Poligénesis del protestantismo en Latinoamérica: el caso mexicano, una visión panorámica (2)

Desde antes de la independencia en 1821, y con mayor fuerza después, en círculos intelectuales se propuso que el Estado dejara de identificarse con el catolicismo romano.

26 DE JUNIO DE 2022 · 07:20

Joaquín Fernández de Lizardi, más conocido por el seudónimo de El Pensador Mexicano. / <a target="_blank" href="https://www.rah.es/">Real Academia de la Historia</a>,
Joaquín Fernández de Lizardi, más conocido por el seudónimo de El Pensador Mexicano. / Real Academia de la Historia

Nota: El siguiente texto es una especie de corte de caja. He publicado cinco libros referentes al cristianismo evangélico/protestantismo mexicano del siglo XIX. En las obras hay datos acerca de los antecedentes de la germinación de unas creencias vistas por el establishment religioso y cultural como ajenas a la identidad nacional, la cual, cabe mencionar, no cayó del cielo sino que fue una construcción colonial erigida a lo largo de tres centurias.

Después de finalizada la Colonia, formalmente con la independencia de España, continuó dominando el modelo religioso implantado inicialmente a la fuerza y tomó características peculiares dadas por la población indígena y mestiza.

El resumen que hoy inicia da cuenta de, más o menos, medio siglo de gestación del protestantismo endógeno en México, el periodo que va del inicio de México independiente a la llegada de lo que llamo misioneros institucionales, los y las enviados por denominaciones con el fin de iniciar iglesias en el país.

La presente serie no incluye las abundantes notas de pie de página que sí están en la versión a ser publicada como libro, por lo cual el tono de lo aquí dado a conocer es casi de crónica periodística.

La inercia cultural de tener a Martín Lutero como excelsa representación del mal que amenazaba con manchar la pureza de naciones católicas, caso de México, continuó en las primeras décadas del siglo XIX, trascendió el final de esa centuria, tuvo vigencia en el siglo XX, y todavía vemos continuamente el uso de la frase «La Iglesia en manos de Lutero» para ilustrar el gran peligro de que algo bueno esté al cuidado de un personaje rapaz.

Tras consignar brevemente los atisbos de presencia protestante en el virreinato, el planteamiento introductorio es: el asentamiento de ideas y actitudes diversas a las religiosamente dominantes forjaron lenta, pero crecientemente, un clima en el que emergieron factores endógenos favorables al arribo del protestantismo en nuestras tierras.

Entre dichos factores se consideran la sedimentación intelectual, política, cultural y religiosa que paulatinamente se manifestó en cada nación latinoamericana por las libertades de cultos y creencias.

Dicha lid es un condicionante central para que, una vez logradas las libertades que se han mencionado, las células proto protestantes que se fueron conformando pudiesen emerger a la vida pública.

Forzosamente hay que ejemplificar la afirmación, se hace con el caso de México, que de ninguna manera es normativo para el conjunto de Latinoamérica, pero que sí evidencia pautas presentes en otras naciones del continente.

En México, por cuatro décadas, se intensificó paulatinamente el debate acerca del futuro cultural y religioso del país. Desde antes de la consumación de la Independencia en 1821, y con mayor fuerza después de la misma, en círculos intelectuales se propuso que el Estado dejara de identificarse con una confesión religiosa, el catolicismo romano.

La propuesta fue defendida con fuerza por un prolífico escritor y periodista, Joaquín Fernández de Lizardi, más conocido por el seudónimo de El Pensador Mexicano.

En La nueva revolución que se espera en la nación, escrito de 1823, Fernández de Lizardi abogó por la instauración de un gobierno republicano.

Subrayó que «bajo el sistema republicano la religión [católica] del país debe ser no la única sino la dominante, sin exclusión de ninguna otra». Comenta que, ante lo que llama el tolerantismo religioso,

solo en México se espantan de él, lo mismo que de los masones. Pero ¿quiénes se espantan? Los muy ignorantes, los fanáticos, que afectan mucho celo por su religión que ni observan ni conocen, los supersticiosos y los hipócritas de costumbres más relajadas […] ningún eclesiástico, clérigo o fraile, si es sabio y no alucinado, si es liberal y no maromero, si es virtuoso y no hipócrita, no aborrece la república, el tolerantismo ni las reformas eclesiásticas.

Al año siguiente de las anteriores palabras de Fernández de Lizardi, fue aprobada la Constitución, que en su artículo tercero estableció: «La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra».

Aunque de forma abrumadora queda la prohibición a otros credos en la Constitución de 1824, es importante destacar que, en las discusiones sobre la nueva ley nacional, el tema del llamado “tolerantismo” ocupó un lugar en los debates.

