Reformadores radicales: precursores olvidados de la tolerancia (III)
Leupold Scharnschlager expres que sería sencillo “demostrar que Lutero y sus parientes espirituales, al comienzo de su enseñanza defendían más el bautismo de hombres que el de infantes”.
23 DE MARZO DE 2025 · 23:25

Yo con mi débil esposa e hijos, hemos sufrido por dieciocho años ansiedad, opresión, aflicción, miseria y persecución. Con peligro de mi vida he sido obligado a arrastrar en todas partes una existencia de temor. Sí, cuando los predicadores reposan en cómodas camas y sobre mullidas almohadas, nosotros generalmente tenemos que ocultarnos en lugares apartados. Cuando ellos en bodas y en banquetes bautismales andan de parranda con gaitas, trompetas y laúdes, nosotros tenemos que estar en guardia cada vez que ladra un perro temiendo que pueda haber llegado el funcionario que viene a arrestarnos. Cuando ellos son saludados por todos como doctores, señores y maestros, nosotros tenemos que oír que los anabautistas somos predicadores ilegítimos, engañadores y herejes y somos saludados en el nombre del diablo. Resumiendo: mientras ellos son gloriosamente recompensados por sus servicios con cuantiosos ingresos y buena vida, nuestra recompensa y porción tiene que ser fuego, espada y muerte. Menno Simons (1554) 1
Leupold Scharnschlager, quien dijo ser jabonero, presentó el 16 de junio de 1534 el escrito Llamamiento a la tolerancia dirigido al Concejo de Estrasburgo.
Para empezar el contraste era muy claro, un trabajador (aunque con recursos por el producto de la venta de sus propiedades en Hopfgarten) se enfrentaba a consumados teólogos.
La desigualdad entre los anabautistas y sus acusadores no era una excepción, desde el rompimiento de los primeros anabautistas con Zwinglio, en enero de 1525, quedó constancia de que el de los “rebautizadores” era un movimiento popular y que en su seno se congregaban personas sencillas que con Biblia en mano se atrevían a desafiar a los doctores en teología.
La misma línea siguió con la consulta bíblico teológica que resultó (1527) en el documento llamado Unión Fraternal de Schleitheim, cuyo artículo sexto se pronuncia claramente por la separación de la Iglesia y los poderes temporales, ya que en la comunidad de fe no debe tener cabida la coerción de la espada.2
La fe es voluntaria y debe estar ausente cualquier intento de imponerla y/o hacerla guardar por la fuerza, ya que forzar a las personas a creer es contrario al ejemplo de Cristo, establece el citado escrito.
Leupold inicia su alegato con la idea de que es contradictorio querer juzgar las cuestiones de la fe a través del poder de la “espada temporal”. Para ello recurre a las primeras enseñanzas de los líderes espirituales de los integrantes del Concejo: Lutero y Zwinglio, quienes inicialmente rechazaron el dominio del poder político en asuntos de fe.
En este punto es necesario recordar que el reformador alemán escribió en 1523 un trabajo de teología política, Sobre la autoridad secular: hasta dónde se le debe obediencia.3
El motivo de Lutero para escribir el tratado fue la prohibición del duque Jorge de Sajonia para que pudiera venderse el Nuevo Testamento traducido del griego al germano por el reformador de Wittenberg.
La traducción fue publicada en septiembre de 1522. La decisión del duque fue la razón “final que le llevó a redactar este escrito, preocupado por los excesos del poder secular”.4
En el opúsculo Lutero reflexiona sobre el origen, las fuentes, de donde emana la autoridad del gobierno y su derecho a usar la espada, y su texto central es Romanos 13:1-7.
En este apartado concluye: “está bastante claro que es voluntad de Dios que se emplee la espada y el derecho seculares para el castigo de los malos y para la protección de los buenos”. Para Lutero lo(a)s cristiano(a)s deben cumplir sus deberes con las autoridades civiles para mantener la paz y el bien de la sociedad.
Después de haber establecido la existencia del “reino del mundo, o bajo la ley” (al que pertenecen todos los que no son cristianos), Lutero habla del gobierno espiritual, el que se ejerce en la Iglesia, donde obra el Espíritu Santo en la vida de sus integrantes y, por lo tanto, no debe existir lugar para la coacción.
