Lutero, Müntzer y Grebel: conflicto hermenéutico en el siglo XVI (IV)

La interpretación que hizo Müntzer del cuarto Imperio, Daniel 2:33, 41-43, le llevó a concluir que allí se explicitaba la necesaria unión del poder político y el poder religioso para hacer los cambios.

21 DE JULIO DE 2024 · 16:00

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Imagen de un castillo en Allstedt. / Doris Antony, Wikimedia Commons.

En el Manifiesto de Praga (25 de noviembre de 1521) Müntzer arguye para sí una elección especial de Dios con el fin de dar a conocer el verdadero sentido de la Biblia. Expresa que otros han tratado de hacer esa explicación pero más bien desfiguraron las enseñanzas de las Escrituras, mientras él: “Con mi palabra doy fe que me he aplicado visiblemente y con la máxima diligencia, mucho más que todos los otros hombres, a conocer los fundamentos de la fe cristiana, santa e invencible. En verdad y con osadía puedo decir que ningún desafortunado cura consagrado ni ningún monje desgraciado han sabido exponer los puntos más sencillos de los fundamentos de la fe”.1

En el mismo llamado citado, dirigido a los residentes en la ciudad del “ínclito y santo luchador Jan Hus”, denuncia que los intérpretes de la Biblia han adulterado sus auténticas enseñanzas: “con frecuencia les he oído explicar la Escritura, que han robado como si fueran pérfidos ladrones y asesinos feroces. A causa de este robo recibirán la maldición del mismo Dios, que habla por mediación de Jeremías”.2 Entonces cita, sin hacerlo textualmente, Jeremías 23:30-33: “Mirad, vengo contra los profetas que roban los unos a los otros mis palabras y engañan a mi pueblo. Jamás les he hablado. Usurpan mis palabras, las pervierten en sus labios pestíferos y en sus bocas que parecen burdeles. De esta manera niegan que mi Espíritu hable a los hombres”.

A mediados de julio de 1524 Müntzer expone el Sermón a los príncipes de Sajonia, en Allstedt, a donde viajan para escuchar al encendido predicador el duque Juan, hermano de Federico el Sabio (protector de Lutero), y el hijo de aquél, Juan Federico. El sermón tuvo un largo subtítulo: “Explicación del segundo capítulo del profeta Daniel ante los laboriosos y estimados duques y magistrados de Sajonia por Thomas Müntzer, servidor de la Palabra de Dios”.3 El lugar donde hizo la exposición fue en la Iglesia de Todos los Santos en Allstedt, ciudad donde había llegado Müntzer dieciocho meses atrás para ser pastor en la Iglesia de San Juan.

Müntzer buscaba convencer al duque Juan (primero en la línea sucesoria de Federico el Sabio, por carecer éste de descendencia), y su hijo, de tomar en sus manos la reforma de la sociedad junto con quienes buscaban cambios en ésta y en el mundo eclesial. Los interesados en tales transformaciones deberían unirse para ejecutar actos revolucionarios que trajesen un nuevo orden religioso y político.

La interpretación que hizo Müntzer del cuarto Imperio, Daniel 2:33, 41-43, le llevó a concluir que allí se explicitaba la necesaria unión del poder político y el poder religioso para hacer los cambios necesarios para instalar la Nueva Jerusalén en Allstedt, y de aquí en otras partes de Alemania. Lluís Duch considera la pieza oratoria “como la máxima expresión del pensamiento político-teológico del reformador de Allstedt”.4

El mismo autor y experto en Müntzer sostiene que “siguiendo la inspiración narrativa ofrecida por el texto bíblico de Daniel, subraya con énfasis que la pequeña piedra, desprendida de la montaña y formada por laicos pobres y arruinados campesinos, destruirá el conjunto eclesiástico-imperial, cuyas cabezas visibles, antaño, eran la Iglesia de Roma y el Emperador y, en los días de Müntzer, son Lutero y los duques de Sajonia. Los elegidos son los encargados de guiar a los pobres para que, finalmente, pueda tener lugar el juicio de Dios, que separará a los justos de los malvados, y, acto seguido, tendrá lugar la instalación definitiva del Reino de Dios sobre la tierra”. Müntzer se consideraba un nuevo Daniel, y a su llamado deberían unirse las huestes que desarraigarían toda cizaña que impedía florecer la justicia.

