Francisco Ruiz de Pablos: un traductor ilustre, y un ilustre traductor (II)

Francisco Ruiz de Pablos con grandes méritos ingresó a la estirpe de quienes son puentes del conocimiento, que nos llevan de una a otra orilla. Nos hizo asequible al traducir a español lo escrito en latín por Casiodoro de Reina.

24 DE SEPTIEMBRE DE 2023 · 07:00

Francisco Ruiz de Pablo (derecha), recibiendo el Premio Unamuno, Amigo de los Protestantes, en 2011. / Foto: Protestante Digital.,
Francisco Ruiz de Pablo (derecha), recibiendo el Premio Unamuno, Amigo de los Protestantes, en 2011. / Foto: Protestante Digital.

Traducir a un autor supone reflejar en lo posible todos los recursos de ese autor y, con fidelidad al texto, tratar de reproducir todo su colorido. Para que una traducción sea buena, es necesario comprender que el desmontaje de las frases excesivamente largas puede ser alguna vez ineludible por consideraciones de inteligibilidad, pero sólo alguna que otra vez. Cualidad imprescindible en una buena traducción ha de ser la claridad, mas no por ni para ello hace falta cortar las frases con puntos y seguido o incluso aparte.

Francisco Ruiz de Pablos

 

 

Como traductor dio razones y principios que guiaban su tarea de ser puente entre uno y otro idioma. Francisco Ruiz de Pablos siguió los criterios de un gran traductor, a quien a su vez tradujo: Casiodoro de Reina.

En el libro Comentario al Evangelio de Juan, de Casiodoro de Reina, que tradujo del latín al español Ruiz de Pablos, éste hace en la introducción de la obra una explicación de los criterios usados para traducir la obra citada. El volumen es parte de la colección Obras de Reformadores Españoles del Siglo XVI, serie dirigida por Emilio Monjo. Además del Comentario al Evangelio de Juan, el libro incluye el prefacio de Reina a la conocida como Biblia del Oso (publicada en 1569) y su comentario al capítulo cuarto del Evangelio de Mateo.

Uno de los criterios aducidos por Francisco Ruiz de Pablos es que “se debe traducir todo el texto en su integridad”, y en esto sigue lo expresado por Casiodoro de Reina, quien consideraba “que el texto quedase siempre en su enterez… aunque en ello pecásemos algo contra la pulidez de la lengua española, teniendo por menos mal pecar contra ella, aunque fuese en mucho, que en muy poco contra la integridad del texto”.

En mi Casiodoro de Reina traductor de la Biblia del Oso, publicada en 1569 (Librería Papiro 52, 2020), incluí dos anexos autoría de Reina: “Prefacio del traductor español de la Sagrada Biblia”, y “Amonestación del intérprete de los Sacros Libros”. El primero fue redactado en latín, el segundo en español y fue reproducido en Prefacios a las biblias castellanas del siglo XVI (Editorial La Aurora-Casa Unida de Publicaciones, 1951), edición cuya compilación y notas las hizo B. Foster Stockwell.

Ruiz de Pablos explica que las tres obras de Reina conjuntadas en el Comentario al Evangelio de Juan “durante más de cuatro siglos han permanecido en latín”. Desde que leí la cuidadosa traducción del prefacio latino de Reina consideré sería muy benéfico para los posibles lectore(a)s de mi libro sobre el personaje tener acceso al documento traducido por Ruiz de Pablos. Por esta razón lo agregué al volumen. Quien lee detenidamente las explicaciones de Reina se adentra en las explicaciones bíblicas y teológicas del personaje, y así se posibilita conocer por qué estuvo dispuesto a correr tantos peligros para llegar al objetivo de publicar su traducción de la Biblia en septiembre de 1569.

