Reformadores radicales: precursores olvidados de la tolerancia (I)
Entre las distintas corrientes de la Reforma radical predominó la postura de que la fe no se podía imponer ni defender por la fuerza, sino lo conducente era usar la persuasión para que las personas, voluntariamente, se convirtieran al camino de Cristo.
09 DE MARZO DE 2025 · 09:00

¿La tolerancia? Ni la palabra ni el concepto existían en el siglo XVI […] La tolerancia nace hacia 1680 en los albores de la Ilustración; se inserta en un espacio singular, el de la Europa del Noroeste, Inglaterra y Provincias-Unidas. Por último, es cosa de un hombre en particular, John Locke, a quien el siglo XVIII rinde un culto constante […] La tolerancia no existía en el siglo XVI. Más bien aparecía como impía. ¿Queremos un ejemplo? Tomás Moro, autor de la Utopía, que permaneció fiel a su ideal de humanista católico, prefiriendo la muerte ignominiosa de un traidor a renegar de sus principios. El gran Tomás Moro admitía la hoguera de los herejes. Incluso no veía qué otra cosa podía hacerse con los herejes sino quemarlos.[1]
Bernard Cottret
La cita que precede a estas líneas me retrotrajo a las consideraciones de tantos hombres y mujeres del siglo XVI que levantaron sus voces en favor de la tolerancia. Entre ello(a)s integrantes del movimiento llamado la Reforma radical, una de cuyas vertientes, el anabautismo, está celebrando 500 años de sus inicios.
La Reforma radical, como bien ha caracterizado George H. Williams, “fue un amontonamiento, muy laxamente integrado, de reformas y restituciones doctrinales e institucionales” auspiciadas por “anabautistas de varios tipos, por espiritualistas y espiritualizantes de diversas tendencias (desde el marcial Tomás Müntzer pasando por el Grübler individualista Sebastián Franck, hasta el quietista y pietista Gaspar Schwenckfeld) así como por los racionalistas evangélicos, para quienes la única base esencial era el Nuevo Testamento (desde Juan de Valdés, pasando por Lelio Socino, hasta Pedro Gonesius”.[2] Racionalistas evangélicos también fueron Sebastián Castellio Mateo Gribaldi, y Bernardino Ochino.[3]
Entre las distintas corrientes de la Reforma radical predominó la postura de que la fe no se podía imponer ni defender por la fuerza, sino lo conducente era usar la persuasión para que las personas, voluntariamente, se convirtieran al camino de Cristo. Los intentos de llegar al cielo por asalto, haciendo posible mediante la insurrección armada la Nueva Jerusalén, como en los casos de Tomás Müntzer en la Guerra de los Campesinos (1524-1525) y el reino anabautista de Münster (1534-1535), fueron descalificados al tiempo en que se desarrollaban por anabautistas de la vía constructora de paz.
Lo que Bernard Cottret señala sobre que en el siglo XVI la argumentación sobre la tolerancia fue prácticamente inexistente pasa por alto a personajes y grupos que, desde su entendimiento bíblico, enarbolaron la idea de no perseguir por asuntos de fe a quienes disentían tanto de la Iglesia católica romana como de las distintas ramas de la Reforma magisterial. Ésta es definida por George Williams en los siguientes términos:
Designa las iglesias establecidasdel protestantismo clásico, así las territoriales como las nacionales (en oposición a las sectas, comunidades e iglesias voluntarias de la Reforma Radical). El adjetivo ‘magisterial’ procede de la palabra magistratus o sea la magistratura (concejales, príncipes y reyes) y no de la palabra magisterium, o sea la autoridad magistral, y se refiere, en consecuencia, a la manera como se establecieron y se mantuvieron gubernamentalmente en el siglo XVI las tres formas principales del protestantismo clásico.[4]
Desde 1523 discípulos del reformador Ulrico Zwinglio fueron acrecentando su distanciamiento de él porque consideraban que los cambios eclesiásticos deberían realizarse de acuerdo a lo que habían descubierto en el estudio de la Biblia, y no según los lineamientos dados por las autoridades de Zúrich. Conrado Grebel, Félix Mantz, Wilhelm Reublin, pastor en Wytikon; Hans Brötli, pastor asistente en Zollikon; Andreas Castelberger, librero, y Ludwig Hätzer, entre otros, defendieron en las disputas con Zwinglio y teólogos afines a él que las comunidades de fe tendrían que ser conformadas por creyentes conscientes de serlo y que, en consecuencia, se bautizaban bajo confesión de fe. Se opusieron al principio de Iglesia territorial, de la que formaban parte todo(a)s los nacidos en una determinada jurisdicción política/eclesiástica.
