Oscurantismo tecnologizado

El sentido de falsedad campea por todos lados, en emisores y receptores. No necesariamente lo falso es difundido a sabiendas que lo es, ni se le acepta conociendo que es mentira.

25 DE JULIO DE 2021 · 20:00

Times Square, en Nueva York. / <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@trapnation?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">Andre Benz</a>, Unsplash.,
Times Square, en Nueva York. / Andre Benz, Unsplash.

Por las redes y plataformas digítales viajan informaciones y puntos de vista desaforados. La tecnología de punta es usada por impulsores de ideas medievales y oscurantistas. Tenemos la paradoja de poder acceder a mayor información que nunca antes en la historia humana, al mismo tiempo que las fake news son difundidas vertiginosamente y aceptadas por auditorios crédulos.

Hasta antes de la irrupción en la vida cotidiana de herramientas cibernéticas no era fácil tener a la mano vías para difundir nuestras ideas y opiniones. Ahora solamente debemos hacer clic en el teclado para compartir escritos, sonidos e imágenes a los que tendrán acceso quienes deseen conocer el contenido de lo que hemos enviado. La tecnología ha democratizado la circulación global de todo tipo de propuestas, cualquier punto de vista expresado es transmitido y replicado si es que encuentra replicantes. La plaza de las redes sociales parece un Times Square gigantesco, donde somos bombardeados incesantemente por textos e imágenes publicitarias que nos deslumbran unos instantes para, en segundos, estar expuestos a otros mensajes que percibimos, pero es imposible decantarlos porque son fugaces.

Con pocas y certeras palabras Umberto Eco definió el alcance y fuerza de las plataformas digitales, que lo mismo socializan conocimientos científicos de punta que ideas retrógradas: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”. La de Eco no es una defensa de las élites y desprecio a personas con escasa preparación escolar. Más bien el suyo es un llamado de atención a la reverberación que se le hace a lo que se denomina “puntadas de borracho”, es decir expresiones carentes de juicio, nacidas de la ignorancia o el prejuicio, sin base en datos duros, precisos, concisos y macizos.

A mediados del siglo XV la imprenta de tipos movibles amplió de manera sorprendente al público lector. Fue un gran medio en la democratización del conocimiento. Antes, como lo narró magistralmente Umberto Eco en la novela El nombre de la rosa, los libros y otros documentos debían ser copiados escrupulosamente a mano por escribas. El costo de los volúmenes era muy alto, llevándose considerable tiempo en la elaboración de la copia. Gutenberg, con la imprenta, revolucionó la circulación de las ideas al dar acceso a ellas a personas en distintos lugares. Por primera vez, casi sincrónicamente, fue posible seguir las ideas de un autor por toda Europa. Al respecto es muy aleccionadora Elizabeth L. Eisenstein, en su libro La imprenta como agente de cambio. Comunicación y transformaciones culturales en la Europa moderna temprana, FCE, México, 2010.

Me parece imprescindible la ampliación del acceso al conocimiento, que éste no sea controlado por unos cuantos con afanes dominadores de los demás. Sin embargo, a la vez se hace necesario tener en cuenta lo señalado por Eco. Si bien es cierto que cualquiera tiene el derecho a lanzar al ciberespacio información que considera cierta y basa opiniones en ella, por otro lado, una y otra no necesariamente pasarían el examen de verosimilitud a que deben ceñirse una noticia y los géneros opinativos de una publicación que ha fijado criterios en un código de ética.

El sentido de falsedad campea por todos lados, en emisores y receptores. No necesariamente lo falso es difundido a sabiendas que lo es, ni se le acepta conociendo que es mentira. Unos y otros dan por válido lo difundido, contribuyendo así a fortalecer unas ideas y valores que pueden ser inofensivos, pero otros muy peligrosos. En la era de la absolutización de lo relativo, lo mismo vale, como apunta Eco, lo dicho por un desquiciado que por un investigador de, por ejemplo, cómo se transmite y se le puede atajar al Covid-19. Estamos incurriendo cotidianamente en lo que hace varios años señaló el filósofo Leszek Kolakowsky: creer que la diferencia entre un vegetariano y un caníbal es nada más de gusto gastronómico. Así perdemos nociones claras para diferenciar mentiras de verdades, y en la plaza pública cibernética se reproducen, y aceptan masivamente, pareceres de vociferantes a quienes les tiene sin cuidado fundamentar con solidez informativa sus arengas.

Unas de las figuras más seguidas en sitios de internet son los llamados influencers, entre quienes abundan los charlatanes que se la dan de autoridades en los temas que abordan. ¿Por qué tienen multitud de seguidores, legiones de crédulos ávidos en seguir recomendaciones de estos ciber gurús de moda? En esto aplica lo que múltiples ocasiones le escuche decir a mi madre: esa persona está trastornada, pero lo están más quienes le hace caso. Son largas las hileras de los embelesados que siguen los acordes de flautistas de Hamelin. Si solamente fuesen desaforados que lanzan consignas, epítetos y recetas mágicas para lograr cualquier objetivo, los casos no pasarían de ser anecdóticos. El tema es que sus llamados tienen resonancia y son consumidos con voracidad por fans que les rinden culto. Las fake news reposan en terreno fértil, sus sembradores levantan abundantes cosechas.

En el ámbito evangélico también sucede lo que hemos intentado describir en párrafos anteriores. Abundan los consumidores del que podemos llamar evangelio fake, adulteración del Evangelio centrado en Jesús. El evangelio fake es el que de otra manera nombró Dietrich Bonhoeffer: la gracia barata, la que hace énfasis en los privilegios de la justificación por fe en Cristo, y deja de lado el compromiso del seguimiento, el costo del discipulado. El evangelio fake resalta las bendiciones resultantes de ser hijos de Dios, a la vez que relega los frutos éticos de ser personas renacidas en Cristo. Otra característica del evangelio fake es fomentar la cultura del divertimento, entretener a los consumidores de bienes simbólicos de salvación. El evangelio fake enaltece a personajes que supuestamente poseen capacidades especiales y cuasi mágicas, dejando a Jesús como mero dispensador de bendiciones declaradas por figuras del star system evangélico. En todas las épocas ha existido el evangelio fake, oscurantismo más que anunciar a Jesús, la luz verdadera (Juan 1:9), que envía a sus discípulos a disipar todo tipo de tinieblas (Mateo 5:14, Efesios 5:8). Ante esto hay que robustecer nuestro sentido crítico, aprender a evaluar para no ser crédulos a todo espíritu (1 Juan 4:1).

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