Leer, una forma de escuchar

El diálogo implica escuchar al otro(a) y expresarle nuestros pensamientos. Leer es una forma de escuchar lo narrado en una novela o cuento.

13 DE NOVIEMBRE DE 2022 · 11:20

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@mparzuchowski">Michał Parzuchowski</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Michał Parzuchowski, Unsplash CC0.

Una biblioteca es un lugar que nos permite viajar, salir del mundo en el que vivimos y trasladarnos a otros mundos, de gentes de otras razas, otras creencias, otras costumbres, otras tradiciones, y descubrir de esta manera la maravillosa variedad y diversidad del mundo en que vivimos. Pero también, nada más cruzamos esa superficie multicolor de la diversidad y la variedad de los seres humanos, descubrimos ese denominador común de la especie: que las mujeres y los hombres somos esencialmente idénticos. Mario Vargas Llosa

El diálogo implica escuchar al otro(a) y expresarle nuestros pensamientos. Leer es una forma de escuchar lo narrado en una novela o cuento, lo que describe algún(a) historiador(a), la opinión de quien desglosa un asunto para darnos a conocer lo que concluye acerca del mismo.

La otra parte del diálogo en la lectura se complementa con lo que el lector(a) internaliza, cuestiona, rebate y modifica de lo “escuchado”.

Dialogar, ya sea cara a cara con alguien o leyendo lo que ha escrito, es un proceso que contribuye a nuestra construcción como personas que paulatinamente van aprendiendo a crecer cognitivamente.

La lectura cuidadosa, necesariamente alejada de los métodos dinámicos que ofrecen hacernos instantáneos consumidores de páginas, requiere paciencia, la que rinde frutos en acrecentar el bagaje formativo de los lectores cotidianos.

En la infancia y primeros años de la adolescencia no “escuché” a través de los libros. Proveniente de padre y madre obreros, con escasa escolaridad, en casa no había libros ni tampoco en mi entorno familiar extendido.

Fue hasta los dieciséis años que, súbitamente, inicie a trompicones el habito de leer por gusto.

Antes había leído fragmentariamente y sólo para cumplir con los deberes escolares. No fue fácil para mí, carente de conocimientos sobre autore(a)s y sus obras, ir desarrollando criterios para seleccionar lo que sería recomendable leer.

Como no fui un niño lector, como sí lo fueron escritores y escritoras sobre los que he leído acerca de su experiencia en la infancia con los libros, en los últimos años he dedicado tiempo a leer literatura infantil y juvenil.

Imagino que el impacto de leer en la infancia/primera adolescencia, por ejemplo, a Charles Dickens, Julio Verne, Mark Twain, Alejandro Dumas, Jane Austen, y otros clásicos, es algo que deja improntas profundas.

Mi querido y añorado amigo Carlos Monsiváis me confió una vez una frase, la cual anoté en el mantel de papel de un restaurante cercano a su casa y al que frecuentemente íbamos a desayunar: “Hay libros que uno lleva en su ADN”.

Refería, siempre en primer lugar, a la Biblia traducida por Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, en la revisión de 1909, con la que aprendió a leer.

Después vendrían libros y autores que lo asombraron en la niñez y que recordaba nítidamente en las conversaciones.

Fue un ávido niño lector:

“A los seis años, en la escuela primaria empezaba yo a descifrar los signos y llegó a mis manos un libro de la colección argentina Billiken, que era la Odisea de Homero. No recuerdo para nada cuál fue en ese momento mi impresión, pero sí que para los ocho años ya leía regularmente y que durante la primaria agoté la serie de clásicos de Billiken: la Iliada, la Odisea. La Eneida, la Divina comedia, etcétera, en versiones muy bien hechas que, además, tomaban en cuenta la capacidad intelectual del niño, pues no lo relegaban a libros con ilustraciones, sino que los editores eran muy generosos al pensar que un niño tenía capacidad y facultades par enfrentarse a los grandes temas de la literatura” (Juan Domingo Argüelles, Historias de lecturas y lectores. Los caminos de los que sí leen, Editorial Océano, México, p. 350).

¿Cómo habrían quedado grabadas en mí las lecturas de Dickens, entre otras las de Oliver Twist o Villancico de Navidad?

¿Y qué repercusiones habría dejado en mi yo niño El príncipe y el mendig

Nunca lo sabré porque, considero, no es lo mismo leer las obras mencionadas en la niñez que como adulto.

Una escritora que me ha emocionado es Cornelia Funke, cuya trilogía Mundo de tinta tuvo en mí arrobadores momentos y desató la imaginación.

En el primer libro, Meggie, de doce años y enamorada de los libros, tiene el don de dar vida a los personajes cuando lee en voz alta. Misma capacidad que tiene su padre, Mortimer, encuadernador y restaurador de libros.

Los dos enfrentan aventuras y peligros para rescatar a Resa (esposa de Mortimer y madre de Meggie), en poder de Capricornio, quien exige usar en favor de él la capacidad de padre e hija para dar vida a los personajes de los libros.

En la trama, Funke menciona muchos libros que se relacionan con el sentido de la narración. Mundo de tinta, al igual que la tetralogía, también de Cornelia Funke, Reckless, son series consideradas como literatura infantil/juvenil.

Yo, como niño lector tardío, he leído y voy a leer embelesado los mundos fantásticos creados por la escritora alemana.

Un libro que leí con espíritu infantil es el recientemente publicado de Sosuke Natsukawa (El gato que amaba los libros, Editorial Grijalbo, México, 2022).

En la obra, Rintaro, cuyo abuelo posee una librería de viejo, y Tora, un gato, emprenden lides para salvar a los libros, en peligro de extinción a causa de distintas prácticas y amenazas, incluso por parte de quienes dicen apreciarlos, como es el caso de ávidos editores que solamente publican obras vendibles en gran escala.

Rintaro aboga por la sencilla, a la vez que poderosa, práctica de la lectura y la vitalidad que infunde a la comunidad lectora, explica que “el poder de los libros radica en que nos enseñan a entender los sentimientos ajenos […] Los libros describen muchos pensamientos y sentimientos humanos. Hablan de personas que sufren, que están tristes, que están alegres, que se ríen… Al entrar en contacto con sus historias y sus palabras, nos identificamos con esas personas y podemos comprender sus sentimientos y conocerlas mejor. Y no solo hablo de las cercanas, sino también de las que viven en mundos distintos de los nuestros. Gracias a los libros podemos sentir todo esto”.

Leer nos instruye y capacita en escuchar, al hacerlo vamos a contracorriente de las sociedades dominadas por el griterío, el ruido que acalla otras voces, el monólogo que rehúye interlocutores, sobre todo cuando leemos grandes libros.

Y un gran libro es, a decir de Mario Vargas Llosa, “aquel que se introduce en mi vida, perdura en ella y la modifica”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Leer, una forma de escuchar