas, con sus estrecheces y mezquindades que tanto agobian la existencia diaria. El apóstol Pablo escribe del anhelo común a todos los cristianos: “Por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial” (2 Corintios 4:2).La misma idea encierra, por ejemplo, la oración que nos enseñó Jesús: “Venga tu reino” (Mateo 6:10).Y el anhelo de todo cristiano es gustar la plena manifestación de su condición de hijo de Dios en la semejanza de Jesucristo (1 Juan 3:2-3). En ocasiones, durante nuestras lecturas y estudios bíblicos, seremos guiados hasta este monte Nebo que con toda propiedad puede ser llamado el monte de os sueños. ¿Qué fue lo que ocurrió en este monte para que podamos denominarle monte del anhelo? @MULT#IZQ#51914@¡Qué imagen la de este siervo de Dios preparado para morir en la cima del monte en completa soledad humana! La contemplación de la figura de este hombre, su última mirada llena de fervor y anhelo, la muerte callada y solitaria de este profeta del que se dice que Dios mismo sepultó con sus manos su cuerpo, es uno de los cuadros más impresionantes que describe la Biblia. Siguiendo la orden divina, sube a la cumbre del monte Nebo. Sabe que es un viaje sin retorno. No volverá más a los suyos ni a su pueblo. Se ha despedido de su familia, ha establecido como su sucesor a su siervo Josué, hijo de Nun, encargándole que guarde los mandamientos de Dios y ha bendecido a Israel por última vez. Después de esto emprende su último viaje. “Muere en el monte al cual subes” le había dicho Dios (Deuteronomio 32:50). Dios no le deja en la incertidumbre acerca del hecho de que se trata de su último viaje. Sabemos por la Biblia que Dios hablaba con él como “con un amigo”, y que después de él no hubo en Israel ningún profeta como él (Deuteronomio34:10) a quien haya conocido Dios “cara a cara” (34:10).Después de todo esto, no debemos maravillarnos de que Dios quiera distinguirle en la misma hora de su muerte, como lo hará también con Elías, otro siervo especial, que ascendió al cielo en un torbellino. ¡En verdad, no tuvo Moisés un final fácil! Tuvo que morir precisamente a los pies de la frontera de la tierra prometida. Dios no le permitió poner un pie en esa tierra. Justo en su linde, Dios le llamó de manera irreversible. ¿Por qué razón? Lo que había ocurrido era que una vez Moisés no santificó a Dios con su obediencia y su fe delante del pueblo de Israel, y Dios se irritó contra el profeta. Ocurrió con motivo de un milagro en el desierto cuando Dios dio a Israel agua de la peña (Número 20:1-13). Azotada por la sed, la multitud empezó a murmurar contra Moisés, acusando al siervo de Dios de la gravedad de la situación (Número 20:2-4). Junto con su hermano Aarón buscaron el rostro de Dios en oración, y el Señor les respondió: “Toma la vara y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a la vista de ellos; y ella dará su agua”. Moisés obedeció. Pero al ver delante de él los rostros de los israelitas llenos de desconfianza y acusaciones, se encendió en ira y se dejó llevar por la indignación y la incredulidad, diciéndoles: “¡Oíd ahora rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” Moisés mismo no cree que esto sea posible en semejantes circunstancias de rebeldía y acritud de parte del pueblo. Y en lugar de hablar con la peña, tal como Dios le había ordenado, tomó su vara y ¡golpeó la roca dos veces! El hombre de Dios ha sido víctima de la indignación. Esto es plenamente comprensible, pero en modo alguno significa una justificación delante de Dios. Entonces “Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Número 20:12).Así de estricto y severo puede ser Dios con sus siervos. El Señor procede en este caso conforme a las palabras: “Al que mucho se le ha dado, mucho se le demandará. Cuanto más exalta Dios a un hombre y lo acerca a él, tanto más estricto es con la obediencia del mismo. Moisés se somete sin objeciones a la disciplina divina. Pero, no obstante la dureza de la sentencia, el Señor no le deja sin consuelo y esperanza. Dice el texto bíblico: “…y le mostró Jehová toda la tierra” (Deuteronomio 34:1)que había decidido dar por heredad a los hijos de Israel. Una tierra maravillosa no sólo para alguien que viene del desierto inhóspito e infructuoso y contempla por primera vez, o después de cuarenta años, ricas tierras de cultivo, donde “fluye leche y miel”, sino también tierra maravillosa porque desde ahora será el escenario de las revelaciones divinas que culminarán en el pesebre, la cruz y la tumba vencida, y de donde saldrá el mensaje de salvación universal en Jesucristo. Esta tierra, prometida por Dios a Abraham, Isaac y Jacob, y entregada ahora al pueblo de Israel, es el garante de que Dios cumple sus promesas puntualmente y que, no obstante toda resistencia de cualquier índole, sus planes alcanzan su meta. “Y murió allí Moisés” (Deuteronomio 34:5), anhelante y satisfecho a la vez; en la misma frontera de la tierra prometida, pero sin poner un pie en ella. Su muerte está envuelta en el misterio. Volveremos a verle de nuevo junto a Elías en el monte de la transfiguración al lado de Jesús (Mateo 17:3).Pero aquí, de momento, perdemos toda huella de su persona. “Y lo enterró (Jehová) en el valle” (Deuteronomio34:6).De esta manera distingue Dios a su siervo y le rinde los últimos honores. Y, a la vez, evita así todo culto a la personalidad, el culto al héroe. Para esto no hay lugar en Israel. Continúa nuestro texto diciendo: “Y lloraron los hijos de Israel a Moisés treinta días” (Deuteronomio 34:8). Más no se puede hacer. Y tras el duelo les ocurrió lo mismo que a nosotros; y es que, cuando la muerte nos arrebata definitivamente a una persona, es cuando nos damos cuenta de lo que realmente teníamos en ella. “Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara” (Deuteronomio 34:10).Si al menos hubo uno, valió la pena llorar por él. En esta historia cautivante se nos narra el final de un profeta. A buen seguro que nuestra muerte y sepultura serán más prosaicas. Con todo, sería una muerte lamentable si nunca en nuestra vida hubiéramos estado en este monte de los sueños o, al menos, hubiéramos tenido una visión de él. De las razones para soñar que nos ofrece el monte Nebo trataremos la próxima semana. (*) Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo. Quien desee adquirirlo puede escribir a [email protected]

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