Protestantismo y formación del Estado en Oaxaca después de la revolución mexicana (5)

El proyecto de Townsend, consistente en potencia los idiomas originarios nacionales proveyéndoles de expresión escrita y materiales de lectura fue bien recibido por el presidente Cárdenas.

21 DE NOVIEMBRE DE 2020 · 11:17

William Cameron Towsend y Lázaro Cárdenas. / Wikipedia,
William Cameron Towsend y Lázaro Cárdenas. / Wikipedia

Toda incursión exógena de alguna manera modifica la vida comunitaria. Sobre todo cuando la incursión no es casual sino intencional y de varios años, además que la misma tiene lugar en poblaciones tradicionales y con escaso intercambio cognitivo/social/cultural con el exterior. ¿Cómo reaccionan las comunidades ante la llegada de los extraños?

La respuesta a la pregunta anterior es focalizada por Kathleen M. McIntyre (Protestantism and State Formation in Postrevolutionary Oaxaca, University of New Mexico Press, 2019) respecto del trabajo de los lingüistas/misioneros del Instituto Lingüístico de Verano (ILV) en las comunidades indígenas de Oaxaca. El periodo estudiado por la autora, acerca del ILV en Oaxaca, va de 1935 a principios de la década de los ochentas del siglo pasado y se concentra en la región mixteca y la Sierra Norte.

El ILV fortaleció labores en México a raíz del apoyo dado por el presidente Lázaro Cárdenas al fundador de la organización, William Cameron Townsend, con quien mantuvo amistad por décadas. Townsend abogó en Estados Unidos a favor de Cárdenas y las medidas nacionalistas de su gobierno que eran percibidas por gran parte del gobierno y sociedad estadounidenses como proclives al socialismo. En Lázaro Cárdenas: demócrata mexicano (Editorial Grijalbo, 1954), Townsend encomió la vida y obra del personaje, presentándolo como impulsor de políticas agrarias, educativas, laborales y sociales que acrecentaron las libertades y derechos de los mexicano(a)s durante el sexenio de su presidencia (1934-1940).

Dada la fuerte separación Estado-Iglesia(s), una de las más estrictas junto con la de Uruguay en América Latina, William Cameron Townsend privilegió la presencia del ILV en México como la de un organismo interesado en darle expresión escrita a los idiomas indígenas que carecían de ella, manteniendo menos visibilidad pública en el objetivo de traducir primero el Nuevo Testamento y luego la Biblia en el mayor número de lenguas habladas por los pueblos originarios. De tal manera que los lingüistas  no dirigieron actividades propiamente misioneras protestantes/evangélicas pero sí apoyaron discretamente las iniciativas de los conversos para establecer núcleos en los que se leyeran los avances de las traducciones bíblicas, así como ponerles en contacto con creyentes nacionales que pudiesen acompañarles en organizarse para formar una iglesia evangélica.

En el sexenio cardenista el país no contaba con recursos humanos y financieros para atender lingüísticamente a las comunidades indígenas, y en Oaxaca se asentaban una gran diversidad de las mismas. En consecuencia el proyecto de Townsend, consistente en potencia los idiomas originarios nacionales proveyéndoles de expresión escrita y materiales de lectura fue bien recibido por el presidente Cárdenas, quien firmó y/o instruyó que se hiciese lo mismo a dependencias del gobierno, convenios con el ILV y así facilitó la llegada de lingüistas a distintas poblaciones oaxaqueñas.

Nuevas generaciones, sobre todo de antropólogos mexicanos, hicieron entrar hacia fines de la década de los setentas en crisis el modelo que amparaba los trabajos del ILV. Señalaron a los lingüistas de ser agentes encubiertos de interese políticos y económicos norteamericanos, infiltrados en las comunidades con el fin de diluir su identidad ancestral. Vale recordar que dicha identidad no cayó del cielo, sino que fue resultado, en buena medida, de la conquista y dominación española que trajo el catolicismo al territorio que ahora es México.

