La teología política de Menno Simons (I)

Menno Simons dedicó intensas jornadas a estudiar el Nuevo Testamento, y el resultado fue su ruptura definitiva con la Iglesia católica romana y una toma de distancia de la Reforma.

16 DE ENERO DE 2022 · 16:40

Menno Simons.,
Menno Simons.

De la lectura bíblica Menno Simons llegó a conclusiones políticas. El ex sacerdote neerlandés (1496-1561) vivió en un mundo en el cual dominaba la simbiosis Iglesia territorial/Estado.

Por lo tanto, el principio de iglesias de creyentes con el que se identifico Menno necesariamente confrontó no solamente el establishment religioso del régimen de cristiandad (tanto en su expresión católica como protestante), sino también, dada la simbiosis mencionada, al orden político que negaba cualquier otra creencia religiosa que no fuese la oficial.

Los teólogos y clérigos defensores de la unidad religiosa territorial argumentaban en favor de la misma citando preceptos bíblicos.

Los anabautistas que se consolidaron como una vertiente diferenciada de la Reforma magisterial a partir del 21 de enero de 1525 (al practicar el bautismo de creyentes en Zúrich), igualmente fundamentaron su disidencia religiosa/política en pasajes de la Biblia.

Surgió entonces un conflicto hermenéutico, que derivó en diferencias en otros campos, entre teólogos defensores de la identificación del Estado con una solo confesión y los anabautistas/menonitas que en el siglo XVI defendieron la libertad de disentir de la creencia religiosa oficial.

Antes de continuar es de utilidad hacer precisiones a los conceptos Reforma radical y Reforma magisterial, de esta última los anabautistas/menonitas son una corriente.

“La Reforma Radical, llamada a veces el Ala Izquierda de la Reforma (Roland H. Bainton), fue un movimiento hecho de tres tendencias principales, no muy estrechamente vinculadas al comienzo: el anabaptismo, el espiritualismo y el racionalismo evangélico.

Estas tendencias acabaron por constituir un testimonio y un empuje únicos, una auténtica tercera fuerza, comparable con las otras dos, el protestantismo clásico y el catolicismo romano”.

El término reformadores magisteriales se refiere “a los protestantes clásicos de la Reforma Magisterial encabezada por Martín Lutero, Juan Calvino y Tomás Cranmer […]

Reforma Magisterial [designa] las iglesias establecidas del protestantismo clásico, así las territoriales como las nacionales (en oposición a las sectas, comunidades e iglesias voluntarias de la Reforma Radical).

El adjetivo ‘magisterial’ procede de la palabra magistratus o sea la magistratura (concejales, príncipes y reyes) y no de la palabra magisterium, o sea la autoridad magistral, y se refiere, en consecuencia, a la manera como se establecieron y se mantuvieron gubernamentalmente en el siglo XVI las tres formas principales del protestantismo clásico [luterano, calvinista/reformado y anglicano]” (La Reforma radical, México, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. X).

El diferendo hermenéutico entre el catolicismo romano, el protestantismo clásico y el movimiento anabautista tuvo un contexto histórico que es preciso comprender. 

Comprender el contexto histórico no es lo mismo que justificar todo lo llevado al cabo por los actores sociales que se confrontaron con distintos medios a su alcance.

El hecho de que sobre un mismo tema, por ejemplo el bautismo de infantes o de creyentes o si era legítimo recurrir a la violencia para imponer la fe, cada parte llegó a distintas conclusiones derivadas de su entendimiento de la Biblia, muestra que las condiciones históricas e ideológicas no son determinantes ni mecánicas en la conformación de ideas y creencias.

El contexto histórico es un condicionante en la formación del imaginario colectivo, sin embargo, el horizonte de comprensión no queda cerrado a ese condicionante, porque siempre ha habido personas y/o colectivos inicialmente marginales que visualizaron otras alternativas.

Los anabautistas al criticar, por su entendimiento del Nuevo Testamento, la simbiosis Iglesia oficial/Estado, estaban poniendo en entredicho un entramado religioso y político que tenía tras de sí trece siglos de vigencia, habiendo iniciado con la conversión de Constantino el Grande en el año 312. Inicialmente varios de quienes llegarían a ser líderes anabautistas fueron partidarios de Lutero.

