Releer a Jacques Ellul (1)

Debemos tomar con responsabilidad las críticas a la adulteración del cristianismo que desde distintos lugares se nos hacen.

02 DE AGOSTO DE 2020 · 08:30

Jacques Ellul, fotografía tomada del documental La traición por la tecnología, de ReRun Productions, 1990. / Jan van Boeckel, Wikimedia Commons,
Jacques Ellul, fotografía tomada del documental La traición por la tecnología, de ReRun Productions, 1990. / Jan van Boeckel, Wikimedia Commons

Es necesario regresar a los libros que nos sacuden intelectual y existencialmente. El que estoy releyendo de Jacques Ellul es uno de esos libros que zarandean la conciencia. Va en la línea de lo que Franz Kafka escribió sobre obras que nos desnudan, nos interpelan acuciosamente: “No se deberían leer más que los libros que nos pican y nos muerden. Si el libro que leemos no nos despierta con un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?” Kafka mismo, con La metamorfosis, cumplió a cabalidad lo que deseaba de un libro al recorrer sus páginas: que fuera un grito para despertarnos del adormilamiento.

El libro que releo de Ellul es La subversión del cristianismo (Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1990). El autor elige como epígrafe tres párrafos de Soren Kierkegaard, que son una advertencia sobre las páginas que nos esperan más adelante: 

Toda la cristiandad —es decir, el cristianismo histórico tal como se ha impuesto— no es sino el esfuerzo humano por recolocar al cristianismo en sus cuatro patas, por liberarse de él con la pretensión de ser su cumplimiento. Nuestro cristianismo, el cristianismo de la cristiandad, destierra el escándalo, la paradoja, el sufrimiento y en su lugar coloca lo probable, lo directo, la felicidad; en otras palabras, desnaturaliza al cristianismo y de él hace algo diferente a lo que es en el Nuevo Testamento; lo transforma exactamente en su contrario: éste es el cristianismo de la cristiandad, nuestro cristianismo. En el cristianismo de la cristiandad la cruz ha quedado reducida a algo así como un caballo mecánico o una trompeta de juguete. 

En la historia, por diversos mecanismos y actores sociales, se ha operado la domesticación, perversión, inversión; lo que llama Jacques Ellul subversión del cristianismo, al convertir éste en “una botella vacía que las culturas sucesivas llenan con cualquier cosa”. Y esa cualquier cosa es, en muchos sentidos, la negación del Evangelio. Por ejemplo, ¿qué contiene la botella del evangelicalismo que presenta a Jesús como mendicante, que suplica encarecidamente a las personas abran su corazón a él? ¿Dónde queda el discipulado y seguimiento exigido por Jesús si solamente la conversión es reducida a un acto de remordimiento?

Una pregunta es la que inquieta al sociólogo y teólogo francés, en el capítulo inicial titulado “Las contradicciones”. Es esta: “¿cómo ocurrió que el desarrollo de la sociedad cristiana y de la iglesia haya dado origen a una sociedad, a una civilización y a una cultura que son en todo lo contrario de lo que leemos en la Biblia, de lo que es el texto indiscutible tanto de la Torá y los profetas como de Jesús y de Pablo?” 

El cuestionamiento de Ellul me hizo recordar una lección del historiador mexicano Gastón García Cantú. En su seminario nos enseñó a los integrantes de un grupo, que él mismo seleccionó, a investigar y escribir sobre la historia de México. Definió con pocas palabras lo que es la investigación: “Una pregunta a la que quiero encontrarle respuesta(s)”. Agregaba que no toda respuesta era válida, porque no se trataba de confeccionar vestimentas históricas al gusto de cada quien. Con su habitual agudeza nos refirió la crítica de E. H Carr a los historiadores partidarios del método de “tijeras y engrudo”, cuyo correspondiente actual es el que hace del “copy and paste” su forma de trabajo. El interrogante de Ellul desmonta la pretendida existencia de sociedades cristianas y buena parte de las construcciones culturales producidas por ellas.

No lo dice Ellul, sin embargo, La subversión del cristianismo tiene como premisa metodológica la de un buen sociólogo de la religión, ya que a ésta se le puede estudiar como creencia o como conducta. En su primera vertiente es terreno para los teólogos, en la segunda para los sociólogos. El cuestionamiento es, entonces, ¿qué prácticas conductuales son las que han tenido los cristianos y las cristianas? ¿Cómo han ejercido el poder, qué instituciones han construido, cuál ha sido el legado cultural a las siguientes generaciones? 

La edición original en francés de La subversión del cristianismo es de 1984. Por aquel año el debate sobre el llamado “socialismo realmente existente” contrastándolo con la utopía socialista y comunista de Karl Marx, concentraba la atención de los intelectuales y activistas políticos. Era evidente el pronunciado abismo de la idealizada revolución contra la explotación que desembocó en la explotación de la revolución por parte de las élites. 

