Azusa Street y la teología del pentecostalismo (II)

Vimos en el artículo anterior sobre Azusa Street y la teología del pentecostalismo que Frank Bartleman (testigo participante que dejó constancia de su experiencia en su libro How Pentecost Came to Los Angeles, How it Was in the Beginning) entre la misión de Azusa Street y otros momentos purificadores en la historia del cristianismo. En su libro publicado en 1925 resalta el paralelismo entre e"/>

La «teología del establo»

Azusa Street y la teología del pentecostalismo (II)

Vimos en el artículo anterior sobre Azusa Street y la teología del pentecostalismo que Frank Bartleman (testigo participante que dejó constancia de su experiencia en su libro How Pentecost Came to Los Angeles, How it Was in the Beginning) entre la misión de Azusa Street y otros momentos purificadores en la historia del cristianismo. En su libro publicado en 1925 resalta el paralelismo entre e

28 DE OCTUBRE DE 2006 · 22:00

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Literalmente las precarias instalaciones de la calle Azusa habían sido establo poco antes de que se instalara en ellas la congregación de Seymour. Contamos con testimonios de quienes fueron al lugar con ánimos críticos, y de quienes se habían integrado al movimiento. Ambos coinciden en que la edificación era paupérrima. En el número del 27 diciembre de 1906, The Burning Bush, comunica a sus lectores que el salón de reuniones es muy sencillo, agrega que el cuarto “por mucho sería más apropiado para recibir en él caballos que a gente”. Clara Lum, editora del periódico de la misión, The Apostolic Faith, lo vio como “el lugar más humilde en el que he participado en una reunión”. Rachel Harper Sizelove, activista en el movimiento de santidad y a partir de junio de 1906 activa integrante de Azusa Street, comparó la conocida popularmente como “la choza” con “el pesebre de Belén”. La teología del establo es una dura crítica al clericalismo, así como una recuperación de rasgos olvidados en iglesias protestantes (¡y qué decir de la católica romana!), como el del origen marginal de quien es considerado el iniciador de la Reforma del siglo XVI. Nos recuerda Bartleman que “Martín Lutero comenzó la predicación de la Reforma en un edificio a punto de derrumbarse en medio de la plaza pública de Wittemberg… (donde) existía una antigua capilla de madera, de nueve metros de largo por seis de ancho, cuyas paredes, apuntaladas de todos lados, estaban casi en ruinas. Un viejo púlpito hecho de planchas, de casi un metro de alto, recibía al predicador. Fue en este destartalado lugar que comenzó la predicación de la Reforma. Fue voluntad de Dios que aquello que restauraría (cursivas de CMG) su gloria tuviera el más humilde entorno. Era en este desvencijado edificio que Dios deseaba que su amado Hijo naciera por segunda vez, por decirlo de alguna manera. Entre esos miles de catedrales e iglesias de las que el mundo estaba lleno, no hubo una sola, en aquel entonces, que Dios eligiera para la gloriosa predicación de la vida eterna”. En la cita anterior las implicaciones son claras, el establo en el que Lutero inició su movimiento y el establo de Azusa, ambos en su humildad, son un reclamo a la fastuosidad de los templos que en el siglo XVI y en los primeros años del siglo XX fueron incapaces de discernir el soplo del Espíritu. También se refiere a la misma cuestión cuando ejemplifica el caso de John Wesley, y su avivamiento que llevó a la fundación del metodismo, y lo contrasta con las críticas de la estructura religiosa que lo censuró acremente. Termina su breve recorrido con el avivamiento de Gales (1904-1905), en el cual “los grandes expositores de Inglaterra tuvieron que venir a sentarse a los pies de los rudos y curtidos trabajadores mineros, y ver las maravillosas obras de Dios”. Al evaluar la información que recibía de aquel país europeo, y buscar algo similar para Los Angeles, Bartleman fue agudo: “Entre nosotros está apareciendo lo verdadero. El Todopoderoso medirá una vez más sus fuerzas con los magos del faraón (se refiere a lo narrado en Éxodo capítulos 7 y 8, CMG). Pero muchos rechazarán al Señor y van a blasfemar. Muchos no le reconocerán, aun entre quienes dicen seguirle. Hemos estado orando y creyendo que llegaría el Pentecostés. ¿Lo recibiremos cuando llegue?”