Sinaí, el monte de los mandamientos de Dios
Texto bíblico: Éxodo 19:1-20:21(*)
09 DE JUNIO DE 2012 · 22:00
La visión de un Sinaí humeante y atronador constituye un respaldo cósmico de los mandamientos que a continuación serán promulgados desde el Sinaí.
“Y habló Dios todas estas palabras” (20:1).Nadie debe concluir que un hombre (Moisés) se inventó estas leyes y las promulgó. El mismo Moisés es también un oyente en este instante. Él recibió la ley de la boca de Dios junto a todo el pueblo. Nadie debe dudar de que Dios mismo se hizo oír desde este monte. Y para que esto quede claro, comienza la ley con un testimonio en primera persona: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo20:2).
Dios se presenta personalmente a su pueblo para que éste sepa quién es el que demanda la observancia de las instrucciones y mandamientos impartidos. No se trata de un dios cualquiera inventado por los hombres, cuyo poder y honra llegan hasta allí donde alcanzan el poder y la influencia de los que le honran, sino que se trata del Señor sobre todos los hombres, pueblos, naciones, y poderes espirituales. El Dios que ha quebrado el poder de Faraón sobre su pueblo, el Salvador de los perdidos, el liberador de los esclavos, el Supremo Señor en el cielo y en la tierra. Y a continuación sigue mandamiento tras mandamiento, prohibición tras prohibición:
· No tendrás dioses ajenos delante de mí.
· No te harás imagen (para adorarla), ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.
· No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano.
· Acuérdate del día de reposo para santificarlo.
· Honra a tu padre y a tu madre.
· No matarás.
· No cometerás adulterio.
· No hurtarás.
· No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.
· No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.
(Éxodo 20:3-17).
Conocemos estos diez mandamientos desde nuestra niñez. Pero ¿nos han quitado el sueño alguna vez? ¿De dónde procede nuestra actitud indiferente hacia ellos? ¿No se deberá a que los contemplamos desligados del majestuoso, impresionante y terrible contexto escenográfico en que fueron dados originalmente? Ésta es una grave pérdida. Tenemos que dirigir nuestra mirada al monte de los mandamientos si es que queremos oírlos con la actitud y los oídos con que Dios quiere que sean oídas estas diez frases lapidarias. Tan pronto hagamos esto, se descubrirán delante de nosotros tres cosas:
I.- TENEMOS INSTRUCCIONES
Lo que dios espera de nosotros no es un misterio. Todo el tenor de las sagradas escrituras concuerda con que Dios ha revelado al hombre qué es bueno y qué espera Dios de él. Está muy extendida la queja del silencio de Dios. Pero lo cierto es que esta queja siempre ha sido esgrimida por gente que nunca se ha tomado la molestia ni ha tenido el valor de oír de verdad a este Dios ahí donde de veras él se hace oír. ¡Dios hahablado!
Durante un tiempo el conocimiento de la ley de Dios fue el gran privilegio del pequeño pueblo de Israel. “Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras” (Salmo 103:7).Pero Dios tomó sus medidas para que lo que él demanda no permaneciera en oculto. Así, su ley, como después el evangelio, salió por todo el mundo.
Esto es un gran privilegio, y así lo entendió siempre Israel.
Dios no pretende con estos mandamientos colocar sobre su pueblo una carga agobiante, un yugo opresor. Lo que él pretende es mostrarle a Israel y a todos los hombres y naciones del mundo el camino de la vida(véase Mateo19:17).
No podemos guiarnos por la voz de nuestra conciencia. Pues la conciencia es muy flexible y acomodaticia. Se puede equivocar, adormecer y cauterizar plenamente. Y no son pocos los que tienen conciencia embudo: “Lo ancho para mí y lo estrecho para ti”.
Lo que debemos hacer los cristianos, los que sabemos que la ley de Dios ha encontrado su máxima expresión en los labios de Jesús en el sermón del monte, es mirar diariamente y con toda atención este límpido espejo de los mandamientos divinos y hacer nuestra la oración del salmista cuando exclama: “¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos!” (Salmo 119:4).
II.- TRAS CADA MANDAMIENTOS ESTÁ DIOS EN SU PLENA MAJESTAD
@MULT#DER#51819@Nunca debemos perder de vista esta idea. Pues Dios dice de sí mismo que es un Dios “celoso”, que da mucha importancia a su honra y tiene un interés apasionado en que su voluntad sea respetada. Por eso, nadie transgrede sus mandamientos impunemente.
Es un error pensar que el temor de Dios es una reliquia superada de una espiritualidad típica del Antiguo Testamento. Pues también en el Nuevo Testamento está escrito: “¡Temed a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno!” (Mateo 10:28).Y en Hebreos 12:29se dice: “Nuestro Dios es fuego consumidor”. Dios no se aviene a cuentas ni a tratos, sino que insiste en que nos sometamos a su voluntad de manera estricta.
