La sanación de las memorias en el diálogo luteranos-menonitas (III)

La lectura de la Biblia en las lenguas de los pueblos, que tan vigorosamente defendió Lutero, tuvo resultados inesperados para él.

05 DE MARZO DE 2016 · 17:43

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Martín Lutero sin buscarlo inicialmente desató fuerzas libertarias que después lo cuestionaron, le reclamaron que no fuese congruente con sus primeros planteamientos. Esto es justamente reconocido en La sanación de las memorias: reconciliación por medio de Cristo. Informe de la Comisión Internacional de Estudio Luterano-Menonita (PDF aquí).

Antes de referir los reclamos a Lutero, cabe señalar que después de hacer públicas sus 95 tesis sus interlocutores y polémicas fueron con católicos romanos. Las autoridades eclesiásticas católicas demandaron de Lutero retractarse de las crecientes críticas al sistema de indulgencias y al papado. El monje agustino perfiló claramente su ruptura con Roma cuando en 1520 escribió y publicó tres escritos que fijaron un nuevo horizonte teológico: A la nobleza cristiana de la nación alemana, La cautividad babilónica de la Iglesia, y De la libertad del cristiano. En diciembre de ese mimo año quemó en Wittenberg la bula Exsurge Domine, en la que el papa León X había excomulgado a Lutero.

La lectura de la Biblia en las lenguas de los pueblos, que tan vigorosamente defendió Lutero, tuvo resultados inesperados para él. Fue esa lectura la que llevaría a conclusiones distintas de las adoptadas por el teólogo germano a diversos grupos, el de los anabautistas entre ellos. Al descubrir en sus lecturas bíblicas que el bautismo debía impartirse solamente a creyentes dispuestos a unirse a una comunidad confesante, los anabautistas fueron confrontados no nada más por teólogos católicos sino también, entre otros, por Lutero y sus seguidores.

En cuanto al bautismo, Martín Lutero mantuvo siempre su convencimiento de que tenía plenos fundamentos bíblicos bautizar infantes. Por ello cuando tuvo conocimiento de la práctica de los llamados “rebautizadores” fue implacable en señalarlos en términos muy duros: “Las primeras respuestas a la polémica relacionada con el rebautismo en la correspondencia de Martín Lutero aparecieron el 21 de marzio de 1527 en una carta dirigida a un tal Clemens Ursinus, en la que Lutero le advirtió a Ursinus que huyera de la obra ‘blasfema’ sobre el bautismo de infantes de Baltasar Hubmaier. Hacia fines de dicho año, en una carta dirigida a Georg Spalatin con fecha del 28 de diciembre, Lutero identificaba el crecimiento de los anabautistas con la obra del diablo” (La sanación de las memorias…, pp. 44-45).

 

Baltasar Hubmaier y otros anabautistas fueron condenados a la hoguera.

No nada más Lutero consideró blasfema la obra de Baltasar Hubmaier, en el bando católico los escritos del anabautista fueron prohibidos y tildados de heréticos. En tanto Lutero marcaba distancia con Hubmaier, a los dos les agrupó, junto con otros, el Concilio de Trento (1545-1563) en la categoría de autores censurados. En la Regla II el Índice Tridentino proscribió “completamente los libros que existan de los heresiarcas, tanto los que después de dicho año [1515] inventaron o renovaron herejías, como de quienes fueron guías de herejes, o de quienes son o fueron jefes, como Lutero, Zwinglio, Calvino, Baltasar Hubmaier, Schwenckfeld y similares a estos”.