En lo referente al límite de las autoridades gubernamentales, y tras establecer que “la autoridad secular es necesaria”, Lutero afirma que “si una ley humana impone al alma creer de una manera u otra, según lo mande el propio hombre, es seguro que no está en ella la palabra de Dios […] Al alma no puede ni debe mandarla nadie, a no ser que sepa mostrarle el camino del cielo. Ningún hombre puede hacer esto, sólo Dios”.5
Scharnschlager argumentó que Martín Lutero en los primeros años de su movimiento se negó a obedecer a las autoridades que le mandaban retractarse de sus críticas a la Iglesia católica.
Entonces el reformador, recordaba el anabautista, en su escrito sobre la autoridad secular intercaló “pasajes bíblicos de cómo, por ejemplo, se prohibió a los apóstoles que se hiciesen oír y que siguieran enseñando el nombre de Jesús, y de cómo Pedro y Juan dijeron: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios (Hechos 4:19); y también cómo nuevamente dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5:29)”.6
En su defensa Leupold destacaba que él solamente estaba citando los dichos de los apóstoles, los que “son siempre claras palabras divinas y luminosa verdad”.
Adicionalmente, enfatizaba, al citar Lutero “los mencionados pasajes bíblicos [de Hechos] él también los habría sutilizado” cuando hizo uso de ellos para defenderse de la prohibición para que pudiera circular el Nuevo Testamento que tradujo.7
La crítica de Scharnschlager tocó un punto neurálgico, el hecho de que, de acuerdo con sus mentores, las autoridades de Estrasburgo no debían juzgar asuntos de fe, y que al hacerlo entraban en contradicción.
Argumentó ante los concejales que, si eran cristianos, como ellos sostenían, e iban a tomar una decisión sobre temas de la fe, entonces tendrían que poner en práctica el modelo pastoral establecido por el apóstol Pedro: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros que apacienten la grey de Cristo que está entre ellos, y que cuiden de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no como teniendo señorío sobre la herencia” (1 Pedro 5:1).
Leupold les hizo una recomendación: “os exhorto ante Dios, por vuestra conciencia —en la medida en que deseéis y esperéis salvaros— que sepáis comportaros de conformidad con ese deseo de guardaros de la tiranía, que yo no os envidiaría, por cierto”. Confundir un papel con otro, o juntar los dos en un mismo cargo (autoridad política/autoridad eclesiástica), les recordaba el jabonero tirolés, conduce a trastocar indebidamente la enseñanza neotestamentaria.
En otro tema, el del bautismo, Leupold Scharnschlager expresó sería sencillo “demostrar que Lutero y sus parientes espirituales, al comienzo de su prédica y enseñanza defendían más el bautismo de hombres con juicio que el de infantes”.
Más tarde Lutero y otros que coincidieron con él cambiaron de opinión y privilegiaron el bautismo de niño(a)s, ante lo que Scharnschlager llamó a una definición: “tienen que reconocer que han desobedecido a la verdad que ellos mismos enseñaban, o bien, que han sido falsos maestro o profetas”.8
Sobre las enseñanzas iniciales de los reformadores magisteriales acerca del bautismo y su contraste con lo sostenido por ellos cuando consolidaron su respectivo movimiento, en buena medida mediante el apoyo de las autoridades políticas, es importante la comparación hecha por John Horsch.9
Acerca de Martín Lutero el autor observa que “en los primeros años de sus trabajos reformadores a menudo él mismo se expresó de una forma que no puede ser armonizada con sus enseñanzas posteriores sobre los sacramentos y sus supuestos efectos mágicos”.10
Horsch respalda su afirmación con escritos de Lutero como el Sermón sobre el bautismo (1519), donde expresamente se niega la doctrina del bautismo como acto de regeneración.
