La paz y la misión

Los métodos usados para anunciar a Cristo deben ser consistentes con el Evangelio de paz.

30 DE AGOSTO DE 2015 · 14:20

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La misión es el medio por el cual el plan de paz de Dios es modelado en Jesús, es dado a conocer y seguido por todo el mundo. Esto afirma James R. Krabill, en el sexto punto (de los anteriores cinco me ocupé la semana pasada) de “God’s Shalom Project: Why Peace and Mission Are Inseparable” (Dios y su proyecto Shalom: Por qué paz y misión son inseparables).

Se gana terreno y seguidores para el Proyecto Shalom de Dios en la medida que las comunidades cristianas proclaman y viven la integralidad del Evangelio de paz. El modelo pacificador de Jesús abarcó, y abarca, la restauración del entorno en el que viven las personas y a las personas mismas. El ministerio terrenal de Jesús ofrece nítidas pautas para el conjunto de sus seguidoras y seguidores, quienes debemos tener la misma disposición a la terrenalidad de quien anduvo por “todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 9:35).

En cuanto a la estrategia para diseminar mensaje y obra de Jesús, Krabill nos recuerda que los métodos usados para anunciar a Cristo deben ser consistentes con el Evangelio de paz. Hay muchas páginas en la historia que muestran los excesos perpetrados por celosos misioneros, cuyas formas de transmisión del mensaje fueron contradictorias a los acercamientos que tuvo Jesús con mujeres y hombres de su tiempo.

La polémica teológica/política que sostuvieron en Valladolid en 1550-1551 Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, tuvo en cada lado dos formas opuestas de entender la misión cristiana. Para Ginés, teólogo al servicio de la empresa imperial española, era divinamente lícito someter a los pobladores del Nuevo Mundo por medio de la violencia. Para Las Casas lo anterior era contrario al espíritu del Evangelio y a la forma evangelizadora de Jesús. Una y otra posición han subsistido en la historia del cristianismo, pero solamente una de ellas es fiel al Evangelio de paz y reconciliación de Cristo el Señor. En cuanto a la evangelización que es respetuosa de la dignidad de las personas es muy aleccionador el libro de los misioneros anabautistas/menonitas Willis Horst, Ute Müeller-Eckhardt y Frank Paul, Misión sin conquista: acompañamiento de comunidades indígenas autóctonas como práctica misionera alternativa, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2005.

El octavo punto nos conduce a ensanchar nuestro entendimiento de un versículo clásico para el pueblo evangélico, Juan 3:16. Krabill sostiene que bien leído y entendido nos debiera llevar a una práctica misional más ancha y profunda que el conversionismo individualista. El versículo citado dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo”, que se hizo necesaria la encarnación de Jesús. Atinadamente señala Krabill que donde en castellano dice mundo el término griego es cosmos. Y el cosmos es más que la humanidad que habita el planeta tierra, incluye la natura y la cultura, es decir la naturaleza creada por Dios y la cultura (cultura es todo lo que no es natura) humana. La degradación de la naturaleza demanda que las comunidades cristianas recuperen la enseñanza sobre la mayordomía de la creación. La cultura humana, y su expresión en múltiples culturas, es campo que deber ser restaurado para que florezca la dignidad de las personas.

El punto nueve es un recordatorio sobre los riesgos de encarnar el Evangelio de paz. Los poderes organizados sobre violencia simbólica y física, determinados sistemas que reproducen inercialmente creencias y conductas que privilegian a algunos y excluyen a los demás, personas convencidas de que es legítimo valerse de otros y otras para alcanzar metas y logros egoístas; no se van a quedar cruzados de brazos cuando sientan amenazados sus intereses. Los cristianos y cristianas que vayan a contracorriente de los valores dominantes debieran tener entre las posibilidades a enfrentar la de ser hostigados y perseguidos de distintas formas.

La perspectiva del sufrimiento para nada es popular entre quienes dicen seguir a Jesús siempre y cuando todo sea prosperidad para ellos, recibir los privilegios de la obra salvífica de Cristo, jactarse de lo singulares que son frente a los mundanos, proclamarse superiores a los perdidos que no tiene a Jesús. En contraste a las mencionadas actitudes, los anabautistas del siglo XVI enseñaban en sus comunidades que los discípulos y discípulas de Jesús tendrían que estar dispuestos a tres tipos de bautismo: el de agua, como testimonio y compromiso público de seguir a Jesús; el del Espíritu Santo, regalo de Dios a cada creyente para caminar cotidianamente la senda de Cristo; y el de sangre, es decir, la posibilidad del martirio, morir a causa de Jesús y el Evangelio de paz. En el siglo XVI, por casi toda Europa, fueron ultimados anabautistas en la hoguera, en la horca, y mediante ahogamiento.

Finalmente, en el punto décimo, James R. Krabill revalora la promesa de Dios de dar a los creyentes el poder del Espíritu Santo para cumplir con el mandato misional de encarnar el Evangelio de Jesús. Porque la comunidad de creyentes es carismática, en el sentido de que tiene el Espíritu de Cristo para hacer la obra de Cristo en el mundo de hoy. Por lo tanto afirmamos que “No será por la fuerza ni por ningún poder, sino por mi Espíritu, dice el Señor Todopoderoso” (Zacarías 4:6). 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - La paz y la misión