. De manera sucinta, pero clara, aparecen referencias bíblicas entrelazadas con momentos históricos para evidenciar que lo de Azusa está en línea con una forma de actuar de Dios en la que los menospreciados por el poder político, económico y religioso son los principales agentes sensibles al Espíritu. En la lectura de Bartleman y Seymour sobre lo que tenía lugar en la misión de Azusa, nos parece escuchar ecos de un pasaje paulino: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:26-29). El artículo principal del segundo número de The Apostolic Faith (octubre 1906) y publicado en la primera plana, de forma breve pero contundente, establece bien la idea de que el movimiento de Azusa va en la dirección de restituir la fe cristiana, ya que una versión mutilada de ella es la que ha dominado por muchos siglos. El párrafo inicial es un resumen de una percepción teológica e histórica: “A lo largo de todas las épocas los hombres han predicado un Evangelio parcial. Una parte del Evangelio permaneció cuando el mundo entró en la época de las tinieblas. De tiempo en tiempo Dios ha levantado hombres para hacer retornar la verdad a la Iglesia. El Señor levantó a Lutero para restablecer en el mundo la doctrina de la justificación por fe. Levantó otro reformador en John Wesley para establecer la santidad bíblica en la Iglesia. Después levantó al doctor Cullis, quien recuperó para el mundo la maravillosa doctrina de la sanidad divina. Ahora el Señor está restaurando en la Iglesia el bautismo pentecostal”. Es decir, Azusa es la evidencia de la plenitud de los tiempos, la cúspide a la que se llega después de un largo peregrinar en la historia. La sequía terminó, en lugar de las tierras áridas de magros frutos habrá verdes y productivos valles porque las lluvias llegaron y van a fecundar las semillas sembradas. Donald Dayton (Raíces teológicas del pentecostalismo) captura muy bien cuál es el ethos del pentecostalismo que emerge en Azusa, y que es un hilo conductor presente en sus herederos actuales: “En Palestina la lluvia cae en dos estaciones principales: en la primavera acompañando la siembra, y en otoño para madurar las cosechas antes de la siega. Este patrón de lluvias proporciona la imagen por medio de la cual el pentecostalismo entiende su propia relación con la iglesia apostólica y el inminente fin de la era. El primer Pentecostés del Nuevo Testamento fue la lluvia temprana, el derramamiento del Espíritu, acompañado por la siembra de la iglesia. El moderno pentecostalismo es la lluvia tardía, el derramamiento especial del Espíritu que restaura los dones en los últimos días, como parte de la preparación para la siega, el retorno de Cristo en gloria”. Una vez afirmado que el movimiento de Azusa es una restauración del verdadero cristianismo, la que podemos llamar su declaración de fe, o bases doctrinales, puntualiza tres enseñanzas. Una tiene que ver con la salvación de las personas, la cual es resultado de la justificación por gracia mediante la fe en Cristo. La segunda refiere la santidad que sigue a la conversión, y es el poder que Dios da a los creyentes para vencer su inclinación a pecar. La tercera afirmación tiene que ver con el bautismo en el Espíritu Santo, la fuerza que reciben los cristianos y que se evidencia, como en el Pentecostés original narrado en el capítulo 2 de Hechos, mediante el hablar en lenguas. La primera afirmación la comparten, a lo largo de la historia, distintos movimientos que son agrupados conceptualmente como iglesias de creyentes, en las cuales la conversión personal marca la iniciación en la fe cristiana. Por su parte la santificación del creyente se encuentra como punto identitario en el anabautismo pacifista del siglo XVI, aunque también en otros grupos de siglos anteriores, pero fue el wesleyanismo del siglo XVIII la corriente que hizo de la santificación un elemento programático indispensable en los avivamientos de