Una charla con Carlos Monsiváis

Tuvimos una conversación extensa, entrañable, con intercambios enriquecedores. La ocasión fue encontrarnos, como lo hacemos periódicamente, para desayunar y charlar con Carlos Monsiváis. Siempre que lo hacemos el grupo es reducido, no más de seis personas. Ésta vez, el 21 de diciembre pasado, estuvimos el escritor que sigue acumulando reconocimientos en México y otras partes del orbe; Carlos Mondragón (mi querido amigo desde la adolescencia y compañero de fundación del Centro de Estudios del Pro

26 DE ENERO DE 2008 · 23:00

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Al momento de redactar estas líneas me entero de que Carlos Monsiváis sumará un galardón más a la larga lista de premios nacionales e internacionales, además de los abundantes doctorados honoris causa que acumula y recibe de buena manera pero que nunca ostenta. Según los cables noticiosos, la ministra de Educación Pública en México, Josefina Vázquez Mota, ha propuesto que se le otorgue al intelectual la medalla Bellas Artes. La ministra pasó por alto que ella ha sido “víctima” de la proverbial ironía y mordacidad de Monsiváis, quien ha reproducido en su muy leída sección Por mi madre, bohemios, publicada en los últimos años primero por el diario La Jornada y en la actualidad por el semanario Proceso, un buen número de los exabruptos verbales de la funcionaria que en el sexenio del presidente Vicente Fox (2000-2006) encabezó el ministerio de Desarrollo Social y hoy tiene a su cargo el de Educación. Como siempre que nos encontramos con Monsiváis los temas de la conversación fueron variados. Le pregunté sobre el museo que alberga su colección de arte popular, que se ubica en el Centro Histórico de la Ciudad de México y tiene por nombre El Estanquillo, el cual por los días de nuestro encuentro deleitaba a sus visitantes con la exhibición De San Garabato al Callejón del Cuajo. La muestra es un homenaje a dos grandes caricaturistas (cartonistas, les dicen en otras partes, ¿cómo les llaman en España?) mexicanos: Gabriel Vargas, creador del comic La familia Burrón, que recrea las andanzas, gozos y desventuras de una familia que habita en un barrio populoso de la caótica y vital ciudad de México; y Eduardo del Río, mejor conocido por Rius, quien tiene discípulos por todo el mundo, ya que él fue el iniciador en la década de los sesentas del siglo pasado de los comics políticos que más tarde dieron el salto a libros. La charla continuó y llegamos a donde siempre es tema de interés cuando nos reunimos con Carlos Monsiváis. Nos volvió a externar su preocupación por los casos de intolerancia religiosa que tienen lugar en México, particularmente, aunque no exclusivamente, contra las comunidades protestantes. Coincidimos en que existe en México, y creo que se puede generalizar con distintos matices para toda Iberoamérica, una matriz cultural que por un lado invisibiliza la existencia y crecimiento del protestantismo; y por otro lado estigmatiza esa presencia. Se refirió al hecho como una especie de sordera cultural hacia la diversificación del campo religioso, y subrayó que mientras otras minorías mucho más recientes en la vida del país han recibido cierto reconocimiento y respetabilidad públicos, los protestantes son “invisibilizados” y en muchas ocasiones estigmatizados simbólicamente y en la vida real. Sin caer en el recurso fácil de culpabilizar a quienes son los receptores de los actos discriminatorios, sí externamos los reunidos que los culturalmente agraviados deben reforzar acciones que llamen la atención pública a esa realidad discriminatoria. De contribuir a ello dedicamos la parte final de nuestro decembrino encuentro, que por cierto fue acompañado de un buen desayuno y humeantes tazas de café. Mondragón y el escritor de este artículo comprometimos al Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano para que convoque a la realización de un coloquio y/o simposio sobre la invisibilización/estigmatización de los protestantes en la nación. Monsiváis nos compartió algunas líneas de contenidos y posibles conferencistas. La idea de la convocatoria es amplia, lo mismo buscaremos a líderes de las principales denominaciones protestantes/evangélicas, que a líderes regionales y locales. También queremos que participen intelectuales, periodistas, estudiantes, perseguidos por la intolerancia y organismos defensores de los derechos humanos. Cuando alguno de nosotros le comentó a Monsiváis que el proyectado evento podría convocarse como un reconocimiento hacia él por su defensa constante de las minorías, nos miró con especial detenimiento y dijo que eso no. Remarcó que su interés iba por el lado de coadyuvar a poner el tema del coloquio en la agenda pública, que prefería que el esfuerzo se centrara en los casos de ominosa persecución que padecen los indígenas protestantes en distintos lugares, que era necesario documentar tales hechos y llevarlos a las publicaciones de circulación nacional. Estamos en posibilidad de adelantar a los lectores de Protestante Digital que el ciclo está proyectado para verificarse en la segunda semana de abril, en fechas por definir en los próximos días. Ya reportaremos en este mismo sitio cuando haya información firme al respecto. Finalizo con lo que tal vez debí empezar mi escrito, ¿por qué tanto interés de Carlos Monsiváis (el más conocido y respetado intelectual y escritor mexicano desde hace varios años) en que se organice un acto como el ya descrito? Creo que buena parte de la respuesta la encontramos en un escrito suyo de 1966, cuando tenía 28 años, en la serie Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos: “Las razones migratorias (del centro de la ciudad de México al sur de la misma, CMG) de mi familia, en ese éxodo atroz de los cuarenta, fueron religiosas. Pertenezco a una familia esencial, total, férvidamente protestante y el templo al que aún ahora y con jamás menguada devoción sigue asistiendo, se localiza en Portales… En el Principio era el Verbo, y a continuación Casiodoro de Reyna y Cipriano de Valera tradujeron la Biblia, y acto seguido aprendí a leer… Mi verdadero lugar de formación fue la Escuela Dominical. Allí en contacto semanal con quienes aceptaban y compartían mis creencias, me dispuse a resistir el escarnio de una primaria oficial donde los niños católicos denostaban a la evidente minoría protestante, siempre representada por mí. Allí, en la Escuela Dominical, también aprendí versículos, muchos versículos de memoria y pude en dos segundos encontrar cualquier cita bíblica… Me correspondió nacer del lado de las minorías…”

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