Ellul estuvo del lado de quienes recordaban que Marx mismo había dicho que el tópico no era interpretar el mundo, sino transformarlo. Entonces, a la luz de la máxima de Marx, cabía preguntarse si en realidad los países socialistas habían transformado de tal manera a sus sociedades que se pudiese decir que ellas eran más democráticas, justas, igualitarias, con libertad de expresión y mecanismos de control por parte de la sociedad para con los dirigentes. La respuesta fue no, lo que se había edificado en lugar de la dictadura del proletariado era una dictadura sobre el proletariado y en su nombre. Al respecto de la adulteración del ideal revolucionario es demoledora la la novela de George Orwell, Animal Farm, publicada en 1945. En la misma línea desmitificadora va la crónica de Sergio Ramítez sobre la descomposición de la Revolución sandinista, Adiós muchachos (1999).  

Es en el clima de crítica al socialismo real, y no a su idealización teórica, que Ellul construye una analogía con el cristianismo resultante del proceso de perversión: “entre lo que ha sucedido en el marxismo y lo que acontece en el cristianismo hay un punto de semejanza por demás evidente: ambos han hecho de la práctica la piedra de toque de la verdad o de la autenticidad. Dicho de otra manera: forzosamente aprendemos y formamos nuestros conocimientos acerca de ellos por esa práctica y no por las intenciones o la pureza de la doctrina o por la verdad de la fuente y el origen”. En esta perspectiva lo doctrinal sin práctica de los postulados defendidos es ortodoxia hueca.

Con una visión panorámica de la Biblia, no nada más restringida a pasajes inconexos de los que se extraen principios de bases endebles, Ellul nos recuerda que la totalidad de la Revelación enfatiza la unidad entre recta creencia y conductas que naturalmente deben desprenderse de esa fe en el Señor que, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, demanda a quienes confiesan su nombre que sean luz a las naciones, comunidades de contraste que encarnan el Evangelio de justicia y paz. El autor subraya que Jesús retoma enseñanzas veterotestamentarias acerca de la relación entre creencias correctas y prácticas que las encarnan:

Los fieles son los que oyen y ponen por obra. Y sobre este tema hay una parábola, por lo común interpretada muy mal: al final del Sermón de la Montaña (Mt. 7:24-27) se encuentra la célebre parábola del hombre que construye su casa sobre la roca o sobre la arena; la casa primera es sólida y resiste las tempestades y los torrentes, la segunda se derrumba. En general se dice que la roca es Jesús. ¡Pero el sentido de la parábola no es éste! Jesús dice: el que escucha estas palabras y las pone por obra se asemeja a un hombre que construye sobre la roca. En otras palabras, la roca es la audición y la práctica conjuntamente. Pero la segunda parte es más restrictiva: quien escucha éstas mis palabras y no las pone por obra se asemeja a un hombre que edifica sobre arena. Sin duda aquí sólo la práctica entra en consideración y podemos decir que ella es el criterio decisivo de la vida y la verdad. 

Para el intelectual cristiano del que nos estamos ocupando, es imprescindible no separar la integralidad del Evangelio con dicotomías elaboradas por reduccionismos que solamente enfatizan un salvacionismo sin discipulado comprometido con los valores del Reino. Es así “que se ha querido obstinadamente establecer una contradicción entre la teología de la fe en Pablo y una teología de las obras en Santiago, pero esto es radicalmente inexacto”. La lectura de la Palabra que no respeta la integralidad de la Revelación mutila el vínculo entre fe y ética. Un despropósito que no tiene asidero en Las Escrituras. Lo que hay es continuidad que alcanza su punto más alto en el Nuevo Testamento. 

Una cita que condensa el flujo neotestamentario sobre la fe que justifica y las obras que la expresan es la de Efesios 2:8-10. Ellul comenta que 

El entramado de este texto es esencial. Lo que se rechaza, lo que se reprende es la autojustificación. La glorificación de uno por uno mismo, la autosuficiencia del hombre para conducirse en la vida, para cumplir el bien, etcétera. Salvados: lo somos por la gracia y no por las obras, pero precisamente para que no podamos gloriarnos por las obras. Por lo demás es indispensable hacer verdad esas obras que de antemano fueron dispuestas por Dios, que están en el “plan” de Dios; en cuanto a nosotros fuimos creados para que nos ejercitáramos en ellas, para que las practicáramos. No es Dios quien cumple las obras, somos nosotros a quienes incumbe la responsabilidad de ellas. La puesta por obras es, pues, en Pablo criterio visible de que recibimos la gracia con seriedad y de que entramos efectivamente en el plan de Dios, ambas cosas a la vez. Por consiguiente, para Pablo, en línea recta con Jesús, la práctica es la piedra de toque de la autenticidad. 

Entonces si nuestra práctica es el termómetro de lo que hemos aprendido del Evangelio, y no respuestas dogmáticas memorizadas que esquematizan en fórmulas repetitivas lo que es más largo, ancho, alto y profundo: el amor ejemplar de Cristo (Efesios 3:18), por consiguiente debemos tomar con responsabilidad las críticas a la adulteración del cristianismo que desde distintos lugares se nos hacen. Bien lo remarca Ellul: “En consecuencia, quienes atacan al cristianismo están perfectamente justificados si lo hacen a partir de la práctica desastrosa que nos ha caracterizado”. Tenemos que pasar por un proceso de metanoia, de arrepentimiento que nos regrese al camino de Jesús, el cual se caracteriza por conocimiento que se valida en la práctica, la que a su vez hace crecer el conocimiento que robustece la práctica, y así sucesivamente. 

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