Ocho meses después de que su llamado a los duques de Sajonia no tuvo el efecto buscado, sino que más bien los príncipes rechazaron tajantemente los cambios exigidos por los campesinos y sus aliados, Thomas Müntzer, desde Mühlhausen, hizo una desesperada Proclama a los ciudadanos de Allstedt. En ella les exhorta para que se unan a los movimientos rebeldes que están teniendo lugar en otras partes de Alemania.5

Inicia asegurando que es tiempo de despertar para las conciencias adormiladas. Después urge a que “sin demora, ¡iniciad, combatid la batalla del Señor!” Sabedor de las maniobras del poder para desmovilizar los levantamientos populares, Müntzer externa: “Sólo tengo una preocupación y es que, a causa del desconocimiento de la perfidia de los príncipes, los ingenuos campesinos lleguen a establecer con ellos un pacto engañoso”.

Desde su óptica ya no hay otra opción sino la confrontación armada contra quienes no quisieron poner sus puestos en favor de un cambio radical. Por ello instruye a los habitantes donde fungía como pastor a que exciten “a la rebelión a pueblos y ciudades, y sobre todo, a los compañeros mineros juntamente con los restantes compañeros que puedan ayudaros. No permanezcáis por más tiempo mano sobre mano”.

Como a su conocimiento habían llegado noticias de levantamientos en otras partes de la geografía germana, Müntzer confía en que también los habitantes de Allstedt se sumen a la que cree será una exitosa revolución: “Ánimo, ánimo, ánimo, ¡hasta que arda el fuego! ¡No dejéis enfriar vuestra espada! ¡No vaciléis! ¡Martillead, pink, pank, pink, pank, sobre el yunque de Nemrod! ¡Destruid sus defensas! No os podréis librar del temor humano mientras ellos [los príncipes] vivan. No podréis hablar de Dios mientras ellos, impunemente, señoreen sobre vosotros. ¡Ánimo, ánimo, ánimo mientras os acompaña la luz, Dios os precede: seguidle, seguidle! La historia ya se encuentra escrita (Mateo 24, Ezequiel 34, Daniel 7, Esdras 10:1-14, Apocalipsis 6, todos ellos pasajes que explican Romanos 13)”.

La insurrección de los campesinos fue aplastada en Frankenhausen por las fuerzas militares de los príncipes. No hubo tregua para los alzados y cien mil de ellos murieron a manos de soldados mejor entrenados y armados. Thomas Müntzer fue capturado, enjuiciado y torturado, “se retractó de sus enseñanzas contra la autoridad y contra la doctrina sacramental tradicional. Comulgó con una sola especie”.6 Le condenaron a la pena de muerte, el 27 de mayo de 1525 fue decapitado en Mühlhausen.

Conrado Grebel creyó tener en Thomas Müntzer un aliado. Tal convicción le llevó, junto con correligionarios que consideraban tibias las reformas de Ulrico Zwinglio en Zúrich, a escribirle al radical de Alemania dos misivas, en las cuales el grupo de Zúrich le hacía conocer sus descubrimientos teológicos y éticos.7

La noticia sobre la pieza oratoria de Müntzer ante el duque Juan y su hijo, Juan Federico, llegó a conocimiento de Conrado Grebel, Félix Mantz y otros del grupo anabautista en Zúrich. Más información se la proporcionó a los disidentes de Zwinglio el germano Hans Huiuff, quien había llegado a Suiza y se contactó con Grebel y los otros.8 Conrado escribe a Müntzer en nombre de un movimiento, “de una comunidad; la iglesia libre es una realidad vivida antes de concretarse en enero de 1525 con los primeros bautismos [de creyentes]”.9 Los firmantes fueron además de Grebel, Félix Mantz, Andreas Castelberger, Hans Ockenfuss, Bartlime Pur, Heini Albert, Hans Brötli, Hans Huiuff y otros.10

Creyendo que Müntzer comparte con ellos sus críticas tanto a la Iglesia católica como a los reformadores magisteriales y la necesidad de una vía que privilegie la construcción de una comunidad voluntaria, los radicales de Zúrich intentaron tender puentes de entendimiento con el profeta de Allstedt. Es por esto que el contenido de la primera carta muestra que “no conocen su misticismo, su desprecio hacia el biblicismo, su originalidad apocalíptica […], ignoran sus expresiones a favor de una revolución violenta”.11

