Los libros y el acto de leer

Los párrafos que siguen los reproduzco con la intención de contribuir a despertar la curiosidad de personas que evaden cultivar la lectura por muy diversas razones. 

08 DE ABRIL DE 2023 · 15:40

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Para Cuauhtémoc Arango, amigo de andanzas y lecturas.

“La lectura se adquiere por contagio”, consideraba Gabriel García Márquez. De ser así, entonces a quienes leemos cotidianamente porque es un hábito gustoso, nos corresponde compartir con naturalidad nuestra inclinación por los libros. Lo anterior es contrario a la pedantería de puntualizar la pretendida superioridad que tienen los lectores consuetudinarios de quienes no lo son, y/o las recriminaciones a los que, con sinceridad, manifiestan que no leen porque es aburrido hacerlo. Los párrafos que siguen los reproduzco con la intención de contribuir a despertar la curiosidad de personas que evaden cultivar la lectura por muy diversas razones. Son líneas tomadas de obras que tratan sobre libros y las distintas repercusiones que tiene una sencilla actividad personal, la del acto de leer.

“Muchas veces el disfrute por la lectura requiere alguien que nos inicie. Un mentor generoso que ponga el libro en nuestras manos y después se asome a ver el efecto en la vida del aprendiz, un lector que muestre un camino posible de historias y autores, y además tenga paciencia para comentarlo. El goce por la lectura, como la risa, también se contagia. Basta con escuchar la risa para también tener ganas de reír e incluso hacerlo. Basta con ver a alguien absorto en un libro para querer comprender el misterio que lo invade y pedirle el libro prestado. Ése es otro tipo de comienzo. El placer, como la lectura, es fruto de la curiosidad y de una larga paciencia. Querer saber, querer sentir y darnos tiempo para ello” (Edmée Pardo, Leer cuento y novela. Guía para leer narrativa y dejar que los libros nos hagan felices, México, Ediciones Paidós, 2004, p. 28). 

“Lee no es tan solo disfrutar y emocionarse. En ocasiones hay que ir línea a línea, releer repetidas veces las mismas frases, y avanzar despacio y con esfuerzo para comprender lo escrito. Llega un momento en que ese arduo trabajo de pronto nos abre las miras. Del mismo modo que, tras un larguísimo sendero, las vistas se abren al llegar a la cima […] Los libros describen muchos pensamientos y sentimientos humanos. Hablan de personas que sufren, que están tristes, que están alegres, que se ríen… Al entrar en contacto con sus historias y sus palabras, nos identificamos con esas personas y podemos comprender sus sentimientos y conocerlas mejor. Y no solo hablo de las cercanas, sino también de las que viven en mundos distintos a los nuestros. Gracias a los libros, podemos sentir todo eso” (Sosuke Natsukawa, El gato que amaba los libros, México, Editorial Grijalbo, 2022, p. 108 y 229).

“Los mejores viajes son aquellos que hacemos con el cuerpo quieto, los ojos cerrados y la mente despierta. La lectura es otra manera de viajar sin moverse, sólo que, a diferencia de los frágiles mundos recorridos durante el viaje mental, al leer nos enfrentamos a una realidad que no es hija de nuestra fantasía y que debemos penetrar y explorar. Como una ciudad a la orilla de un río o un parajeen una montaña, el libro tiene una realidad material y ocupa un lugar en el espacio; basta con sacarlo del estante y abrirlo para viajar en sus páginas. Cada lectura, como ocurre en los viajes reales, nos revela un país que es el mismo para todos los viajeros y que, sin embargo, es distinto para cada uno […] Los libros nos abren, además, una posibilidad que no ofrecen los viajes reales: viajar en el tiempo. Podemos recorrer la Galia del siglo I a. C. con Julio César como guía, presenciar la fuga de Aquiles perseguido por el río Escamandro o participar con Bernal Díaz del Castillo en el sitio de Tenochtitlan. Viajes a otros tiempos y a otros mundos con Dante o con Wells, viajes fuera del tiempo con algunos poetas o místicos” (Octavio Paz, Por las sendas de la memoria. Prólogos a una obra, México, Fondo de Cultura Económica, 2011, pp. 31-32).