La Inquisición española adoptó y amplió el Índice tridentino y “más tarde, en 1583-1584, […] el tribunal español estableció 16 reglas en las que sintetizó las características de los textos que no debían leerse” tanto en España como en sus posesiones en el Nuevo Mundo. El Novissimus Librorum et Expurgandorum Index, en su Regla III reprobaba las obras de los siguientes personajes, castellanizando sus nombres: “Martín Lutero, Huldrico Zuvinglio, Juan Calvino, Baltasar Pacimontano [Hubmaier], Gaspar Schuvencfeldio, y otros semejantes de cualquier título, o argumento, se prohíben del todo, mas no se prohíben los libros de católicos, en que andan, y están insertos fragmentos, o tratados de heresiarcas, pues para refutar sus errores se permite nombrarlos, como también en los libros de historia, lo cual se declara para evitar escrúpulos” (José Abel Ramos Soriano, Los delincuentes de papel, Inquisición y libros en la Nueva España (1571-1820), Instituto Nacional de Antropología e Historia-Fondo de Cultura Económica, México, 2011, pp. 4 y 328).

Hubmaier era párroco en Waldshut (ciudad austriaca en la frontera con Suiza, como anota John Howard Yoder, Textos escogidos de la Reforma radical, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1976, p. 21), doctor en teología, sería uno de los pocos líderes anabautistas con alta preparación académica. Por una carta que le escribió a Ecolampadio se sabe que estaba en proceso de rompimiento con el catolicismo romano. En la misiva del 16 de enero de 1525, Hubmaier daba a conocer que enseñaba públicamente “que los niños no deben ser bautizados. ¿Por qué hemos estado bautizando a los niños? El bautismo, dicen ellos [Zwinglio y León Jud], es un mero signo [de inclusión en la alianza]. ¿A qué tanto afanarse por un signo? Ciertamente el bautismo es un signo y un símbolo, instituido por Cristo con estas palabras augustas, preñadas de sentido: ‘En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’ [Mateo 28:19]. Todos cuantos atenúan ese signo, o de cualquier otra manera hacen mal uso de él, están haciendo violencia a las palabras de Cristo pronunciadas en el momento de instituir esta acción simbólica, puesto que el significado de ese signo y de ese símbolo es un compromiso mediante el cual se obliga uno para con Dios, bajo el impulso de la fe, y en la esperanza de la resurrección a una vida futura, de manera que la acción interior no debe llevarse a cabo con menos seriedad que el signo exterior. Este significado no tiene nada que ver con los niños recién nacidos; por lo tanto, el bautismo de los infantes no tiene realidad alguna […] En vez de celebrar el bautismo [de infantes], hago que los fieles se congreguen en la iglesia y que los padres presenten al niño, y explico en alemán el Evangelio” (George H. Williams, La Reforma radical, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, pp. 162-163).

Hubmaier dio un paso decisivo con el bautismo de creyentes cuando lo recibió a manos de Guillermo Reublin el 16 de abril de 1525 (domingo de Resurección) junto con otras sesenta personas (George Williams, op. cit., p. 164). Reublin fue quien llevó noticias a Waldshut de lo acontecido en Zúrich unos cuantos días después del día en que Hubmaier había escrito la carta antes mencionada a Ecolampadio. Reublin formó parte de los discípulos de Zwinglio, entre ellos estaban Conrado Grebel y Félix Mantz, que tuvieron discrepancias con su mentor sobre el bautismo de infantes y la simbiosis Estado-Iglesia en Zúrich. La ruptura con Zwinglio tuvo un punto de quiebre el 21 de enero de 1525, cuando Grebel, Mantz y Jorge Cajacob, entre otros, llevaron a cabo el bautismo de creyentes, iniciando así las congregaciones anabautistas. El anabautismo tuvo un importante número de integrantes en Waldshut. Días después de haber sido bautizado por Reublin, Hubmaier impartió el bautismo a más de trescientas personas.

Al igual que muchos otros en busca de la reforma/restitución del cristianismo, Hubmaier fue sacerdote católico romano y la lectura de la Biblia le llevó a coincidir con los postulados de otros anabautistas sobre el libre acceso a la Palabra y el derecho a interpretarla (Stuart Murray, Biblical Interpretation in the Anabaptist Tradition, Pandora Press, Waterloo, Ontario, 2000, p. 37. Aunque Hubmaier, como anota John Howard Yoder (op. cit., pp. 179-180) produjo una obra numerosa y sobre distintos aspectos de la vida cristiana, “su preocupación principal […] fue el del orden de una iglesia renovada: bautismo, santa cena, catequesis, disciplina”. Éste interés en los mencionados tópicos lo muestra nítidamente en Suma de la vida cristiana, “fue escrito a fines de 1525. Representa así la primera expresión de Hubmaier como anabautista y, por lo tanto, el primer texto impreso de todo el anabautismo” (Yoder, p. 180).