También apunta que en Preludio sobre la cautividad babilónica de la Iglesia (1520), Martín Lutero defiende que la fe salva sin bautismo, ya que éste nada más “es un signo exterior, instituido y mandado por Cristo para traer a nuestra mente la promesa divina”. En marzo de 1522 el reformador germano escribió:
Este es también el significado de las palabras de Cristo, Marcos 16:16, “El que crea y sea bautizado, será salvo”. Él hace que la fe preceda al bautismo. Porque donde la fe no está en evidencia, el bautismo no vale, como él mismo dice después: El que no crea será condenado, aunque sea bautizado. Porque no es el bautismo sino la fe [que es necesaria] para el bautismo la que salva. Por eso leemos en Hechos 8:37 que Felipe no quiso bautizar al eunuco antes de haberle preguntado si creía. […] Además, San Pablo dice en Romanos 10:8 que para ser salvo es necesario creer de corazón. No dice que sea necesario recibir los sacramentos, pues sin recibir realmente los sacramentos (si no son despreciados) uno puede salvarse por la fe. Y sin fe ningún sacramento sirve de nada. Sin fe los sacramentos son ciertamente condenatorios y perjudiciales. 11
Para reforzar la argumentación sobre que Lutero no respaldaba el bautismo de infantes al inicio de su lid contra el catolicismo romano, Scharnschlager refirió que el teólogo alemán consideraba mejor opción que hubiera reuniones en las que cristianos comprometidos y conscientes practicaran “la excomunión cristiana [sin recurrir al poder secular ni usar la espada], el verdadero bautismo y otras disposiciones de Cristo”.12
La exposición de Scharnschlager muestra que en los círculos anabautistas enseñaban cómo refutar a sus críticos. Un punto vertebral de la respuesta del jabonero remarcaba la existencia de dos Luteros: uno al principio de la Reforma, libertario y hasta simpatizante con la idea de bautizar solamente adultos y no infantes; otro cuando consolidó su movimiento con el apoyo de los príncipes alemanes.
De manera implícita el señalamiento sobre las dos fases de Lutero apunta hacia que la cercanía con el poder influyó, y en cierta medida modeló, el corpus teológico político del pensador germano.
La postura anabautista sobre únicamente bautizar discípulo(a)s comprometidos necesariamente hizo de los disidentes enemigos del orden eclesiástico y político dominante en un territorio determinado, ya fuese católico o protestante.
Así pasó por todas partes en las que los poderes religiosos y civiles estaban imbricados, unión que no dejaba espacio para expresión de creencias distintas a la oficial, y protegida por el poder de la espada.
En el caso que estamos tratando, el de Estrasburgo, cuando los anabautistas no quisieron sujetarse a la disposición del Concejo de la ciudad, en el sentido de que todos los infantes debían ser bautizados, prefirieron el destierro. Una convicción teológica los convirtió en disidentes políticos.
Notas
1. John Howard Yoder (compilador), Textos escogidos de la Reforma Radical, Biblioteca Menno, Burgos, 2016, p. 329.
2. Ibid., pp.145-158.
3. Martín Lutero, “Sobre la autoridad secular: hasta dónde se le debe obediencia”, en Joaquín Abellán (estudio preliminar y traducción), Martín Lutero, escritos políticos, tercera edición, primera reimpresión, Editorial Tecnos, Madrid, 2013, pp. 21-65.
4. Joaquín Abellán (estudio preliminar y traducción), Martín Lutero, escritos políticos, Editorial Tecnos, Madrid, 2013, p. 21.
5. Martín Lutero, “Sobre la autoridad secular: hasta dónde se le debe obediencia”, p. 45.
6. Leupold Scharnschlager, “Llamamiento a la tolerancia dirigido al Concejo de Estrasburgo”, en John Howard Yoder (compilador), Textos escogidos de la Reforma Radical, p. 226.
7. Ídem.
8. Ibid., p. 227.
9. John Horsch, Infant Baptism. Its Origin Among Protestants and The Arguments Advanced For and Against It, edición de autor, Scottdale, 1917
10. Ibid., p. 13.
11. Ibid., pp. 14-15.
12. Al respecto ver de Martín Lutero, “Del tercer orden del culto”, en John Howard Yoder (compilador), Textos escogidos de la Reforma radical, pp. 82-84.
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