“La poderosa magia de la lectura se funda en dos magias previas e imprescindibles: la del lenguaje y la de la escritura. Llevamos tantos años conviviendo con ellas que ya no nos sorprenden. Por ello necesitamos desacostumbrarnos de lo cotidiano, y recuperar la capacidad de asombro. Tal vez el acontecimiento más importante en la vida de un niño sea comprobar que cada cosa tiene un nombre […] Aprender a leer es conseguir una llave en un mundo nuevo, hasta entonces hermético. Proporciona una alegre sensación de poder y de libertad, que experimentan sobre todo las personas mayores que aprenden. Se analfabeto es un modo de esclavitud, de parálisis o de ceguera” (José Antonio Marina y María de la Válgoma, La magia de leer, Plaza y Janés, Barcelona, 2005, pp. 18 y 22).

“Leer es comprender. Para comprender es necesario desarrollar varias destrezas mentales o procesos cognitivos: anticipar lo que dirá un escrito, aportar nuestros conocimientos previos, hacer hipótesis y verificarlas, elaborar inferencias para comprender lo que sólo se sugiere, construir un significado, etc. Llamamos alfabetización funcional a este conjunto de destrezas, a la capacidad de comprender el significado de un texto. Y denominamos analfabeto funcional a quien no puede comprender la prosa, aunque pueda oralizarla en voz alta” (Daniel Cassany, Tras las líneas. Sobre la lectura contemporánea, Barcelona, Editorial Anagrama, 2006, p. 21).

“Para todas las sociedades que practican la escritura, aprender a leer tiene algo de iniciación, de rito de paso que deja atrás un estado de independencia y de comunicación rudimentaria. El niño o niña que aprende a leer gana acceso a la memoria comunitaria por medio de los libros, y de ese modo se familiariza con un pasado común que se renueva, en mayor o menor grado, con cada lectura. En la sociedad judía medieval, por ejemplo, el ritual de aprender a leer se celebraba específicamente durante la fiesta de Pentecostés, en la que se conmemora el momento en que Dios entregara a Moisés las tablas de la Ley. Al niño que iba a ser iniciado se lo cubría con un chal de oración y su padre lo llevaba al maestro. Éste sentaba al niño en su regazo y le enseñaba una pizarra en la que estaban escritos el alfabeto hebreo, un pasaje de las Escrituras y las palabras ‘Ojalá la Torá sea tu ocupación’. El maestro leía en voz alta todas las palabras y el niño las repetía. Luego se untaba miel en la pizarra y el niño la lamía, asimilando de esa forma, físicamente, las palabras sagradas. También se escribían versículos en huevos duros ya pelados o en pastelitos de miel, que el niño comía después de leerle al maestro los versículos en voz alta” (Alberto Manguel, Una historia de la lectura, México, Editorial Joaquín Mortiz, 2006, p. 85).

“Internet habría resucitado el principio democrático del ágora ateniense, ahora radicalmente desjerarquizada y a escala planetaria. Y aunque más cantidad de mensajes no significa más calidad, pero sí más oportunidades para la calidad, la sobreoferta de información equivale en muchos aspectos a desinformación y entropía, por no mencionar las aberraciones de sus eventuales detritus semánticos […] Y ello es así porque Internet es, literalmente un vertedero democrático de información desjerarquizada, que recibe en igualdad de condiciones los textos de los sabios y los textos de los tontos (Román Gubern, Metamorfosis de la lectura, Barcelona, Editorial Anagrama, 2010, p. 100).

“Cada libro es como un espejo: refleja lo que piensas. No es lo mismo que lo lea un héroe a que lo lea un villano. Los grandes lectores le agregan algo a los libros, los hacen mejores. Pero pocas veces ocurre lo que dices. Cuando alguien modifica un libro para ti y tú puedes distinguirlo, significa que has llegado a la lectura forma río. Ningún río se queda quieto, sobrino, sus aguas cambian […] Cuando lees nunca ves las letras; ves las cosas de las que tratan las letras: un bosque, una casa convertida en biblioteca, una farmacia. Los libros funcionan como espejos y ventanas: están llenos de imágenes” (Juan Villoro, El libro salvaje, México, Fondo de Cultura Económica, 2020, pp. 75 y 200).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Los libros y el acto de leer