¿Por qué de las abundantes ediciones e impresiones de la Biblia traducida por Reina, después revisada por Cipriano de Valera y múltiples posteriores revisiones, no hay una relativamente reciente que incluya los dos documentos de Casiodoro? Sería un gran servicio a la comunidad hispanohablante y lectora de la Biblia que las Sociedades Bíblicas Unidas (o alguna Sociedad nacional) hiciese una edición con los dos escritos de Reina, el traducido del latín por Francisco Ruiz de Pablos y el escrito originalmente en castellano por Casiodoro, con las adecuaciones para lectores(a)s del siglo XXI.

Francisco Ruiz de Pablos con grandes méritos ingresó a la estirpe de los traductores, quienes son puentes del conocimiento, que nos llevan de una a otra orilla. Nos hizo asequible al traducir a español lo escrito en latín por Casiodoro de Reina. A continuación reproduzco una parte de lo realizado por Ruiz de Pablos, dada la extensión del documento será necesaria, al menos, una entrega más de la presente serie.

 

A los Serenísimos, Ilustrísimos

Generosos, Nobles, Prudentes

Reyes, Electores, Príncipes Condes, Barones

Caballeros y Magistrados de las ciudades,

tanto de Europa como, sobre todo, del

Sacro Imperio Romano-Germánico

 

PREFACIO DEL TRADUCTOR ESPAÑOL DE

LA SAGRADA BIBLIA, EN EL CUAL

 

 

A partir de la primera visión del profeta Ezequiel, diserta sobre el deber de los piadosos príncipes que confiesan con verdad y de corazón el Evangelio de Cristo; y al mismo tiempo les encomienda, con toda la reverencia y sumisión de ánimo que le son posibles, el patrocinio y tutela de esta traducción.

Hasta ahora, y no sin razón, ha supuesto un terrible tormento para todos los traductores de las Sagradas Escrituras, tanto antiguos como modernos, aquella célebre primera visión de Ezequiel en el capítulo primero de su profecía en la cual el profeta divino describe el maravilloso carro y la majestad de Dios sentado en el carro y también los maravillosos animales que tiran del carro. En efecto, cuando de entre las cosas que a cada paso se presentan ante nuestros sentidos el Espíritu Santo escoge las figuras para significarnos sus misterios, una buena parte de esos misterios nos es ya en cierto modo manifiesta, por cuanto desde el uso común de las cosas ya conocemos aquellos que el Espíritu Santo quiso que fueran signos de las cosas escondidas; y no hay que esforzarse nada primeramente en formarlos o escogerlos. Muy al contrario es la situación cuando no sólo están del todo alejados de nuestros sentidos los arcanos que se representan, sino además subyace una no pequeña dificultad también en las mismas figuras, de forma que, no menos que las cosas mismas, nos son oscuras, desconocidas, nunca vistas, nunca existentes. La majestad de Dios, si no se pinta de alguna manera con las imágenes de las cosas que son observadas por nuestros ojos, nos es totalmente inefable e incomprensible. Igualmente no menos desconocido nos es el modo en que está en los seres creados por él o incluso en el gobierno de su Iglesia. Desconocidísima es, finalmente, la disposición de todo su reino e, indudablemente, la dispensación de los juicios de sus arcanos en el mundo. Éstos nos son ahora significados a través de animales prodigiosos, cuadriformes cada uno, alados con cuatro alas, con ojos por todas partes, dotados de manos de hombre, de plantas de pie de becerro. Y con ellas rectas además, esto es, sin ninguna clase de trabazón, jarrete ni juntura para que pudieran doblarse las patas, a manera de elefante. Tiraban del carro con gran ímpetu, con terrible estrépito tanto por tierra como por el propio aire; el carro a su vez constaba de cuatro ruedas, pero de forma que, añadidas a éstas mismas otras cuatro, ya no son cuatro, sino ocho. Todos tenían ojos por todas partes, todos tenían vida, es más, todos estaban dotados también de inteligencia angélica. Puesto que nunca vimos estos seres en toda la naturaleza universal, ni siquiera semejantes de algún modo a éstos, los traductores perspicaces tienen que esforzarse en determinar primeramente esas imágenes no menos que, una vez las mismas acabadas de determinar como es debido, en la propia investigación posterior de las cosas escondidas.

 

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