La misiva de Grebel, “vocero del evangelicalismo radical de Suiza”,12 tiene fecha del 5 de septiembre de 1524. Fue escrita en alemán, no en latín, por lo que “refleja el nuevo interés en usar la lengua vernácula en el discurso reformador”.13 Tras el saludo el primer punto de la carta es una crítica a un Evangelio salvacionista que no produce cambios éticos en quienes dicen ser salvos: “Hoy todos quieren ser salvados por una fe aparente, sin los frutos de la fe, sin el bautismo de la prueba [persecución por practicar el bautismo de creyentes], sin amor y esperanza, sin prácticas cristianas apropiadas”.

Grebel reconoce que él y la comunidad en nombre de la cual escribe estuvieron inmersos en el mismo error que ahora critican: “En ese error también hemos estado implicados nosotros —como pago de nuestros pecados—, mientras sólo fuimos oyentes y lectores de predicadores evangélicos, culpables de todo eso. Pero después que tomamos las Escrituras en nuestras manos y examinamos todos los puntos, nos hemos informado mejor y hemos descubierto el grande y nefasto error de los pastores y de nosotros mismos”.

Grebel le explica que los disidentes de Zúrich conocieron su escrito “contra la fe y el bautismo espurios”, encontrando puntos de coincidencia entre los propuesto por ellos y lo sostenido por Müntzer. El destinatario de la carta había argumentado en su tratado Protesta o declaración que “la práctica del bautismo de infantes tenía su fuente en un entendimiento inadecuado de la fe cristiana”.14 Cabe mencionar que a diferencia de Grebel, Mantz y sus cercanos, “el visionario de Allstedt nunca practicó ni exigió el bautismo de adultos”, y a finales de 1524 redactó en alemán una liturgia para el bautismo de infantes.15 Es decir, no fue, como algunos han sostenido, anabautista.

Los remitentes, con Grebel a la cabeza, le reprochan a Müntzer haber traducido la misa al alemán, no tanto por la traducción a la lengua del pueblo sino porque lo traducido es la misa, que consideraban carente de bases bíblicas. Además, en un estrecho entendimiento de lo que debe tenerse por bíblico, reprueban que Müntzer haya “introducido nuevos himnos alemanes. Eso no puede estar bien, cuando en el Nuevo Testamento no encontramos ninguna enseñanza acerca del canto ni ningún ejemplo” […] Puesto que cantar en el idioma latino surgió sin enseñanza divina o ejemplo y práctica apostólicos, y no aparejó nada bueno ni resultó edificante, mucho menos edificante será en alemán y provocará una fe sólo aparente”.

La clave para la desaprobación de lo realizado por Müntzer, en cuanto al canto de himnos y de otras prácticas, estaba para los hermanos suizos en su siguiente afirmación: “Lo que no se nos enseña por medio de claros pasajes de la Biblia y por medio de ejemplos debe considerarse prohibido”. Ellos creían que lo que no estaba expresamente mandado en las Escrituras entonces estaba vedado a la comunidad de fe. En tanto que otros consideraban que si no estaba claramente prohibido por lo tanto podía permitirse. Hoy existen tendencias interpretativas semejantes a las dos mencionadas.

En el mismo sentido de apegarse casi literalmente a lo normado por la Biblia, particularmente en el Nuevo Testamento, punto culminante de la revelación progresiva de Dios, Grebel y los otros mencionan que “la cena de la comunión fue instituida por Cristo e implantada por él. Sólo deben emplearse las palabras que aparecen en Mateo 26, Marcos 14, Lucas 22 y 1ª Corintios 11, ni más ni menos […] Debe utilizarse pan corriente, sin ídolos ni añadidos […] Además debe utilizarse [para el vino un vaso común] […] Porque la cena es una muestra de comunión, no una misa y un sacramento”.