Los disidentes de la Iglesia oficial de Zúrich, encabezada por Ulrico Zwinglio, contraviniendo las ordenanzas de los magistrados decidieron bautizarse mutuamente. La acción les costó comenzar a padecer hostigamientos, persecuciones, encarcelamientos y/o destierros por no ceñirse a la simbiosis Iglesia oficial/Estado. La narración de lo acontecido la gélida tarde/noche del sábado 21 de enero de 1525 es de la conocida como Crónica Hutterita, cuyo autor inicial fue Gaspar Braitmichel, quien recogió acontecimientos sucedidos hasta 1542. La redacción la inició posiblemente hacia 1565. Él tuvo como fuente el testimonio que dejó Jorge Cajacob, el primer bautizado.[5]
La Crónica es un conjunto de documentos que ya circulaban desde antes que fuesen compilados y con el paso de los años ampliaron distintos autores, que reflejan una interpretación sobre la continuidad de las comunidades de creyentes desde tiempos del Antiguo Testamento, así como del remanente fiel a través de los siglos iniciando con la Iglesia primitiva. Menciona los enfrentamientos de John Wyclif, en el siglo XIV, y de Jan Hus, en el siglo XV, con el sistema eclesiástico cuya cúspide era el papado. También describe el levantamiento de Martín Lutero en 1517 y de Ulrico Zwinglio en 1519. Ambos, para la Crónica, aunque rompieron en varios puntos con la Iglesia católica, “eran paidobautistas y abandonaron el verdadero bautismo de Cristo, que ciertamente trae consigo la cruz, siguiendo en cambio al Papa con el bautismo infantil, conservando de él también la vieja levadura, fermento y causa de todo mal, de hecho el acceso y portal a un falso cristianismo”.[6]
La Cónica Hutterita enfatiza que ambos “Lutero y Zwinglio, denunciaron y sacaron a la luz toda la alevosía y bribonada de la santidad papista, como si quisieran echar todo por tierra con rayos. Empero, no ofrecieron nada mejor a cambio. No bien se apoyaron en el poder temporal y se remitieron a la ayuda humana les ocurrió lo mismo que a quien remienda un viejo caldero y sólo logra que el agujero empeore”.[7]
Más adelante el cronista denuncia que los reformadores magisteriales “defienden su doctrina —que en realidad han recibido y aprendido de su padre y cabeza, el Anticristo— con la espada, aun cuando saben que las armas de la milicia de los cristianos no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de toda confabulación humana [2 Corintios 10:4 y siguientes]. De modo que la fe no puede imponerse por la fuerza, sino que es un don de Dios [Efesios 2:8 y siguientes]. Y Cristo dijo a sus discípulos [Mateo 16:24]: si alguno quiere seguirme —nótese, si alguno quiere o tiene un deseo— niéguese sí mismo y tome su cruz. No dice la espada, porque ésta no tiene lugar junto a la cruz”.[8]
En la Crónica abundan testimonios de quienes en el siglo XVI defendieron su derecho a tener creencias y prácticas derivadas de ellas distintas de las aprobadas por las iglesias territoriales. Lo mismo es evidenciado en la sólida documentación cuidadosamente anotada por Leland Harder sobre las argumentaciones de los llamados Hermanos suizos, quienes una y otra vez buscaron persuadir a la unión magistrados/teólogos de Zúrich del derecho a creer según su conciencia y que en asuntos de fe era un contra sentido recurrir a la violencia.[9]