Kathleen M. McIntyre da cuenta bien de las críticas y presiones que demandaban al gobierno mexicano cesara relaciones con el ILV, dado que, argumentaban los que cabildeaban por la salida del organismo, desarrollaba actividades contrarias a la seguridad nacional y, además, el país contaba con antropólogos y lingüistas plenamente capaces de suplir las tareas del ILV. El clima intelectual y político contra el Instituto fue creciendo no solamente en México sino por toda América Latina a partir de la Declaración de Barbados (enero de 1971). El documento pugnaba por liberar a los pueblos indígenas de presencias colonizadoras, entre ellas, en primer lugar, señalaba las personas y trabajos del personal perteneciente al ILV.

Los principales autores del documento fueron antropólogos mexicanos, que después harían fuerte activismo para que el ILV cesara actividades en las comunidades indígenas de la nación. En septiembre de 1979 la Secretaría de Educación Pública puso fin a los convenios gubernamentales con el ILV. Generaciones de investigadores posteriores a quienes en los setentas estigmatizaron al ILV han llamado la atención a que “la mayoría de estudios sobre la actividad del Instituto Lingüístico de Verano en México han partido de perspectivas ideológico-políticas que no toman en cuenta las experiencias e interpretaciones de los actores sociales [endógenos]. La ‘teoría de la conspiración’ como perspectiva de análisis sobre este proceso misionero enfatiza los vínculos políticos entre el imperialismo norteamericano y las instituciones religiosas protestantes, dejando de lado la investigación etnográfica de los efectos políticos y sociales de la presencia  misionera en las diversas comunidades indígenas” (Isaac Guzmán Arias, Misioneros al servicio del Dios y del Estado. Presencia del ILV en Oxchuc, Chiapas, tesis de maestría de maestría en antropología social, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, San Cristóbal de Las Casas, 2012, p. 4). Una cuestión es la perspectiva político-ideológica sobre el ILV, que de entrada le descalifica y tacha de negativo, y otro asunto es qué percepciones y resultados verificables ha tenido el trabajo del ILV según los habitantes donde llevaron a cabo sus tareas los lingüistas/misioneros.

Adicionalmente al seguimiento hecho por Kathleen M. McIntyre a los argumentos y actividades de científicos sociales mexicanos contrarios al ILV, describe bien la diferenciación de respuestas en las propias comunidades indígenas a los lingüistas/misioneros del ILV. Por una parte cita casos en los cuales liderazgos indígenas rechazaban como adversarios de la unidad comunitaria enseñanzas y prácticas de quienes dejaban de identificarse con algunos aspectos de la religión/cultura tradicional, y atribuían el distanciamiento a principios diseminados por los integrantes del ILV. Es importante señalar que la cohesión comunitaria se asentaba en la simbiosis religiosa/política conformada por los usos y costumbres intensamente imbuidos del ethos resultante de la religiosidad católica y supervivencia de algunos rituales indígenas. Los conversos al ya no identificarse con el calendario festivo, ineludiblemente ligado al santoral católico, evadían cooperar para las celebraciones y/o participar en faenas comunitarias que realizaban obras de construcción o mantenimiento de instalaciones católicas. Argumentaban que tenían disposición para involucrarse en faenas laborales como construcción de caminos, edificación de escuelas y otras acciones de servicio cívico. En diversos poblados partidarios del sistema normativo de usos y costumbres hostilizaron a quienes consideraban peligrosos para la identidad ancestral.

La autora, por otra parte, consigna voces indígenas que apreciaban el trabajo del ILV, así como el derecho a elegir una identidad religiosa distinta de la tradicionalmente dominante. Muestra que para sectores indígenas de Oaxaca la nueva adscripción religiosa de líderes locales no fue obstáculo para elegirlos presidentes en el diez por ciento de los municipios de la entidad. Estos alcaldes protestantes aprendieron a negociar con el sistema de usos y costumbres, creando formas de involucramiento en las cuales consideraban no comprometían sus creencias, encontrando alternativas que demostraban a la población el compromiso adquirido en impulsar acciones benéficas para todo(a)s. La vía negociadoras, es decir ni demonizar ni santificar absolutamente una cultura, es ejercitar el discernimiento para preservar ciertos rasgos socio culturales a la vez que tener disposición para cambiar e internalizar nuevas propuestas que revigorizan a las comunidades y las hacen más hospitalarias para todo(a)s.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Protestantismo y formación del Estado en Oaxaca después de la revolución mexicana (5)