El escrito de Baltasar Hubmaier fue dirigido a tres iglesias, localizadas en Ratisbona, Ingolstadt y Friedberg. Lo inició reconociendo que antes, como sacerdote católico, había tenido una vida disoluta y enseñado una “doctrina falsa, sin fundamento e impía”. Confesaba que “como Pablo, haberlo hecho por ignorancia”. Había dejado atrás todo lo que consideraba falso y con nuevas convicciones procedió a elaborar un resumen de lo que implicaba ser cristiano.

Como los anabautistas de Zúrich, con quienes mantenía contacto y conversaciones, Hubmaier consideraba esencial tener en claro que el seguimiento de Cristo iniciaba con la conversión. Las personas no nacían cristianas, sino que debían decidir en algún momento seguir o no el Evangelio proclamado por Jesús. La conversión implicaba comprender que antes de la misma habían tenido lugar seguimiento de ideas y prácticas distintas a los principios normados por Jesucristo para quienes querían ser sus discípulos.

Después de renunciar a la antigua vida y nacer a una nueva en Cristo, argumentaba Hubmaier, correspondía dar testimonio público de la conversión. La demostración del cambio interno, espiritual, debía hacerse mediante el bautismo de creyentes, por lo que el converso/conversa “se hace bautizar con el agua exterior, con lo cual da público testimonio de su fe e intención: de que cree que tiene un Dios y Padre clemente, benigno y misericordioso, en el cielo, a través de Jesucristo; de que está conforme y satisfecho con eso; de que se ha propuesto y se ha comprometido ya interiormente a enmendar y perfeccionar su vida en adelante”.

La confesión de compromiso con una nueva vida y el acto de recibir el bautismo debían tener lugar para Hubmaier en una comunidad de creyentes. La decisión personal no era individualista y sin conexiones con otros/otras que habían tomado el mismo compromiso, sino un acto libre que marcaba el inicio del caminar colectivo con quienes sostenían la convicción de seguir a Cristo en los términos propuestos por él.

Ya que Jesús había instituido también la conocida como Última Cena, Hubmaier instaba a sus destinatarios para que examinaran el significado de esta ordenanza. El propósito era, subrayaba, recordar lo realizado por Jesús en su ministerio. Frente a quienes sostenían que en la Cena del Señor celebrada en las comunidades cristianas acontecía la transubstanciación o consubstanciación, Baltasar Hubmaier afirmaba “que el pan no es el cuerpo de Cristo sino una rememoración del mismo. De igual manera, el vino no es la sangre de Cristo, sino también un recuerdo de que él derramo su sangre y la repartió en la cruz para lavar los pecados de todos los fieles”.

La comunidad de fe, a la que se ingresaba voluntariamente y en la cual la norma era la ética de Cristo, debía contrastar con la sociedad en que estaba inmersa. Por ello para los anabautistas, y por ser uno de ellos, para Hubmaier, un resultado del compromiso radical con el Evangelio era “la persecución, la cruz y todas las tribulaciones en el mundo, a causa del Evangelio porque el mundo odia la luz y ama las tinieblas”.

Antes de identificarse con el anabautismo Hubmaier simpatizó con las propuestas de los campesinos por ir más allá de una reforma religiosa y hacer también la reforma de la sociedad en lo político y lo económico. Como se sabe, la Guerra de los Campesinos (1524-1525) terminó trágicamente y a favor de las autoridades gubernamentales que reprimieron bárbaramente a los participantes en el movimiento. Hubmaier, en su pastorado en Waldshut, impulsó reformas sociales y algunos anabautistas de esta ciudad hicieron alianza con los campesinos sublevados (C. Arnold Snyder, Anabaptist History and Theology, Pandora Press, Waterloo, Ontario, 2002, pp. 32 y 51).