Al ser presentado el proyecto del artículo tercero, algunos diputados buscaron atenuar el sentido prohibicionista del documento. Su intento por disminuir la exclusividad del catolicismo romano como religión oficial de la nación mexicana, aunque fue absolutamente derrotado, dejó testimonio de ciertos cambios mentales en unos cuantos representantes populares.

El diputado Juan de Dios Cañedo mencionó que «está muy lejos de oponerse a la augusta religión católica que venera y profesa», pero al mismo tiempo, consignaba un cronista, observó que

este decía [el proyecto] que la religión de la nación no sólo es, sino que será perpetuamente la católica; lo cual era impropio de un legislador que no debe referirse a esos futuros indefinidos. Que la expresión denota los buenos deseos que todos tenemos de que permanezca siempre la religión católica, pero que sus deseos no se deben expresar en una ley. Sobre la intolerancia que propone el artículo también dijo que convenía callar en este punto, porque la intolerancia era hija del fanatismo y contraria a la religión.

Con su acción Cañedo logra que «por primera vez la tolerancia [fuera] discutida como tema central en un órgano de gobierno. Había sido tocada otras veces, pero como un aspecto subordinado a un proyecto más general, comúnmente referido al problema de la inmigración».

Por su parte, Lorenzo de Zavala «expuso que en su concepto se debía omitir la expresión será perpetuamente». Zavala, tres años más adelante, apoyaría la distribución de biblias que hizo en la parte central de México entre 1827 y 1830 el enviado por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, James Thomson.

El diputado Covarrubias igualmente juzgó excesiva la frase, aunque se opuso a la tolerancia «porque servía de capa para introducir las falsas sectas».

El político y escritor, uno de los historiadores decimonónicos más renombrados, integrante del Congreso constituyente de 1823-1824, Carlos María de Bustamante, «sostuvo el artículo como está: dijo que las naciones tenían sus caracteres, y el de la mexicana era el catolicismo. Que podrá venir tiempo en que nuestros pueblos puedan tratar sin peligro con los protestantes, pero que en el día la tolerancia sobre ser peligrosa, sería impolítica».

El artículo fue aprobado y legalmente quedó en la Constitución la clara prohibición de que pudiesen expresarse otras confesiones distintas a la católica.

Sin embargo, cabe llamar la atención en que algunos diputados defendieron la posibilidad de que en el país las leyes fuesen más abiertas y no cerradas a la tolerancia.

Se iniciaba así un largo proceso cultural, social, político y legal que alcanzaría un nuevo momento en la Constitución liberal de 1857 y un impulso definitivo con la Ley de Libertad de Cultos, promulgada por Benito Juárez el 4 de diciembre de 1860.

Mientras en el ámbito legal asomó la posición de unos cuantos legisladores a favor de una inicial tolerancia hacia el protestantismo, en la práctica tenían lugar atisbos de apertura y defensa de quienes no compartían la identidad religiosa abrumadoramente mayoritaria en el país.

En un escrito de abril de 1825, parte de sus interesantes diálogos entre el payo y el sacristán (conversaciones en que se pasaba revista a los acontecimientos públicos).

El Pensador Mexicano refiere el caso de un protestante ultimado y sus repercusiones: «Cuando un asesino intolerante mató al pobre inglés en las Escalerillas [hoy calle República de Guatemala], a pretexto de que no se quiso hincar en la puerta para adorar el Sacramento del Altar, todos los sensatos abominaron el hecho y al hechor».

El episodio tuvo lugar en agosto de 1824, y se trató del homicidio de «un protestante estadounidense [no inglés, como afirmara Fernández de Lizardi] que se había instalado en calidad de zapatero: cuando […] estaba sentado delante de la puerta de su tienda, durante una procesión católica, un mexicano fanático le exigió que se arrodillara; al negarse él a hacer tal cosa, aquél lo atravesó con su espada».

Carlos Monsiváis afirma que la denuncia de Lizardi es el «primer escrito que [localiza] en México a propósito de un hecho fundamental, aunque advertido marginalmente, en los casi dos siglos de la nación independiente».

La violenta muerte del protestante estadounidense motiva que un representante del gobierno de Estados Unidos dirija una carta, el 30 de agosto de 1824, al encargado de la Primera Secretaría de Estado, Lucas Alamán, en la cual demanda que «el gobierno mexicano debía adoptar mayores medidas para descubrir y castigar el crimen. Consideraba que fomentaba este tipo de actos al prohibir la entrada al país de habitantes que no procedieran de naciones que profesaran la religión católica».

Los extranjeros residentes en el país que no eran católicos se lamentaban «por el principio de persecución religiosa que se implantó y que [impulsaba] a fanáticos ignorantes a atacar a extranjeros».

Es de notar que «el diplomático llevaba al extremo sus afirmaciones, ya que en realidad no se prohibía el ingreso de extranjeros, sino que se promovía. El documento mostraba la preocupación de que el gobierno, al no admitir oficialmente, la convivencia con otras religiones, diera la pauta para provocar enfrentamientos con creyentes no católicos».

