Navidad: ¿la guerra o la paz?

Por todas partes hay guerra. Los conflictos bélicos desgarran a las naciones, las familias y las personas. La organización económica del mundo está en guerra permanente contra los pobres. La miseria, el hambre, la muerte de millones de personas por causas de la terrible pobreza son enormes injusticias.

19 DE DICIEMBRE DE 2009 · 23:00

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Los “daños colaterales” de las guerras siembran
  • mutilados
  • huérfanos
  • humillación,
  • dolor indecible
  • desolación
  • tristeza inconsolable
  • desesperanza
  • derramamiento de sangre
  • destrucción inmisericorde
La guerra está en el corazón de los seres humanos (Santiago 4:1), el deseo de arrasar a los otros tiene lugar tanto en los planes de los más poderosos como de los más desfavorecidos. Lo que hace diferentes a unos y otros es el poder del que disponen para llevar al cabo sus deseos destructores. La guerra tiene tan buenos apologistas que incluso en la reciente entrega del Premio Nóbel de la Paz, al presidente estadounidense Barack Obama, éste ocupó buena parte de su discurso para defender las razones que sustentan a (y los objetivos perseguidos por la) llamada “Guerra Justa”. Habló de imperativos éticos que hacen necesaria la “Guerra Justa”. Una larga serie de conflictos bélicos originados por los gobiernos de su país han tenido más de intereses económicos y ambiciones políticas que de preocupación por quienes se dice proteger del totalitarismo. La guerra cotidiana presente en los hogares hace añicos a las familias. El lugar que debería ser un refugio, es el principal escenario de enconos, odios y desintegración que se refleja en la cuesta abajo de las sociedades. Millones de niños y niñas son flagelados, usados para el comercio sexual, por parte de aquellos que deberían cuidarles y protegerles. La violencia machista carcome las vidas de tantas y tantas mujeres que sólo puede describirse como un mal diabólico. La veneración por la violencia en los juegos que saturan los dispositivos portátiles hace de la aniquilación de los adversarios un divertimento. Los grandes avances tecnológicos han sofisticado a la guerra, proveen de armamento más letal a seres humanos que anhelan ejecutar a más personas en el menor tiempo que sea posible. Frente al panorama dominado por la guerra física y la guerra simbólica llega el tiempo de Navidad. La riqueza de este acontecimiento tiene entre una de sus facetas el anuncio de la paz. El profeta Isaías (9:5-6) contrasta los estragos bélicos con los frutos que acompañan el reinado del Mesías: “Todas las botas guerreras que resonaron en la batalla, y toda la ropa teñida en sangre serán arrojadas al fuego, serán consumidas por las llamas. Porque nos ha nacida un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Lo bello y esperanzador de estas palabras tiene un mayor efecto cuando las escuchamos en la majestuosa versión musicalizada por Handel, por lo que invito a mis lectores a estremecerse con el siguiente video: . El nacimiento de Jesús es un anuncio de paz (Lucas 2:14). En Efesios 2:17 leemos que Jesús vino para predicar la paz, se encarnó para abrir el acceso a Dios a todas y todos los que quieran acercarse y caminar en las sendas del Reino. Unos versículos antes el apóstol Pablo expresa que la adversidad entre judíos y gentiles queda anulada por la intermediación de Cristo, porque él “es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba, pues anuló la ley con sus mandamientos y requisitos. Esto lo hizo para crear en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad al hacer la paz, para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por lo que dio muerte a la enemistad”. La Navidad es tiempo oportuno para encarnar en nosotros la ruta trazada por el Príncipe de Paz. Hay que proclamar que la guerra se acabó, que la guerra y sus atrocidades deben cesar, que la radicalidad del Evangelio confronta los destrozos armamentistas. En medio de la guerra entre naciones, entre grupos, entre personas, entre familias, hay que vivir el Evangelio de la Paz. De esto se trata la Navidad, no de fiestas inofensivas para el mal que penetra a las sociedades por todas partes. La Navidad es la antípoda de la guerra, de toda clase de guerra, en particular de la que padecen los más débiles, los más explotados, los más marginados por el frenesí de la opulencia y la organización económico social cuyo valor máximo es el lucro. Desde la precariedad del pesebre un indefenso bebé evidencia a los poderes, a los principados y potestades que se afanan en decirnos que la paz es un bonito sueño y nada más. Es Navidad, la guerra se acabó, hay que enjugarse las lágrimas y restañarnos las heridas unos a otros. Tal vez nos ayude en la tarea el video que les comparto: . Uno de los más preciosos legados que los discípulos de Jesús recibimos al confiarle nuestra vidas y destinos es el de recibir su paz, una muy distinta a la que nos ofrece el mundo (Juan 14:27). Acorde con lo anterior, entonces, es necesario rescatar la imagen neotestamentaria de que los cristianos deben ser sembradores de paz. Tenemos que esforzarnos “por mantener la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz (Efesios 4:3). Nuestra misión es sembrar la paz, abonarla, cuidar que crezca y se ensanche en todos los ámbitos de la vida humana. ¡Es Navidad, tiempo de celebrar al Príncipe de Paz!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Navidad: ¿la guerra o la paz?