Grebel exhorta a Thomas Müntzer para que dedique sus talentos y esfuerzo a crear una comunidad cristiana de acuerdo al Espíritu de Cristo. Para aquél dicha comunidad debería ser voluntaria, caracterizada por el amor y contrastante éticamente con el mundo circundante, en ella no debe tener parte el Estado para obligar a creer de acuerdo a lo prescrito por una Iglesia oficial. Sin ahondar en la noción de separación Iglesia-Estado, ya que Grebel no desarrolla este punto que sería central en posteriores posiciones anabautistas, sí está implícito en la carta el principio de separación entre ambas esferas. Para él, desde el gobierno político, y basando su entendimiento en la interpretación que hacía del Nuevo Testamento, era una contradicción pretender cristianizar a la fuerza a la sociedad.

 

Notas

1 Thomas Müntzer, “Manifiesto de Praga”, en Lluís Duch, Thomas Müntzer, tratados y sermones, Editorial Trotta, Madrid, 2001, p.82.

2 Ibid., p. 83. El personaje mencionado por Müntzer, Jan Hus (c. 1371-1415), tomó en 1402 el puesto de predicador en la capilla de Belén en Praga, donde usaba el checo en lugar de latín. Al hacerlo tuvo apoyo entre la gente, y puso en ella sus esfuerzos para intentar cambiar el sistema religioso imperante. En 1412 Hus fue excomulgado por el papa Juan XXIII, entonces uno de los tres que reclamaban para sí ser el auténtico sucesor de Pedro. La causa de la excomunión fue el ataque lanzado por Hus contra la venta de indulgencias que autorizó el citado papa. En el tratado Sobre la simoníaHus denunciaba como anticristiano ofrecer favores espirituales a cambio de bienes o dinero, la práctica era “un intercambio impropio entre hombres negociando con los cargos espirituales de la casa de Dios”. Debido a las amenazas papales, Hus debió salir de Praga y asentarse en el sur de Bohemia, donde redactó su obra mayor: De Ecclesia y también tradujo la Biblia al checo. Hus y seguidores dieron un paso más en su enfrentamiento con la teología católica cuando en 1414 comenzaron a impartir la eucaristía en dos especies, es decir, con pan y vino, “por primera vez en siglos”. Creyendo en la propuesta que le hicieron de que si comparecía ante el Concilio de Constanza se le garantizaba seguridad para ir y regresar, Hus emprendió el viaje, pero al llegar fue encarcelado. Sus jueces lo acusaron de herejía y lo condenaron a la hoguera, a la que fue llevado el 6 de julio de 1415. David S. Schaff (traducción, notas e introducción), The Church by Jan Huss, p. IX; “John Hus: On Simony”, en Edward Peters (editor), Heresy and Authority in Medieval Europe. Documents in Translation, p. 283; Ángel García de Cortazar, Historia religiosa del Occidente medieval (años 313-1464), Ediciones Akal, Madrid, 2012, p. 506; Diarmaid MacCulloch, Christianity: The First Three Thousand Years, Viking Penguin, New York, 2010, p. 571.

3 Thomas Müntzer, “Manifiesto de Praga”, en Lluís Duch, opcit., p. 93.

4 Ibid., p. 94.

5 Thomas Müntzer, “Proclama a los ciudadanos de Allstedt”, en Lluís Duch, opcit., pp. 201-204.

6 Lluís Duch, opcit., p. 47.

7 Las dos cartas suman 345 líneas. La primera es más extensa, contiene 275 líneas, y la segunda 70, J. C. Wenger (transcripción y traducción), Conrad Grebel’s Programatic Letters of 1524, Herald Press, Scottdale, Pennsylvania, 1970.

8 John H. Yoder, Textos escogidos de la Reforma radical, Biblioteca Menno, Burgos, 2016p. 123.

9 Ibid., p. 124.

10 Arnold C. Snyder, “The Birth and Evolution of Swiss Anabaptism (1520-1530)”, The Mennonite Quarterly Review, vol. LXXX, núm. 4, octubre 2006, p. 524 y Leland Harder, The Sources of Swiss AnabaptismThe Grebel Letters and Related Documents, Herald Press, Scottdale-Ontario, 1985, pp. 292 y 294.

11 John H. Yoder, Textos escogidos…, p. 124. 

12 George H. Williams y Ángel M. Mergal (editores), Spiritual and Anabaptist Writers, The Westminster Press, Philadelphia, 1957, p. 71.

13 Leland Harder, opcit., p. 285.

14 Ibid., p. 681.

15 Lluís Duch, opcit., p. 68; Leland Harder, opcit., p. 681.

 

 

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