El asesinato impactó a las autoridades gubernamentales y repercutió en que Lucas Alamán (del ministerio de Relaciones Interiores y Exteriores) se viera en la necesidad de hacer llegar una circular –2 de septiembre de 1824– a los gobernadores de todas las entidades y les hiciera saber del «atroz asesinato cometido en esta capital de un extranjero de los Estados Unidos».

Además, les instó para que redoblaran sus esfuerzos en garantizar la seguridad de los extranjeros bajo su jurisdicción, ya fuesen residentes o estuviesen de paso, porque «los intereses de la nación exigen que se conserve con las naciones extranjeras la mejor armonía y buena correspondencia».

Es un hecho que en la capital del país eran residentes varios protestantes, algunos de ellos ocupados en cuestiones comerciales, y otros como representantes diplomáticos. ¿Cuántos de ellos transmitieron sus creencias a mexicanos?

Por lo que escribe, parece muy factible que Fernández de Lizardi haya tenido conocimiento, y tal vez trato directo, con protestantes extranjeros asentados en la Ciudad de México.

Esto explica que, como ningún otro escritor de la primera mitad del siglo XIX mexicano, El Pensador refiera casos como los siguientes:

Estos [los fanáticos católicos intolerantes] bribones son los enemigos de la república, de la libertad de la imprenta, de todo sistema liberal y del tolerantismo religioso, porque los desnuda de sus altivas y soberbias preeminencias sobre los pobres, acusa sus vicios públicamente y reprehende (el tolerantismo) su conducta hipócrita y criminal. Por ejemplo: nunca se ve un sacerdote protestante mezclado en los negocios civiles, mucho menos en los teatros, circos, tabernas, juegos, bailes, etcétera. Ellos no gozan más privilegios que los ciudadanos; son iguales ante la ley, y el que delinque contra ella, es castigado como cualquiera. De aquí es que son ejemplos de moderación y virtud. No puede sufrir un sacerdote vicioso y católico el reproche que le hagan con la moral del sacerdote protestante.

¿Cuántos vagos y borrachos católicos, apostólicos y romanos no nos escandalizan diariamente, ya tirados en las calles como troncos y ya profiriendo en sus riñas las palabras más indecentes y obscenas, que no debieran herir jamás los oídos castos?, y no vemos mal ejemplo de éstos con los anabaptistas, presbiterianos, luteranos, etcétera. Luego esta clase de gentes, a quienes llamamos herejes por apodo, son más hombres de bien, de mejor conducta moral y más obedientes a nuestras leyes que nosotros mismos […] cuál conducta […] es más agradable, si la del protestante que respeta la ley del país en que vive, que es buen esposo, buen padre de familia, buen amigo, trabajador y útil a la sociedad, o la del apostólico, romano, borracho, ladrón, asesino, mal padre, mal marido, y a quien las leyes tienen por mejor matarlo que sufrirlo. Es menester mucha hipocresía y fanatismo para no responder precisamente.

Decidido crítico de los abusos y despropósitos del clero católico, Fernández de Lizardi era «lector incansable de la Biblia y de los padres de la Iglesia».

Incluso en su Testamento y despedida de El Pensador Mexicano, fechado el 27 de abril de 1827, el autor, sabiendo que la terrible enfermedad que le tiene postrado no va a tardar mucho en cobrarle la vida, reitera ser católico, apostólico y romano, pero sin creer que el “papa es rey de los obispos, aunque sea su hermano mayor por el primado que ejerce en la Iglesia universal.

Tampoco creo que es infalible sin el Concilio general, pues la historia de todos los obispos de Roma me hace ver que son errables como todos, y que de hecho han sido engañados y han enseñado errores contra le fe, pro cathedra”.

Dos días después del Testamento de Lizardi, desembarca en Veracruz James Thomson. Tras algunos altos en la ruta, para descansar y abastecerse, el enviado de la organización protestante Sociedad Bíblica Británica y Extranjera llega a la Ciudad de México el 17 de mayo.

Fernández de Lizardi muere en la misma urbe en la que recién se ha instalado Thomson, «consumido por la tisis a las cinco y media de la mañana del 21 de junio». O sea que apenas y existe poco más de un mes de intervalo entre uno y otro acontecimiento.

Thomson no alcanza a conocer a Lizardi, ferviente convencido del método lancasteriano y partidario de la lectura de la Biblia sin la supervisión del clero católico.

La etapa final de la enfermedad y deceso de Lizardi tienen lugar cuando Thomson, difusor de las escuelas lancasterianas en América Latina y promotor de la Biblia, está iniciando sus actividades en el país.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Poligénesis del protestantismo en Latinoamérica: el caso mexicano, una visión panorámica (2)