Un libro entre medias noches y gallos

Escribir bien, o al menos correctamente, no es cuestión de aprender técnicas de redacción. El oficio de escritor conlleva formarse lentamente en la disciplina de aprender a pensar.

18 DE NOVIEMBRE DE 2023 · 22:00

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No sería demasiado difícil escribir

si no se tuviera que pensar tanto antes.

Joan Puig i Ferreter

No tener tiempo o darse tiempo para escribir, este es el dilema. Para escribir es necesario hacerle frente a toda clase de inconvenientes y obstáculos que nos impiden sentarnos a plasmar en grafías las ideas y el cúmulo de información resultante de una pesquisa. Puede que sea al revés, pero creo que en el tesón florece la inspiración.

He tenido cuatro semanas agobiantes tecleando entre medias noches y gallos, es decir en las madrugadas y más allá de la salida del sol.

Aunque ya tenía importantes avances en la redacción de un nuevo libro, llegaba la hora de leer críticamente el material redactado: podar las redundancias, delimitar el desarrollo de los capítulos, detectar flaquezas en los datos sobre los que se basaban conclusiones, perseguir los gazapos, ampliar el vocabulario sustituyendo palabras repetitivas por expresiones sinónimas, cambiar párrafos a la sección donde argumentativamente se articulaban mejor, leer y releer el conjunto para comprobar si el todo era coherente y las partes correspondían a ese todo.

Mi maestro Gastón García Cantú, gran historiador y agudo analista de la realidad mexicana, decía que escribía claro quien pensaba claro. Si había confusión mental ella quedaba fijada en lo escrito. Él me ayudó a entender que el oficio de escritor conlleva formarse lentamente en la disciplina de aprender a pensar.

Escribir bien, o al menos correctamente, no es cuestión de aprender técnicas de redacción. Aunque internalizar el uso de las mencionadas técnicas es parte de la formación de quien aspire a ser escritor(a), lo primero tiene que ver con ir acumulando un bagaje de conocimientos, reflexionar sobre ellos, decantarlos y jerarquizarlos para no confundir lo superfluo con lo fundamental.

Otra cuestión es la forma de comunicar lo que escribimos, no de manera farragosa ni pretendiendo profundidad con cadenas de tecnicismos que pueden deslumbrar a los posibles lectore(a)s, pero que los dejan pasmados por no haber entendido las intricadas líneas que intentaron decodificar.

Pensamiento complejo no es lo mismo que pensamiento enredado. Yo trato de sacar lecciones de autore(a)s que saben transmitir sus análisis y/o narraciones de forma cautivante y a la vez sencilla.

Es todo un arte hacer asequibles las complejidades de ciertas temáticas a quienes no forman parte de la comunidad hermenéutica altamente especializada, despertar en ellos y ellas el gozo de aprehender nuevos conocimientos.

No sé si he podido alcanzar en mi nuevo libro lo que me motivó a escribirlo. He intentado contar las historias de sitios y personajes un tanto olvidados por las nuevas generaciones de creyentes protestante/evangélicos en México, más precisamente en la capital del país. La obra narra el proceso social, histórico, cultural, religioso, político y legal del que emergieron núcleos que fueron a contracorriente del perfil identitario heredado por el régimen colonial católico romano.

Busqué compartir cómo fue acrecentándose a partir de la independencia de España, en 1821, la construcción de una alternativa de fe y su expansión hasta antes de la llegada de los que llamo misioneros institucionales, enviados al país por las conocidas como iglesias históricas.

Con anterioridad al mencionado arribo el terreno fue fertilizado por creyentes nacionales que construyeron pacientemente espacios para la nueva creencia. De esto trata Navidad de 1873: apertura de la Iglesia Metodista la Santísima Trinidad en la Ciudad de México. Antecedentes y personajes, redactado entre medias noches y gallos.

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