Nadie le regateará a Dios ni una jota (la jota o iota (’) es la letra más pequeña del abecedario hebreo) de estos mandamientos. Y librémonos de interpretar esta frase como una expresión extremada de riguroso “legalismo”. Pues lo cierto es que esta frase procede de una boca cuyas palabras todos aprobamos. Se trata de la boca de Jesús, que en el denominado por nosotros sermón del monte (Mateo 5-7) se refirió a la validez inquebrantable de los mandamientos divinos, diciendo: “De cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18).
Esto significa que Dios no retira nada de lo que mandó para su observancia el día que entregó la ley a Israel. Con esto queda refutada la idea de que nuestra condición de hijos del nuevo pacto nos dispensa de la observancia de los mandamientos de la ley de Dios.
III. EL EVANGELIO NO ANULA EL DECÁLOGO, LO CONFIRMA
Existe gran confusión entre los cristianos acerca del papel que desempeñan en la actualidad los mandamientos de la ley de Dios. Esta confusión se origina por una equivocada interpretación de las palabras del apóstol Pablo que afirman que “el fin de la ley es Cristo” (Romanos 10:4).
Se sostiene, en consecuencia, que los cristianos ya no tienen nada que ver con la ley. Pero esta conclusión es equivocada, pues para entender correctamente el texto citado –e idénticas declaraciones en la epístola a los Gálatas– tenemos que considerar el punto de partida desde el que se hacen estas declaraciones acerca de la ley. Pablo hace la siguiente pregunta: ¿Cómo es justificado el hombre delante de Dios? Y la respuesta es: No por medio de la ley; no esforzándose en cumplir a la perfección todas y cada una de las exigencias morales de la ley. Nadie será justificado por este camino. Pues no hay nadie que sea capaz de observar la ley de Dios con tal perfección. Nuestra obediencia siempre será imperfecta. Si esto pudiera ser de otra manera, a buen seguro que Dios no habría considerado la posibilidad de enviar a su amado Hijo Jesucristo para ser clavado en una cruz. Pero habiendo ocurrido esto último, queda definitivamente claro que la obediencia del hombre a la ley de Dios nunca pasará de ser un intento frustrado.
¡Ay de nosotros si la ley de Dios hubiera sido la última revelación divina sobre nosotros! Entonces todos estaríamos bajo la “maldición” de la ley y lo único que nos aguardaría al final sería la ira divina. Pero ahora “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gálatas 3:13).
Por medio de su sufrimientos y muerte sustitutoria en el madero de maldición de la cruz Jesús nos ha liberado de la ley y sus demandas, ha “anulado el acta de los decretos que había contra nosotros…clavándola en la cruz” (Colosenses 2:14). Por medio de su obediencia perfecta Jesús cumplió la ley en nuestro lugar. De esta manera la ley ha perdido definitivamente su función como “camino de salvación”.¡Cristo, y sólo él, es nuestra justicia delante de Dios!
¿Significa esto que ahora los mandamientos de Dios no tienen nada que decirnos? ¡De ninguna manera!Jesús dice a este respecto: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17). Y en plena armonía con estas palabras de Jesús está también la respuesta que Pablo da a la pregunta que él mismo formula al decir: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (Romanos3:31).
Es cierto que la ley ya no nos sirve más para que aspiremos a justificarnos personalmente delante de Dios y a que su observancia por nuestra parte se nos convierta en motivo de gloria o vanidad. Pues lo cierto es que por las obras de la ley ningún hombre será justificado delante de Dios. Con todo, Dios no ha renunciado a las intenciones que se esconden detrás de su ley y mandamiento “santo, justo y bueno” (Romanos 7:12).
Dios mantiene su propósito de que seamos obedientes a sus mandamientos. Con esta finalidad envía su Espíritu al corazón de los creyentes, cumpliendo así la vieja promesa de Jeremías 31:31-33s:“He aquí vienen días, dice Jehová, en los cuales haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá…: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”.
Como miembros del nuevo pacto, por la gracia de Jesucristo, podemos pedir cada día la asistencia del Espíritu Santo, y constataremos que este Espíritu no anula la ley de Dios, sino que ¡la escribe en nuestro corazón! De manera que la “libertad de la ley” no consiste en su anulación, sino en el don divino de una nueva “libertad para la obediencia” de esa ley. Redimidos por Cristo de la “maldición de la ley” (Gálatas 3:13), o sea, del poder acusador y mortal de la ley.
(*) Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo. Quien desee adquirirlo puede escribir a [email protected]
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