Teología de la lectura: breves notas (I)

El hecho de que la revelación del Señor tenga la forma de un libro, anteriormente rollos, debe hacernos reflexionar.

23 DE JULIO DE 2011 · 22:00

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Reflexionar sobre el significado del acto de leer, o de escuchar leer, como se estilaba en las primeras comunidades cristianas debido a que entonces era imposible la pronta reproducción de los escritos y costosísima su producción. La Bibliacontiene la revelación progresiva de Dios, y una lectura que le haga justicia a ese punto de partida, necesariamente desemboca en un acercamiento cristológico a Las Escrituras. No hay que confundir lo anterior con un menosprecio práctico, que campea en buena parte del protestantismo evangélico latinoamericano, del Antiguo Testamento. Sin saberlo, es amplio el contingente de quienes son marcionistas y, al mismo, tiempo casi nada saben de Marción, precursor en el siglo II en crear la imagen contrapuesta entre el Dios iracundo del Antiguo Testamento y el Dios de misericordia y amor del Nuevo Testamento. Debemos leer la Palabra en clave cristológica. Discernir los preceptos bíblicos a partir de las prescripciones más nítidas. Ya que Jesús es la plenitud en el plan salvífico, lo que le antecede en ese plan tiene que ser iluminado por la manifestación final en la historia de la salvación. Con Jesús encarnado, entonces, ya no caben especulaciones sobre las características de Dios. El Logos, el Verbo, es Jesús, y ello implica que conocerle es adentrase en lo eterno. En palabras de Juan: “Y el verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del padre lleno de gracia y de verdad […] De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia, pues la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer” (1:14, 16-18). La revelación de Dios no es lineal. Es un camino ascendente, cuya cima es Cristo. Desde el pico de la montaña puede verse con nitidez el mapa de la geografía dejada atrás. Jesús es la clave hermenéutica para comprender la acción del Señor en la historia del Shalom. Así lo enseñó Jesús a los discípulos que se alejaban de Jerusalén, desconcertados porque parecía no haberse cumplido su esperanza de redención. Cuenta Lucas que “comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras” (24:27). Quienes leen el Nuevo Testamento sin casi tener en cuenta el Antiguo Pacto, tienen su antípoda en aquellos que propugnan una especie de restauracionismo judeo-cristiano basado en una lectura reduccionista y anacrónica del Antiguo Testamento que margina, en los hechos, al Nuevo Testamento y su plenitud cristocéntrica.Pretenden regresarnos a tiempos anteriores de la Revelación, y hacer normativos mecánicamente preceptos específicos de un momentum del peregrinaje del pueblo de Dios. Tenemos que leer Las Escrituras en el espíritu de Jesús. Él rasgó el velo de separación, confrontó la lectura de la Palabra que hacían los sacerdotes e intérpretes de la Ley. Ellos obnubilaban el sentido de los mandatos del Señor, al anteponerles la miopía de sus tradiciones y, así, distorsionaban en un sentido etnocéntrico la vocación redentora universal de Dios. El pasaje de Marcos 7:1-23 es una confrontación de hermenéuticas, de lecturas divergentes existentes entonces y ahora. Una tarea interesante es leer el Nuevo Testamento y notar las abundantes ocasiones en que Jesús, así como Pablo, Pedro, Santiago, y demás escritores del libro, corrigen las lecturas erróneas; no sólo a los opositores al mensaje del Evangelio, sino que también corrigen la lectura equivocada, y sus consiguientes prácticas, de la Palabra por parte de los seguidores del Camino. La lectura de la Biblia es, tiene que ser, un acto que involucra el intelecto, conmueve el corazón, incendia el espíritu y motiva conductas acordes al Reino de Jesús.

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