El Reino de Dios, política y ciudadanía. Entrevista con César García (II)

Continuamos la conversación con César García, secretario general de la Conferencia Mundial Menonita.

27 DE MARZO DE 2021 · 23:02

Carlos García, durante una conferencia en Harrisburg en 2015. / Mennonite World Conference,
Carlos García, durante una conferencia en Harrisburg en 2015. / Mennonite World Conference

Continuamos la conversación con César García, secretario general de la Conferencia Mundial Menonita, sobre su libro What is God´s Kingdom and what does citizenship looks like? (Herald Press, Harrisonburg, Virginia, 2021). La CMM no solamente está conformada por iglesias menonitas, sino que también la integran comunidades de fe identificadas con el anabautismo.

 

César, por lo que compartiste en la primera parte de nuestra conversación, ¿entonces el Evangelio del reino tiene dimensiones económicas?

“Mamón” es una palabra aramea, transliterada al griego en el Nuevo Testamento, y solo usada por Jesús (cuatro veces) para hablar de riqueza o dinero. Al analizar las palabras de Jesús sobre Mamón en Mateo 6, podemos entender cómo la economía de Mamón es diferente e incluso opuesta a la economía del reino de Dios. “No se puede servir a Dios ya Mamón”. Comencemos por llamar nuestra atención sobre cómo Jesús habla del dinero. Al personalizar el dinero, nos alerta sobre la posibilidad de que Dios compita con otro maestro en nuestras vidas: las posesiones materiales. Las posesiones pueden esclavizarnos creando confusión sobre nuestro propósito, fuente de felicidad y seguridad.

 

Lo que has dicho me recuerda la obra del teólogo anabautista Ronald Sider, Cristianos ricos en la era del hambre. De la acumulación a la generosidad (Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2015). ¿Cómo se articulan en la familia anabautista/menonita las enseñanzas de Jesús sobre no rendirse ante Mamón?

Desde una perspectiva anabautista, el deseo incontrolable de poseer cosas nos lleva al pecado, pero el Espíritu de Dios nos libera para practicar la ayuda mutua. Lo que he descrito aquí como la economía de Dios requiere un cambio significativo en nuestros paradigmas. Llegar al punto de limitarnos por el bien común es un milagro. Sin embargo, eso es precisamente lo que nuestro mundo necesita. Las naciones buscan alternativas al consumismo por el daño que está causando a nuestro planeta. Los economistas proponen hoy estrategias de control político si queremos sobrevivir como seres humanos. Existe una conciencia cada vez mayor de la necesidad de restringir nuestra forma de vida voraz para recuperar la salud de nuestro planeta. Curiosamente, los anabautistas han estado enseñando esto durante siglos, lo que como disciplina espiritual, llamamos estilo de vida sencillo. La vida sencilla como disciplina espiritual nos enseña, entre otras cosas, a

• Elegir posesiones según su función en lugar de según el estatus social que nos puedan otorgar.

• Rechazar cualquier cosa que cause nuestra adicción.

• Disfrutar de las cosas sin poseerlas.

• Evitar el uso de crédito tanto como sea posible.

• Rechazar las cosas que son el resultado de la opresión o el abuso de otros.

• Apreciar y cuidar la creación de Dios.

• Practicar la generosidad.

 

Pasemos a otro tema, el de cómo pueden cristianos y cristianas influir en la sociedad.

Como sabemos los cristianos, la iglesia está llamada a llevar el mensaje de reconciliación con Dios y entre los seres humanos. Sin embargo, la forma en que se introduce el mensaje no siempre ha sido coherente con el fruto que buscamos. Cuando analizamos la historia de la iglesia, podemos identificar varias formas en que la iglesia ha respondido a esta responsabilidad, varias formas en las que se ha entendido el papel de la iglesia como pueblo de reconciliación frente a la sociedad.

El primer enfoque puede llamarse conversionista. Tiene que ver con la creencia de que lo único que tenemos que hacer para transformar la sociedad es colocar a unos pocos cristianos convertidos en posiciones de poder.

La segunda opción, que podría llamarse transformacionalista, busca transformar la sociedad cambiando sus estructuras de poder mediante la implementación de valores cristianos.

Una tercera opción, el impulso separatista, tiene que ver con alejarse de la sociedad mientras se niega cualquier posibilidad de transformación social fundamental.

Quiero sugerir aquí que (desde una perspectiva anabautista) hay otra posibilidad. Esta posibilidad busca lograr la transformación de la sociedad promoviendo una comprensión sana de la libertad religiosa y haciéndolo desde los márgenes de la sociedad.

 

Por favor, ¿puedes explicar esta otra posibilidad?

En la tradición anabautista, la naturaleza misma de la iglesia requiere la separación de iglesia y estado. Dado que la fe no puede ser coaccionada, la libertad religiosa es necesaria para garantizar la posibilidad de que surja la fe. La decisión voluntaria y libre de seguir a Cristo se evidencia a través del bautismo, que es el punto de entrada a la iglesia. Eso implica que la iglesia está formada por creyentes que han decidido de manera voluntaria formar una nueva comunidad, la comunidad del reino de Dios. Esta forma de entender la fe cristiana y la iglesia exige libertad para elegir, libertad para elegir nuestras propias creencias, valores y ética. También implica que habrá personas que elegirán de manera diferente a las que decidan seguir a Cristo. Debe existir la posibilidad de decir no a la fe y los valores cristianos para asegurar que sea posible una comunidad alternativa al reino de este mundo.

 

La libertad religiosa, por lo tanto, no es sinónimo de usar las instancias del estado para “cristianizar” a la sociedad.

La libertad religiosa evita la tentación de depender de gobiernos humanos para promover la fe, los valores o las formas de vida cristianas. Buscar formas de obtener privilegios legales para nuestro propio grupo religioso más allá de los otorgados a otros religiosos es fundamentalmente incompatible con esta perspectiva. La libertad religiosa implica la posibilidad de elegir entre diferentes creencias o ninguna, entre la ética cristiana y otras. La política o los valores del reino de Dios solo deben ser aceptados voluntariamente por una sociedad a través de un proceso de interacción genuina que incluya a personas de otras religiones y sin fe. La ética cristiana debe presentarse de manera convincente, con argumentos tan persuasivos que las comunidades de personas de otras creencias los implementen en respuesta a la convicción y no a la fuerza. Las leyes que reflejan los valores cristianos deben determinarse mediante el diálogo, la negociación y el consenso con personas que no comparten la misma fe.

De ello se desprende que una de las primeras formas en que una comunidad cristiana influye en la sociedad que la rodea tiene que ver con defender que se escuchen todas las voces, incluso las que se oponen a ella. Los seguidores de Cristo deben abogar por la inclusión de personas de otras religiones y personas sin fe en el establecimiento de normas para la sociedad Los gobiernos gobiernan para todos, no solo para los cristianos. A Dios no le interesa coaccionar a las personas para que se comporten de una manera que no sea el resultado de nuestra convicción. La ética cristiana —una vida que refleja el don transformador de la gracia de Dios en el discípulo cristiano— no es para budistas, musulmanes, judíos o no religiosos, sino para seguidores de Cristo.

 

Hoy, en América Latina, crece entre los evangélicos la tentación imposicionista. Creen que es necesario hacer leyes que castiguen a quienes no cumplan con las normas que consideran cristianas.

Influir en nuestra sociedad de una manera que no respete la libertad religiosa y no permita que las personas elijan el estilo de vida que quieren nos pondrá del lado de los que arrojan piedras. Nos convertirá en opresores en lugar de perseguidos. Nos hará actuar de una manera que paralizará a los demás con miedo.

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