entonces y posteriores. El tercer elemento, que acepta y presupone los dos anteriores, es el bautismo del Espíritu Santo, representa el punto distintivo del pentecostalismo y es su aporte al cristianismo de corte evangélico. A la restauración del cristianismo, la salvación por fe, la santificación del creyente y su posterior bautismo en el Espíritu Santo; la declaración suma el de la sanidad divina mediante la oración como un rasgo propio de la comunidad cristiana que tiene fe en la acción de Dios. Finalmente se hace la confesión que el movimiento no tiene como objetivo pelear con personas o iglesias, sino que busca desplazar ritos y credos muertos con una fe viva, con el cristianismo práctico. Sin usar el vocablo aplicado a sí mismos, los creyentes congregados en Azusa Street, fueron una comunidad contracultural, practicaron una diferenciación entre ellos y el mundo circundante. Se consideraron avanzada del Reino y se esforzaron por vivir de acuerdo a las demandas éticas del Evangelio. Por lo mismo celebraron muy conscientemente dos ordenanzas dadas por Jesús a sus discípulo(a)s, algunas tradiciones cristianas les llaman sacramentos, se trata del bautismo en agua y de la Cena del Señor. El primero lo practicaron a quienes antes hubiesen hecho profesión de fe en Jesucristo como Salvador y Señor, por inmersión y bajo la fórmula trinitaria. La segunda era oficiada con regularidad, como forma de recordar la muerte redentora de Jesús y anunciar su resurrección. La Cena del Señor era, también, un momento de reconciliación comunitaria y un llamado al servicio mutuo ya que practicaban el lavamiento de pies, como los anabautistas pacíficos del siglo XVI y congregaciones wesleyanas de santidad. En el bautismo por inmersión y la forma de impartir la Cena hay toda una teología implícita que revela creencias profundas. La práctica frecuente de las dos ordenanzas mencionadas, junto con la horizontalidad entre los creyentes (no a las jerarquías dominantes ni al clericalismo farisaico), el derribamiento de las barreras sociales y étnicas, la amplia participación en las mujeres en el liderazgo y la expresividad corporal manifestada en las reuniones; manifiestan rasgos conductuales de lo que significaba para ellos y ellas haber sido redimidos por Cristo. Una evidencia que una y otra vez citaron como prueba de que entre ellos y ellas verdaderamente estaba actuando el Espíritu Santo, fue la integración racial vivida con toda libertad en Azusa. La convivencia multiétnica y multicultural iba a contracorriente de las pautas sociales, solamente, argumentaban, el derramamiento del Espíritu Santo podía derribar los prejuicios racistas. Su pneumatología práctica derivo en un reto a la sociedad jerarquizada y excluyente. Esta comprensión de la fe no la encontramos sistematizada teológicamente y por escrito –aunque la hayan fijado en letras incipientemente- sino en sus relaciones establecidas y en las narraciones y testimonios de los congregantes de Azusa. El Movimiento de la Fe Apostólica fue vitalmente evangelizador. Son cientos los nombres de algunos integrantes de la misión que fueron por Estados Unidos y varios países más proclamando el Evangelio. Ahora nada más resaltamos que como herederos y practicantes de los avivamientos, en Azusa Street de forma espontánea los congregantes predicaban sobre su conversión (o experiencia de hablar en lenguas) con el fin de que sus oyentes se volvieran a los caminos de Dios. Tomaron en serio la encomienda de Jesús, la de que sus seguidore(a)s fueran por todas partes haciendo discípulos, integrándolos a la comunidad de fe mediante el bautismo en agua y enseñando a guardar las demandas éticas del Evangelio. Su teología de la evangelización la encontramos diseminada en los incontables esfuerzos que hicieron para ir a compartir el Evangelio ya fuera en las inmediaciones de Azusa Street, en la Plaza Olvera (centro histórico y cultural de los mexicanos en Los Ángeles), a Europa, África o América Latina.
Artículos anteriores de esta serie:
 1Azusa Street: teología del pentecostalismo 

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