En la trinchera contigo

Amor, acepto tu regalo,

tomo la embestida de tu sonrisa,

dejo que su ímpetu me impulse

y me desnude de enojos y de penas.

Recojo el valor de tus manos,

lo escondo en mis baúles secretos

y lo acaparo como tesoro

para cuando el miedo me asalte.

Me escondo en ese abrazo interminable

donde los sueños se hacen realidad,

donde los escombros se reciclan

y el desahucio se convierte en hogar.

Me dejo sacudir por el latido

desesperado de la vida,

me sincronizo al reloj vital

que me reclama un suspiro.

Inventé el jarrón que será la casa

del manojito de esperanza

que lucirá en la mesita de mi salón.

Acaricio tu caricia con la ternura

de la inocencia, con el candor

de la primera vez.

Llenaré la trinchera de flores

para perfumar las batallas diarias

y llenar de color el tedio de las almas.

Y estoy convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro Señor. (Ro 8:38-39 NTV)

Mati Sanchiz Rodríguez