Entre los bautizados por Hubmaier en Waldshut estuvo la mayoría de la población, incluso varios integrantes del Concejo de la ciudad. Entonces Waldshut llegó a ser conocida como una ciudad anabautista (Snyder, p.56). A diferencia del grupo anabautista de Zúrich, liderado por Conrado Grebel y Félix Mantz, comprometido con el pacifismo, Baltasar Hubmaier apoyó la participación de ciudadanos de Waldshut en la Guerra de los Campesinos. Dejó constancia de su desacuerdo con la vía impulsada por los anabautistas de Zúrich en un escrito titulado Sobre la espada (Snyder, p. 58).

Waldshut cayó en manos de las tropas imperiales y Hubmaier anduvo peregrinando por varias partes hasta encontrar refugio en Nicholsburg (Moravia), a donde también llegaron otros anabautistas huyendo de sus perseguidores. Hubmaier se instaló en Nicholsburg en julio de 1526, y tras unos meses logró que la ciudad orientada hacia principios reformados zwinglianos se transformara en bastión anabautista. Bautizó a cerca de dos mil personas, entre ellas al gobernante de la población, Leonhard von Liechtenstein (Snyder, p. 118).

En julio de 1527 Baltasar Hubmaier fue arrestado por autoridades austriacas, juzgado y condenado a muerte fue llevado a la hoguera en Viena el 10 de marzo de 1528. Tres días después Elisabeth, su esposa, fue ahogada por los verdugos en el río Danubio. Habían pasado tres décadas y media de la ejecución de Hubmaier cuando el Índice de libros prohibidos por el Concilio de Trento lo condenó a él y a sus escritos y prohibió su lectura. La prohibición fue reforzada, cincuenta y seis años después, en el Índice de libros prohibidos de la Inquisición española, el que se aplicó rigurosamente en la Nueva España (México). Aquí llegó el conocimiento de Hubmaier mediante sus perseguidores, cuando lo enlistaron en la lista de los que consideraban herejes.

Valga la semblanza que hemos hecho de Baltasar Hubmaier para conocer algo del personaje reprobado por Martín Lutero. En un tratado de 1528, el reformador alemán reconoce haber leído escritos de Hubmaier, también admite no haber tenido trato directo con anabautistas. En el escrito Lutero “planteó la cuestión teológica de la fe y el bautismo de infantes”. Lo hizo a “la luz de las referencias a Juan el Bautista ‘brincando en el vientre materno’ y a Jesús bendiciendo a los niños”. Sostuvo que “la fe de los infantes no puede ser totalmente descartada”. En la óptica de Lutero los bautismos realizados en casas de familia, según es relatado en el Nuevo Testamento, deben “haber incluido a los infantes; incluso suponiendo que los niños aún no tuvieran fe, ello no brindaba suficientes motivos para rebautizarlos, como tampoco una mujer que se casa con un hombre que no ama tendría que volver a casarse tras enamorarse de él. En contra de lo que creía era una afirmación donatista que sostenía que la falta de fe del bautizador invalidaba el bautismo, Lutero argüía que uno nunca puede confiarse en el oficiante, sólo en la promesa de Dios. Argumentaba que si resultara que los niños no deberían bautizarse, Dios lo consideraría un delito menor dado que las Escrituras no lo prohíben de manera categórica” (La sanación de las memorias…, p. 46).

Como bien muestra el documento La sanación de las memorias, Martín Lutero, Felipe Melanchton, y otros teólogos luteranos de la primera generación, aunque no todos, fueron endureciendo su posición contra los anabautistas y, finalmente, en 1536 prohijaron una condena “que defendía el uso de la coerción, y especialmente la pena de muerte contra los anabautistas” (La sanación de las memorias…, p. 65). De esto me voy a ocupar en la próxima entrega de esta serie.

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