Lo que afirma Bernard Cottret sobre Juan Calvino en el tópico de la tolerancia puede hacerse extensivo prácticamente a todos los reformadores magisteriales del siglo XVI. Concede que “Calvino fue bastante intolerante”, y de la aceptación del hecho pasa a una pregunta, que en realidad contiene una justificación de la inevitabilidad de su proceder: “Pero, sinceramente, ¿podía dejar de serlo?” Agrega que “sería igualmente falaz ver en todos los opositores de Calvino ‘campeones de la tolerancia, de la libertad individual y de los derechos de la sociedad civil’”[10] Sería una tarea titánica seguir las ideas de “todos los opositores” al reformador de Ginebra sobre la triada mencionada por Cottret, pero sí es posible hacerlo sobre quienes debatieron con los reformadores magisteriales, incluido Calvino, en torno a la libertad de conciencia y la represión desatada en su contra y justificada por los teólogos que sostenían estar defendiendo la fe cristiana al combatir a los herejes. Los libertarios fueron minoría, pero suficientes para dejar constancia de una vía que no pudo ser desarraigada, que fructificó lenta pero crecientemente. Comenzaron a dar la lid más de ciento cincuenta años antes que John Locke, autor de Carta sobre la tolerancia.[11] Bien lo ha dicho Stefan Zweig:
Incluso como vencidos, los derrotados, los que con sus ideales intemporales se adelantaron a su época, cumplieron con su misión, pues una idea está viva en la tierra con sólo ganar testigos y adeptos que vivan y mueran por ella. Desde el punto de vista del espíritu, las palabras “victoria” y “derrota” adquieren un significado distinto. Y por eso es necesario recordar una y otra vez al mundo, un mundo que sólo ve los monumentos de los vencedores, que quienes construyen sus dominios sobre las tumbas y las existencias destrozadas de millones de seres no son los verdaderos héroes, sino aquellos otros que sin recurrir a la fuerza sucumbieron frente al poder.[12]
Notas
[1] Bernard Cottret, Calvino, la fuerza y la debilidad, Editorial Complutense, Madrid, 2002, p. 196.
[2] George H. Williams, La Reforma radical, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, p. 6.
[3] Willem Balke, Calvin and the Anabaptist Radicals, Wm. B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, 1981, p. 10.
[4] George H. Williams, La Reforma radical, p. X.
[5] George H. Williams y Ángel M. Mergal (editores), “Introduction”, Spiritual and Anabaptist Writers, The Westminster Press, Philadelphia, 1957, p. 39. A los hutteritas los llamaron así por Jakob Hutter (c, 1500-1536), quien a partir de 1529 fue líder de los anabautistas en el Tirol. Fue quemado en la hoguera el 25 de febrero de 1536. Su esposa Katherine sufrió pena de muerte por ahogamiento en 1538. Sobre el personaje y el movimiento encabezado por él ver Werner O. Packull, Hutterite Beginnings: Communitarian Experiments during the Reformation, Baltimore & London, Johns Hopkins University Press, 1995.
[6] “The Begginings of the Anabaptist Reformation, Reminiscences of George Blaurock”, en George H. Williams y Ángel M. Mergal, op. cit., pp. 41-42.
[7] Partes de la Crónica en John Howard Yoder, Textos escogidos de la Reforma radical (compilador), Biblioteca Menno, Burgos, 2016.p. 138.
[8] “The Begginings of the Anabaptist Reformation, Reminiscences of George Blaurock”, p. 42.
[9] Leland Harder (editor), The Sources of Swiss Anabaptism. The Grebel Letters and Related Documents, Herald Press, Scottdale-Ontario, 1985.
[10] Bernard Cottret, op. cit., p. 196.
[11] El escrito fue publicado por primera vez en 1689, para versión en español ver John Locke, Carta sobre la tolerancia, tercera edición, Editorial Tecnos, Madrid, 1994.
[12] Stefan Zweig, Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia, tercera reimpresión, Acantilado, Barcelona, 2005, p. 23.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Reformadores radicales: precursores olvidados de la tolerancia (I)