De otros indios y otras resistencias: los protestantes en Chiapas (III)

Los indígenas protestantes que han sido expulsados de Chiapas organizaron sus respuestas de varias formas. Al principio, y con denuncias judiciales que levantaron, esperaron refugiados en lugares que les facilitaron mestizos evangélicos en San Cristóbal de las Casas a que las autoridades aplicaran la ley y castigaran a sus perseguidores. Cuando esto no sucedió y el número de desp"/>

Indígenas protestantes desterrados

De otros indios y otras resistencias: los protestantes en Chiapas (III)

Los indígenas protestantes que han sido expulsados de Chiapas organizaron sus respuestas de varias formas. Al principio, y con denuncias judiciales que levantaron, esperaron refugiados en lugares que les facilitaron mestizos evangélicos en San Cristóbal de las Casas a que las autoridades aplicaran la ley y castigaran a sus perseguidores. Cuando esto no sucedió y el número de desp

06 DE OCTUBRE DE 2007 · 22:00

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La primera en su tipo fue La Nueva Esperanza, con tres décadas de existencia. La segunda fue Betania, fundada en 1980, y que se localiza en el municipio de Teopisca. Las colonias de expulsados son una muestra de resistencia, espacios desde los que la población indígena evangélica afirma su derecho a existir una vez que se agotan las posibilidades de regresar a sus comunidades originales. Son una especie de organizaciones autónomas. Les dan origen con sus propios recursos, y/o con apoyos de correligionarios dentro y fuera del país. Lo hacen ante la total indiferencia y desentendimiento de las autoridades de Chiapas y federales. Sus espacios son construidos, social y materialmente, a contracorriente de quienes les perseguían, pero también contra el Estado mexicano que no hizo valer las leyes y consintió las expulsiones. Con sus propias fuerzas y organización los miles de expulsados construyeron en terrenos sin servicios, edificaron sus viviendas y paulatinamente introdujeron luz, agua, escuelas, clínicas y telefonía. Esos espacios marginales son hoy lugares bien asentados, que contrastan por la calidad de vida de sus habitantes con las de poblaciones que debieron dejar por la intolerancia religiosa. En cierta medida son precursores de muchas organizaciones indígenas que en las dos últimas décadas del siglo XX levantaron reivindicaciones sociales y de respeto a los derechos humanos. A las comunidades protestantes que primero se refugiaron en San Cristóbal de Las Casas, que después, al percatarse que su situación no tendría solución a corto ni mediano plazo, fundaron sus colonias; hay que agregar las que realizaron un éxodo hacia la Selva. Grupos de evangélicos salieron de sus pueblos, al igual que lo hicieron otros, como los católicos identificados con la pastoral del obispo Samuel Ruiz García, con la esperanza de encontrar tanto mejores tierras como condiciones de vida más benéficas. De hecho la diócesis de San Cristóbal elabora lo que llama una Pastoral del Éxodo, en la que se presenta el periplo como la salida de la Finca/Egipto hacia la meta Selva/La Tierra Prometida, la que se visualiza con su símil bíblico, un lugar fértil, donde “fluye leche y miel”. Los indígenas protestantes migran hacia la Selva, donde vislumbran construir espacios de libertad. Van con la esperanza de poder practicar su confesión religiosa sin restricciones. Anhelan edificar comunidades modelo. Los mueve la utopía, la convicción de que es posible encontrar “cielos nuevos y tierra nueva”, como dice el libro de Apocalipsis. Con su “escapismo” ponen en tela de juicio a la sociedad de la que salieron, donde fueron discriminados y carecían de derechos para practicar sus creencias y difundirlas. Cabe acotar que además de los católicos y evangélicos que se fueron a la Selva, “una tierra para sembrar sueños” la llama Jan De Vos(1), también llegaron a ella testigos de Jehová y precursores de lo que vendría a ser El Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Chiapas concentra los porcentajes más altos a nivel nacional de distintas confesiones, entre otras los testigos de Jehová, los adventistas, los presbiterianos, pentecostales, los de la Iglesia del Nazareno, etcétera. Además en la entidad existe una comunidad musulmana muy pequeña, pero