Después el estudio bíblico constante les llevó a descubrir principios como el de que ser cristiano era una decisión personal y voluntaria, que, además, requería de los convertidos compromiso con una comunidad de creyentes en la cual se practicara el seguimiento de Cristo.

Fue entonces que su disidencia bíblico teológica les hizo, en un mundo en el que imperaba la unión Iglesia oficial/régimen político, irremediablemente disidentes sociales y políticos.

El camino seguido por uno de los líderes de la segunda generación de anabautistas, Menno Simons, fue el recorrido por la mayoría de quienes tuvieron liderazgo en las comunidades de creyentes a partir de que el 21 de enero de 1525 un grupo decidió practicar el bautismo de conversos en Zúrich, Suiza.

Menno, en Un fundamento de fe (primera edición de 1539-1540, y una posterior de 1558) comenta en las primeras páginas que leyó trabajos de Lutero, quien le fue “de alguna ayuda, porque a través de él supe que los mandamientos humanos no nos pueden atar a la muerte eterna”.

Igualmente recurrió a escritos de Bucero y Bullinger. Entonces decidió que frente a las discrepancias que encontró tenían entre sí los reformadores protestantes en distintos tópicos, lo mejor para él era estudiar el Nuevo Testamento con diligencia”.

A ello dedicó intensas jornadas, y el resultado fue su ruptura definitiva con la Iglesia católica romana y toma de distancia de la Reforma magisterial.

Acerca de la influencia inicial de Lutero sobre quienes después se distanciarían de él no por lo que enseñaba, que tenían por correcto, sino por lo que dejaba de lado y que los anabautistas consideraban también central, un documento asienta que: “los primeros anabautistas se consideraban participantes plenos del movimiento evangélico más amplio de renovación religiosa, que finalmente se llegó a conocer como la Reforma: compartían el entusiasmo de los primeros reformadores por el principio de sola Scriptura, leían los folletos de los primeros reformadores y participaban con avidez de los estudios bíblicos laicos, siempre cuestionándose de qué modo las Escrituras podían aplicarse a su vida.

Por cierto, cuando Lutero y otros reformadores empezaron a plantear serias críticas a la Iglesia entre 1517 y 1521, que finalmente derivaron en una ruptura con sus oponentes, entre sus primeros seguidores se hallaban muchos de los primeros líderes anabautistas” (La sanación de las memorias: reconciliación por medio de Cristo. Informe de la Comisión Internacional de Estudio Luterano-Menonita, Ginebra-Estrasburgo, Federación Luterana Mundial-Congreso Mundial Menonita, 2010, p. 23).

Para cuando los teólogos luteranos presentaron la Confesión de Augsburgo en 1530, la mayor parte del liderazgo anabautista que poseía alguna instrucción escolar y teológica había perecido ejecutado tanto en territorios católicos como protestantes.

Bajo intensa persecución la propuesta anabautista se diseminó y guardó rasgos distintivos que le dieron identidad.

Es cierto que el “movimiento [fue] profundamente influenciado por la visión de la primera Reforma (incluyendo el desafío que representaba a las instituciones religiosas tradicionales y el posicionamiento de las Escrituras como máxima autoridad de la fe y práctica cristianas), [por otra parte] sus enseñanzas representaban algo nuevo y aparentemente peligroso.

Al hacer un llamado a los cristianos, por ejemplo, a abstenerse de jurar, de participar en actos de violencia letal o de asumir cargos judiciales, al parecer estaban amenazando las bases de la estabilidad política.

El modelo económico anabautista de solidaridad e igualdad social desestabilizaba tanto a los teólogos como a las autoridades civiles, quienes consideraban que las estructuras sociales tradicionales estaban establecidas por Dios.

Al definir la Iglesia como una comunidad voluntaria, separada del ‘mundo perdido’, los anabautistas cuestionaban la idea de que Europa pudiera considerarse legítimamente como una sociedad cristiana” (La sanación de las memorias, p. 25).

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