que no tiene igual en el país. La gran mayoría de sus integrantes son tzotziles, y los difusores iniciales de este credo fueron españoles que se asentaron en San Cristóbal de Las Casas con la intención de hacer prosélitos. Como se ve, el territorio chiapaneco es, pese a todo, hospitalario para distintas creencias religiosas. La variada y extensa geografía de Chiapas ha sido desde siempre tierra de misión. Pero no nada más de misión religiosa, sino también política. En esta óptica hay que ver al subcomandante Marcos y a los mestizos que le acompañaron en la tarea de “sembrar y cultivar” al EZLN en ese rincón del país. Su misión fue llevar un evangelio político, el cual fue bien recibido por un amplio sector de los indígenas. No hubo manipulación, se dio un intercambio entre los misioneros ezelenitas y los indios cuyas terribles condiciones de vida les hicieron particularmente receptivos al mensaje social y político. Incluso las comunidades indígenas más tradicionalistas y supuestamente cerradas a las influencias externas, en realidad han establecido más negociaciones cognoscitivas, y por ende valorativas, de las que están dispuestos a reconocer los antropólogos esencialistas. Lo que sucede es que hay algunos contactos y adaptaciones que, desde afuera, sí se ven como válidos y otros no. Por su parte los indígenas adoptan y resignifican toda clase de propuestas, incluso, y quizás sobre todo, aquellas que muchos de sus redentores de todo tipo consideran políticamente incorrectas. Quienes conciben que las comunidades indígenas buenas son las herméticas, las que no se contaminan con valores y doctrinas ajenas a su idiosincrasia (cualquier cosa que sea esto), sostienen un romanticismo vano, además de enarbolar un topus uranus que nada más no existe en las comunidades indias. Éstas son dinámicas, sus identidades no son estáticas, se forjan en contacto con otros seres humanos. Todos estamos “contaminados” por elementos exógenos. En este sentido quien esté libre de contaminaciones exógenas que arroje la primera piedra. En la mayoría de los pueblos indios de Chiapas ya se resolvió la cuestión de qué hacer con los convertidos al protestantismo. Éstos ya ganaron su permanencia en las poblaciones, forman parte de una realidad variopinta, multicolor, que en buena medida es fruto de su resistencia, de su decisión para enfrentar un medio que les era muy hostil. Se encuentran bien enraizados lo mismo en las zonas dominadas por los zapatistas, que en las comunidades mayormente católicas o tradicionalistas. Existen focos de intolerancia violenta en algunos municipios chiapanecos, pero ya no tiene los niveles de hace dos o tres décadas. Y no los tiene en buena medida por la propia resistencia, por la lucha de los indígenas evangélicos que se organizaron para defender sus derechos. A esta lucha no le ha acompañado un ejercicio de comprensión por parte de sectores identificados con gestas libertarias. Me refiero a la izquierda, porque está claro que la derecha mexicana, muy identificada con la Iglesia católica, sigue atada a la conservadora idea de que sólo son verdaderos indígenas los indios católicos. Es muy lamentable que desde posturas políticas progresistas sigan señalando a los indígenas evangélicos de agentes de una cultura extraña y dañina. Los indígenas no son recipientes vacíos, que se pueden llenar al gusto de quien vierte en ellos lo que se le antoja. Más bien son agentes activos en su conversión, la que eligen después de valorar distintos aspectos de la propuesta. Exactamente el mismo discurso tiene distintos efectos, dependiendo del lugar donde se presenta. Por lo tanto el “auditorio” sí importa, las condiciones en las que viven las personas influyen en una u otra dirección la respuesta que se da al mensajero exógeno. Hay muchas formas de resistencia, y la de los indígenas protestantes de Chiapas es un reto para quienes buscamos entender las transformaciones que viven nuestros pueblos originarios.
1) Jan De Vos, Una tierra para sembrar sueños: Historia reciente de la Selva Lacandona, 1950-2000, Fondo de Cultura Económica, México, 2002.
Artículos anteriores de esta serie:
1Chiapas: indígenas y protestantes
2Indígena protestante: una nueva identidad

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Indígenas protestantes desterrados